Cultura y cooperación económica
A principios de los años noventa se oyó hablar mucho de regionalismo y de la regionalización de la política global. Los conflictos regionales reemplazaron al conflicto planetario en la lista de temas relativos a la seguridad en el mundo. Las grandes potencias, como Rusia, China y los Estados Unidos, y también potencias secundarias, como Suecia y Turquía, redefinieron sus intereses en materia de seguridad desde una perspectiva explícitamente regional. El comercio dentro de las regiones se expandió más rápidamente que el comercio entre ellas, y muchos previeron la aparición de varios bloques económicos regionales: europeo, norteamericano, asiático oriental y quizá otros.
El término «regionalismo», sin embargo, no designa adecuadamente lo que está sucediendo. Las regiones son realidades geográficas, no políticas ni culturales. Como ocurre con los Balcanes u Oriente Próximo y Oriente Medio, pueden estar divididas por conflictos entre civilizaciones e internos a las civilizaciones. Las regiones sólo son una base para la cooperación entre los Estados en la medida en que la geografía coincide con la cultura. Separada de la cultura, la propincuidad no genera coincidencia, y puede fomentar justamente lo contrario. Las alianzas militares y las asociaciones económicas requieren cooperación entre sus miembros, la cooperación depende de la confianza, y la confianza brota muy fácilmente de los valores y la cultura comunes. En consecuencia, aunque la época y la finalidad también pueden desempeñar un papel, la eficacia global de las organizaciones regionales varía comúnmente en proporción inversa a la diversidad de las civilizaciones a las que pertenecen sus miembros. Por lo general, las organizaciones de una sola civilización hacen y consiguen más cosas que las organizaciones donde están representadas múltiples civilizaciones. Esto es verdad tanto de las organizaciones políticas y de seguridad, por un lado, como de las organizaciones económicas, por el otro.
El éxito de la OTAN se ha debido en gran parte al hecho de que es la organización central de seguridad de unos países occidentales con valores y presupuestos filosóficos comunes. La Unión Europea Occidental es el producto de una cultura europea común. La Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa, en cambio, incluye a países de al menos tres civilizaciones con valores e intereses completamente diferentes que plantean obstáculos importantes a que la organización desarrolle una identidad institucional significativa y una gama amplia de actividades importantes. La Comunidad Caribeña (CARICOM), organización de una sola civilización, compuesta por trece antiguas colonias británicas anglohablantes, ha generado una amplia variedad de acuerdos de cooperación, propiciando una cooperación más intensa entre algunos grupos menores. Sin embargo, los esfuerzos por crear organizaciones caribeñas más amplias, que superen la línea de fractura anglo-hispánica en el Caribe, han fracasado siempre. Así mismo, la Asociación del Sudeste Asiático para la Cooperación Regional, constituida en 1985 y que incluye a siete Estados hinduistas, musulmanes y budistas, ha sido casi totalmente ineficaz, hasta el punto de no poder celebrar reuniones.3
La relación de la cultura con el regionalismo se evidencia de la forma más clara en el ámbito de la integración económica. De menor a mayor grado de integración, los cuatro niveles reconocidos de asociación económica entre países son:
1. zona de libre comercio,
2. unión aduanera,
3. mercado común,
4. unión económica.
La Unión Europea ha avanzado por el camino de la integración con un mercado común y muchos elementos de una unión económica. En 1994, los países relativamente homogéneos del Mercosur y del Pacto Andino estaban en vías de establecer uniones aduaneras. En Asia, la ASEAN, organización que integra múltiples civilizaciones, sólo en 1992 empezó a orientarse hacia la creación de una zona de libre comercio. Otras organizaciones económicas con representantes de distintas civilizaciones acumulaban un retraso mayor, incluso. En 1995, con la excepción marginal del NAFTA (Acuerdo de Libre Comercio Norteamericano), ninguna de tales organizaciones había creado una zona de libre comercio, y mucho menos una forma más amplia de integración económica.
En Europa Occidental y Latinoamérica, las coincidencias en el ámbito de la civilización fomentan la cooperación y la organización regional. Los europeos occidentales y los latinoamericanos tienen mucho en común. En el este asiático existen cinco civilizaciones (seis si incluimos a Rusia). Por consiguiente, el este asiático es el campo de pruebas para desarrollar organizaciones significativas no enraizadas en una civilización común. A principios de los años 90, no existía en el este de Asia ninguna organización de seguridad o alianza militar multilateral semejante a la OTAN. En 1967 se había creado una organización regional con Estados miembros representantes de diversas civilizaciones, uno sínico, dos musulmanes, uno budista y uno cristiano, todos ellos enfrentados a amenazas activas de las sublevaciones comunistas y de otras potenciales procedentes de Vietnam del Norte y China.
La ASEAN se cita a menudo como ejemplo de organización multicultural eficaz. Sin embargo, es un ejemplo de los límites de tales organizaciones. No es una alianza militar. Aunque sus miembros a veces cooperan militarmente de forma bilateral, todos están incrementando sus presupuestos militares y aumentan su potencial militar, hecho que contrasta llamativamente con las reducciones que están llevando a cabo los países de Europa Occidental y Latinoamérica. En el ámbito económico, la ASEAN se proyectó desde el principio para alcanzar «una cooperación económica, más que una integración económica», y, en consecuencia, el regionalismo se ha desarrollado a un «ritmo modesto» y ni siquiera se considera la posibilidad de una zona de libre comercio hasta el siglo xxi.4 En 1978, la ASEAN creó las Conferencias Posministeriales, en las que sus ministros de Asuntos Exteriores podían reunirse con los de sus «interlocutores»: los Estados Unidos, Japón, Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Corea del Sur y la Comunidad Europea. Sin embargo, la Conferencia ha sido principalmente un foro para conversaciones bilaterales y ha sido incapaz de ocuparse de «ningún problema importante de seguridad».5 En 1993, la ASEAN generó un escenario aún más amplio, el Foro Regional de la ASEAN, que incluía a sus miembros e interlocutores, más Rusia, China, Vietnam, Laos y Papúa-Nueva Guinea. Sin embargo, como su nombre indica, esta organización era un lugar para el diálogo colectivo, no para la acción colectiva. Los miembros utilizaron su primera reunión en julio de 1994 para «airear sus opiniones sobre los problemas regionales en materia de seguridad», pero se evitaron las cuestiones controvertidas porque, como comentó un portavoz, si se hubieran planteado, «los participantes afectados hubieran comenzado a atacarse unos a otros».6 La ASEAN y su descendencia evidencian las limitaciones inherentes a las organizaciones regionales donde están representadas múltiples civilizaciones.
Sólo surgirán organizaciones regionales importantes en el este asiático si hay una coincidencia cultural asiático-oriental suficiente que las sustente. Las sociedades del este asiático sin duda tienen en común algunas cosas que las diferencian de Occidente. El Primer ministro de Malaisia, Mahathir Mohammad, afirma que estos elementos comunes proporcionan una base para la asociación, y sobre esta base ha promovido la creación de la Conferencia Económica del Este Asiático (CEEA). Esta organización incluiría a los países de la ASEAN, Birmania, Taiwán, Hong Kong, Corea del Sur y, muy importante, China y Japón. Mahathir sostiene que la CEEA está enraizada en una cultura común. Se debe considerar, «no simplemente un grupo geográfico, porque está en el este asiático, sino también un grupo cultural. Aunque los asiáticos orientales pueden ser japoneses, coreanos o indonesios, culturalmente guardan ciertas semejanzas. (…) Los europeos se reúnen y los americanos se reúnen. Nosotros, los asiáticos, debemos reunimos también». La finalidad de esta organización es, como dijo uno de los colaboradores de Mahathir, aumentar «el comercio regional entre países con elementos comunes aquí en Asia».7
Así, la premisa subyacente de la CEEA es que la economía sigue a la cultura. Australia, Nueva Zelanda y los Estados Unidos quedan excluidos de la organización porque culturalmente no son asiáticos. Sin embargo, el éxito de la CEEA depende fundamentalmente de la participación de Japón y China. Mahathir ha suplicado a los japoneses que ingresen en ella. «Japón es asiático. Japón pertenece al este de Asia», dijo ante un público japones. «No pueden ignorar este hecho geocultural. Ustedes pertenecen aquí.»8 Sin embargo, el gobierno japonés era reacio a alistarse en la CEEA, en parte por miedo a ofender a los Estados Unidos y en parte porque estaba dividido acerca de si debía identificarse con Asia. Si Japón se unía a la CEEA, la dominaría, lo que probablemente provocaría temor e incertidumbre entre los demás miembros, así como un intenso antagonismo por parte de China. Durante varios años hubo numerosas conversaciones sobre la creación por parte de Japón de un «bloque yen» asiático para contrapesar a la Unión Europea y el NAFTA. Sin embargo, Japón es un país aislado, con pocas conexiones culturales con sus vecinos, y en 1995 aún no se había materializado ningún bloque yen.
Mientras la ASEAN se movía lentamente, el «bloque yen» seguía siendo un sueño, Japón dudaba y la CEEA no acababa de despegar, la interacción en el este de Asia, sin embargo, se incrementaba de forma espectacular. Esta expansión estaba enraizada en los vínculos culturales entre las colonias de chinos del este asiático. Dichos vínculos dieron lugar a una «continuada integración informal» de una economía internacional de base china, semejante en muchos aspectos a la liga hanseática, y «que quizá lleve a un mercado común chino de facto»9 (véanse págs. 200-208). En el este asiático, como en otros lugares, la coincidencia cultural ha sido el requisito previo para una integración económica significativa.
El final de la guerra fría estimuló los esfuerzos por crear organizaciones económicas regionales nuevas y por revivir otras antiguas. El éxito de estos esfuerzos ha dependido fundamentalmente de la homogeneidad cultural de los Estados implicados. El plan de Shimon Peres de 1994 para crear un mercado común de Oriente Próximo y Oriente Medio es probable que por algún tiempo siga siendo un «espejismo del desierto»: «El mundo árabe», comentaba un portavoz árabe, «no tiene necesidad de una institución ni de un banco de fomento en el que participe Israel».10 La Asociación de Estados Caribeños, creada en 1994 para unir la CARICOM con Haití y los países de habla hispana de la región, presenta pocos signos de superar las diferencias lingüísticas y culturales de sus diversos miembros, la insularidad de las antiguas colonias británicas y su orientación absolutamente predominante hacia los Estados Unidos.11 Los esfuerzos en los que participaban organizaciones más homogéneas culturalmente, por otra parte, iban haciendo progresos. Aunque separadas según criterios de subcivilización, Paquistán, Irán y Turquía revitalizaron en 1985 la moribunda Cooperación Regional para el Desarrollo que habían fundado en 1977, y le dieron el nombre nuevo de Organización de Cooperación Económica (OCE). Posteriormente se alcanzaron acuerdos en materia de reducción de aranceles, entre otras medidas diversas, y en 1992 el número de miembros de la OCE se amplió con la admisión de Afganistán y las seis antiguas repúblicas soviéticas musulmanas. Mientras tanto, en 1991 las cinco antiguas repúblicas soviéticas del Asia Central llegaban a un acuerdo de principio para crear un mercado común, y en 1994 los dos Estados mayores, Uzbekistán y Kazajstán, firmaron un acuerdo que permitía la «libre circulación de bienes, servicios y capitales» y coordinaba sus políticas fiscal, monetaria y arancelaria. En 1991, Brasil, Argentina, Uruguay y Paraguay se unieron en Mercosur con el objetivo de saltarse las etapas previas de la integración económica, y para 1995 estaba ya en vigor una unión aduanera parcial. En 1990, el Mercado Común Centroamericano, anteriormente estancado, estableció una zona de libre comercio, y en 1994 el Grupo Andino, antes igualmente pasivo, estableció una unión aduanera. En 1992, los países de Visegrado (Polonia, Hungría, la República Checa y Eslovaquia) acordaron establecer una Zona de Libre Comercio Centroeuropea y en 1994 aceleraron el calendario para su realización.12
La expansión comercial sigue a la integración económica, y durante los años ochenta y principios de los noventa el comercio intrarregional se fue haciendo cada vez más importante con relación al comercio interregional. El comercio dentro de la Comunidad Europea constituía el 50,6 % del comercio total de la comunidad en 1980 y en 1989 había crecido hasta el 58,9 %. Desplazamientos parecidos hacia el comercio regional tuvieron lugar en Norteamérica y el este de Asia. En Latinoamérica, la creación de Mercosur y la reavivación del Pacto Andino estimuló un gran aumento del comercio intralatino americano a principios de los noventa: entre 1990 y 1993, el comercio entre Brasil y Argentina se triplicó y el de Colombia con Venezuela se cuadruplicó. En 1994, Brasil reemplazó a los Estados Unidos como principal socio comercial de Argentina. La creación del NAFTA se vio acompañada, igualmente, por un importante incremento del comercio entre México y los Estados Unidos. El comercio dentro de Asia Oriental también creció más rápidamente que el comercio extrarregional, pero la tendencia de Japón a mantener sus mercados cerrados seguía dificultando su expansión. El comercio entre los países de la zona cultural china (ASEAN, Taiwán, Hong Kong, Corea del Sur y China), por otro lado, se incrementó, de menos del 20 % de su comercio total en 1970, a casi el 30 % del total en 1992, al tiempo que la proporción de Japón en su comercio bajaba del 23 al 13 %. En 1992, las exportaciones de la zona china realizadas a países de dicha zona excedieron tanto sus exportaciones a los Estados Unidos como sus exportaciones combinadas a Japón y a la Comunidad Europea.13
Dada su condición de sociedad y civilización única en sí misma, Japón afronta dificultades a la hora de desarrollar sus vínculos económicos con Asia Oriental y al tratar sus diferencias económicas con los Estados Unidos y Europa. Por fuertes que puedan ser los lazos comerciales y de inversión que Japón pueda anudar con otros países del este de Asia, sus diferencias culturales respecto a dichos países, y particularmente respecto a sus elites económicas, en gran parte chinas, le impide crear un agrupamiento económico regional, bajo guía japonesa, semejante al NAFTA o la Unión Europea. Al mismo tiempo, sus diferencias culturales con Occidente exacerban los malentendidos y el antagonismo en sus relaciones económicas con los Estados Unidos y Europa. Si, como parece ser el caso, la integración económica depende de la coincidencia cultural, Japón como país culturalmente aislado podría tener un futuro económicamente solitario.
En el pasado, las pautas de comercio entre naciones han seguido en paralelo los tipos de alianza entre naciones.14 En el mundo que está surgiendo, las modalidades de comercio estarán influidas decisivamente por los tipos de cultura. Los hombres de negocios hacen tratos con gente a la que entienden y en la que pueden confiar; los Estados ceden soberanía a asociaciones internacionales formadas por Estados de espíritu afín, a los que entienden y en quienes confían. Las raíces de la cooperación económica están en la coincidencia cultural.