Capítulo 17

Cuartel general de Casos especiales, Quantico, Virginia

Algunos años antes, si habías sufrido una muerte violenta y misteriosa en Los Ángeles, todo aquello que no enterraban o repartían entre tus herederos acababa en el laboratorio de análisis de muestras de Josh Banner.

Desde entonces, Banner había ampliado su campo de operaciones.

Banner había ayudado a Casos especiales a seguir la pista de Sqweegel, y Riggins no era el tipo de hombre que olvidara los favores recibidos. En el momento en que aparecía un nuevo caso, le pedía a Banner que se uniera a ellos en Washington a tiempo completo. Y le encantaba. A Banner, específicamente, le encantaba estar rodeado de evidencias forenses, ya que no estaban sujetas a los caprichos o emociones humanos. Las evidencias no eran más que piezas de una historia que tenías que volver a ordenar. Y Casos especiales le ofrecía la posibilidad de trabajar en los mejores puzles del mundo. La clave para no perder la chaveta en un trabajo así consistía, naturalmente, en olvidarse del hecho de que las «piezas» del puzle eran en realidad pedazos rotos de la vida de alguien. Y que la única razón por la que esas personas acababan allí era porque habían muerto de una de las formas más horribles que podían imaginarse.

Pero Banner había madurado aprendiendo a separar las cosas en compartimentos estancos. Así era como resolvía los problemas. Así era como conseguía no perder el juicio. Bueno, eso y los cómics.

Esta vez, sin embargo, era muy difícil. Porque en la mesa delante de él estaba el pomo serrado de la puerta de un colega y amigo. El primer día de trabajo en Casos especiales, Paulson asomó la cabeza en la guarida de Banner y le dijo: «Quiero saberlo todo acerca de su trabajo». Su gesto fue algo realmente asombroso. En Casos especiales había gente que llevaba años trabajando allí, y ni siquiera le habían preguntado a Banner cuál era su nombre de pila. Él, entretanto, lo había tratado como si fuera un dios de la ciencia forense. Habían compartido bocadillos y cervezas fuera del departamento en más de una ocasión, a veces hablando de cuestiones relacionadas con el trabajo, otras simplemente pasándolo bien.

Banner había sido un invitado en el apartamento de Paulson. Había besado a su esposa en la mejilla y estrechado la mano de Paulson diciéndoles hasta pronto, la cena estaba deliciosa, gracias por haberme invitado, y luego había tocado ese mismo pomo y cerrado la puerta tras de sí.

Ahora Banner lo estaba examinando, pasando con cuidado un hisopo sobre la superficie metálica. Luego utilizaría una máquina para separar los diferentes elementos. Nuevamente, otro puzle que resolver.

Pero si resolvía este, estaría ayudando a encontrar al asesino de Jeb.

Se quedó trabajando hasta muy tarde y no oyó a Riggins cuando entró en el laboratorio.

—¿Qué tenemos, Banner?

—Una forma destructiva y letal de Datura stramonium.

Riggins lo miró fijamente y esperó su explicación. Cada vez que se encontraban pasaba lo mismo. Era casi como un baile. Banner le vacilaba mientras esperaba que Riggins le hiciera la pregunta de rigor. Esta vez, Riggins no mordió el anzuelo.

—Lo siento —se apresuró a añadir Banner—. También se la conoce como estramonio, trompeta de ángel o semilla del diablo. Lo que es una curiosa contradicción, si uno lo piensa.

Riggins esperó.

Banner continuó con su explicación.

—En circunstancias normales, es solo una sustancia alcaloide que se absorbe a través de las membranas mucosas. Algunas personas suelen fumarla o ingerirla para experimentar sus efectos alucinógenos. Pero la versión que he encontrado en este pomo es algo que nunca había visto antes. Puede ser absorbida a través de la piel y actúa en pocos segundos, provocando parálisis y un colapso cardiovascular. Lo que explicaría por qué Jeb y ese agente de policía quedaron fuera de combate al tocarlo.

—¿Esta mierda es difícil de encontrar?

—En su estado natural, no. Pero no cabe duda de que esta sustancia ha sido diseñada en un laboratorio.

—¿Quién podría tener acceso a algo como esto?

—Los militares, supongo. Pero no podemos descartar los laboratorios privados o las universidades.

Riggins pensó en ello. O su asesino era muy inteligente o tenía acceso a esos lugares…, posiblemente ambas cosas.

—¿Encontraron algún rastro de esta sustancia en casa de Green?

—No —dijo Banner—. Pero sí encontraron otra cosa. Un repugnante agente en aerosol llamado Kolokol-1. Un soplo de ese producto y pierdes el sentido en tres segundos.

—Me suena familiar.

—Se dice que las fuerzas especiales rusas lo utilizaron con los chechenos en 2002. Es un producto derivado del fentanilo, un potente opiáceo que se disuelve en halotano…

Pero Riggins no le prestaba atención. En cambio, masculló para sí: «Dos agentes químicos diferentes. Ambos utilizados para dejar sin sentido a sus víctimas. ¿Por qué?».

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