Capítulo 56
A diez mil metros sobre Nevada
Cuando los tres convinieron en vigilar estrechamente a Dark, Constance tuvo la idea de seguir el rastro del dinero. Transacciones realizadas con tarjetas de crédito, alquiler de coches, bares, todo. Si Dark gastaba un solo céntimo que pudiera rastrearse, ellos sabrían cuándo y dónde lo había gastado. Constance también se había encargado de organizar la vigilancia vía satélite de la casa y el coche de Dark.
Mientras tanto, Josh Banner se conectaba con una base de datos de cámaras de tráfico instaladas en West Hollywood y el aeropuerto de Los Ángeles e introducía la marca, el modelo y los números de la matrícula del coche de Dark. Pocos minutos después disponían de numerosos datos positivos, siguiendo la pista de Dark por la 405 hasta un aparcamiento, donde una transacción con tarjeta de crédito reveló que había comprado un billete para un vuelo de última hora a Las Vegas. Apenas un rápido salto sobre el desierto de Mojave.
Ahora el avión de ellos estaba descendiendo sobre el aeropuerto McCarran.
—Extraño lugar para que Dark haga una visita, ¿verdad? —preguntó Constance.
—Sí. Él no es precisamente un jugador —dijo Riggins—. Joder, siempre ponía los ojos en blanco cuando yo apostaba a los caballos.
—¿Por qué aquí, entonces? ¿Qué clase de pista tiene él que nosotros no tenemos?
—Ni idea —repuso Riggins, aunque pensaba para sí: «Porque Dark está de acuerdo con el asesino, una mujer chiflada con grandes pechos que lleva una máscara antigás. De modo que por supuesto que sabrá dónde será el siguiente golpe».
Ahora, lo único que lamentaba era no haber ordenado una vigilancia permanente sobre él desde el momento en que se había marchado de su casa de Los Ángeles. Si hubiera sido cualquier otra persona en lugar de Dark —si Riggins hubiese hecho su maldito trabajo y tratado a Dark como a una persona de interés—, entonces quizá podría haber detenido todo eso mucho antes.
—Amigos —dijo Banner mientras pulsaba las teclas de su móvil inteligente—. Creo que sé por qué está aquí.