VI
Ha transcurrido casi un año desde aquella noche en que por primera y ruego a Dios que por última vez me encontré cara a cara con el doctor Fu-Manchú: el mayor criminal del mundo, quizá también el mayor genio… y un hombre de palabra.
Incapaz de dar crédito a lo que estaba sucediendo, pocos minutos después de su desaparición grité el nombre de Rima.
Contestó, y su voz llegó hasta mí amortiguada desde alguna habitación de arriba. Se hallaba a salvo, pero encerrada…
Una hora después llegó Weymouth, pero Nayland Smith, por fin, había desatado los hábiles nudos del pirata.
—¡Resulta que sí era posible, Greville! ¡Pero me ha costado horrores!
Escribo estas notas finales delante de mi tienda, en el campamento que sir Lionel Barton ha levantado en el emplazamiento de la antigua Nínive. El ocaso se acerca y veo a Rima, con la cámara al hombro, bajar por la ladera.
Nos casaremos cuando regresemos a Londres.
Del doctor Fu-Manchú, Fah Lo Suee y su terrible séquito no se ha encontrado el menor rastro.
Incluso el cuerpo de Li King Su se esfumó en el aire. ¡Seis meses de búsqueda intensa a escala mundial, dirigida por Nayland Smith, no han dado resultado! «Lo tengo todo bien atado», había dicho aquel hombre extraordinario y malvado.
Unas veces dudo incluso que todo aquello sucediera. Otras me pregunto si de verdad ha terminado. Ante mí, en la caja que utilizo de escritorio, tengo una gran esmeralda engastada en una antigua sortija de plata. La recibí hace sólo un mes en un paquete enviado desde Hong Kong. No había ninguna nota en el interior…