Capítulo 72

El padre Donnelly se sentó en la camilla de la ambulancia cogiéndose ambos lados del cuerpo.

—Jesús —masculló—. Esto es jodidamente doloroso.

Dark asintió mientras sostenía una bolsa de hielo apretada contra la mandíbula.

—Sé lo que se siente. Tendrá unas magulladuras importantes y sentirá los músculos muy sensibles durante algunos días.

—Pero al menos estoy vivo, ¿verdad? —La expresión del sacerdote se convirtió en una mueca de ira—. ¿Era eso lo que iba a decir? ¿Va a quedarse ahí regodeándose, diciéndome que ustedes tenían razón? No debería haber sido tan terco. Las expresiones en los rostros de esos niños… —Donnelly se volvió en la camilla y pasó las piernas por encima del borde metálico—. Qué pesadilla.

Graysmith apoyó una mano en el hombro del sacerdote. En la parte de atrás solo estaban ellos tres, con el conductor y su acompañante en los asientos delanteros. No eran auténticos paramédicos, y esa no era una ambulancia de verdad. Todo el montaje había sido organizado por Graysmith hacía menos de dos horas y debía estar preparado en caso de que sucediera algo. En el momento en que sonó el primer disparo, Graysmith pulsó una tecla en su móvil y envió la señal convenida. En ese momento debía de haber verdaderos paramédicos en el lugar de los hechos preguntándose adonde había ido su paciente.

—Está vivo —dijo ella—, y ninguno de sus feligreses ha resultado herido. Eso es importante.

Pero los Maestro no se detendrían. Aún quedaban dos cartas. Las más aterradoras de todas.

La Torre.

La Muerte.

—Háblenos de los Maestro, padre.

—¿Creen realmente que era Roger el que ha intentado volarme la cabeza?

—Estamos seguros de que era él —dijo Graysmith.

Donnelly suspiró.

—Yo recé con ese hombre junto al cuerpo agonizante de su hijo. Nunca había visto a nadie tan absolutamente perdido y destrozado. Para alguien que está en esa situación no hay nada que realmente tenga sentido; está perdido en su propio dolor y solo puedes asegurarle que estás ahí, que rezarás con él, que hay una luz al final del túnel.

—¿Volvió a verlo después del funeral?

—No, me trasladaron aquí poco después. Roger simplemente desapareció, lo que no me sorprendió en absoluto. Yo continué rezando por él. Supongo que no todas las oraciones son escuchadas.

Graysmith le pasó a Donnelly una bolsa de hielo.

—¿Qué puede decirnos de su esposa, Abdulia?

—Ella siempre se mostró muy escéptica acerca de mi presencia en la casa. Pensé que toleraba que estuviera allí porque rezar juntos parecía proporcionarle a su esposo algo de paz.

—Abdulia es una estudiosa del ocultismo —dijo Graysmith—. Ha escrito un par de libros que tratan de la historia y el arte del tarot. En los círculos que frecuenta, esos textos han sido elogiados por su capacidad perceptiva. Pero, fuera de ellos, es una completa desconocida.

—Eso podría explicarlo —dijo Donnelly—. Pero ¿qué hay de Roger?

—Ex militar. Comando naval de los Navy Seal. Recibió la baja deshonrosa a causa de un incidente con fuego amigo. Regresó a Estados Unidos, consiguió trabajo como supervisor en una planta automotriz con un salario de 118 000 dólares anuales. Sin embargo, perdió su empleo poco tiempo después. Se pasó a la construcción, pero el trabajo se evaporó.

—Como le sucedió a mucha gente —dijo Donnelly.

—Sí, pero eso fue solo el principio. Después del paro forzoso de su esposo, Abdulia trató de ampliar su negocio de lectura del tarot. Alguien sintió celos, puso a la Oficina de Defensa del Consumidor tras ella y la declararon culpable de estafar a la gente durante la lectura de las cartas.

—No tenía ni idea —dijo Donnelly.

—Usted ya se había marchado —aclaró Graysmith—. Los Maestro estaban desesperados, habían perdido su casa, lo habían perdido todo, víctimas de fuerzas que escapaban a su control.

Ahora tenía sentido para Dark. Todas las víctimas eran actores —de forma directa o simbólica— en la pesadilla personal de los Maestro. El Ahorcado, Martin Green, era un economista que asesoraba a los bancos, los mismos bancos que rechazaban las solicitudes de préstamos de gente como los Maestro. El Loco era un símbolo del policía que había acusado a Abdulia de ser una estafadora. El Tres de Copas eran las estudiantes de posgrado que habían sido asesinadas antes de que pudieran convertirse en unas adultas avariciosas. El senador del Diez de Espadas se acostaba con Wall Street. El Diez de Bastos eran unos ricachones que obtenían unos enormes beneficios con el cierre de las fábricas, como, por ejemplo, las plantas automotrices. La enfermera no había conseguido salvar a su hijo, a pesar de haber prometido que haría todos los esfuerzos posibles. Kobiashi, haciendo girar la Rueda de la Fortuna, despilfarraba grandes cantidades de dinero mientras otros no podían pagarse la asistencia sanitaria. El sacerdote Diablo le había pedido a Dios que salvara su hijo, pero había fracasado.

Pero ¿cómo pudieron permitirse los Maestro, una pareja en bancarrota que no había podido hacer frente a los gastos del tratamiento médico de su hijo, ese viaje criminal a través del país? Necesitaban armas, billetes de avión, equipo de vigilancia, y todo ello era jodidamente caro.

Quizá habían podido financiarlo con lo que habían obtenido en su primer asesinato: Martin Green.

Dark le pidió a Graysmith que buscara las notas que había tomado Paulson en su visita a la escena del crimen. Las estudió rápidamente. Paulson era joven pero tenía buen ojo. Había hecho las preguntas adecuadas. En primer lugar, no se había dejado distraer por la horrible naturaleza de ese asesinato con torturas incluidas. Paulson había hecho preguntas sólidas y atinadas acerca del motivo y de los potenciales sospechosos. Y allí estaba, de puño y letra de Paulson: seguir el rastro del dinero.

Según la policía local, Green guardaba mucho dinero en una caja de seguridad que tenía en su dormitorio. Resultaba bastante irónico en un tío que se ganaba la vida asesorando a banqueros y financieros. ¿Y si Roger y Abdulia lo sabían? ¿Y si habían elegido a Green como su primera víctima porque tenía un montón de pasta en su casa y porque se encontraba dentro del área geográfica adecuada? El primer asesinato cubre el resto.

Dark tomó nota mentalmente de que debía decirle a Graysmith que consultara todos los registros bancarios de Roger y Abdulia. En palabras de Jeb Paulson: seguir el rastro del dinero. Porque no importaba cuánto quisieran fingir que todo aquello tenía que ver con el destino: aquello también tenía que ver con sus finanzas.

En silencio, Dark dio las gracias a Jeb Paulson: «Si puedes oírme, Jeb, creo que me has ayudado a atrapar a tus asesinos».

—¿Y ahora, qué? —preguntó Donnelly.

—Ahora vamos a trasladarlo al hospital —respondió Graysmith—. Puede que el chaleco haya absorbido la mayor parte del impacto, pero de todos modos es necesario que lo examinen por si tuviera alguna lesión interna.

—¿Qué piensan hacer, entonces? ¿Dejarme allí para luego desaparecer?

—Esa es la idea, padre —dijo Graysmith—. Estos hombres lo llevarán al hospital. Si alguien le pregunta la razón de la demora, dígales que ellos dijeron algo acerca de que eran nuevos en este trabajo y se habían perdido.

—¿Y las balas que supuestamente impactaron en mi cuerpo?

—Usted no sabe nada de eso. Lo único que recuerda es que cayó al suelo. Considérelo una intervención divina.

—Nadie va a creer esa historia —musitó Donnelly.

—¿Por qué no? —preguntó Dark—. Es usted sacerdote.

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