XXXV: 47 pecas dulces
DANTE — Me siento como un adolescente que acaba de descubrir lo que es el sexo.
Alison está acostada sobre su vientre, su culo en pompa me la pone dura. Algún día tengo que tomar su culo. Le beso el tobillo.
—Cuarenta y siete —digo en voz alta.
—Mentiroso. No tengo tantas pecas.
Si ella supiera...
—He encontrado pecas en los lugares más curiosos. Tienes una justo debajo del pecho izquierdo. Otra muy sexy sobre el labio. Incluso hay una en él...
Ella se ríe nerviosamente, y la piel se le sonroja. Demasiado perfecta para ser real. No es normal lo que me ha hecho sentir, y sin embargo, aquí estoy, embobado con su cuerpo, contándole las pecas que tiene en la piel. Sin poder evitarlo, le doy una fuerte cachetada en el culo.
—¡Ay! —se queja.
—¿Le puedo dar un bocado?
—¡No!
Se empieza a reír. Su risa es amortiguada por la almohada. Y evidentemente la muerdo. Alison patalea en respuesta, hasta que le acaricio el trasero y ella suelta un suspiro de gusto.
¡Qué buenas vistas tengo desde aquí!
Desde esta posición, puedo observar su vulva depilada. Joder, me la vuelve a poner dura. La acaricio desde el tobillo hasta el interior del muslo, observándola en todo su esplendor.
—¿Por qué estás tan callado?
—Porque te estoy mirando el co...
—¡Dante! —me censura avergonzada.
Intenta darme una patada en vano. Trata de darse la vuelta, pero la sostengo sobre el colchón. Por nada del mundo la voy a dejar cambiar de postura.
—¿Qué pasa? Es muy bonito.
Se lleva las manos al rostro, avergonzada.
—Dices cosas que me hacen sentir...
—Deseada.
—No deberías decir esas cosas.
—Mojigata.
—Evidentemente no crees lo que dices —resuelve con despreocupación.
No, no lo creo. Alison responde a mis caricias con tal naturalidad que estoy seguro de que no hay ser más extraordinario hecho para mí.
Comienzo a acariciarle los glúteos, examinando su anatomía muy de cerca. Sí, algún día se la meteré justo por ahí.
Mientras tanto, me conformo con buscar alternativas muy placenteras.
—Cuando me untaste pomada, me excité.
—Lo sé.
Si yo le contara lo que sentí...
Inconscientemente, Alison alza su culo hacia arriba, y yo aprovecho para enterrar mis manos dentro del hueco que se ha formado y llevar mi boca directa a su vulva. La devoro desde esa posición, y ella pierde el habla. La siento jadear, estremecerse, arquear la espalda. Le agarro los muslos y se los separo, tiro de su cabello y la obligo a colocarse sobre sus rodillas. El bamboleo de sus pechos me vuelve loco, y sin pensarlo, me hundo en ella.
Mi miembro se pierde entre sus glúteos, y me imagino que la estoy tomando por detrás, lo que me vuelve aún más loco. Le acaricio los pechos, y me agarro a sus caderas, penetrándola más duro, hasta que la oigo gemir, lo que me produce tal placer que llego al éxtasis antes de lo previsto.
Pero esto aún no ha terminado.
—Estoy cansada —protesta, cuando la cojo de la cintura y la acerco hacia mi erección.
—Me da igual.
Y es la verdad. A mi polla no hay quien la tranquilice.
Le masajeo la parte baja de la espalda, trazando círculos sobre la piel y destensándole todos los músculos, lo cual no es necesario, Alison está tan relajada que me dejaría hacerle cualquier cosa, ¿no?
Sin pensarlo, penetro su ano con un dedo, y ella se tensa automáticamente.
—¡Dante, eso sólo sirve para una cosa y no es lo que estás pensando!
Suena tan conmocionada, que lo único que puedo hacer es soltar una amplia carcajada.
—¿Te hago gracia? —se malhumora.
Le doy un beso en la espalda.
—Le tengo ganas desde que te unté pomada.
Le clavo los dientes en el círculo perfecto. Es suave, y de la consistencia perfecta. Se nota que Alison lo trabaja. Y
el pensamiento me la vuelve a poner dura.
—Pues le vas a seguir teniendo ganas —resuelve, apartándose de mí.
No la dejo, y la abrazo por la cintura. La beso en la nuca, y me impregno de su olor.
—Siempre te voy a tener ganas.
Me agarro a sus pechos, y le acaricio la vulva con mi creciente erección. Ella suelta un jadeo, y yo vuelvo a rozarla.
Ella suelta un gemido, y yo le mordisqueo el cuello en respuesta.
—¿Ves lo que me haces? —mi voz suena ronca. Tensa.
Le pellizco los pezones, que sé que están sensibles. Alison echa la cabeza hacia atrás, y le doy un beso en la barbilla.
Con la mano libre, le acaricio los labios. Primero el labio superior, y luego el labio inferior. La obligo a abrir la boca, y mis dedos se impregnan de su humedad. Desciendo desde los labios hasta la clavícula, los pechos, la cintura, las caderas, los muslos, y los tobillos.
—Desde la cabeza a los pies. Lo poseería todo.
—En tu propio beneficio.
—En el de los dos. Tu placer es mi placer. Si algo te gusta, lo repetiré hasta que me ruegues que pare. Si algo te desagrada, nunca lo haré.
Le acaricio el clítoris con el pulgar, trazando círculos. Mi mano derecha continúa pellizcando sus pezones.
—Eso implica que lo haremos más veces... —ronronea.
Le doy la vuelta con brusquedad, y la miro a los ojos. Creo que nunca he mirado a nadie con esa intensidad, pero necesito aclararle una cosa.
—Ya te he dicho que con una noche no es suficiente.
—Quieres más.
—Sí. Tal vez para siempre —le confieso, mordisqueándole los labios.
Alison coloca las manos en mi pecho, ligeramente contrariada.
—No sé si eso es bueno. Eres adictivo. Ahora que te he probado, no sé si voy a poder separarme de ti.
Su confesión me llena de una satisfacción espontánea. Me gusta lo que me dice. Me halaga, a pesar de que no sé si soy capaz de ofrecerle lo que ella me pide.
—Adoro tu sinceridad.
Y es la verdad. Alison es la clase de persona que no tiene miedo a expresar sus sentimientos en voz alta. Carece de miedo. No puedo decir lo mismo de mí.
La cojo de la mano y la obligo a levantarse. Nos metemos en el baño, y abro el grifo del agua caliente. Nos besamos bajo la ducha. La piel resbaladiza de Alison se mezcla con la mía. Sus pezones erectos se aprietan contra mi pecho.
—Date la vuelta —le pido.
Impregno mis manos de gel de baño, y las froto hasta crear espuma. Comienzo a masajearle los hombros, hundiendo mis dedos en sus músculos y bajando por los brazos.
—No tienes ni idea de cuantas veces he imaginado esto.
—Tú no tienes ni idea de lo que he imaginado yo —se avergüenza.
Le lavo los pechos con verdadero deleite.
—Claro que sí. Fantaseabas con mi cuerpo. A mí no me engañas, viciosilla.
Alison suelta una risilla. Me gusta su risa.
Meto las manos entre sus muslos, y le acaricio la hendidura húmeda. Siempre húmeda. Siempre lista para mí. Es perfecta. Y mía, por ahora.
—Mi turno.
Alison me empuja hacia el lado contrario, y me lanza una mirada cargada de intenciones. Su cabello húmedo se pega a sus mejillas, y su cuerpo mojado me invita a hacerle cosas muy sucias.
El deseo que puedo ver en sus ojos cuando se detiene en cada parte de mi anatomía me carga de satisfacción. Es un halago que alguien te mire de esa forma, como si fueras lo más bello que ha contemplado en la vida. Por primera vez, siento la necesidad de pertenecer a alguien. Sólo para que me mire como ella lo hace.
—¿Qué te pasa? —adivina.
Sus manos se deslizan por mi pecho, bajando por el abdomen.
—Confiésalo. Sólo me quieres por mi cuerpo.
Se muerde el labio inferior.
—Me has pillado.
Me agarra la polla, lo que me sobresalta. Estoy a punto de gritarle que no es algo con lo que pueda jugar, pero me deja sin palabras arrodillándose a mis pies y besando la punta.
—Si prefieres que no me guste tu cuerpo... podemos hacer otra cosa...
Bruja.
—Ningún inconveniente al respecto. Mi cuerpo es todo tuyo —le digo, con la mandíbula apretada.
Estoy a punto de abrirle la boca y metérsela yo mismo, pero ella es más rápida. Sus labios se fruncen alrededor de mi miembro, y comienza a lamer dejándome atónito.
Cierro los ojos.
La boquita de Alison me está follando. En estos casos, soy yo quien folla boquitas. Pero es ella, la dulce pecosa, quien me está poseyendo con sus labios de fresa. Abro los ojos. Sí, mejor los abro. Quiero grabar esta imagen en mi memoria.
Me atraganto con mi propia saliva. Es la imagen más erótica que he visto en toda mi vida, y ni siquiera es necesario que le pida que me mire, pues sus ojos estudian los míos, casi desafiándome.
Apenas un par de minutos, pero no aguanto más.
Entierro mis manos en su cabello, empujo dentro de su boca y me corro. Alison no se separa, aunque abre los ojos con cierto pasmo.
—Joder, lo siento. Tendría que haber avisado —me disculpo.
La cojo de los hombros y la levanto, dejándola a mi altura.
—¿Estás bien?
Necesito que lo esté. Va a tener que repetir esto más a menudo.
—Uhm... ha sido... inesperado —parece que está tratando de albergar una opinión al respecto. Ladea la cabeza y me mira a los ojos —no ha sido desagradable.
Me relajo ante su confesión.
Alison se pega a mi cuerpo, como una gatita rogando por atenciones. Y yo se las doy. Por supuesto que se las doy.
Sus pechos turgentes se aprietan contra el mío, y siento tal necesidad, que antes de que pueda ser consciente, nos estamos devorando la boca.
La empujo contra la pared, la cojo de las caderas y ella asiente. No hay más que hablar. Me hundo en su interior, y ella enrolla sus piernas alrededor de mi cintura. En esta posición, con el agua corriendo sobre nuestra piel, bombeo dentro de ella.
Le aprisiono la boca con la mía, y la oigo jadear bajo mis labios. Sí, así nena. Sé lo que te hago sentir, y tú no te imaginas lo que me haces sentir a mí.
Dos embestidas más, y Alison comienza a gritar. Y yo me uno a ella, alcanzando el clímax en un orgasmo devastador.
Salimos de la ducha sin apenas dirigirnos la palabra. Sé lo que sucede. Hemos sido partícipes de tal intimidad que ambos necesitamos nuestro propio espacio. Mi cuerpo, por el contrario, piensa de distinta manera. Alcanzo una toalla y seco a Alison, quien me ofrece una sonrisa de agradecimiento.
Su estómago ruge.
—¿Tienes hambre?
Asiente tímidamente.
—Lo que tengo entre las piernas debería haberte saciado —bromeo, sabiendo que me voy a llevar un guantazo.
Pero Alison no me golpea. Me quita la toalla, y echa una mirada desdeñosa a mi entrepierna.
—Pues será que la tienes muy pequeña, y me he quedado con hambre.
La madre que la parió.
—Retira eso ahora mismo —le pido, casi angustiado.
Alison suelta una risilla y se dirige a la cocina, enrollada en la toalla. Yo la sigo como un autómata. Pero la muy bruja abre la nevera, rebusca en su interior y me ignora.
—Alison...
Trato de contenerme. Sólo intenta cabrearme.
—Uhm... no veo zanahorias por aquí... ¿Decías?
—Mi polla merece una disculpa.
Me acaricia el rostro como si sintiera lástima, y me aparto enfadado.
—¿Tú crees?
—Creo que todos tus gritos demuestran que mi polla te ha satisfecho hasta dejarte hambrienta.
Ella se cruza de brazos. Creo que me acabo de ganar una bofetada, pero el golpe no llega.
—Tienes razón. La tienes más que aceptable, ¿es eso lo que querías oír?
Da un paso hacia mí y se lame los labios. Mi polla comienza a bombear.
—Pues...
—En realidad, la tienes tan grande que no voy a querer otra cosa durante las próximas semanas.
—Meses.
Ella pone los ojos en blanco. A mí se me pone dura. Otra vez.
Entonces, me la agarra y aprieta ligeramente.
—Pero como te metas conmigo... —amenaza.
—Nena, que no es un juguete.
—¿Entendido?
Asiento, ensanchando la sonrisa.
La subo sobre la encimera y le arrebato la toalla. Ella pierde la respiración.
—¿Te doy el postre?
Esta vez, ella me suelta un guantazo. Acto seguido nos reímos.
—Voy a preparar algo de comer. Ve a sentarte.
Ella se baja de la encimera, encantada de la vida. Lo que no sabe, es que haría todas las cosas que la hicieran feliz.
Sólo por el hecho de ver esa sonrisa merecen la pena.
—¿Salado o dulce?
—Dulce —decide, con una pícara sonrisa. Me guiña un ojo y se marcha directa al sofá, bamboleando las caderas—
y después el postre.
Cocino como si se tratara de una carrera contrarreloj. El postre, sólo puedo pensar en el postre. Preparo unas crepes con dulce de leche que Alison devora en pocos minutos. La dejo descansar un rato, porque lo que viene a continuación la dejará más exhausta. Ella se tumba en el sofá, e instintivamente busca mi cuerpo. Y yo la abrazo,
¿qué otra cosa puedo hacer? Lo extraño es que me gusta abrazarla. Por primera vez, el contacto físico con una persona no me desagrada.
Alison me aterroriza en múltiples aspectos, y sin embargo, tenerla entre mis brazos es reconfortante. Me gusta.
Aspiro su olor. Qué bien huele. Ahora sé que no se trata de ningún perfume. Es sólo el suyo, y si pudiera vivir con él durante el resto de mi vida, sería el tipo más afortunado del mundo.
Joder, cómo me gusta como huele.
¿Estoy tarado? Probablemente.
Alison refunfuña cuando coloco la palma de mi mano en su sexo, y la acaricio. A los pocos segundos, se muerde los labios y separa las piernas, sofocada. Sí, nena, yo lo necesito tanto como tú.
Y sucede lo que tiene que suceder.