Capítulo 23

Filadelfia, Pensilvania

Sin la gente, el ruido o la música, el bar parecía un escenario vacío. La sala estaba llena de piezas de atrezo, pero no había nadie que las usara. Las luces brillantes resaltaban todas las imperfecciones: rayones en las paredes, polvo en los apliques de la luz, manchas en los tejidos. En un lugar como ese solo considerarías la posibilidad de comer o beber si la iluminación era escasa.

Los cadáveres habían sido descubiertos una hora antes del cierre. Uno de los gorilas encargados de mantener el orden había comprobado que la puerta del baño de mujeres estaba cerrada y que alguien había roto una llave dentro de la cerradura. Cuando finalmente consiguió forzar la puerta con una palanca y vio lo que había dentro del lavabo, el gorila no pudo evitarlo. Comenzó a gritar. Los clientes huyeron en desbandada del local. Las mesas aún estaban cubiertas de jarras de cerveza a medio beber y alitas de pollo intactas. Algunos habían dejado incluso sus chaquetas y, en un caso, un par de zapatos de tacón. Si hubiera sido un plató, pensó Dark, entonces era como si a los actores los hubiesen despedido a mitad de la producción, diciéndoles que lo dejaran todo donde estaba.

Las credenciales del móvil mágico de Graysmith habían funcionado. Cuando Dark le enseñó la pantalla a Lankford, el detective lo acompañó rápidamente a la escena del crimen. Había dos agentes de policía custodiando el lugar, pero permitieron que Dark entrara en el lavabo.

Lo que era irreal. ¿Cuántas batallas por motivos jurisdiccionales había tenido que librar a lo largo de los años? ¿Cuántas peleas para tener acceso a las pruebas, incluso con su credencial de Casos especiales en la mano?

Dark comenzó a examinar la escena del crimen, empapada en sangre. Lo primero es lo primero, a pesar de que el embrollo de cuerdas y cuerpos en medio de la habitación clamaba atención. Dark sabía qué se hacía. Comprobó todas las posibles entradas (dos ventanas montantes), los lugares para esconderse (armario de suministros, depósitos de los váteres) y los resquicios (zócalo de madera) antes de centrar su atención en los tres cadáveres, agachándose debajo de las cuerdas mientras continuaba la búsqueda. Siempre existía la posibilidad de que quienquiera que hubiera hecho eso aún estuviera allí. Esperando.

Lo había aprendido de la peor manera hacía cinco años.

Finalmente, Dark comenzó a asimilar la escena, que parecía un espectáculo de marionetas sacado del infierno. Los cuerpos de las tres jóvenes —Kate Hale, Johnette Rickards y Donna Moore, según los permisos de conducir encontrados en sus bolsos— estaban colgados con cuerdas finas sujetas a las cañerías que discurrían junto al techo y a los soportes de los compartimentos del baño. Un primer juego de cuerdas unía los cuellos de las jóvenes con el techo. Unos centímetros más abajo, la garganta de cada una de ellas mostraba un profundo corte. Rápido, enérgico. Otras tres cuerdas unían sus muñecas ligadas con el techo. Un juego final de cuerdas estaba atado a sus cinturas para fijarlas horizontalmente en su sitio. Las manos, que aún sostenían sus copas de cóctel, estaban medio llenas de sangre. El suelo embaldosado debajo de ellas también estaba cubierto de sangre.

Al asesino no le preocupaba en absoluto mancharlo todo. No era una Dalia Negra, estilo cirujano, ansioso por vaciar de sangre a sus víctimas y luego lavar amorosamente los cadáveres. No, ese asesino se preocupaba más por la escenografía que estaba creando.

«Las copas —pensó Dark—. Las sostienen erguidas». Habría sido mucho más fácil sujetar a las mujeres a las cañerías sin tener que preocuparse por las copas que llevaban. Joder, habría sido mucho más sencillo partirles el cuello y seguir adelante. ¿Qué significado tenían las copas? ¿Por qué llenarlas con la sangre de las víctimas? ¿Por qué apuntar a tres chicas a la vez? ¿Por qué no solo una?

Los asesinos elegían. Cada elección significaba algo.

Dark sacó su móvil, accionó el dispositivo de la cámara y miró la pantalla. Un momento. El ángulo no era correcto. Retrocedió un paso y luego se colocó detrás de la víctima que llevaba un vestido rosa. Ahora la coincidencia era perfecta, hasta el color de las cuerdas. Cuando se las observaba desde el ángulo correcto, las chicas se fundían con el fondo. Casi parecía que las tres víctimas estuvieran vivas, alzando sus copas en una falsa celebración de alegría.

Tres.

El número se incrustó en el cerebro de Dark negándose a desaparecer. La clave de esa escena era ese número. Estaba seguro. Pero ¿por qué tres?

Dark sacó algunas fotos rápidas con el móvil pero fue discreto. A menos que Graysmith le estuviera mintiendo, más tarde tendría acceso total a los informes forenses de la policía de Filadelfia. No tenía más remedio que admitir que le producía cierto placer saber que no tendría que catalogar personalmente todo ese material. Tenía las manos libres para permanecer centrado en aquello que era más importante: descubrir qué era lo que decían esas escenas del crimen.

Y quién lo decía.

El detective encargado del caso, Lankford, se reunió con él.

—¿Agente Dark? Tenemos algo.

Lankford lo llevó hasta una pequeña oficina junto a la barra principal. Allí había un pequeño monitor de vídeo en blanco y negro con la cinta preparada para visionaria. El montaje era anticuado: un reproductor de VHS y una cámara que grababa las imágenes en blanco y negro. Pero eso era mejor que nada.

—Mire esto. Creo que tenemos a ese hijo de puta.

Lankford pulsó la tecla PLAY. La imagen de la pantalla mostró a un hombre solo, con el pelo largo, que se dirigía hacia la zona de los lavabos.

—No vuelve a salir. Las chicas ya estaban dentro.

—¿Tenemos imágenes de ese tío antes de que fuera a los lavabos?

—Seguimos comprobando la grabación, pero aparentemente estaba sentado en el punto ciego de la barra. Vamos a interrogar a todo el mundo para saber quién estaba sentado dónde y cuándo. Estoy seguro de que en un par de horas tendremos una descripción completa de ese tío. Me encargaré de que se la haga llegar a su contacto.

—Gracias —dijo Dark.

Lankford miró a ambos lados y luego a Dark.

—Escuche, se supone que no debo hacer preguntas, pero ¿con quién diablos está trabajando? ¿Y por qué le interesa este caso?

—Es una buena pregunta —dijo Dark—. Me gustaría poder darle una respuesta.

Lankford asintió ligeramente.

—Está bien.

Dark le preguntó si podía quedarse para examinar la cinta de vídeo; podría ayudarlo a completar el cuadro. El detective le dijo que no veía ningún inconveniente al respecto. Especialmente con las credenciales que tenía.

A pesar de que no había dormido nada en las últimas veintitrés horas, Dark se instaló para examinar la película. Ese asesino probablemente era demasiado listo como para mostrar su rostro, pero había muchas otras maneras de identificar a una persona. Dark rebobinó la cinta.

—Lo tenemos.

La voz hizo que Dark abandonara bruscamente su fantasía. Durante las dos últimas horas había estado examinando la cinta de vídeo una y otra vez, hasta el punto de que el mundo real se desvaneció y él se sintió como si hubiera estado realmente sentado dentro del bar. Podía oler el humo de los cigarrillos; fumar estaba prohibido, pero nadie iba a protestar por eso. Podía oír la música soul que salía de la máquina y sentir cómo se quejaba el viejo taburete bajo su peso. Podía ver cómo se condensaban los anillos de humedad que dejaban los vasos de cerveza sobre la superficie de la barra.

Y vio al mismo hombre que abandonaba su lugar en la barra y se dirigía al lavabo de mujeres, otra vez…

Y otra.

Y otra.

«¿Cuánto tiempo estuviste planeando esto?

»Debiste de planearlo. Las cuerdas, la puerta con la llave, la forma rápida y metódica de llevarlas allí, bang, bang, bang, hasta que estuvieron en tu poder.

»¿Fue el bar o fueron las mujeres?

»¿Cuánto tiempo habías estado vigilándolas? ¿Quiénes eran para ti?

»¿Por qué tres? ¿Acaso te estaban ignorando? ¿Sacudieron el pelo con una mueca de desprecio? ¿Te vacilaron con la forma en que sus vestidos brillantes se ceñían a sus curvas?

»¿Por qué hiciste que sostuvieran las copas en sus manos? ¿Estás intentando decirnos que eran unas borrachas, que se merecían lo que les hiciste?».

La voz detrás de Dark lo había hecho volver a la realidad. Menos mal. No podía quedarse allí para siempre. El tiempo seguía corriendo; la gente de Casos especiales podía llegar en cualquier momento.

—Se llama Jason Beckerman. Un tipo de Baltimore que trabaja en la construcción —explicó Lankford—. Pudimos identificarlo por las declaraciones de varios clientes. Alguien habló con él sobre cuestiones sindicales. Otro identificó un tatuaje y alguien más recordaba cómo iba vestido. No nos ha llevado mucho tiempo cogerlo.

—¿Está detenido? —preguntó Dark.

—Sí. Lo sorprendimos durmiendo en su apartamento. Ni rastro de la ropa que usó en el bar. Debía de estar empapada de sangre, de modo que no es de extrañar que se deshiciera de ella. En este momento, los forenses están examinando el apartamento y a Beckerman lo están interrogando en comisaría. ¿Quiere presenciar el interrogatorio?

Dark asintió.

—Vamos.

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