Capítulo 12
UCLA, Westwood, California
Una vez que dio por terminadas sus clases del lunes, Dark había dedicado suficiente tiempo al tema forense —The American Journal of Forensic Medicine and Pathology, Science & Justice, el International Journal of Legal Medicine, la Forensic Science Review— en la biblioteca del campus. Blake no había aparecido por su despacho y Dark supuso que ella terminaría el trabajo de investigación que estaba haciendo sin su ayuda vital. Era hora de regresar a casa.
Se dirigió a la zona de aparcamiento bajando por la larga escalinata de Janss Steps, así llamada por los hermanos que le habían vendido los terrenos a la universidad. Era un lugar icónico: Martin Luther King y John Fitzgerald Kennedy habían celebrado mítines allí ante una verdadera multitud. Pero siempre que Dark bajaba aquellos escalones no podía evitar pensar: «Este sería un lugar perfecto para un asesinato, algo sacado directamente de una película de Hitchcock. Una caída lenta y desesperada que no puedes detener, los brazos que se agitan en el aire, lajas de cemento implacables que se acercan velozmente hasta chocar contra tu cuerpo que gira sin control». Obviamente, eso sucedería a plena luz del día, pero ahí residía precisamente la belleza de la escena. Un montón de sospechosos potenciales y testigos potenciales demasiado concentrados en sus propios escalones como para prestar atención a lo que sucedía a su alrededor.
«Ya estamos con eso otra vez —pensó—. El asesinato en tu mente. Siempre. ¿Es que no puedes bajar un tramo de escaleras o mirar a un estudiante que corta un trozo de rosbif sin que tus pensamientos conviertan la escena en un asesinato?».
A medio camino de la larga escalinata de entrada a la universidad, oyó una voz que lo llamaba:
—¿Agente Dark?
Dark se volvió al tiempo que buscaba instintivamente la Glock que no llevaba encima. Unos escalones por encima de él había una mujer. No iba vestida como una estudiante y su ropa parecía demasiado cara para ser una profesora de la facultad. En sus ojos brillantes había una mirada de desconcierto.
—No se preocupe —dijo—. No voy a atacarlo. ¿Hay algún lugar donde podamos hablar?
Él negó con la cabeza.
—No lo creo.
La mirada de la mujer se volvió dura e inexpresiva.
—¿No le resulto para nada familiar, agente Dark? Mi nombre es Lisa Graysmith.
El nombre no era desconocido para él, aunque no podía situarlo. Ella debía de haberse dado cuenta de que intentaba recordar, porque un momento después añadió:
—Usted conocía a mi hermana pequeña.
A Dark le llevó unos momentos más, pero luego recordó. Graysmith. Julie. Dieciséis años. Secuestrada, torturada y finalmente abandonada para que muriese por un monstruo al que Casos especiales llamó el Doble. El modus operandi del asesino consistía en hacerse pasar por alguna persona del entorno de la víctima, consiguiendo transmitirle así una falsa sensación de seguridad. Un amigo, quizá un miembro de la familia. Sus disfraces nunca eran perfectos, y confiaba demasiado en rasgos muy generales: un peinado, una determinada pose. Las víctimas —habitualmente adolescentes, a veces niños— nunca creían el embuste durante más de unos segundos. Pero eso era todo cuanto necesitaba el Doble —también conocido como Brian Russell Day— para consumar su acción.
Julie Graysmith había sido su última víctima. Dark y el equipo de Casos especiales habían conseguido atraparlo poco después, cuando intentaba confundirse con la multitud en Union Station, en Washington, D. C. Lo obligaron a revelar el lugar donde mantenía secuestrada a Julie, pero los agentes no pudieron llegar a tiempo para salvarla.
—No llegué a conocerla —dijo Dark.
—Creo que usted la conoció más íntimamente que nadie —repuso Graysmith mientras bajaba la escalera—. Intentó salvarla y, lo que es más importante, atrapó a su asesino. Quería tener la posibilidad de agradecerle lo que hizo por ella.
Dark consideró la situación durante unos segundos. Si esa mujer era realmente la hermana de la víctima no se merecía que la tratase con rudeza. A veces lo mejor que podías hacer por un familiar angustiado era simplemente escucharlo. Pero, a veces también, los familiares angustiados querían respuestas que no podías darles. O querían arrastrarte hacia algún tipo de acción legal.
Por otra parte, Dark ya no pertenecía a la División de Casos especiales. O sea, que aquella mujer solo podía arrastrarlo hasta allí.
—Hay un lugar aquí cerca —dijo él.
Graysmith se ofreció para conducir. Dark accedió. Eso le daría la oportunidad de echarle un vistazo a su coche, que resultó ser un flamante BMW. Un coche de alquiler de alta gama. Vio el código de barras delator en el parabrisas, que la agencia de alquiler utilizaba para verificar la entrada y salida de los coches. Una vez dentro del pub, la mujer, que afirmaba ser Lisa Graysmith, pidió un té helado. Dark se decidió por una cerveza de barril. Una hilera de televisores de pantalla plana mostraba los momentos más importantes de diferentes deportes.
—Gracias por la cerveza.
—Abandonó Casos especiales en junio —dijo ella.
Dark la miró. Muy poca gente conocía la existencia de la división, y mucho menos las actividades de sus agentes. La prensa había cubierto la detención de Brian Russell Day, pero jamás se había mencionado su apodo y tampoco la participación de Casos especiales. Oficialmente, había sido el FBI quien lo había cogido. Ahora Day estaba esperando el día de su ejecución en una prisión de Washington.
Dark bebió un trago de cerveza y no dijo nada.
—No tiene por qué ser modesto conmigo, agente Dark —añadió Graysmith—. Después de que arrestaran a ese hijo de puta quise saber todo cuanto pudiera acerca del hombre que lo había atrapado. Estuve preguntando sobre usted.
—¿A quién le preguntó?
—Digamos que es probable que nos hayamos cruzado algunas veces en los pasillos en los últimos cinco años.
¿Acaso Graysmith estaba intentando decirle que trabajaba para el Departamento de Defensa? ¿Qué sabía de Wycoff y de su control secreto de Casos especiales?
Ella se inclinó hacia adelante y apoyó las puntas de los dedos sobre la mano de Dark.
—También estoy al tanto de la pequeña indiscreción de tres kilos y medio de Wycoff.
Dark apartó la mano, levantó su vaso y bebió otro trago de cerveza.
Ahora la mujer estaba alardeando. Casi nadie conocía la existencia del hijo ilegítimo de Wycoff. O su conexión con los asesinatos de Sqweegel.
—Está permitiendo que eche un vistazo a sus cartas —dijo Dark—, pero ni siquiera sé a qué juego estamos jugando. Si quiere algo, adelante, pregunte. Si está tratando de sacar algo de mí, solo tiene que preguntar. Si no es así, podemos acabar nuestras bebidas y marcharnos de aquí.
—Usted atrapó a Day. A lo largo de los años consiguió atrapar a muchos monstruos como él. Es el mejor en su trabajo y ha dejado de hacerlo. No conozco la razón, pero creo que es un error.
—Gracias por su preocupación —replicó Dark.
—Eso no está bien. No puede abandonar ahora.
—¿A qué se refiere?
—Creo que los asesinos en serie son como el cáncer. Si puedes cogerlos a tiempo, salvas vidas.
—El FBI se encarga de eso, señorita Graysmith.
—No como usted. Es por eso por lo que se marchó, ¿verdad? Ellos se mueven demasiado despacio para usted, atascados en la burocracia. No confiaban en su instinto, incluso después de todos estos años. Querían que actuara siguiendo las reglas y, como resultado, murieron muchos inocentes.
—Eso es muy bonito. ¿Le importa si lo anoto?
Graysmith se reclinó en su asiento y sonrió.
—No me toma en serio, pero ¿por qué habría de hacerlo? No soy más que una mujer cualquiera que acaba de conocer en la escalinata de UCLA.
—No solo una mujer cualquiera —dijo Dark—. Es muy atractiva.
—Pensé en las diferentes formas en que podría abordarlo. Había construido mentalmente toda clase de situaciones dramáticas.
—¿De verdad?
—Pensé que usted apreciaría sobre todo un abordaje directo. Supongo que me equivoqué.
—No hay nada directo en esta forma de abordarme, señorita Graysmith.
—Entonces, aquí va. Quiero proporcionarle los medios que necesita para atrapar a los incipientes asesinos en serie. Fondos, equipo, acceso…, todo cuanto necesite. No deberá rendir cuentas a nadie. Ni siquiera a mí. Esa es mi oferta.
Una «oferta» que era demasiado buena para ser verdad. Que Dark supiera, esa mujer podía ser alguien que Wycoff había enviado para tenderle una trampa. Para engatusarlo y que abandonara su retiro solo el tiempo suficiente para arrestarlo.
—No, gracias —dijo—. Estoy ocupado dando clases y trabajando en mi casa.
Graysmith entornó ligeramente los ojos, pero se recuperó de inmediato.
—Me está poniendo a prueba. Quiere que le demuestre de alguna manera que hablo en serio, ¿verdad?
—No tiene que hacer nada. Solo me quedaré sentado aquí y acabaré mi cerveza.
Graysmith sonrió y luego se levantó y rodeó la mesa. Apoyó la mano sobre el hombro de Dark y lo apretó ligeramente.
—Volveremos a vernos.
Minutos después de que ella se hubo marchado, Dark bebió el último trago de cerveza y luego utilizó una servilleta para coger con cuidado el vaso de Graysmith por la parte inferior. Vació el resto del té dentro de su jarra de cerveza sacudiendo varias veces el vaso, luego sacó una pequeña bolsa de plástico de su bolso —siempre llevaba algunas por costumbre— y metió el vaso dentro.
Lo que a Dark le preocupaba no era la oferta que le había hecho Graysmith, sino que le había resultado muy difícil poder leer su expresión. No cabía duda de que era tan buena leyendo a gente como Dark. Había sorteado todos los indicios importantes y había rozado la superficie como un insecto que sobrevuela un estanque. Dark no tenía ninguna duda de que aquella mujer volvería a aparecer. Cuando lo hiciera, él estaría preparado.