Capítulo 25

Jason Beckerman no se apartó un milímetro de su historia. Dijo que había regresado a su casa a las ocho de la noche y bebido un par de cervezas, relajándose después de un largo fin de semana de trabajo. Pero no se había acercado a ningún bar en la zona oeste de Filadelfia. Se quedó en su habitación y se durmió temprano.

—Sí, tomé unas copas de más, lo admito —confesó Beckerman—, pero eso no es ningún delito. Vamos, muchachos, solo quiero volver a mi habitación a dormir unas horas. Mañana tengo que trabajar. No hay tregua para los condenados al despido permanente. Si eres lo bastante afortunado como para conseguir trabajo, tienes que trabajar.

No, Beckerman no había visto a ninguna chica. Joder, eso era lo único que faltaba. Su esposa, Ryanne, lo estrangularía si la engañaba con unas zorras universitarias.

Ahora Beckerman solo quería irse a dormir y olvidarse de todo. Era su único día libre y al día siguiente tenía el primer turno en el trabajo. Se quejó de que su resaca no merecía las insignificantes cervezas que había bebido la noche anterior.

—La cabeza me está matando.

—¿Alguien lo ha confirmado? —preguntó Dark.

Estaba con Lankford en una habitación contigua a la sala de interrogatorios. Una fila de monitores mostraba el interior de la sala desde tres ángulos diferentes.

—Un vecino lo vio llegar a su casa poco después de las ocho de la noche, como él ha dicho. Pero otro de los vecinos jura que eran casi las nueve.

—¿Qué hay de su trabajo? ¿Trabaja realmente en la construcción? —preguntó Dark.

—Sí. Beckerman forma parte de una cuadrilla que está trabajando en la construcción de un edificio en el centro de la ciudad. Vive en Baltimore, pero hace seis meses alquiló una habitación barata para hacer ese trabajo. En Baltimore la cosa está muy fea. Todo concuerda.

—¿Cree que pudo haberlo hecho él? —preguntó Dark.

—Sí. Es un tío lo bastante fuerte. Lo bastante irascible. Es obvio que no es un admirador de las feministas. Pero hay algo que no encaja.

—El motivo.

—Exacto. No hay nada que lo relacione con esas tres mujeres. Sin embargo, varios testigos lo sitúan en la escena del crimen. Una de las víctimas, Katherine Hale, se acercó a la barra, intercambió unas palabras con él y luego se alejó rápidamente. Nadie pudo oír la conversación. Pero ¿es posible que cabrees a alguien tan de prisa como para que luego te mate a ti y a tus amigas y cuelgue los cuerpos del techo del lavabo como si fuesen presas recién cazadas?

—No es probable —dijo Dark.

Ambos permanecieron un tiempo más en la habitación contigua y observaron a Beckerman mientras repetía su historia una y otra vez. El interrogador era muy bueno. Era paciente, aunque exigente cuando se trataba de aclarar los detalles. Mostraba una calma helada. Beckerman tenía aspecto resacoso y parecía desesperado por irse a dormir la mona. Lo único que pidió fue una coca-cola light para las punzadas que sentía en la cabeza.

—No merezco esta clase de jaqueca, tío.

Lankford miró a Dark.

—¿Cree que es su hombre?

—¿Mi hombre?

—Sí. A quienquiera que haya venido a buscar aquí.

Pero Dark ya estaba mentalmente en otra parte, jugando con las palabras de Beckerman en su cabeza. Había algo que a Dark le había sonado muy extraño. ¿Cómo lo había expresado Beckerman? «Tomé unas copas de más, lo admito». Una forma antigua de decir que alguien está bebido. Era probable que Beckerman se la hubiera oído decir a su padre y hubiese crecido repitiéndola. «Unas copas».

Las chicas sostenían tres copas.

—Mierda —musitó Dark.

Lankford se volvió hacia él.

—¿Qué pasa?

—Necesito tomar prestado su ordenador.

Minutos después, Dark tecleó Tres de Copas en el buscador de Lankford. En la pantalla apareció una imagen idéntica a la que él había tomado con su teléfono móvil. Maldijo en voz baja y buscó más términos: el Ahorcado; el Loco.

Cartas del tarot.

El asesino preparaba sus escenas como cartas del tarot.

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