Capítulo 52

Venice, California

Las calles de Venice Beach estaban inusualmente tranquilas. Una tormenta matutina había comenzado a formarse mar adentro. Cuando Dark se acercó a la tienda, un montón de pensamientos paranoicos rondaban por su cabeza. Quizá debería haberle pedido a Graysmith que investigara los antecedentes de Hilda. Sus tripas le decían que debía confiar en ella, pero a veces sus tripas eran un pequeño órgano extraño. Sabía que quizá se estaba metiendo en una trampa.

Aun así, Dark abrió la puerta y entró en la tienda. Solo que esta vez un rostro desconocido le esperaba en la mesa de lectura redonda. Pelo oscuro, ojos escrutadores, delgada.

—Busco a Hilda —dijo él.

—Heeeeeelda —repitió la mujer, haciendo girar el nombre en la boca—. Lo siento, no sé de quién está hablando.

—La dueña de este lugar —dijo Dark—. Estaba justo ahí hace solo un par de días. Vine a verla por una lectura de tarot.

—¿Quién es usted?

—Steve Dark.

La expresión de la desconocida cambió. Y también su acento, que se esfumó al instante.

—Lo siento. Tiene toda la traza de ser un poli. Hilda me llamó el otro día. No me dio ninguna razón, solo me dijo que necesitaba que me encargara de la tienda durante unos días.

—¿Dejó algún número de teléfono? Es muy importante que me ponga en contacto con ella.

—No —repuso la mujer—. Pero quizá yo pueda ayudarlo. Soy muy buena con las cartas. La propia Hilda me guio durante mis primeras lecturas.

La mujer cogió a Dark de la mano y prácticamente lo atrajo hacia el interior de la tienda, hizo que se sentara y comenzó a mezclar las cartas de la baraja. Sin la presencia de Hilda, el lugar tenía un aspecto diferente. Las velas parecían simples objetos de utilería. ¿El mostrador? Lleno de baratijas para vender a los turistas. De pronto, Dark estaba en otro lugar de Venice Beach donde alguien te leía el tarot. Cinco pavos para que te dijeran la buena fortuna y te revelaran el futuro. Luego podías salir de allí, meterte en un bar de Abbot Kinney, tomar unas copas y reflexionar sobre tu destino.

—¿Cómo se llama? —preguntó Dark.

—Soy Abdulia. ¿No quiere una lectura? Ya se lo he dicho, soy muy buena.

—No, no quiero otra lectura. Una es suficiente. Solo necesito respuestas.

—Entonces, por favor, siéntese.

Esa mujer no era Hilda. Ella no lo conocía. No tenía ni idea de lo que él estaba hablando.

Pero Abdulia le sorprendió cuando dijo:

—Está luchando contra el destino.

—Sí —admitió Dark—. Supongo que es así.

—No sé qué puede haberle dicho Hilda —prosiguió Abdulia—, pero permítame que le dé un consejo, cortesía de la casa. Muchos hombres se han vuelto locos tratando de luchar contra su destino y cambiarlo. Pero eso es absurdo. El destino es más poderoso de lo que pueda imaginar. No puede apartarse del camino que le ha sido asignado.

—¿Entonces, qué?

—Debe hacer todo lo posible para aceptarlo. Es el único camino hacia la paz, amigo mío. El único camino.

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