XIII: Conociendo a Daisy
ALISON — Me he transformado. Soy más estúpida que de costumbre. Me he vuelto una insensata. Por si fuera poco, no puedo considerar a ningún otro hombre como opción porque Dante es el que ocupa la mayor parte de mis
pensamientos.
Vete a casa Alison
La frase me incendia las entrañas. El muy... ni siquiera tuvo la decencia de ofrecerse a acompañarme. Sé lo que estás pensando, y oh, por supuesto que yo me hubiera negado. Al fin y al cabo; ¿Para qué quiero pasar más tiempo del estrictamente necesario con Dante? Sólo porque él sea guapo, chispeante y condenadamente sexy no quiere decir que yo esté deseando bajarle la bragueta.
Preferiría que él se postrara a mis pies y me arrancase las bragas. Eso es todo.
¡Oh, Dios!
Caigo derrotada sobre la cama y me llevo las manos a la cara. Estoy hirviendo. Mi piel exuda calor por cada poro.
La medallita de la virgen del Pilar me alivia tímidamente sobre el pecho. Cuando la toco, la virgencita se santigua y me guiña un ojo: “Tíratelo Alisón... Tiiiiiiraaaaaaatelo”
—¿Tú también, Pili? —la tuteo, porque en el fondo, Pilar es mi confidente más sagrada.
—¿Con quién hablas? —Rosemary se entromete en mi habitación sin pedir permiso.
—Conmigo misma.
—¿Y qué te cuentas?
—Tonterías.
Rosemary se sienta en el borde de mi cama.
—No hay ninguna tontería en querer acostarse con semejante espécimen de la naturaleza.
Me sonrojo de arriba abajo.
—No quiero acostarme con Dante.
—¿Ves? Ni siquiera lo nombré, y ya sabías de quien estaba hablando —sonríe triunfalmente—, sólo digo que él es la clase de hombre con el que una mujer debe pecar de vez en cuando.
Me siento momentáneamente mal.
—Puede que él no sea ese tipo de hombre —lo defiendo, un poco irritada.
—Créeme. Él es como mi ex. Adivina la forma más rápida de bajarte las bragas. Cuando lo consigue, desaparece sin echar la vista atrás.
Quisiera creer que Dante no es como ella lo define.
—Así que... si ambos queréis lo mismo, es el momento de dar el primer paso. Una vez que te acuestes con él, descubrirás que no es tan extraordinario. Entonces podrás fijarte en otro hombre. Uno que merezca la pena y te regale el final de cuento de hadas con el que siempre soñaste.
Rosemary desaparece dejándome enmudecida. Si el pensamiento de pecar con Dante antes se me antojaba tentador, ahora resulta ser un camino en el que estoy deseando adentrarme. Rosemary tiene razón. No me quitaré a Dante de la cabeza hasta que pruebe lo que él siempre promete. Seguro que no será tan extraordinario. Además, necesito borrarlo de mi cabeza, porque no logro ver deseable a ningún otro hombre.
A las siete y media, me visto con un sencillo pantalón vaquero y una camiseta blanca. Desecho el vestido lavanda, pues demasiados malos recuerdos me trae como para volver a vestirme con él.
¿Realmente fueron tan malos?
La visión de la lengua húmeda de Dante recorriendo mi piel desnuda en busca de pecas es... ¡Estúpida!
Eso es lo que soy. Una rematada estúpida. Porque si pruebo a Dante, jamás querré soltarlo. Lo sé. Yo seré para él un capítulo cerrado en su extensa novela de desvaríos amorosos. Para mí, él será como un grano de arroz perdido en el vasto océano. Me pasaré toda la vida intentando buscarlo, lo cual sería un desastre. No sé nadar. Me ahogaría, y mi cuerpo moribundo vagaría hinchado por el mar, lo cual suena demasiado deprimente.
Conduzco hacia Falson, el lugar de residencia de mi padre. Falson es un pueblo situado a varios kilómetros de nueva Orleans. Cuando el Katrina asoló la ciudad, muchas personas vieron derruidos sus hogares. Desolados por la pérdida, decidieron empezar una nueva vida en sitios como Falson. Mi padre fue uno de ellos. Una de aquellas personas que jamás volvió.
Todavía recuerdo el grito desgarrador de mi madre al enterarnos de la noticia. Su llamada de teléfono, y sus lágrimas cuando le informaron de que mi padre había sido salvado por los equipos de rescate. Fue en ese momento en el que me di cuenta de que mi madre seguí amando a mi padre. Pero yo no quiero sufrir por amor. Eso es todo.
Me armo de valor y llamo a la puerta de la casa de mi padre. Dispuesta a encontrarme con la reencarnación de la conejita playboy en versión universitaria, me recibe una joven de pelo castaño y sonrisa encantadora.
—Tú debes de ser Alison.
Me estrecha entre sus brazos. Me siento incómoda, pero no me aparto.
—¡Alison, cariño, no te quedes ahí! Ya veo que has conocido a Daisy.
Mi padre me abraza por la cintura y me invita a entrar en su casa. Allí me encuentro con mi hermana, quien me lanza una mirada mordaz. Todavía no ha olvidado mi espectáculo de actriz de segunda.
—Voy a ir preparando la mesa. Quiero que las mujeres de mi vida disfruten de esta velada —comenta mi padre, orgulloso de vernos reunidas.
No puedo soportarlo. Menos aún, cuando él guiña un ojo de manera cómplice a Daisy.
—Alison, tu padre me ha dicho que eres veterinaria. Te admiro. Las personas que cuidan a los animales tienen una gran sensibilidad —comenta Daisy, mostrándose tan dulce como un azucarillo. Fundiéndose en el tazón hirviendo de mi recelo.
—Supongo.
Daisy se restriega las manos, un tanto nerviosa.
—A decir verdad, tu padre habla mucho de ti.
Mi rostro se ensombrece.
—¿Te dijo que soy mayor que tú? —le suelto, sin poder contenerme.
Ante mi comentario, a Daisy le tiemblan los labios.
—¡Alison! —estalla mi hermana. Me pellizca el brazo y esboza una sonrisa conciliadora para mi nueva mamá—, ella está estudiando arte dramático. Intenta impresionarte. Gran actuación, hermanita.
—Oh... supuse que papá te lo había comentado —digo fríamente.
No me reconozco. No debería estar haciendo esto. Sin embargo, soy incapaz de no sentir cierto rechazo hacia Daisy. Siempre supuse que mis padres volverían juntos. Ahora, la lacerante verdad me fustiga con fuerza.
Mi padre nos llama a la mesa. Sin poder evitarlo, me siento lo más lejos posible de Daisy, quien me observa aterrorizada. Stella clava una mirada acusadora en mí. En la mesa, se puede cortar la tensión con un cuchillo. Todos parecemos notarlo, excepto mi padre, demasiado alegre por tenernos a todas reunidas.
Me llevo un trozo de brócoli a la boca y trato de serenarme. Lo haré por papá.
—¿Y bien, cómo os conocisteis?
A Daisy se le iluminan los ojos.
—Había salido con unas amigas. El destino hizo que coincidiéramos en el pub en el que tu padre tocaba. Quedé fascinada por su talento, y cuando quise acercarme a felicitarlo, le tiré una copa encima presa de los nervios. No paré de disculparme durante el resto de la noche, mientras Jack le restaba importancia.
—Enternecedor —digo fríamente.
Stella me suelta una patada por debajo de la mesa.
—Mi hermana no tiene novio. No se lo tengas en cuenta, porque está un poco amargada —suelta Stella.
—Stella... —la sermonea papá.
—Estoy segura de que Alison encontrará pareja muy pronto. Ella es una chica encantadora —Daisy trata de sonar animada.
—Oh, te lo aseguro. Es un tema que estoy solucionando —digo mordazmente.
Stella refunfuña por lo bajo. Mi padre aprieta la mano de Daisy para consolarla en un gesto que no me pasa desapercibido, y que me hace sentir miserable por mi actitud.
Decido pasar el resto de la velada en un discreto y silencioso segundo plano. Indispuesta para sentir simpatía natural por Daisy, remuevo la comida de mi plato y escucho lejanamente la conversación.
De madrugada, decido que ya he tenido bastante de la presentación en sociedad de la inesperada novia de papá. Me despido de todos. Mi padre me acompaña hacia la puerta.
—¿Qué te pareció Daisy? —lo pregunta ansiosamente, como si él requiriera mi aprobación.
Suspiro y lo miro a los ojos.
—Es encantadora —sentencio.
Jack me observa perplejo.
—¿Y entonces, cual es el problema?
—La imaginé de otra manera. Más... odiosa. Eso es todo —le sonrío tristemente—, discúlpame por mi comportamiento. Aún me tengo que hacer a la idea. Tan sólo necesito tiempo.
—Lo sé —mi padre me besa en la mejilla, dejándome marchar.
Al llegar a mi apartamento, bajo directamente hacia el sótano. Todo lo que necesito para sentirme mejor es descargar mi furia golpeando el saco de boxeo con el que suelo entrenar. Me descalzo las sandalias, y me ato el cabello en una cola de caballo.
Golpear el saco con el pie izquierdo no parece una buena idea, pues aún lo tengo dolorido a causa de mi encuentro con la niña demonio. Pero me bastan los puños para echar hacia fuera toda mi ira contenida.
Pum.
El primer puñetazo golpea en el centro del saco derecho, produciendo un sonido seco y absorbente. Aprovecho el vaivén del saco de boxeo y le suelto un derechazo con la rodilla. La fricción de la tela al golpear el saco me adormece, por lo que puedo imaginar que ahora soy yo contra mi rival. El olor húmedo del sótano ya no existe, ni siquiera el de la constante lluvia que hay en la calle. Me he adentrado en mi propio universo negro y difuso, donde la concentración me impide percibir cualquier otra cosa más allá del saco de boxeo y mis golpes incesantes.
Las gotas de sudor resbalan por mi piel y los músculos comienzan a dolerme. Suelto un gruñido, dejando escapar toda esa ira contenida. Pienso en Daisy y en Bárbara, y golpeó el saco justo en el centro. Eso me hace sentir mejor.
Entonces, inesperadamente pienso en Dante y golpeo el saco en el lugar más alto. Un mal movimiento, y mis
nudillos crujen. Me he hecho daño. Sacudo la mano y maldigo en voz alta.
—No deberías golpear con esa brutalidad —me aconseja Dante.
Me sobresalto al percibirlo detrás de mí. Me giro para encararlo. Tiene el cabello húmedo a causa de la lluvia y la parte superior de la cazadora empapada. Eso le otorga un punto a su favor, porque las gotas de agua resbalan hasta su mandíbula recién afeitada, lo que me causa un gran impacto.
—Lo tengo todo controlado, ¿cuánto tiempo llevas aquí? ¿Cómo has entrado?
—El suficiente para comprender que en tus clases de kárate no te enseñaron a estar alerta de lo que existe a tu alrededor —saca un manojo de llaves del bolsillo y me lo lanza—, pensé que querrías que te las devolviera.
—Ah... sí.
Debería importarme que Dante tuviera las llaves de mi casa, pero todo lo que puedo pensar es en él entrando furtivamente dentro de casa y colándose bajo las sábanas de mi cama. Me estremezco. Estoy tentada a devolvérselas, pero me las guardo.
—Te he estado observando, y creo que te hacen falta unas clases extras. Ya que estoy aquí...
Se coloca detrás del saco y lo sujeta firmemente con ambas manos.
—Sé lo que estás pensando. Golpea... al saco.
Libero una sonrisa.
Oh, sí. Estoy pensando en golpearlo.
Suelto un grito y lo golpeo con todas mis fuerzas, deseando que el impacto choque el saco contra Dante. Él ni siquiera se mueve de su sitio. Alterada, suelto tres golpes alternando ambos puños, pero el saco y Dante permanecen en su lugar.
—Eres fuerte, pero también pequeña. Así no conseguirás nada —no me lo dice con su característica superioridad, lo cual me agrada—, suelta el aire y golpea justo en el centro. Con decisión.
Sigo su consejo y golpeo, exhalando el aire al soltar el puño. El saco se tambalea ligeramente, pero Dante sigue sin moverse. Supongo que vencer a un demonio es más difícil de lo que yo esperaba.
Dante suelta el saco y se desliza detrás de mí. Su respiración me acaricia la nuca y me hace temblar las piernas. Su mano se coloca sobre mi vientre y siento calor bajo sus dedos. Ahogo un gemido.
—Mantente dura aquí —aprieta la mano sobre mi vientre.
—¿Tan dura cómo tu entrepierna? —le suelto. No puedo creer que haya dicho tal cosa.
Noto la sonrisa ladeada de Dante tras mi espalda. Él mantiene su mano derecha sobre mi vientre, con la mano libre aparta mi cabello del cuello. Siento su aliento sobre la piel desnuda.
—Pecosa... no empieces algo que no puedes terminar.
Se mantiene tenso detrás de mí, como si estuviera en guardia.
—Puedo terminar todo lo que empiezo —lo provoco.
Sus dedos se mantienen firmes sobre mi estómago, pero atisbo el ligero temblor de sus labios sobre mi cuello. No es posible que esté nervioso.
—No estás preparada para esto. Pero si lo estás, date la vuelta y acaba lo que has empezado —me suelta abruptamente.
Su manera de intentar herir mi orgullo me abruma. En respuesta, suelto un golpe al saco al tiempo que exhalo el aire, tal y como él me ha ordenado. El saco ondea ligeramente, y yo sonrío satisfecha. Me doy la vuelta para encararlo, pero la agresividad que encuentro en su mirada me asusta. Sus ojos violetas se han oscurecido, desprovistos de cualquier emoción.
—No has venido para devolverme las llaves —le digo, incapaz de contenerme.
Dante palidece ligeramente, hunde sus dedos en mi cabello y acaricia mi mejilla. Su mano desciende hacia la curva de mi cadera, agarra el borde de mi vestido y lo arruga con los dedos, como si quisiera rasgarlo.
—Tú no te has girado para besarme. Aunque lo estés deseando —me ataca.
De nuevo, ese engreimiento que me hace sentir vulnerable, me pone a cien, y me hace sentir vulnerable, de nuevo.
—No lo estoy...
—Te faltan agallas —me interrumpe.
Se pasa la mano por el cabello, despeinándose, como si estuviera exasperado. Aprieta la mandíbula y se separa de mí.
—A ti también te faltan agallas para hacer lo que sea que has venido a hacer aquí hoy —lo ataco yo a él.
Necesito herirlo. Quiero demostrarle que yo también puedo hacerlo sentir vulnerable.
—Hoy no quiero besarte —me suelta con tal sinceridad que me hace sentir estúpida—, buenas noches, Alison.
Él se marcha caminando directamente hacia la salida, dejándome con tal sentimiento de vulnerabilidad que se me doblan las rodillas y caigo sobre el suelo, hecha un amasijo de temor.
Entonces, caigo en la cuenta de algo. Me levanto con la fuerza renovada y demoledora de la certeza, llena de excitación ante el descubrimiento. Dante sólo me llama Alison cuando está molesto por algo. Y su manera de
atacarme, sin duda, es porque lo he hecho sentir vulnerable. Ahora sólo necesito averiguar el porqué.