Capítulo 28
Aeropuerto internacional de Filadelfia
Cuando Dark regresó al aeropuerto un poco antes del mediodía, no le sorprendió mucho comprobar que Graysmith ya estaba esperándolo en el avión. Estaba sentada en una butaca de cuero color crema, con las piernas cruzadas y una pila de carpetas y papeles sueltos sobre el regazo. Debía de haberlo seguido en otro vuelo hacia el este mientras él analizaba la escena del crimen en el bar.
—¿Tiene todo lo que necesita? —quiso saber la mujer.
—Es un comienzo —contestó Dark.
—¿Qué opina del sospechoso que ha detenido la policía, ese trabajador de la construcción? —preguntó Graysmith.
Dark se instaló en un asiento al otro lado del pasillo, apoyó la cabeza, estiró los dedos y cerró los ojos, que le ardían por la falta de sueño.
—¿Jason Beckerman? No creo que sea él. El tío equivocado en el lugar equivocado en el momento equivocado. Es posible que se trate incluso de un chivo expiatorio que el verdadero asesino puso en nuestro camino. La policía no tiene nada para retenerlo. Además, Beckerman parece disponer de una coartada bastante sólida para la noche en que mataron a Jeb Paulson.
—¿Quién está haciendo esto entonces?
—No lo sé. Aún no tengo suficientes elementos para trabajar en este asunto. No he visto las dos primeras escenas del crimen y tampoco he tenido tiempo suficiente para examinar esta.
—Creo que tiene algunas ideas.
Dark la miró, dudó un momento y luego dijo:
—Es posible que el asesino esté reproduciendo imágenes de las cartas del tarot.
Los ojos de Graysmith se iluminaron.
—Sabía que tenía algo. Muy bien, póngame al corriente, empezando por el asesinato de Green.
Al principio, Dark pareció ignorarla. Cogió un ordenador portátil del asiento contiguo y abrió la página de un navegador. Después de teclear un par de veces giró la pantalla para que Graysmith pudiera verla.
—El Ahorcado —dijo Dark—. Martin Green.
—Santo Dios. Es como la escena del crimen.
Dark tecleó un poco más. En la pantalla apareció otra de las cartas del tarot.
—El Loco —dijo—. Jeb Paulson.
—No lo veo.
—Rebobine la escena del crimen unos segundos —explicó Dark—. Imagine a Paulson en lo alto de la azotea, a punto de lanzarse hacia lo desconocido, con una rosa blanca en la mano…
Entonces Graysmith pareció entenderlo.
—¿O sea, que se está burlando de Casos especiales? ¿Llamándolos locos?
Dark negó con la cabeza.
—No lo creo. Lo poco que sé sobre las cartas del tarot es que su significado nunca debe tomarse de forma literal. El Loco no significa «demente», según este sitio web. A falta de un término más apropiado, creo que significa «novato».
Graysmith sonrió.
—Ya, como nuevo en Casos especiales. Animoso, ambicioso, empecinado, hambriento…
—Y esta noche las chicas estaban…
Dark pulsó unas teclas y luego le enseñó la pantalla a Graysmith: el Tres de Copas.
—Celebrando. Ebrias de vida.
—Maldita sea. ¿Cómo ha deducido todo esto?
Dark se encogió de hombros.
—Las chicas sosteniendo sus copas en la escena del crimen era algo demasiado forzado, demasiado deliberado, ¿me entiende? Era un detalle que reclamaba atención.
—Si este asesino está reclamando atención —apuntó Graysmith—, ¿por qué no hacer las cosas más simples y dejar una carta o algo así?
—Las víctimas ocupan el lugar de las cartas.
—Pero las propias víctimas no tienen sentido. Tomemos a estas chicas universitarias…, ¿por qué ellas? ¿Cuál es la conexión? Primero Green, luego Paulson, el agente que estaba investigando la muerte de Green. Pero ¿dónde encajan estas universitarias? ¿Cuál es el siguiente paso lógico?
—No lo sé —repuso Dark—. Ya no soy investigador. No tengo ni idea de qué es lo que quiere de mí.
Graysmith sonrió, luego se levantó de su asiento para sentarse junto a Dark. Él la miró y aspiró su perfume, fresco y embriagador. Su parte animal quería cogerla entre sus brazos y follarla, luego dormir durante días para despertar solo cuando quisiera otra dosis. Y sospechaba que ella lo sabía.
Graysmith se inclinó hacia adelante y le dijo casi en un susurro:
—Ya ha visto de primera mano qué clase de recursos estoy en condiciones de ofrecerle.
—¿Y qué es lo que quiere a cambio? —preguntó él.
—Quiero que atrape a esos monstruos.
—Casos especiales se encarga de eso.
—Pero la gente de Casos especiales no es tan buena como usted. No son capaces de acabar el trabajo, de darles a los monstruos lo que se merecen.
—¿Y qué sería eso?
—La muerte.
Dark apartó la vista. El avión había comenzado a moverse por la pista. Las luces veteaban las ventanillas. Ahora todo empezaba a cobrar un poco más de sentido.
Graysmith no estaba interesada en la ley y el orden o en un proceso justo. Y esa era la razón por la que no canalizaba sus considerables recursos a través de los medios habituales, incluso una división como Casos especiales. No importa cuan clandestina sea una operación, siempre tienes que rendir cuentas a alguien de tus acciones. Las historias, incluso las historias secretas, tienen que ser registradas.
Ella podía darle a Dark las llaves de su antigua vida. Convertirlo otra vez en un cazador de hombres. Solo que, en esta ocasión, dispondría de un acceso ilimitado y de un cheque en blanco. Todo cuanto él tenía que hacer era decir que sí.
Se volvió hacia Graysmith.
—¿Qué saca usted de todo esto?
Ella le clavó la mirada.
—El monstruo que torturó y asesinó a mi hermana está sentado en una habitación con la temperatura regulada y disfruta de tres comidas al día. Lo visten y le proporcionan tratamiento médico y dental. Tiene acceso a la lectura. Papel y útiles de escritura. Le permiten hacer ejercicios físicos. Pensar. Soñar. Mientras tanto, el cuerpo cubierto de cicatrices de mi hermana se pudre en un cementerio. Puede creerme, no pasa un solo día sin que piense en enviar a alguien a esa prisión para que mate a ese hijo de puta.
—¿Y por qué no lo hace? —preguntó Dark—. Eso quizá la ayudaría a sentirse mejor.
—Sería un acto de egoísmo. Si voy a venderle mi alma al diablo, haré que sea un acto que merezca la pena.
—¿Ya ha hecho el trato?
—Escuche —dijo Graysmith—, yo simplemente le ofrezco la oportunidad de hacer lo que mejor sabe. Usted ya encontró una vez al hombre del saco y lo hizo desaparecer de la faz de la Tierra. Puede volver a hacerlo otra vez. Y otra. Y otra.
—¿Hasta cuándo?
—Hasta que el mundo sea un lugar seguro para su hija.
—No puedo detener el mal.
—Tal vez no, pero puede marcar la diferencia. Un asesino cada vez.
Dark no lo admitiría en voz alta, pero eso era exactamente lo que él quería también.
—¿Y bien?, ¿cuál es su respuesta? —preguntó Graysmith—. ¿Estamos juntos en esto?
—Sí —dijo Dark con voz tranquila al tiempo que trataba de apartar de su mente la imagen de su hija—. Estamos juntos.