Capítulo 29
West Hollywood, California
Dark arrancó el envoltorio de plástico, abrió la frágil caja de cartón y la sacudió para que las satinadas cartas del tarot cayeran sobre la mesa de la cocina. Había comprado una baraja en una librería de Westwood cuando regresaba del aeropuerto de Los Ángeles. Si el asesino estaba trabajando con el tarot, perfecto, Dark se sumergiría en su lenguaje. Odiaba trabajar a ciegas.
El folleto de instrucciones que acompañaba el mazo de cartas insistía en que el tarot no era «adivinación y tampoco una religión». Era, simplemente, un lenguaje simbólico.
No obstante, a Dark le resultaba extraña la elección del asesino. En general, dejar una carta del tarot era la clase de cosas que hacían los adolescentes cuando practicaban actos vandálicos en alguna parte para asustar a las autoridades…, para resultar espeluznantes. Dibujabas un pentagrama, acuchillabas un gato, dejabas una carta del tarot. Cosas de críos. Aun así, Dark sabía que algunos asesinos célebres tenían el tarot en la cabeza. Recordaba dos casos importantes en ese sentido. El tristemente famoso Francotirador de Washington, John Allen Muhammad, junto con su socio menor de edad, Lee Boyd Malvo, dejaba cartas del tarot para los investigadores en las escenas de sus ataques. Una de ellas era la carta de la Muerte, con un mensaje garabateado en el dorso:
Para usted, señor policía.
Código: llámeme Dios.
No informe a la prensa.
La carta había sido encontrada en el lugar donde Muhammad había matado a un chico de trece años cuando se dirigía a la escuela en Bowie, Maryland. Los medios de comunicación apodaron de inmediato al francotirador el Asesino de las Cartas del Tarot, pero pronto se hizo evidente que Muhammad tenía puesta su mente febril en la yihad, no en la adivinación del futuro. Básicamente estaba actuando como un adolescente que trata de meter el miedo en el cuerpo.
Unos años más tarde apareció el Hierofante, quien se hacía llamar así por una de las cartas del tarot perteneciente a los arcanos mayores. No dejaba tras él cartas en las escenas del crimen. En cambio, asumió como propia la tarea de un hierofante, buscando a los «pecadores» para luego ejecutarlos y que fuesen encontrados junto con el pecado cometido. Los evasores de impuestos aparecían cortados en pedazos y rodeados de pruebas de sus delitos. Los adúlteros eran hallados muertos juntos en las habitaciones de los hoteles que frecuentaban. A los pedófilos se los encontraba con DVD y fotografías de pornografía infantil. El Hierofante se quitó la vida antes de que la policía pudiese atraparlo. El asesino embarcado en una cruzada moral, previsiblemente, estaba encubriendo un montón de pecados propios, entre los cuales había detención forzosa, abuso doméstico y malversación de fondos.
No obstante, esta serie de asesinatos era diferente.
Las cartas eran las propias víctimas.
Aquí se estaba contando una historia.
Pero ¿qué historia?
Dark bebió otra botella de cerveza mientras estudiaba los detalles de las cartas que tenía encima de la mesa. A primera vista, las imágenes parecían simples. Una imagen central, muchas de ellas absolutamente obvias. Pero cuando se las examinaba más de cerca, los pequeños detalles se hacían evidentes.
El Ahorcado, por ejemplo. La duodécima carta de los arcanos mayores, según el manual. La escena podía considerarse espantosa, pero la expresión en el rostro del hombre era de calma, de relajación. Detrás de su inocente cabeza brillaba un halo de luz. Lo que se infería era que ese hombre estaba en paz.
«Venga, háblame, Ahorcado —pensó Dark—. Yo sé lo que significa que te dejen colgado de esa manera. ¿Por qué estás tan tranquilo?».
Dark bajó al sótano y volvió a proyectar en la pared la fotografía de la escena del crimen de Martin Green. Luego arrastró una imagen de la carta del Ahorcado al programa de proyección. Tras ajustar el tamaño, redujo ligeramente el brillo y arrastró la imagen de la carta hasta colocarla encima de la de Martin Green.
Coincidían.
«Perfectamente».
Desde la parte inferior de los codos hasta la posición de la cabeza (vuelta ligeramente hacia la derecha) y el ángulo preciso de su pierna izquierda doblada… todo coincidía al milímetro. Era evidente que el asesino estaba obsesionado con esa carta y había memorizado cada detalle para después recrear la imagen con el cuerpo colgado de Martin Green.
El asesino no era solo una alimaña que utilizaba las cartas del tarot para conmocionar al personal. Por el contrario, mostraba una profunda conexión con el simbolismo y el ritual de esas cartas. Respetaba las cartas y las elegía para elaborar aquellas impresionantes muestras.
La posición del cuerpo de Jeb Paulson, por supuesto, no coincidía con la imagen de la carta pero, por un instante, cuando probablemente lo obligó a saltar desde la azotea, sí hubo una coincidencia. Tal vez el asesino no necesitaba que otros vieran ese movimiento. Tal vez era algo que quería conservar para sí y luego disfrutarlo recreándolo con la imaginación.
Las tres chicas asesinadas en el bar, sin embargo, mostraban la misma atención por el detalle que el asesinato de Martin Green. Todo ese esfuerzo para atarlas, colgarlas del techo, cortarles la garganta y mantener las copas erguidas exhibía nuevamente una devoción servil por el tarot.
Pero ¿qué era lo que el asesino intentaba decir?
Dark aceptó que las respuestas que necesitaba no las encontraría en la Wikipedia o en el manual de instrucciones de una baraja de cartas.
Entonces alguien llamó a la puerta.