Capítulo 66
Fresno, California
El padre Donnelly no se parecía a ningún sacerdote que Dark hubiera conocido antes. Tenía poco más de cuarenta años, el pelo negro y corto, un rostro afable y un ácido humor negro con respecto a sí mismo. Solo Dios sabía lo que pensaban sus feligreses. Cuando Dark había llamado a la puerta de la rectoría en plena noche, el padre Donnelly había tomado su llegada con buen humor, considerando la hora y que la historia que Dark le contó rápidamente rayaba en la locura.
—A ver si lo entiendo —dijo Donnelly, que iba vestido con pantalones y una camiseta y sostenía entre los dedos un cigarrillo casi consumido—. Usted es un ex cazador de hombres del FBI que ahora trabaja por libre y hay una pareja de psicópatas que quieren matarme… pero no puedo confirmar esta historia con el FBI porque ahora ellos lo están persiguiendo ya que piensan que usted está involucrado con uno de esos psicópatas. ¿Es eso?
—Sí, en líneas generales.
—Muy bien, de acuerdo. Adelante. ¿Le gusta a usted el bourbon? Tengo una botella de Four Roses en alguna parte.
Donnelly lo condujo hasta un despacho que estaba junto al vestíbulo principal. El lugar podría haberse descrito como espacioso si no fuera porque estaba lleno de libros, en estanterías y formando grandes pilas sobre la alfombra gris verdosa. El escritorio de Donnelly también estaba cubierto de libros, blocs de notas y gomas de borrar de color rosa. No se veía ningún ordenador. Tampoco un teléfono.
—Estaba trabajando en mi homilía —le explicó Donnelly—. Tengo tendencia a obsesionarme con estas cosas, aunque sospecho que la mayoría de las personas dejan de prestarme atención hasta que comienzo con el credo.
—¿Para qué tanto esfuerzo, entonces?
—¿Ha oído alguna vez la historia de los Creedence cuando tocaron en Woodstock? Siguieron tocando hasta…, bueno, aproximadamente, esta hora, y John Fogerty se dio cuenta de que todos se habían dormido. Todos excepto un tipo que estaba atrás del todo, agitando su encendedor y alentándolos, diciendo «No te preocupes, John, estamos aquí contigo». Ese soy yo. Toco para ese único tío que está en la iglesia con un encendedor.
—Un sacerdote que escucha a los Creedence —dijo Dark.
—Eso es mejor que cuando usaba delineador de ojos y escuchaba a The Cure.
Dark no pudo evitar una sonrisa.
—A usted lo educaron en la fe católica, ¿verdad? —dijo Donnelly—. Puedo deducirlo por la forma en que me mira. Aún persiste una tenue luz de respeto enterrada profundamente en su cerebro. No me mira como si fuera a intentar violar al niño que tenga más cerca.
Dark asintió.
—Padre, esta amenaza es seria. Su vida está en peligro.
—¿Qué tendría que hacer?
—Permítame que lo proteja.
—¿Protegerme de qué, exactamente?
Dark le explicó que los sospechosos eran Roger y Abdulia Maestro, que tenían un hijo pequeño que había muerto en Delaware hacía un año aproximadamente. Una expresión de reconocimiento, luego de tristeza, se extendió por el rostro del sacerdote. El recuerdo era doloroso.
—Por supuesto que los recuerdo. Ocurrió hace solo un año. Fue una pérdida terrible. Pero no puedo creer que ellos sean los responsables de algo como…, bueno, como lo que usted afirma.
—¿Sabe, padre? —dijo Dark—, he cazado a esos monstruos durante casi veinte años, y eso que usted acaba de decir es exactamente lo que oía de la mayoría de la gente cuando se descubría que un vecino, un amigo, un jefe o un miembro de su familia era un cruel asesino sociópata: «Nunca pensé que pudiera hacer algo así. Parecía una persona muy agradable. No puede ser responsable de eso». ¿Me permitirá que lo proteja, padre?
—¿Cómo? ¿Se supone que debo aparentar que es usted un monje que ha venido de visita o algo por el estilo?
—Solo dígame cuál es su horario y nosotros nos encargaremos del resto.
—¿Nosotros? —preguntó el padre Donnelly.
—No estoy solo.
—Ninguno de nosotros lo está, hijo mío.
Dark lo miró fijamente.
—Humor de sacerdote —explicó Donnelly mientras abría uno de los cajones del escritorio—. ¿El bourbon le gusta solo o es uno de esos afeminados que necesita hielo?