Capítulo 91

Knack alzó un solo ojo hacia el techo desconchado y se asombró de no haberse estrangulado hasta morir. Esa era la única cosa positiva que podía decir en ese momento.

El cuerpo de Steve Dark estaba encima de él. Podía percibir que el hombre aún respiraba débilmente, pero no había duda de que pronto estaría muerto. Si te han metido dos balas en la espalda, de esa no te escapas; no, señor.

Knack todavía tenía el brazo aplastado detrás de la espalda, claramente roto en varias partes. El dolor era irreal, subía y bajaba a lo largo del brazo como una horrible tortura.

Había trozos de cristal por todas partes.

Y la cinta adhesiva mantenía abierto su maldito ojo, no importaba cuánto arrugara la cara, moviera la mandíbula o frunciera el ceño. Ese ojo completamente expuesto lo estaba volviendo loco.

Oyó que abajo se abría una puerta.

«Oh, Dios mío».

Unas pisadas urgentes que subían a la linterna del faro. Knack miró con su único ojo abierto y vio a un hombre alto, con el pelo rubio canoso cortado a cepillo y aspecto cansado. Llevaba un fusil en una mano y un estuche en la otra.

El otro asesino.

—Por favor —suplicó—. No lo haga.

—No se preocupe —dijo el hombre—. Vivirá. Queremos que cuente nuestra historia.

—¡Lo haré! —gritó Knack—. Le prometo que lo haré, cualquier cosa que quiera que diga.

Cuando el hombre se agachó, Dark se levantó del suelo y sacó un cuchillo que llevaba oculto en la bota.

Graysmith había insistido en que Dark llevara un chaleco antibalas.

—Gasté un montón de pasta en este chaleco como para desperdiciarlo. ¿Qué daño puede hacerte?

Al principio, Dark se había negado a usarlo, preocupado por la posibilidad de que el exceso de peso dificultara sus movimientos. Pero luego consideró los antecedentes de Roger Maestro, su pericia para disparar. Dark se las arreglaría con el peso del chaleco.

—Esto primero —había dicho Graysmith al tiempo que le entregaba una especie de camisa negra de manga larga.

Dark la cogió y quedó sorprendido por su peso.

—¿Qué es esto? —preguntó.

—Es un forro de Kevlar, cubre el pecho y la espalda y es casi invisible. Alto índice de protección. Puede detener una bala de un Magnum calibre 44. Cuesta doce mil dólares, pero conseguí que me hicieran un descuento.

Dark se había puesto la camisa, que vestía como una cota de malla, y luego había añadido el chaleco antibalas, que, aunque su volumen había sido reducido, añadía más peso. «Debes de estar de coña», le había dicho Dark. Pero ahora se alegraba de haberle hecho caso. La camisa había desplazado el impacto de los proyectiles. El disparo, sin embargo, lo había lanzado hacia adelante y el dolor era intenso, pero las balas no habían alcanzado la piel ni perforado los pulmones o destrozado sus órganos internos.

Un profesional como Roger Maestro se acercaría a confirmar la muerte de su presa. Dark estaría preparado para recibirlo.

En cuanto estuvo de pie, Dark lanzó una cuchillada hacia los músculos pectorales de Roger, pero este último lo cogió de la muñeca y se la retorció con fuerza, obligándolo a que abriera los dedos. El cuchillo cayó al suelo. Luego Roger cogió a Dark por la camisa de Kevlar, lo acercó a él y lo lanzó contra la estructura metálica de las ventanas del faro. Aunque pareciera imposible aún quedaban vidrios por romper. El impacto del cuerpo de Dark los hizo añicos. Se deslizó al suelo y sintió una terrible punzada de dolor en la base de la columna vertebral.

Su Glock. Dark se llevó la mano a la espalda y luego lo recordó. Se le había caído al suelo cuando se había lanzado sobre Abdulia. Allí estaba, a menos de un metro del cuerpo sin vida de la mujer, parcialmente oculta debajo de la base oxidada de la vieja fuente de luz.

Roger se abalanzó sobre él.

Dark apoyó las palmas en el suelo cubierto de cristales y golpeó con su bota la rodilla de Roger. La maldita pierna parecía un poste de hierro. Un golpe así habría destrozado la rodilla de cualquier ser humano normal o, al menos, lo habría frenado. Roger ni siquiera dio señales de haberlo sentido. Volvió a coger a Dark de la camisa y estrelló su cuerpo contra la estructura metálica. Otra vez. Y otra. Eso sería una repetición de la pelea que habían tenido en la torre Niantic. Sin armas, Dark no tenía nada, no contra un trozo de hormigón humano como Roger Maestro. Abdulia había sido el cerebro del equipo. Pero Roger se lo había destrozado de un balazo. A Dark le quedaba solo una carta por jugar.

—Ella tenía un mensaje para ti —musitó.

Roger dejó de golpearlo y lo alzó como a un muñeco.

—¿Qué has dicho?

—Mientras Abdulia agonizaba —prosiguió Dark—, me dijo que debía asegurarme de que entendieras una cosa.

—Mientes.

—Sobre Zachary. Vuestro hijo.

—No pronuncies su nombre —rugió Roger—. ¡No tienes derecho a pronunciar su nombre!

—Abdulia dijo que la última carta no se refería a él, sino a ti, tú eras la Muerte desde el principio. Tú trajiste la Muerte a sus vidas al regresar de la guerra. Tú fuiste el responsable de la muerte de vuestro hijo.

—¡Basta!

—Busca en su bolsillo. Está allí. Ella me hizo jurar que me aseguraría de que miraras dentro de su bolsillo. Dijo que eso lo explicaría todo.

Roger golpeó violentamente el cuerpo de Dark una vez más contra la estructura metálica antes de volver la vista hacia el cuerpo sin vida de su esposa. Luego se concentró de nuevo en él un momento y lo lanzó contra el suelo. Dark sintió que el aire escapaba de sus pulmones y la visión se tornó gris en los bordes. Los trozos de cristal se clavaron en su cuerpo. Antes de que tuviera tiempo de recuperarse, Roger lo arrastró a través de la linterna hasta el cuerpo inmóvil de Abdulia. Luego lo colocó boca abajo y Dark sintió como si le hubieran colocado una ancla en medio de la espalda.

—Si me estás mintiendo, me tomaré todo el tiempo del mundo para despedazarte. Luego buscaré a todas las personas que amaste alguna vez y las dejaré inválidas ante tus ojos.

—Solo tienes que buscar en el bolsillo de Abdulia —dijo Dark.

Cuando Roger comenzó a tocar cautelosamente el cadáver de su esposa, Dark estiró la mano, cogió la Glock, giró el hombro y disparó a ciegas hacia atrás por encima de su cabeza.

POP POP POP POP POP POP POP.

Trozos de revestimiento metálico cayeron sobre el piso de madera del faro.

Un segundo después se aflojó el peso que sentía sobre la espalda y luego este desapareció por completo. Dark giró sobre sí mismo, tosiendo y con la sensación de que sus costillas no eran más que una colección de canicas blancas en su pecho. Una parte del rostro de Roger Maestro había desaparecido. Tenía la boca abierta y aún intentaba formar algunas palabras, pero de ella no salió ningún sonido. El peso del cuerpo de Roger había cambiado de posición sobre sus talones. Finalmente bajó los ojos, pero no era a Dark a quien estos miraban. Roger quería ver a su esposa. Dark podía entender ese sentimiento. Se sentó y disparó cinco veces más contra el pecho de Roger. El ex soldado cayó hacia atrás con la mano extendida, agitando los dedos. Buscando la mano de Abdulia.

No podrás esconderte
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