XLIII: Cosas de familia
ALISON — Viajar en avión con mamá y papá es deprimente. Sobre todo cuando ambos no cesan en preguntarme acerca de la ruptura con Dante. Al final, opto por zanjar el tema siendo sincera.
—Me la estaba pegando con otra, ¿vale? No es agradable hablar del tema.
Papá me palmea la espalda, tratando de consolarme.
—No sé, me cuesta creer que hiciera tal cosa. Parecía un buen chico.
—Pues créetelo.
Mamá se retuerce incómoda sobre el asiento. Seguro que está pensando en la casa de la playa. Pero a mí ya me da igual. Sólo puedo pensar en Dante, en lo mucho que lo echo de menos y en lo enamorada y estúpida que me siento.
Sabía que me haría daño.
—¿Y cómo te diste cuenta?
Resoplo e intento no perder la compostura. Si un vuelo de más de diez horas es tedioso, que transcurra contando tus penas amorosas lo hace aún peor.
—Mi compañera de piso lo descubrió con una mujer que iba vestida de putilla en el casino Harrash. Luego fueron a un hotel.
Mamá da un respingo.
—Seguro que no iría tan mal vestida...
Le echo una mira iracunda.
—Yo sólo digo que seguro que Dante tiene una explicación... —lo defiende.
—¿Ah, sí? ¿Y cuál es? —me enfurezco.
Mamá se retuerce las manos con nerviosismo.
—Mira, déjalo. No estoy de humor.
El viaje trascurre tenso y en silencio, y yo agradezco que no vuelvan a preguntarme nada al respecto. No soporto hablar de Dante, y el simple hecho de recordarlo me pone irascible.
Al llegar al aeropuerto, el grito de Peggy y tía Claudia me sobresalta. Las muy falsas se acercan a abrazarme y besuquearme. Nunca las he soportado.
—Alison, qué paliducha te veo. ¿Comes bien en ese tugurio en el que vives? —finge preocuparse Claudia.
Mamá pone cara de irritación.
—El tugurio en el que vivo se llama Nueva Orleans.
—¿Y tu novio? ¿No iba a venir para la boda de Stella?
—Está muerto.
La respuesta las deja descolocadas, y ambas se miran sin saber qué decir. Eso les pasa por víboras.
—Qué bien te veo... Jack. Los años te mejoran, como el vino —saluda Claudia a mi padre, con voz melosa.
—Hola Claudia —la saluda papá cortésmente.
Nunca me ha gustado como lo mira. Parece tener una doble intención hacia él. Y a mamá no se le pasa desapercibido, porque vuelve a poner cara de irritación y se interpone entre medio de los dos.
—Bueno, vámonos, que Stella nos está esperando para almorzar junto a su futuro marido.
Llegamos al restaurante elegido, y en cuanto Stella me ve llegar sola, me da un abrazo y no me pregunta nada. Entre hermanas no hacen falta palabras para comunicarse. Cuando las cosas van mal, simplemente lo sabes. Ella me
obliga a sentarme a su lado y a saludar a Baldomero.
—Hola Alison. Tenía la esperanza de que vinieras acompañada. Como sigas así, te vas a quedar soltera.
—Mejor soltera que mal acompañada —le espeto, dedicándole una mirada retadora.
Stella trata de poner paz entre nosotros y nos insta a que nos sentemos a la mesa. Ni siquiera tengo apetito, y todo lo que puedo hacer es remover la comida sobre el plato y abstraerme de la conversación.
—Los hombres de hoy en día no quieren sentar la cabeza. Pero cuando encuentras a la mujer de tu vida, como me ha pasado a mí, el resto deja de tener importancia, ¿verdad que sí, cariño? —le pregunta el repipi de mi cuñado a mi hermana.
Ella asiente y se toca el vientre nerviosamente.
—No te preocupes, Alison, que seguro que incluso alguien como tú encuentra pareja.
Lo miro como si fuera un pitbull a punto de morderle.
—Por supuesto que encontrará pareja. Alison es una chica maravillosa —sentencia mi padre, defendiéndome.
—¿Y tú, Jack? No entiendo como un hombre tan varonil y atractivo como tú aún sigue soltero —le dice mi tía.
Mamá se clava las uñas en las palmas de las manos.
—Encontré a la mujer de mi vida, y las cosas no fueron bien. Me dio dos hijas preciosas, y ya no aspiro a nada más
—le responde mi padre.
—Le van las jovencitas —replica mamá, furiosa.
Claudia y Peggy se miran encantadas de la vida. Las odio.
—Eso no es cierto, y lo sabes.
—¿Ah sí? Cuéntales a tus hijas por qué nos separamos —lo insta mamá, furiosa.
Acabo con mi copa de un trago.
—No creo que este sea el lugar... —intenta mediar Stella.
—Me voy un momento al cuarto de baño. Avísame cuando los ánimos estén más calmados —oigo que le dice
Baldomero a Stella. El muy cretino ya está huyendo.
—Nos separamos porque eres incapaz de confiar en mí, y porque eres una mujer muy egoísta, por no hablar de...
—¡No te atrevas! —le grita mamá.
Claudia le acaricia a papá el brazo. Harta, me levanto y le echo una mirada furiosa.
—¿Se puede saber de qué te ríes? Sois un par de víboras.
—Cuchi, cálmate —me pide Stella.
Peggy me lanza una mirada que destila resentimiento.
—Mira quién fue a hablar. La señorita perfecta. Pues para que lo sepas, no serás tan perfecta cuando tu novio te ha puesto los cuernos.
Me voy a abalanzar sobre ella cuando Stella me detiene.
—¡Tú, nariz de cerdito, con mi hermana no te metas, que todos sabemos que le tienes celos!
—¿Mi hija celos a tu hermana? ¡Ja! —se enfurece Claudia.
Mamá esboza una sonrisa fría y se levanta, para encarar a su hermana.
—Igual que tú me tienes celos a mí. Siempre quisiste tener a mi marido, hasta que conseguiste arrebatármelo, ¿no?
—¿Qué? —gritamos Stella y yo al unísono, y le echamos una mirada interrogante a papá.
—Eso no es verdad. Ya te he explicado mil veces que en aquella habitación no sucedió nada. Si no me crees, es tu problema. ¿Es qué tu no vas a decir nada, Claudia?
Claudia se atusa el pelo con falsa indiferencia.
—¿Yo? Si mi hermana cree que le fuiste infiel conmigo, será que me tiene celos.
—¿Estás diciendo que no pasó nada y que todos estos años me has dejado creer lo contrario?
Claudia explota y la mira con rabia.
—¡Tú me quitabas a todos los novios en el instituto!
Mamá y Claudia se enzarzan en una discusión, y en un momento de arrebato, papá las separa y le da un beso de tornillo a mamá. Stella y yo nos quedamos atónitas.
—¿Por qué estamos tan empeñados en separarnos si nos queremos? —le dice.
Mamá tiene los ojos nublados por la pasión.
—No lo sé... pero vuelve a besarme.
Se besan de nuevo, y yo y Stella nos encogemos de hombros. Tarde o temprano iba a pasar.
—Alison... —empieza mamá.
Pongo las manos en alto, y niego con la cabeza.
—No me tenéis que dar explicaciones. Ya sois mayorcitos.
—La verdad es que yo sí tengo que dártelas. La mujer con la que estaba Dante... era yo.
La copa de cristal se me cae al suelo.
—¡No me jodas! —grita Stella. Es la primera vez que la escucho decir un taco.
Yo estoy en estado de shock.
Mi madre y Dante..., de sólo imaginarlo se me revuelve el estómago.
—¿Cómo que eras tú?
—Desde que tu padre y yo lo dejamos, volqué mi frustración en el juego. Me he convertido en una ludópata, y me daba vergüenza que lo supieras. El día que estabas en el hospital, Stella me encontró en un estado lamentable. No quería que mi otra hija también se enterara.
Papá le acaricia la espalda. Él también parecía saberlo.
—¿Por qué no me lo contaste? —lloriquea Claudia, abrazando a su hermana.
—¡Porque querías quitarme la casa de la playa, y me engañaste con mi marido!
—A mí la casa de la playa me importa un pimiento..., sólo quería hacerte rabiar. Yo no te engañé. Estaba celosa...
eso era todo.
Mamá y Claudia se funden en un abrazo. Stella comienza a llorar, no sé muy bien por qué. Yo me agarro a una silla, a punto de marearme.
—Dios mío... que he hecho... —me lamento.
—Te acompaño al aeropuerto —sentencia Stella.
—Y yo—se une mi prima.
Las miro esperanzadas, y ellas me abrazan.
—Pero cuchi... antes tengo que hacer una cosa. No me puedo casar.
—¿Qué? —grita mamá.
Yo salto de alegría y abrazo a mi hermana.
—No quiero a mi futuro marido, y veros a todos tan enamorados... en fin, me ha hecho entender que lo importante en esta vida es estar rodeada de las personas a las que quieres —se acaricia tímidamente el vientre. Luego me pone esos ojitos de cordero a los que no le puedo negar nada—. ¿Me acompañas a darle la noticia, cuchi?
Refunfuño y la acompaño, ante los gritos histéricos de mi madre, a la que ignoramos.
—Dile que tengo que hablar con él. No me atrevo —me pide.
—Pero Stella...
—¡Por fa cuchi! ¡Eres mi hermana y tienes que hacer esto por mí!
Suspiro y llamo a la puerta del cuarto de baño. Al no escuchar respuesta, entro sin llamar y me encuentro... a mi cuñado con los pantalones bajados y una mujer abrazada a él. Cierro la puerta de un portazo y me pongo en medio.
—¿Qué pasa, cuchi?
La miro con la cara descompuesta.
—Has tomado una buena decisión, Stella. Y ahora vámonos.