Capítulo 10

West Hollywood, California

Otra noche, otro despertar sumido en el pánico. Otro barrido frenético por toda la casa comprobando puertas y ventanas, demorándose en la habitación a medio acabar de su hija. Más horas muertas antes de que amaneciera.

De modo que Dark se deslizó a través de las historias de asesinatos.

Sabía que no debía hacerlo. Hacía tiempo que se había prometido a sí mismo que sacaría todos los asesinatos de su cabeza. Por amor a su hija, aunque solo fuera por eso. Cuando leía acerca de esos crímenes era como un alcohólico que solo echa un vistazo a la tienda de licores o un heroinómano que se pincha en el brazo con una jeringuilla… solo para recordar cómo era la sensación.

Dark lo sabía.

De todos modos, leyó las historias.

El resumen de las primeras horas de la mañana incluyó a una mujer que había asesinado a su esposo en un lujoso hotel de Fort Lauderdale de 3500 pavos la noche. Era su aniversario de bodas. En la nota de suicidio había dejado escrito que había tenido que soportar trece años de un verdadero infierno. Un padre en Sacramento había asfixiado a su hija de dos años. Luego se había entregado a la policía pidiendo que lo ejecutaran inmediatamente. Un contable había sido apuñalado en una calle de Edimburgo, Escocia. Un atracador que afirmaba que su pistola se había disparado accidentalmente mientras la tenía apoyada contra la sien del chico al que estaba robando. Al menos ocho, no, nueve casos de chicos que habían disparado contra otros chicos. Y todo eso había sucedido apenas desde la medianoche pasada.

Todos los días se cometen en el mundo 1423 asesinatos. Eso supone un asesinato cada 1,64 segundos. Dark repasaba diariamente las noticias acerca de asesinatos, que incluían las palabras más crueles en lengua inglesa: Apaleado. Apuñalado. Acuchillado. Disparado. Destripado.

Pero esa mañana encontró una noticia que prácticamente saltó fuera de la pantalla.

El asesinato y la tortura rituales de un hombre llamado Martin Green.

Dark leyó rápidamente los detalles de la historia, que había aparecido por primera vez en un sitio web de chismes llamado Daily Slab. El artículo contenía todo aquello que él detestaba acerca del periodismo criminal moderno. Era sensacionalista, con elementos vagamente sádicos, macabro y, no obstante, escasamente informado. El redactor, Johnny Knack, había tejido una historia utilizando las hebras más finas. Pero lo que más fastidiaba a Dark era la pobreza de detalles. El material que realmente tenía era engañoso y oscurecía la historia real de los hechos. El aspecto más ofensivo de todos era que la historia se basaba en una premisa absolutamente infundada: que un asesor financiero llamado Martin Green había sido víctima de un «culto de la muerte vigilante».

A pesar de todo, Knack sí tenía una exclusiva: una fotografía de la escena del crimen tomada por Casos especiales. O, como él mismo había escrito: «Fuentes del más alto nivel próximas a la investigación».

Dark copió el JPEG del sitio de Slab y lo arrastró hasta una pieza de software de presentación en su escritorio. Después de unos cuantos clics, la imagen fue proyectada sobre la única pared desnuda del sótano. Dark se levantó y apagó las luces. La imagen brillante del momento final de Martin Green se destacaba sobre la superficie de cemento blanca. Distaba mucho de estar a escala, pero era lo bastante grande como para que Dark pudiera reparar en los pequeños detalles.

Cuanto más miraba, más evidente se le hacía que la posición del cuerpo de Green no respondía a ningún propósito específico de la tortura. Eso no era como asfixiar a alguien o practicarle el «submarino» echándole agua sobre la cara con la cabeza inmovilizada e inclinada hacia atrás hasta que sintiera que se ahogaba. El cuerpo de aquel hombre formaba parte de una escenografía. La intención era que se pareciera a algo. Aquello era un ritual.

«¿Por qué su asesino le hizo eso, señor Green?

»¿Por qué le quemó la cabeza y nada más?

»¿Por qué le cruzó las piernas en esa posición? Un número 4 invertido. ¿Acaso ese número tenía algún significado para su asesino? ¿Para usted?

»¿Quién era usted, señor Green? ¿Solo el tipo equivocado en el lugar equivocado a la hora equivocada? ¿O acaso nuestro asesino lo eligió a usted para este horrible ritual con algún propósito específico? ¿Lo encontró, lo estudió y lo siguió? Entonces, una noche, tarde, lo cogió desprevenido y…».

A Dark le asombró el hecho de que siquiera hubiese una foto de la escena del crimen. En Casos especiales tomaban las máximas precauciones para mantener sus investigaciones al margen de los principales medios de comunicación. Y esa fotografía significaba que su viejo amigo Tom Riggins tenía un topo en su departamento o, al menos, un ambicioso miembro de su personal que intentaba aumentar el magro salario que recibía del gobierno. Filtrar de ese modo las fotos a la prensa no era solamente un flagrante delito, en opinión de Riggins. Eso era la clase de delito que hacía que te torturasen lentamente antes de llevarte a Guantánamo. Dark podía imaginar la reacción de Riggins ante un hecho de esa naturaleza. En ese momento sería una especie de tiburón furioso que recorría los pasillos buscando sangre.

Dark se encontró cogiendo su móvil y con el pulgar a punto de pulsar la tecla de autollamada —el número 6— que lo pondría en contacto con Riggins. Luego lo pensó mejor y arrojó el pequeño teléfono sobre la mesa de autopsias.

Riggins lo había dejado claro: ningún contacto. Ninguna conversación, ni siquiera una taza de café y una cordial charla sobre el tiempo. Riggins y él habían terminado.

No podrás esconderte
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