4. OJOS BIZCOS

Pasé el resto de la tarde examinando a fondo unos documentos que no había consultado desde hacía varios meses, en un intento de identificar de una manera más exacta las hojas que Petrie había encontrado de un modo tan misterioso.

En la cocina, en medio de un gran estrépito de cacerolas, la vieja señora Dubonnet preparaba nuestra cena, tarareando alegremente una canción melancólica.

Petrie me preocupaba. Pensé en telefonear al doctor Cartier, pero acabé por abandonar la idea. Mi amigo no había logrado disimularme su enfermedad, pero él era médico y yo no. Por otra parte, yo era su invitado.

Además, sabía que la idea de que su mujer se encontrara sola en El Cairo lo atormentaba. El día anterior me había dicho: «Espero que no se le ocurra venir, a pesar de las ganas que tengo de verla». Ahora yo compartía este deseo. Su extremo estado de agotamiento era capaz de impresionar en lo más hondo a la mujer que lo quería.

Fleurette, Fleurette con su hoyuelo en la barbilla, su imagen se interpuso más de una vez entre el libro y yo. Intenté con desesperación apartar su recuerdo.

Fleurette era la amante del rico egipcio y, a pesar de su nombre, no era francesa. Tal vez fuese actriz. ¿Cómo no se me había ocurrido antes? Su hermosa voz modulada, su porte altivo. «Piense en mí como Derceto…».

«En el Byblis gigantea, según Zopf, la caza del insecto es lo más importante», leí.

No tenía más de dieciocho años… tal vez menos… Y la tarde transcurrió.

El leve zumbido del motor de Kohler y una repentina explosión de luz que inundó la colina fueron los primeros anuncios del crepúsculo. Petrie había encendido las lámparas del laboratorio.

Absorto en una obra alemana de gran interés, encendí de manera maquinal la lámpara de mi mesa. Centenares de cigarras cantaban en el jardín; una motora ronroneaba a lo lejos. La señora Dubonnet seguía canturreando. Era una apacible tarde en la Riviera.

La sombra del peñasco que dominaba Villa Jasmin se extendía poco a poco por el huerto que dominaba desde mi ventana, y pronto invadiría todo nuestro pequeño terreno. Yo continuaba estudiando, saltando de un dato a otro y consultando una y otra vez el índice. Me hallaba, por fin, en el buen camino.

No podría precisar con exactitud cuánto tiempo transcurrió entre el momento en que vi encenderse la luz en el laboratorio y aquella misteriosa y brusca interrupción.

La señora Dubonnet, en su cocina, con las ventanas herméticamente cerradas, al estilo francés, no se enteró de nada. Nunca, hasta aquel preciso momento, había oído un sonido tan difícil de definir. Y estaba escrito —el recuerdo de aquel día jamás se borraría de mi memoria— que todavía tendría que oír otro igual.

Me detuve por un momento para encender otro cigarrillo y entonces, procedente del exterior, supongo que de la carretera de la Cornisa, oí un grito sordo y agudo.

Emanaba de él un terror latente que me estremeció como una brusca amenaza. Parecía un lamento fúnebre en tres notas menores. Un disparo a bocajarro no me habría producido un efecto más terrible.

Tiré mi cigarrillo y me levanté sobresaltado.

¿Qué era aquello?

Nunca había oído cosa parecida. Pero anunciaba un peligro, un peligro inminente. Me incliné sobre la mesa para asomarme a la ventana y divisé algo.

He dicho que un rayo de luz se filtraba a través del ventanal del laboratorio y atravesaba la oscuridad. En el haz luminoso, por un breve instante se movió algo que atrajo de inmediato mi atención.

Miré…

Me contemplaban dos ojos bizcos y hundidos, en medio de un rostro amarillento de fealdad tan diabólica que, en aquel momento, y recapacitando más adelante, no daba crédito a lo que veía.

El cuerpo que sostenía aquella cabeza estaba oculto entre las tinieblas, y no logré distinguirlo. Sólo atisbé esa máscara demoniaca que me miraba fijamente y que desapareció de repente.

Mientras permanecía delante de la ventana, paralizado por el estupor y el miedo, oí unos pasos apresurados que se acercaban por el sendero que une la carretera con Villa Jasmin.

Di media vuelta y corrí hacia la galería.

Al llegar, topé con un hombre alto y delgado, con una gran profusión de cabellos grises y encrespados y unos ojos muy penetrantes. Tenía la piel curtida de los habitantes del trópico. Iba sin sombrero, pero un confortable abrigo colgaba de sus hombros como una capa. Y, sobre todo, su persona irradiaba un poder y una energía muy estimulantes.

—Deprisa —apremió con un ritmo de voz que me hizo pensar en una ametralladora—. ¿Dónde está el doctor Petrie? Me llamo Nayland Smith.

—Me alegro de verle, sir Denis —contesté, suspirando aliviado—. Precisamente el doctor me ha hablado hoy de usted. Me llamo Alan Sterling.

—Ya lo sé —dijo, estrechando brevemente mi mano—. ¿Dónde está Petrie? —repitió—. ¿Con usted?

—Está en su laboratorio, sir Denis. Le enseñaré el camino.

Sir Denis asintió y abandonamos la galería.

—¿Ha oído ese espantoso grito? —pregunté.

Se detuvo. Habíamos empezado a bajar por el sendero.

—¿Lo ha oído usted? —me espetó con ese tono de voz entrecortado.

—Sí. Nunca había oído cosa igual.

—Yo sí. ¡Deprisa!

Había algo extraño en su manera de comportarse, algo que yo relacionaba con aquel horrible lamento que me había atemorizado. Sin lugar a duda, sir Denis Nayland Smith no era un hombre impresionable y, sin embargo, aquella noche lo noté acuciado por alguna tremenda urgencia.

Me disponía a hablarle de aquel diabólico rostro amarillo cuando, al llegar frente al ventanal iluminado del laboratorio, me preguntó:

—¿Cuánto tiempo lleva Petrie encerrado allí dentro?

—Toda la tarde, dedicado por completo a su trabajo sobre esos misteriosos casos que usted quizá ya conoce.

—Sí —contestó—. Espere un momento.

Me sujetó del brazo y me apartó hacia la oscuridad. Permaneció inmóvil, escuchando algo con atención.

—¿Dónde está la puerta? —preguntó con brusquedad.

—Donde se acaba la pared.

—Muy bien.

Echó a correr y lo seguí, bordeando el ventanal iluminado. Petrie no se hallaba ante su mesa de trabajo ni en el banco. Experimenté cierto asombro unido a una sensación de angustia. Un presentimiento, un horrible presentimiento me asaltó. Penetré en el laboratorio, y sir Denis cerró la puerta detrás de mí.

—¡Dios mío! Petrie, viejo amigo…

De un salto, Nayland Smith había atravesado la habitación y se encontraba ya arrodillado junto al doctor.

Petrie yacía en la sombra del banco, con medio cuerpo debajo de este; una de sus manos extendidas agarraba todavía convulsivamente el borde.

Vi que entre sus dedos rígidos apretaba una jeringa hipodérmica. Junto a su mano había un recipiente que contenía una pequeña cantidad de un líquido blanquecino; y el tubo de polvo blanco que me había enseñado por la tarde estaba hecho añicos en el suelo, unos centímetros más lejos.

En esos breves instantes, vi, por primera y última vez, a sir Denis Nayland Smith esforzarse por vencer su emoción. Agachó la cabeza entre sus manos y hundió desesperado los dedos en su abundante cabellera.

Luego, dominados sus sentimientos, se puso en pie.

—¡Levántelo! —me indicó con la voz quebrada—. Aquí, en la luz.

Estaba aturdido. El horror y la pena formaban un nudo en mi garganta. Sin embargo, ayudé a trasladar a Petrie al centro de la habitación, a la luz de una lámpara. Una sola mirada me bastó para confirmar lo que ya sabía.

Una especie de nube invadía su frente, desde el pelo alborotado hasta las cejas.

—¡Que Dios se apiade de él! —murmuré—. Mire, mire, ¡la sombra violeta!

El regreso de Fu-Manchú
cubierta.xhtml
sinopsis.xhtml
titulo.xhtml
info.xhtml
portadilla.xhtml
Libro1-001.xhtml
Libro1-002.xhtml
Libro1-003.xhtml
Libro1-004.xhtml
Libro1-005.xhtml
Libro1-006.xhtml
Libro1-007.xhtml
Libro1-008.xhtml
Libro1-009.xhtml
Libro1-010.xhtml
Libro1-011.xhtml
Libro1-012.xhtml
Libro1-013.xhtml
Libro1-014.xhtml
Libro1-015.xhtml
Libro1-016.xhtml
Libro1-017.xhtml
Libro1-018.xhtml
Libro1-019.xhtml
Libro1-020.xhtml
Libro1-021.xhtml
Libro1-022.xhtml
Libro1-023.xhtml
Libro1-024.xhtml
Libro1-025.xhtml
Libro1-026.xhtml
Libro1-027.xhtml
Libro1-028.xhtml
Libro1-029.xhtml
Libro1-030.xhtml
Libro1-031.xhtml
Libro1-032.xhtml
Libro1-033.xhtml
Libro1-034.xhtml
Libro1-035.xhtml
Libro1-036.xhtml
Libro1-037.xhtml
Libro1-038.xhtml
Libro1-039.xhtml
Libro1-040.xhtml
Libro1-041.xhtml
Libro1-042.xhtml
Libro2-001.xhtml
Libro2-002.xhtml
Libro2-003.xhtml
Libro2-004.xhtml
Libro2-005.xhtml
Libro2-006.xhtml
Libro2-007.xhtml
Libro2-008.xhtml
Libro2-009.xhtml
Libro2-010.xhtml
Libro2-011.xhtml
Libro2-012.xhtml
Libro2-013.xhtml
Libro2-014.xhtml
Libro2-015.xhtml
Libro2-016.xhtml
Libro2-017.xhtml
Libro2-018.xhtml
Libro2-019.xhtml
Libro2-020.xhtml
Libro2-021.xhtml
Libro2-022.xhtml
Libro2-023.xhtml
Libro2-024.xhtml
Libro2-025.xhtml
Libro2-026.xhtml
Libro2-027.xhtml
Libro2-028.xhtml
Libro2-029.xhtml
Libro2-030.xhtml
Libro2-031.xhtml
Libro2-032.xhtml
Libro2-033.xhtml
Libro2-034.xhtml
Libro2-035.xhtml
Libro2-036.xhtml
Libro2-037.xhtml
Libro2-038.xhtml
Libro2-039.xhtml
Libro2-040.xhtml
Libro2-041.xhtml
Libro2-042.xhtml
Libro2-043.xhtml
Libro2-044.xhtml
Libro2-045.xhtml
Libro2-046.xhtml
Libro2-047.xhtml
Libro2-048.xhtml
Libro2-049.xhtml
Libro2-050.xhtml
Libro2-051.xhtml
Libro2-052.xhtml
Libro2-053.xhtml
Libro2-054.xhtml
Libro2-055.xhtml
Libro2-056.xhtml
Libro2-057.xhtml
Libro2-058.xhtml
Libro2-059.xhtml
Libro2-060.xhtml
Libro2-061.xhtml
Libro2-062.xhtml
Libro2-063.xhtml
Libro2-064.xhtml
Libro2-065.xhtml
Libro2-066.xhtml
Libro2-067.xhtml
Libro2-068.xhtml
Libro2-069.xhtml
Libro3-001.xhtml
Libro3-002.xhtml
Libro3-003.xhtml
Libro3-004.xhtml
Libro3-005.xhtml
Libro3-006.xhtml
Libro3-007.xhtml
Libro3-008.xhtml
Libro3-009.xhtml
Libro3-010.xhtml
Libro3-011.xhtml
Libro3-012.xhtml
Libro3-013.xhtml
Libro3-014.xhtml
Libro3-015.xhtml
Libro3-016.xhtml
Libro3-017.xhtml
Libro3-018.xhtml
Libro3-019.xhtml
Libro3-020.xhtml
Libro3-021.xhtml
Libro3-022.xhtml
Libro3-023.xhtml
Libro3-024.xhtml
Libro3-025.xhtml
Libro3-026.xhtml
Libro3-027.xhtml
Libro3-028.xhtml
Libro3-029.xhtml
Libro3-030.xhtml
Libro3-031.xhtml
Libro3-032.xhtml
Libro3-033.xhtml
Libro3-034.xhtml
Libro3-035.xhtml
Libro3-036.xhtml
Libro3-037.xhtml
Libro3-038.xhtml
Libro3-039.xhtml
Libro3-040.xhtml
Libro3-041.xhtml
Libro3-042.xhtml
Libro3-043.xhtml
Libro3-044.xhtml
Libro3-045.xhtml
Libro3-046.xhtml
Libro3-047.xhtml
Libro3-048.xhtml
Libro3-049.xhtml
Libro3-050.xhtml
Libro3-051.xhtml
Libro3-052.xhtml
autor.xhtml
notas.xhtml