Capítulo 30
Dark cogió la Glock de su escondite debajo de las tablas del piso, se detuvo un momento a la entrada del sótano y luego se dirigió hacia el frente de la casa, deslizándose con cautela junto a la pared. La puerta tenía una de esas antiguas mirillas con cristal de aumento montada en el centro, pero Dark jamás la usaba. Las mirillas hacían que la persona que se encontraba del otro lado de la puerta pudiera fijar con facilidad tu posición. Y aunque Dark había elegido esa clase de puerta porque era lo bastante gruesa como para resistir un disparo hecho a quemarropa con una escopeta, la mirilla era simplemente un trozo de cristal. Una bala podía atravesarla fácilmente. Adiós materia gris. Adiós a todo.
De modo que, en lugar de eso, atisbo a través de una mirilla oculta en la parte izquierda de la puerta. Eso le permitía tener una línea de visión con un juego de espejos montados en el techo del porche. Los espejos revelaron un rostro familiar.
Tom Riggins.
¿Qué coño estaba haciendo él allí?
Dark esperó un momento para controlar la respiración. Más golpes en la puerta. Esta vez un poco más fuertes. Guardó la Glock en la parte trasera de los vaqueros, hizo girar un par de veces el cerrojo y abrió.
Unos minutos más tarde, Riggins hacía girar el tapón de su botella de cerveza. Comenzó a pasearse por la casa como si fuera el dueño del lugar. Ese era el truco; no hacías preguntas, simplemente te movías. Su Sig Sauer colgaba pesadamente de su cinturón y llevaba la camisa por fuera del pantalón. Había sido un vuelo largo, para coronar un día aún más largo. Martes por la mañana en Virginia, martes por la noche en West Hollywood, con un nudo en el estómago durante todo el camino. Riggins hubiera deseado poder enviar a otro. Dios santo, a cualquiera. Pero sabía que le correspondía a él entrever las intenciones de Dark. Nadie más podía hacerlo.
—¿Sabes qué fue lo que vi cuando venía hacia aquí desde el aeropuerto? —preguntó Riggins.
Dark, que había bebido la mitad de su cerveza, caminaba detrás de él tratando de actuar con naturalidad.
—No. ¿Qué?
—Prostitutas motorizadas. Pensaba que eran una leyenda urbana, pero no. Son reales. Mujeres de la calle que conducen por Sunset en busca de clientes. Una intentó que detuviera el coche. Y lo habría hecho si no hubiera tenido tanta prisa por verte.
—Estoy conmovido. ¿Cómo sabes que eran prostitutas?
Riggins se paró en seco, se volvió e hizo un gesto con la botella.
—Bueno, o bien se estaba rascando la parte interior de la boca con un pepino invisible o bien estaba haciendo un gesto obsceno.
—Tal vez solo le gustaste.
—¿Me has visto bien últimamente?
—Parece que hayas perdido peso.
—Oh, que te jodan.
Riggins no había vuelto a ver a Dark desde que se había marchado de Casos especiales. El último día no había habido ninguna promesa de llamadas, visitas o correos electrónicos. Ambos sabían que la relación que mantenían —aunque estrecha— solo existía dentro del contexto de su trabajo.
El extraño efecto de ese hecho era que ahora, frente a frente otra vez, parecía que el tiempo no hubiera pasado. Ambos retomaron la relación allí donde la habían dejado, como si simplemente hubieran decidido encontrarse para beber unas cervezas después de un paréntesis de cuatro meses.
Pero mientras intercambiaban bromas, Riggins no dejaba de examinar la casa de Dark. Por lo que podía inferir, estaba llevando a cabo el simulacro de una vida «normal». Muebles de una cadena de grandes almacenes. Productos básicos de tipo soltero en la nevera. Algunos pósteres de películas en las paredes; algunas de las favoritas de sus años adolescentes: Carretera al infierno, Vivir y morir en Los Ángeles, Harry el Sucio. Solo eso. Minucias.
Y ese era el problema. ¿Dónde estaba el verdadero Dark en esa casa? ¿Dónde estaban todos los expedientes de los casos? ¿Sus diarios? ¿Su colección de archivos sobre asesinos en serie? Riggins ni siquiera veía un ordenador en la casa, lo que era como ver al papa sin un crucifijo. Esas cosas simplemente no pasaban.
Lo cual significaba que Dark estaba ocultando algo. Ocultando lo que realmente estaba haciendo allí, en la otra punta del país.
Mientras tanto, Dark caminaba detrás de Riggins sin dejar de estudiarlo. Su antiguo jefe había entrado directamente en la casa, sin darle la posibilidad de decir que no era un buen momento o sugerir que fueran a Barney’s a tomar una cerveza o algo así. Riggins era un perro de presa que no esperaba una invitación. La botella de cerveza en la mano; grande, el cuerpo musculoso, paseando por la casa. Como si Riggins no fuera más que un viejo amigo que estaba de visita en la costa Oeste para pasar un rato agradable, echar un vistazo a la nueva casa de su colega, tal vez pensando en un retiro prematuro y buscando un nuevo lugar donde colgar el sombrero.
A pesar de todo, ese era el talento natural de Tom Riggins. Era muy bueno haciendo que lo subestimaras. Parecía la clase de tipo que engulliría contigo una caja de alitas de pollo y seis latas de cerveza en el bar de la esquina, la clase de hermano de sangre a quien le confiarías tus secretos más íntimos, la clase de tío que te ayudaría a cambiar los muebles de lugar. Riggins era una curiosa mezcla de amenaza y cordialidad de viejo amigo, una característica que lo había ayudado a desarmar a incontables delincuentes a lo largo de los años. Del mismo modo en que intentaba desarmar a Dark en ese momento.
Seguramente había visto la fotografía en la página de Slab. ¿Por qué, si no, iba a estar allí? Pero hasta ahora no lo había mencionado. Dark sabía que era mejor tener paciencia y esperar a que hablara. Tarde o temprano, Riggins iría al grano. Algo que podía ser tan sencillo como una advertencia. O tan dramático como un arresto.
Después de todo, Dark había visto que delante de su casa había una furgoneta aparcada que no pertenecía al vecindario.
—¿Qué estás haciendo ahora? —preguntó Riggins haciendo un alto en la cocina y apoyando su corpachón contra la encimera de azulejos. Allí no había mucho en términos de comida. Dark no era precisamente un gran aficionado a la cocina. Sibby era la que tenía gusto en ese sentido. Aun así, la cocina se parecía más a un plato de televisión que a algo que uno realmente usara para cocinar o comer. Como si estuviera montada para un programa.
—He estado dando clases —dijo Dark.
—Sí. Me he enterado de tu trabajo con esos chicos en UCLA. ¿Qué tal la experiencia? ¿Hay algún hijo de famoso en tu clase? Como uno de esos…, ¿cómo los llaman?, los Jones Brothers.
—Me lo paso bien, y no, no que yo sepa.
—¿Algún material prometedor para Casos especiales?
—Esos chicos tienen veinte años, Riggins.
—Tú también tuviste veinte años una vez —repuso él—. De hecho, creo que tenías esa edad cuando nos conocimos, ¿verdad?
Dark bebió el último trago de su cerveza y luego alzó la botella vacía, una cascada de espuma cayendo por el cuello.
—¿Quieres otra?
Riggins lo miró fijamente.
—Muy bien, de acuerdo. Podemos seguir bailando alrededor de tu cocina para siempre, pero lo reconozco, mis pies empiezan a cansarse. ¿Qué estás haciendo realmente ahora?
Dark lo miró con la misma dureza.
—¿Por qué no te dejas de toda esta mierda y me dices por qué has hecho este largo viaje a Los Ángeles para beber un par de cervezas? Sobre todo si tenemos en cuenta que hace tan solo unos días ni siquiera querías hablar conmigo por el jodido teléfono.
Riggins señaló las cartas del tarot que había sobre la mesa de la cocina.
—Bien, para empezar, ¿quieres hablarme de eso?
—Curiosidad intelectual —dijo Dark.
—Es verdad, profesor Dark. Lo había olvidado.
Riggins apoyó con fuerza su botella de cerveza sobre la encimera de la cocina.
—Escucha —dijo—. Vi las fotos en esa página web, sabes que es así. Estuviste en la escena del crimen en Filadelfia. Estoy casi seguro de que también has estado en Falls Church. Lo que quiero saber es, ¿qué coño crees que estás haciendo? Pensaba que ya habías tenido suficiente de todo este asunto de la caza de hombres. Que te habías hartado de la burocracia. Pensaba que querías volver a tener una relación con tu hija.
Dark no dijo nada.
Riggins dejó escapar un leve gruñido. «Muy bien. De acuerdo. No me cuentes nada. De todos modos, lo averiguaré muy pronto». Y lo haría. Fuera, los técnicos de campo de Riggins, a préstamo de la Agencia de Seguridad Nacional, estaban ocupados inspeccionado la casa, y había otra docena en las inmediaciones.