Capítulo 77

El cuerpo de seguridad de la torre Niantic tan solo podía hacer una cosa: intentar encontrar y sacar todos los paquetes que se habían entregado esa mañana. Todos y cada uno de ellos. No era una tarea fácil. Todo el personal del turno de la mañana estaba compuesto por quince personas, incluidos los tres agentes que ocupaban el mostrador del vestíbulo (reducción de personal, según había explicado el supervisor). Eso significaba quince hombres para registrar más de cuarenta pisos con múltiples negocios en algunas de las plantas. Y buena suerte convenciendo a un ayudante administrativo para que le entregara el correo a unos tipos que solo percibía como polis de alquiler. Si se trataba de una verdadera amenaza de bomba, ¿por qué no estaban el FBI o agentes de Seguridad Nacional con chalecos antibalas registrando las oficinas? ¿Por qué no se estaban evacuando inmediatamente todos los pisos?

—Una vez que tengamos esos paquetes, ¿qué se supone que debemos hacer con esos malditos chismes? —preguntó el supervisor.

Dark lo pensó un momento.

—¿Disponen de rampas para el correo?

—Sí. Pero están diseñadas para sobres, no para cajas o paquetes.

—Entonces dígales a sus hombres que metan en los montacargas todos aquellos efectos postales que no pasen por las ranuras de acceso a las rampas y los envíen al sótano cuanto antes.

El sótano y los cimientos estaban diseñados para soportar un seísmo y, con suerte, podrían absorber el grueso de las explosiones, igual que había sucedido en el World Trade Center de Nueva York durante el atentado con explosivos de febrero de 1993.

—Hágalo ahora…, corra la voz entre sus hombres. Cojan la mayor cantidad posible de paquetes.

—¿Y usted qué hará?

—Voy a ayudar.

Dark recorrió de prisa el edificio junto al equipo de seguridad. En algunos casos, las cajas se encontraban aún en los carritos metálicos rodantes esperando a ser entregadas en diversos cubículos y oficinas de la planta. Eso simplificaba las cosas. Sin decir nada, Dark cogía el carrito, lo llevaba al corredor, lo metía en el montacargas y lo enviaba a la planta baja, donde un guardia de seguridad cogía todos los paquetes que llegaban y los apilaba en un rincón. Dark se ofreció a hacerse cargo de esa parte del trabajo pero el guardia se negó.

—Es mi edificio y mi trabajo —dijo el tío—. Esos terroristas hijos de puta pueden besarme el culo.

La noticia se extendió rápidamente y los jefes de las oficinas comenzaron a retirar voluntariamente los paquetes llegados esa mañana.

En lugar de esperar los ascensores, Dark utilizó la escalera de incendios para ir de un piso a otro. Al llegar a la planta veinte, oyó un fuerte sonido metálico seguido de pasos rápidos sobre cemento. Cuando dobló en una esquina de la escalera alzó la vista y se topó con Roger Maestro.

Maestro no lo dudó un segundo. Sacó una pistola que llevaba en la cintura y abrió fuego contra Dark, quien saltó a un lado antes de que las balas desconcharan el cemento.

Dark intentó abrir la puerta más cercana pero estaba cerrada por dentro. Mierda. Dark aguzó el oído. Maestro iba a por él bajando por la escalera de incendios. Echó un vistazo a su alrededor. Solo había unas cuantas tuberías de agua que corrían por encima de su cabeza. Nada que pudiera usar como arma. Nada que le sirviera a modo de escudo. Nada que lo protegiera de uno de los tiradores más condecorados de la historia reciente.

Solo tenía un camino: hacia arriba.

Apoyó los pies en la barandilla metálica, dio un pequeño salto y se agarró con fuerza las tuberías de agua; luego se impulsó hacia arriba doblando el resto del cuerpo hasta hacerlo lo más compacto posible. Si hubiera sido Sqweegel, sin duda habría sabido cómo comprimir su pequeño cuerpo insectoide para ocultarse en el diminuto espacio que había detrás de las tuberías hasta que el peligro hubiera pasado. Dark no era Sqweegel. Pero eso no significaba que no pudiera arrancar unas cuantas páginas del manual de ese pirado.

Maestro apareció en la escalera barriendo el lugar con la pistola.

Dark se dejó caer entonces desde las tuberías y aterrizó sobre él.

Las suelas de los zapatos de Dark golpearon a Maestro en la espalda y el impacto hizo que perdiera el equilibrio y chocara contra la pared de cemento dejando escapar un gemido. El arma cayó al suelo. Dark rodó manteniendo su cuerpo lo más ágil posible antes de lanzarse nuevamente sobre Maestro y descargar una andanada de violentos golpes destinados a romperle los huesos de la cara y partirle la tráquea.

Pero Maestro era más pesado, más alto y más corpulento que él. Absorbió los golpes antes de cogerlo por el cuello. Dark sintió que lo asfixiaban y luego lo levantaban en peso antes de lanzarlo contra la pared opuesta. Su cabeza golpeó contra el duro cemento. Alzó una rodilla pero Maestro bloqueó el golpe. Cerró los puños y golpeó con fuerza los flancos de Maestro. Si alguna costilla se rompió, el tipo no dio señales de ello, sino que continuó asfixiando a Dark, los dedos ásperos y gruesos hundiéndose cada vez más en su garganta.

Un militar entrenado.

Experto en matar.

Probablemente llevaba más de una arma.

Dark arañó el cuerpo de Maestro y ya comenzaba a ponerse gris cuando finalmente lo encontró: el cuchillo de caza en su funda, colgada del cinturón.

En el momento en que la hoja abandonó la funda de cuero, Maestro comprendió que había dejado un punto vulnerable.

Soltó el cuello de Dark y retrocedió para defenderse, exactamente como lo habían entrenado.

Pero Dark no pensaba pincharle simplemente: quería sacarle las tripas a aquel cabrón.

La hoja se deslizó a lo largo del costado de Maestro, cortando a través de la piel y el músculo. El hombre lanzó un aullido de dolor. Dark alzó entonces el cuchillo para clavárselo en el pecho pero Maestro bloqueó el golpe, de modo que Dark aferró el mango del cuchillo con fuerza y le asestó con él un terrible golpe en la cara.

No obstante, el impacto no pareció detener a Maestro, que contraatacó con una serie de golpes que llevaron a Dark hasta un rincón. Trató de bloquearlos, pero no pudo con todos ellos. Un momento después, los golpes se confundieron en una mancha difusa y luego todo se desvaneció, los gruñidos, su visión y, finalmente, el dolor.

No podrás esconderte
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