Los atributos comunes de la civilización
Algunos estadounidenses han promovido el multiculturalismo dentro de su país; otros han promovido el universalismo fuera de él; y los hay que han hecho ambas cosas. El multiculturalismo dentro del país amenaza a los Estados Unidos y a Occidente; el universalismo fuera de él amenaza a Occidente y al mundo. Ambos niegan la unicidad de la cultura occidental. Los monoculturalistas a escala mundial pretenden hacer el mundo como Estados Unidos. Los multiculturalistas quieren hacer Estados Unidos como el mundo. Un norteamericano multicultural es imposible porque unos Estados Unidos no occidentales no son estadounidenses. Un mundo multicultural es inevitable porque un imperio planetario es imposible. La preservación de los Estados Unidos y de Occidente requiere la renovación de la identidad occidental. La seguridad del mundo requiere la aceptación de la multiculturalidad a escala planetaria.
La vacuidad del universalismo occidental y la realidad de la diversidad cultural a escala mundial, ¿conducen inevitable e irrevocablemente al relativismo moral y cultural? Si el universalismo legitima el imperialismo, ¿el relativismo legitima la represión? Una vez más, la respuesta a estas preguntas es sí y no. Las culturas son relativas; la moralidad es absoluta. Las culturas, como ha sostenido Michael Walzer, son «densas»; prescriben instituciones y modelos de conducta para guiar a los seres humanos por los caminos correctos en una sociedad particular. Sin embargo, por encima de esta moralidad maximalista, superándola y naciendo al mismo tiempo de ella, hay una moralidad minimalista, «tenue», que incorpora «características reiteradas de las moralidades densas o maximalistas particulares». Los conceptos morales mínimos de verdad y justicia se encuentran en todas las moralidades densas y no se pueden separar de ellas. También hay mínimos «mandatos [morales] negativos, muy probablemente normas contra el asesinato, el engaño, la tortura, la opresión y la tiranía». Lo que la gente comparte es «más el sentido de un enemigo [o mal] común que la adhesión a una cultura común». La sociedad humana es «universal porque es humana, particular porque es una sociedad». A veces caminamos con otros; la mayor parte del tiempo caminamos solos.19 Sin embargo, de la común condición humana se deriva una moralidad mínima «tenue», y «las disposiciones universales» se encuentran en todas las culturas.20 En lugar de promover las características supuestamente universales de una civilización, los requisitos de la convivencia cultural exigen investigar lo que es común a la mayoría de las civilizaciones. En un mundo de múltiples civilizaciones, la vía constructiva es renunciar al universalismo, aceptar la diversidad y buscar atributos comunes.
Un esfuerzo oportuno por identificar tales atributos comunes en un lugar muy pequeño tuvo lugar en Singapur a principios de los años noventa. La población de Singapur se compone aproximadamente por un 76 % de chinos, un 15 % de malayos y musulmanes y un 6 % de sikhs e hinduistas indios. En el pasado, el gobierno ha intentado promover «valores confucianos» entre su pueblo, pero también ha insistido en que todos sean educados en inglés y hablen esta lengua con soltura. En enero de 1989, el presidente Wee Kim Wee, en su alocución de apertura del Parlamento señalaba la importante medida en que los 2,7 millones de habitantes de Singapur habían experimentado influencias culturales foráneas llegadas de Occidente que les habían «puesto en íntimo contacto con nuevas ideas y tecnologías del exterior», pero que les habían «expuesto también» «a valores y estilos de vida extraños». «Las ideas asiáticas tradicionales de moralidad, deber y sociedad que nos han sostenido en el pasado», advertía, «están dando paso a una visión de la vida más occidentalizada, individualizada y centrada en el yo.» Es necesario, afirmaba, identificar los valores fundamentales que las diferentes colectividades étnicas y religiosas de Singapur tenían en común y «que captan la esencia de lo que es ser de Singapur».
El presidente Wee señalaba cuatro de esos valores: «situar la sociedad por encima del yo, defender la familia como la piedra angular fundamental de la sociedad, resolver los problemas importantes mediante el consenso y no la contienda, y subrayar la tolerancia y la armonía racial y religiosa». Su discurso generó una amplia discusión sobre los valores de los habitantes de Singapur y, dos años después, un Libro Blanco que exponía la postura del gobierno. El Libro Blanco suscribía los cuatros valores indicados por el presidente, pero añadía un quinto en apoyo del individuo, en buena medida debido a la necesidad de subrayar la prioridad del mérito individual en la sociedad de Singapur, en contraste con los valores confucianos de jerarquía y familia, que podían llevar al nepotismo. El Libro Blanco definía así los «valores comunes» de los habitantes de Singapur:
La nación antes que la colectividad [étnica], y la sociedad por encima del yo.
La familia como la célula básica de la sociedad.
Atención y apoyo de la colectividad al individuo.
Consenso en lugar de contienda.
Armonía racial y religiosa.
Aunque mencionaba la adhesión de Singapur a la democracia parlamentaria y a la perfección en el gobierno, la declaración de valores comunes excluía explícitamente de su esfera los valores políticos. El gobierno subrayaba que Singapur era «en aspectos fundamentales una sociedad asiática» y debía seguir siéndolo. «Los habitantes de Singapur no son estadounidenses ni anglosajones, aunque puedan hablar inglés y vestir ropa occidental. Si a la larga los ciudadanos de Singapur no se pudieran distinguir de los estadounidenses, británicos o australianos, o, peor aún, se convirtieran en una mala imitación de ellos [esto es, en un país desgarrado], perderíamos nuestra ventaja sobre estas sociedades occidentales, que nos permite mantener lo nuestro en el plano internacional.»21
El proyecto de Singapur era un esfuerzo ambicioso e inteligente por definir una identidad cultural de Singapur que sus colectividades étnicas y religiosas compartían y que les distinguía de Occidente. Ciertamente, una declaración de valores occidentales, y particularmente estadounidenses, daría mucho más peso a los derechos del individuo en comparación con los de la colectividad, a la libertad de expresión y a la verdad que surge de la pugna de ideas, a la participación y competencia políticas y al imperio de la ley en contraste con el imperio de gobernantes expertos, sabios y responsables. Pero, aun así, aunque pudieran complementar los valores de Singapur y darles una prioridad algo menor, pocos occidentales rechazarían esos valores como indignos. Al menos en un nivel básico de moralidad «tenue», existen algunas coincidencias entre Asia y Occidente. Además, como muchos han señalado, sea cual sea el grado en que las principales religiones del mundo -cristianismo, ortodoxia, hinduismo, budismo, islam, confucianismo, taoísmo, judaísmo- dividan al género humano, también comparten valores clave. Si los seres humanos llegan alguna vez a crear una civilización universal, ésta surgirá gradualmente mediante el examen y expansión de estos elementos comunes. Así, además de la norma de abstención y de mediación conjunta, la tercera norma para la paz en un mundo multicivilizatorio es la norma de los atributos comunes: los pueblos de todas las civilizaciones deben buscar e intentar ampliar los valores, instituciones y prácticas que tienen en común con los pueblos de otras civilizaciones.
Este esfuerzo contribuiría, no sólo a limitar el choque de las civilizaciones, sino también a fortalecer la civilización en singular. La civilización en singular presumiblemente hace referencia a una mezcla compleja de grados superiores de moralidad, religión, saber, arte, filosofía, tecnología, bienestar material y, probablemente, otras cosas. Obviamente, estos ámbitos no cambian necesariamente de grado a la vez. Sin embargo, los investigadores determinan fácilmente, en la historia de las civilizaciones, puntos altos y bajos a escala de civilización. La pregunta, entonces, es ésta: ¿cómo se puede registrar en un gráfico los altos y bajos de la evolución de la civilización humana? ¿Existe una tendencia general a lo largo de los siglos, que trascienda las civilizaciones individuales, hacia niveles superiores de civilización? Si existe tal tendencia, ¿es producto de los procesos de modernización que incrementan el control de los seres humanos sobre su entorno y, por tanto, generan grados cada vez más altos de perfeccionamiento tecnológico y de bienestar material? En la época contemporánea, ¿es, pues, un nivel superior de modernidad requisito previo de un nivel superior de civilización? ¿O el nivel de civilización varía ante todo dentro de la historia de cada civilización?
Esta cuestión es otra manifestación del debate sobre la naturaleza lineal o cíclica de la historia. Cabe pensar que la modernización y la evolución moral humana, producidas por una mayor educación, conciencia y comprensión de la sociedad humana y de su entorno natural, producen un movimiento sostenido hacia niveles cada vez más altos de civilización. Otra posibilidad es que los niveles de civilización simplemente reflejen fases de la evolución de las civilizaciones. Cuando las civilizaciones aparecen por primera vez, su gente es habitualmente vigorosa, dinámica, cruel, brutal, móvil y expansionista. Está relativamente incivilizada. A medida que la civilización evoluciona, se hace más sedentaria y desarrolla las técnicas y habilidades que la hacen más civilizada. Cuando la competencia entre sus elementos constituyentes va disminuyendo y aparece un Estado universal, la civilización alcanza su nivel más alto de civilización, su «edad dorada», con un florecimiento de la moralidad, el arte, la literatura, la filosofía, la tecnología y la capacidad militar, económica y política. Cuando empieza a decaer como civilización, su nivel de civilización también declina hasta que desaparece ante el embate de una civilización diferente que se presenta con un nivel también bajo de civilización.
La modernización generalmente ha elevado el nivel material de civilización en todo el mundo. Pero, ¿ha elevado también sus dimensiones morales y culturales? En algunos aspectos parece que sí. La esclavitud, la tortura, los malos tratos crueles a los individuos se han ido haciendo cada vez menos aceptables en el mundo contemporáneo. Sin embargo, ¿se debe esto simplemente a la influencia de la civilización occidental en las demás culturas, y, por tanto, se producirá una marcha atrás moral a medida que el poder occidental decaiga? En los años noventa existen muchas pruebas de un quebrantamiento de la ley y el orden a escala mundial, de Estados debilitados y de una anarquía cada vez mayor en muchas partes del mundo, de una ola de crímenes a nivel planetario, de mafias internacionales y de cárteles de droga, de una creciente drogadicción en muchas sociedades, de un debilitamiento generalizado de la familia, de un descenso de la confianza y la solidaridad social en muchos países, de violencia étnica, religiosa y de civilización, y del imperio de las armas que predomina en gran parte del mundo. En una ciudad tras otra -Moscú, Rio de Janeiro, Bangkok, Shanghai, Londres, Roma, Varsovia, Tokio, Johannesburgo, Delhi, Karachi, El Cairo, Bogotá, Washington-, el crimen parecía estar extendiéndose rápidamente, y los elementos básicos de la civilización, desvaneciéndose. La gente hablaba de una crisis planetaria de autoridad. El desarrollo de empresas internacionales productoras de bienes económicos se vio igualado cada vez más por el de organizaciones internacionales como mafias criminales, cárteles de droga y bandas terroristas que atacaban violentamente la civilización. Ley y orden es el primer requisito para que la civilización exista, y en gran parte del mundo -África, Latinoamérica, la antigua Unión Soviética, sur de Asia, Oriente Próximo y Medio- parecía estar esfumándose, al tiempo que se veía sometida a serios ataques en China, Japón y Occidente. A escala mundial, parecía que, en muchos aspectos, la civilización estaba cediendo ante la barbarie, lo cual generaba la imagen de un fenómeno sin precedentes, el de una Edad Oscura universal que podía caer sobre la humanidad.
En los años cincuenta, Lester Pearson advertía que los seres humanos estaban entrando en «una época en la que las diferentes civilizaciones tendrían que aprender a convivir en intercambio pacífico, aprendiendo unas de otras, estudiando cada una la historia e ideales, el arte y la cultura de las demás y enriqueciendo unas las vidas de las otras. La alternativa, en este pequeño mundo superpoblado, es el malentendido, la tensión, el choque y la catástrofe».22 El futuro de la paz y de la civilización depende de la comprensión y cooperación entre los líderes políticos e intelectuales de las principales civilizaciones del mundo En el choque de civilizaciones, Europa y los Estados Unidos pueden permanecer asociados o no En el choque máximo, el «verdadero choque» a escala planetaria, entre civilización y barbarie, también las grandes civilizaciones del mundo, con sus ricas realizaciones en el ámbito de la religión, el arte, la literatura, la filosofía, la ciencia, la tecnología, la moralidad y la compasión, pueden asociarse o seguir separadas En la época que está surgiendo, los choques de civilizaciones son la mayor amenaza para la paz mundial, y un orden internacional basado en las civilizaciones es la protección más segura contra la guerra mundial