V

—No me hace gracia dividir las fuerzas en este momento de la campaña —aseveró Nayland Smith—, pero no hay más remedio. Iba a enviarles un mensaje, Petrie, cuando usted se me ha anticipado. De hecho —miró hacia la mesa—, estaba escribiéndolo cuando el director me ha llamado. No puedo seguir actuando en solitario.

»Fletcher hará guardia. No debemos dejar a sir Lionel sin protección. Rima, por supuesto, también se quedará. No podemos pedirle otra cosa. Quiero que usted, Greville, sea mi guía. Será una expedición a la desesperada, pero existe una posibilidad de que logremos atacar por sorpresa y cortar de raíz esta plaga.

—Un momento, sir Denis —interrumpió Weymouth—. ¿Cuál es mi papel en este asunto?

Smith se volvió hacia él.

—Me encantará que venga conmigo —contestó—, aunque sus deberes actuales no lo obligan a ello.

—Gracias —dijo Weymouth con sequedad.

La vista de Smith topó con la del doctor Petrie, que lo miraba fijamente.

—Sus vacaciones empiezan el jueves que viene —dijo aquel—, e imagino que Karamaneh está deseando regresar a Londres…

Se produjo un silencio breve, tras el cual el doctor preguntó:

—¿Es su última palabra?

Nayland Smith lo agarró por los hombros impulsivamente.

—En los viejos tiempos trabajábamos codo con codo —dijo—, pero ahora no me atrevo a pedirle…

—¡No tiene que hacerlo! —declaró Petrie malhumorado—. ¡Yo también voy!

—¿Pero adónde vamos? —pregunté yo.

—A la casa que ocupa Fah Lo Suee en la actualidad.

—¿Eh? —exclamó Petrie—. ¿Y dónde está esa casa?

—Cerca del oasis de Jarya, lo que explica que Weymouth no consiguiera encontrarla.

—¡Pero si Jarya está a casi doscientos cincuenta kilómetros!

—Hay una especie de vía férrea —dije—, y un tren que pasa unas dos veces al año. Sale de alguna parte próxima a Farsut.

—No partiremos de allí —replicó Nayland Smith—, sino de Isna.

—¡Pero desde allí sólo hay un camino de caravanas impracticable! El jefe y yo lo tomamos una vez (se le metió en la cabeza trabajar allí, en el templo de Ibis), ¡y no lo olvidaré en la vida! Fuimos en camello, pues a sir Lionel le encantan estos animales. Tardamos tres días en llegar a Jarya y tres más en volver.

—¡Justo lo que quería saber! Iremos en coche.

—¡Caramba! ¡Hay unos trozos muy malos!

—Quizá, pero si Fah Lo Suee es capaz de hacerlo, nosotros también. El único coche que he encontrado es un Buick de seis años, muy deteriorado. Lo tengo aparcado en un lugar seguro. Esta mañana he ultimado los preparativos. Echen un vistazo a este mapa.

Abrió el cajón de la mesa y extrajo un plano a escala grande.

—¿Puede saberse qué vamos a hacer allí? —preguntó Weymouth.

—¡Vamos a espiar! ¡Esta noche! Tengo motivos para creer que los poderes del infierno se congregarían en Al Jarya.

El regreso de Fu-Manchú
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