XXXVII: Confía en mí

ALISON — Mis piernas parecen gelatina. Clavo las uñas en el brazo de Dante y le echo una mirada alarmada. No logro mantener el equilibrio, y tengo que sujetarme a él para no caer de culo. Todo muy sexy.

—Esto no ha sido buena idea —me quejo.

—No seas miedica. En cuanto te sueltes, le perderás el miedo.

Echo un vistazo a la pista de hielo, y sé que no es verdad. Las cuchillas de los patines del resto de la gente se deslizan por el hielo, formando siluetas gráciles que hacen las volteretas más alucinantes. Y luego estoy yo, la torpe del grupo.

Me agarro a la barandilla y maldigo en voz baja.

—Te odio.

Dante me coge de la mano y me obliga a separarme de la barandilla. Entrelaza sus dedos con los míos, y me guía, dando pasitos sobre la pista. En medio segundo estoy en el suelo, con el culo empapado.

—¿Te has hecho daño?

Le echo una mirada furiosa.

Una chica rubia y esbelta, como una bailarina de ballet, da una vuelta sobre sí misma y se detiene a nuestro lado. La odio de inmediato.

—¡Dante, qué sorpresa tan agradable! —lo besa en ambas mejillas con gran efusividad, mientras yo sigo espatarrada en el suelo de manera poco elegante.

¿Agradable? ¡Y un cuerno!

Aléjate de él, o te muerdo la yugular.

Dante parece un poco perplejo.

—Eh... ¿Cómo tú por aquí?

—Me mudé a Nueva Orleans hace un par de semanas. Deberíamos quedar algún día. Siempre lo pasamos bien,

¿recuerdas?

Le guiña un ojo, y en ese momento no puedo más. Me incorporo, poniendo las palmas de las manos en el suelo, y me agarro a Dante, clavando una mirada incisiva en la rubia, quien da un respingo al percatarse de mi presencia.

—Será mejor que no. Ha sido un placer verte —Dante se despide de ella, y me acompaña a la salida.

Parece contrariado. Yo estoy furiosa.

Siempre lo pasamos bien... blablablá...

¡Estoy que muerdo!

En cuanto salimos de la pista de patinaje, me quito los zapatos de una patada y me siento para calzarme los míos.

En el instante en que los tengo puestos, me alejo caminando sin esperarlo.

Lo oigo resoplar y seguirme. Camino más deprisa.

—¿Se puede saber qué te pasa? —inquiere, colocándose a mi lado.

—Ni siquiera me has levantado cuando estabas hablando con ella. Ha sido bochornoso.

—No me digas que estás celosa... —lo suelta como un hecho.

—Estoy enfadada. Eso es todo.

—Alison...

Camino malhumorada, apresurando el paso y haciendo oídos sordos. En este momento estoy celosa. Sí, estoy

celosa. No hay nada más.

—Ni siquiera me acordaba de su nombre. Por eso no he sabido reaccionar.

Me paro de inmediato.

¿Qué?

—¿Qué? —exclamo en voz alta.

—Te aseguro que no ha sido agradable para mí. No es algo de lo que esté orgulloso.

—Ella parecía acordarse muy bien de ti —lo acuso.

—Eso no me hace sentir mejor.

Entrecierro los ojos y lo observo.

—¿Con cuantas mujeres te has acostado? —trato de no sembrar una acusación, ni de parecer horrorizada, pero la pregunta sugiere ambas cosas.

Y él lo nota, porque el semblante se le oscurece.

—Con muchas. ¿Satisfecha?

Su brusco tono me deja sin habla. Él no parece orgulloso.

—No quiero que mi pasado te haga creer cosas equivocadas. Eso es todo. ¿Es mucho pedir que no me juzgues por mi vida anterior, y que lo hagas en base a lo que yo te demuestro ahora?

Me quedo en silencio. Sé que el pasado de Dante tiene mucho peso para mí. Me hace desconfiar, sobre todo si se producen situaciones tan incómodas como esta. Él niega con la cabeza, se da media vuelta y resopla.

—Te estás equivocando conmigo.

Parece herido.

Lo alcanzo en tres pasos y le cojo el brazo. Ni siquiera me mira.

—Estaba celosa, ¿vale? No soy la única que actúa estúpidamente cuando lo está —me confieso, y de paso se lo recuerdo.

Dante asiente, todavía serio.

—Confía en mí, pecosa. Es lo único que te pido.

Y yo lo hago. O al menos lo intento.

La tensión se desvanece cuando damos un paseo por la avenida Seynchard, y nuestros dedos se entrelazan buscando su contacto. Apoyo la cabeza en el hombro de Dante, y ya está. Sé que el tema está zanjado. Por ahora. La confianza se siembra poco a poco, y se resquebraja en poco tiempo. Será un camino largo.

Espero que tengamos un camino largo. Me estoy enamorando a pasos agigantados. Peor aún, creo que ya estoy

enamorada de Dante. Era irremediable, lo sabía, pero esperaba que fuera un poco más lento.

Los ladridos de un perro me hacen girar la cabeza hacia el interior de una callejuela estrecha. Dante lo siente, y nos acercamos a ver lo que sucede. Un galgo, en un estado lamentable, atado con un alambre a un cubo de basura.

Al ver la escena, los ojos se me llenan de lágrimas y comienzo a maldecir en voz alta. La gente está enferma.

—Los utilizan para las carreras, y cuando dejan de servir, los abandonan.

Me voy a acercar al galgo, pero Dante se me adelanta y con suma delicadeza, le desenrolla el alambre que lleva atado alrededor del cuello y lo acaricia para tranquilizarlo.

—Necesita comida y un buen baño. Lo puedo dejar en la clínica, hasta que le encuentre un hogar. Pero será complicado.

Dante me echa una mirada lastimera. Oh, oh. Conozco esa mirada.

—No... —sentencio, adivinando sus intenciones.

—Me lo quedo—resuelve sin escucharme.

—Dante, no te puedes quedar con todos los animales que te den pena. Lo sé, porque yo ya he pasado por eso y me costó hacerme a la idea. Me encariñaba con todos los animales abandonados. Pero lo cierto es que los seguirán abandonando. Eso es así. Y no podemos hacer nada.

—Yo sí que puedo. Me quedo con Goku.

—¡No le pongas nombre!

Goku ladra en señal de agradecimiento. ¿Qué clase de nombre es Goku para un perro?

—Le pongo nombre porque se va a quedar a vivir conmigo y Fígaro, ¿verdad Goku?

El perro ladra asintiendo. Y ya está. Sé que está todo perdido.

Nuestra cita desencadena en una compra inesperada de pienso para perros. Postergamos nuestra cena romántica para otro momento, porque ahora lo principal es atender a Goku.

Goku es un perro muy obediente, y mientras Dante lo baña, el perro se deja hacer, moviendo la cola alegremente por tener un nuevo hogar. Yo asisto estupefacta ante la escena. El Dante que parecía detestar a los animales se ha convertido en un animalista declarado. Ver para creer.

—Prométeme que no te encariñaras con otro animal.

—Ya te tengo a ti, que recabas mucha atención.

Me devora la boca antes de que pueda protestar y decirle algo mal sonante. Adoro sus besos, y espero que sean para siempre, porque no quiero otros besos. Lo sé, ahora que me he acostumbrado a los suyos.

Pedimos comida china y vemos una película, con Goku tumbado sobre los pies de Dante, a quien no parece

importarle. ¿Importarle? Parece encantado de la vida. La sonrisa ladeada ha desaparecido, y en su lugar, existe una radiante y ancha sonrisa que enseña todos los dientes.

Es la primera vez en la que lo veo tan relajado y feliz. Y siento que un nuevo Dante está naciendo. Mi orgullo me hace creer que es gracias a mí, pues él está creando a una nueva Alison. Una que ya no cree en los príncipes azules y las relaciones perfectas. Ahora tiene un demonio. Uno de ojos plateados. ¿Y sabes que es lo mejor? ¡Qué me gusta!