III

—Cuando al fin, poniéndome a cubierto siempre que podía, me arriesgué a acercarme a la boca del pozo (que, según descubrí entonces, es un túnel largo y en pendiente), los dacoits ya me llevaban mucha ventaja. Sólo alcanzaba a ver la luz en movimiento de la linterna.

»Me detuve, me tendí a la entrada y miré hacia abajo, sin saber qué hacer a continuación. Por un instante, se me ocurrió la terrible idea de que iban a enterrarlo… ¡Vivo! Pensé en regresar corriendo al campamento para pedir ayuda, pues yo sólo era uno y no tenía ni idea de cuántos eran los enemigos. Por fortuna, se impuso una segunda reflexión, más sensata. Sir Lionel estaba vivo y ellos necesitaban cierta información que él poseía…

»Acerca del pozo de Lafleur, apenas sabía nada. De lo poco que había oído sobre su historia, deduje que se trataba de una zanja abandonada que se interrumpía a unos doce metros por debajo del nivel de la altiplanicie.

»Aguardé hasta que me pareció oportuno arriesgarme a descender hasta la primera curva. Hacía calor y reinaba un silencio estremecedor. No veía luz ante mí ni oía sonido alguno. Mi perplejidad iba en aumento. ¿Adónde habían ido? ¿Qué se proponían?

»Arriesgándolo todo, iluminé por un momento la pendiente y vi un túnel abrupto que terminaba en otra curva. Empecé a bajar. A veces resbalaba y me detenía a escuchar… Ni el menor ruido. Descendí aún más. El pozo de Lafleur, deduje, trazaba una especie de Z inclinada. Al fin llegué a un hoyo profundo. La linterna me reveló que en el interior había una escalera de mano. Me detuve en la oscuridad, de nuevo a la escucha. No oí nada.

»Sirviéndome de la linterna con precaución, me coloqué en lo alto de la escalera y empecé a descender. En un montón irregular de piedras situado en la base me detuve. De acuerdo con mis escasos informes, aquel era el final del pozo de Lafleur. ¡Estaba vacío! ¿Dónde se habían metido los dacoits?

»Sabía, por experiencias anteriores, que esos birmanos fibrosos y pequeños son fuertes como gorilas y que uno de ellos bien podía bajar por la escalerilla con un hombre tan pesado como sir Lionel a hombros. Pero ¿adónde habían ido?

»Tras un examen concienzudo, descubrí un hueco desigual en una pared del pozo donde me hallaba. Entré a tientas y fui a parar a un pasaje descendente que más o menos avanzaba paralelo al final de la Z del pozo de Lafleur, pero tallado en roca viva y, a todas luces, muy antiguo. Bastante más abajo, a mi derecha, se encendió una luz tenue. Volví a quedarme quieto, aguzando el oído. Voces; a continuación un gran estrépito. Descendí con sigilo. Llegué a una segunda escalera y al mirar arriba vi las estrellas. ¡Estaba en la excavación de Barton! Empecé a entrever la verdad. Bajé un poco más y me tendí en el pasaje a observar.

»¡A la luz de varias linternas, descubrí a un grupo de hombres medio desnudos que se afanaban por abrir un agujero en la pared! ¡Obedecían las órdenes de una mujer! Oí su voz, una voz inolvidable, cristalina…

—¡Madame Ingomar! —exclamé nervioso a la vez que me levantaba de un salto y clavaba la vista en sir Denis.

—Sin duda, Fah Lo Suee. Estaba interrogando a Barton, que yacía en el pasaje. ¡Y Barton le contestaba!

El regreso de Fu-Manchú
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