Capítulo 90
Todo había terminado.
Dark estaba muerto.
Esta vez no había disparado a la cabeza. Le había alcanzado con dos balas en el centro de gravedad. El corazón y los pulmones habían estallado como globos. Adiós, héroe.
Roger apartó el fusil de su hombro y comenzó a desmontarlo quitando el cerrojo, elevando el grupo de disparo fuera del fusil, separando el cañón y el receptor de la culata, quitando el tubo de gas y el pistón, para luego guardarlo todo rápidamente en su estuche. Le gustaba ese fusil, pero ahora tendría que destruirlo.
Aunque eso debería esperar. Primero debía ir al faro y asegurarse de que Dark estaba muerto y Knack aún seguía con vida. Se había cuidado muy bien de no herirlo, pero Dark se había desplomado con fuerza sobre él y, que él supiera, el periodista podría haberse estrangulado con sus propias ligaduras. Si era sí, no había problema. Roger cogería la grabadora digital y la enviaría por correo a algún medio de comunicación. Tal vez a la CNN o al New York Times. Algún otro periodista sería capaz de unir todas las piezas de la historia. Abdulia había sido especialmente insistente en ese aspecto: alguien tendría que contar su historia o todo eso habría sido en vano. No habría equilibrio. Ni paz.
Abdulia.
Pensó en ella y casi perdió el control de sus emociones, pero luego apartó rápidamente esos pensamientos de su cabeza. Porque eso era lo que Abdulia habría querido. Le resultaría muy difícil entrar en el faro y ver su cuerpo tendido en el suelo, pero se armó de valor. «Ya no es ella. Ahora se encuentra en el siguiente plano de existencia, con nuestro pequeño hijo».
Y mientras Roger siguiera respirando, honraría a su esposa continuando el trabajo que ella había iniciado.
En algún momento esperaba ser digno de reunirse con ellos.
Roger recordó su primera cita, cuando Abdulia le había dicho que era lectora de cartas del tarot. «Adelante —le dijo él—, lee las cartas para mí». Ella lo hizo. Cuando apareció la carta de la Muerte, Roger profirió un gruñido: «Oh, genial, acabas de matarme». Abdulia negó entonces con la cabeza y le explicó que era una carta fortuita. Eres mi caballero oscuro montado en un corcel blanco, le explicó. A Roger le gustó eso.
Ahora que Abdulia había muerto, le correspondía a él echar las cartas. Pero ahora estaba seguro, sabiendo que Abdulia le hablaba desde el más allá. Estudiaría el tarot y luego llevaría a cabo sus órdenes.
Las cartas le dictarían a quién debía matar.