Civilización Universal: Significados

Algunas personas afirman que esta época está siendo testigo del nacimiento de lo que V.S. Naipaul llamó una «civilización universal».' ¿Qué significa esa expresión? La idea implica, en general, la confluencia de la humanidad y la creciente aceptación de valores, creencias, orientaciones, prácticas e instituciones comunes por pueblos y personas de todo el mundo. Más concretamente, la idea puede denotar cosas profundas pero que no hacen al caso, algunas que hacen al caso pero no son profundas y otras, finalmente, que no hacen al caso y además son superficiales.

En primer lugar, los seres humanos comparten, en prácticamente todas las sociedades, ciertos valores básicos, como que el asesinato es malo, y ciertas instituciones básicas, como alguna forma de familia. La mayoría de las personas en la mayoría de las sociedades tienen un «sentido moral» semejante, una «tenue» moralidad mínima de conceptos básicos acerca de lo que está bien y está mal.2 Si es esto lo que se quiere decir con «civilización universal», es profundo y a la vez profundamente importante, pero, no es algo nuevo ni hace al caso. Si los seres humanos han compartido unos pocos valores e instituciones fundamentales a lo largo de la historia, esto puede explicar algunas constantes de la conducta humana, pero no puede iluminar ni explicar la historia, puesto que se basa en los cambios de la conducta humana. Además, si existe una civilización universal común a toda la humanidad, ¿que término podemos usar para denominar los principales agrupamientos culturales de la humanidad que no sea «la raza humana»? La humanidad se divide en subgrupos: tribus, naciones y entidades culturales más amplias llamadas normalmente civilizaciones. Si el término «civilización» se eleva y restringe a lo que es común a la humanidad como un todo, o hemos de inventar un nuevo término para referirnos a los agrupamientos culturales humanos más amplios, pero inferiores a la humanidad global, o tenemos que dar por sentado que esos vastos agrupamientos de amplitud inferior a la de la humanidad se están esfumando. Vaclav Havel, por ejemplo, ha afirmado que «ahora vivimos en una única civilización planetaria», que, sin embargo, «no es más que un tenue barniz» que «cubre u oculta la inmensa variedad de culturas, de pueblos, de mundos religiosos, de tradiciones históricas y de actitudes forjadas históricamente, todas ellas en cierto sentido "subyacentes tras" él».3 Sin embargo, restringiendo el uso de «civilización» al plano mundial y designando como «culturas» o «subcivilizaciones» esas entidades culturales más amplias que a lo largo de la historia siempre se han llamado «civilizaciones», lo único que se consigue es confusión semántica.*

En segundo lugar, la expresión «civilización universal» se podría usar para aludir a lo que tienen en común las sociedades civilizadas, como, por ejemplo, ciudades y capacidad de leer y escribir, lo que las distingue de las sociedades primitivas y de los bárbaros. Por supuesto, éste es el significado que tenía el término en singular en el siglo xviii, y en este sentido está surgiendo una civilización universal, para horror de antropólogos diversos y de otras personas que asisten consternados a la desaparición de pueblos primitivos. La civilización en este sentido se ha ido extendiendo poco a poco a lo largo de la historia humana, y la difusión de la civilización en singular ha sido perfectamente compatible con la existencia de muchas civilizaciones en plural.

En tercer lugar, la expresión «civilización universal» se puede referir a los supuestos, valores y doctrinas que comparte actualmente mucha gente en la civilización occidental y algunas personas en otras civilizaciones. A esto se le podría llamar la cultura Davos. Cada año, aproximadamente un millar de hombres de negocios, banqueros, funcionarios estatales, intelectuales y periodistas de decenas de países se reúnen en Davos, Suiza, en el Foro Económico Mundial. Casi todas estas personas tienen titulación universitaria en ciencias de la naturaleza, ciencias sociales, empresariales o derecho, trabajan con palabras y/o números, hablan con razonable fluidez el inglés, están contratadas por organismos oficiales, empresas e instituciones académicas con amplias relaciones internacionales, y viajan con frecuencia fuera de sus respectivos países. Por lo general comparten creencias en el individualismo, la economía de mercado y la democracia política, que también son comunes entre las personas de la civilización occidental. Estas personas de Davos controlan prácticamente todas las instituciones internacionales, muchas de las administraciones estatales del mundo y la mayor parte del potencial económico y militar del mundo. La cultura Davos, por tanto, es tremendamente importante. Pero, ¿cuánta gente en todo el mundo comparte dicha cultura? Fuera de Occidente, probablemente menos de 50 millones de personas, o sea, menos de un 1 % de la población mundial; quizá, tan sólo una décima parte del 1 % de dicha población. Dista de ser una cultura universal, y los líderes que comparten la cultura Davos no cuentan necesariamente con un control seguro del poder en sus propias sociedades. Esta «cultura intelectual común», como ha señalado Hedley Bull, «sólo existe en el plano de las élites: sus raíces son superficiales en muchas sociedades… [y] no es nada seguro que, incluso en el ámbito diplomático, abarque lo que se llamó una cultura moral común o un conjunto de valores comunes, peculiares de una cultura intelectual común».4

En cuarto lugar, se sostiene que la difusión a escala mundial de las pautas de consumo y la cultura popular occidentales está creando una civilización universal. Este argumento ni es profundo ni hace al caso. Las novedades culturales se han transmitido de una civilización a otra a lo largo de la historia. Las innovaciones en una civilización son asumidas ordinariamente por las demás. Sin embargo dichas innovaciones son, o técnicas carentes de consecuencias culturales significativas, o modas pasajeras que vienen y se van sin alterar la cultura subyacente de la civilización receptora. Estas importaciones «prenden» en la civilización receptora, bien porque son exóticas bien porque son impuestas. En siglos anteriores, el mundo occidental se vio arrastrado periódicamente por el entusiasmo ante diversos artículos de la cultura china o hindú. En el siglo xix, las importaciones culturales de Occidente se hicieron populares en China e India porque parecían reflejar el poder occidental. Ahora bien, el argumento de que la difusión de la cultura pop y de bienes de consumo por todo el mundo representa el triunfo de la civilización occidental trivializa la cultura occidental. La esencia de la civilización occidental es la Carta Magna y no el Big Mac. El hecho de que los no occidentales puedan zamparse éste no tiene consecuencias a la hora de que acepten o dejen de aceptar la Carta Magna.

Tampoco tiene consecuencias en sus actitudes respecto a Occidente. En un lugar cualquiera de Oriente Próximo u Oriente Medio, media docena de jóvenes podrían perfectamente vestir vaqueros, beber Coca-Cola, escuchar rap y, entre inclinación e inclinación hacia La Meca, montar una bomba para hacer estallar un avión estadounidense de pasajeros. Durante los años setenta y ochenta, los norteamericanos consumieron millones de coches, televisores, cámaras y artilugios electrónicos japoneses sin ser «niponizados» y, lo que es más, se volvieron considerablemente más hostiles respecto a Japón. Sólo una arrogancia ingenua puede llevar a los occidentales a suponer que los no occidentales quedarán «occidentalizados» mediante la adquisición de productos occidentales. En realidad, ¿qué puede decir el mundo sobre Occidente, cuando los occidentales identifican su civilización con líquidos efervescentes, pantalones desteñidos y comidas grasas?

Una versión ligeramente más refinada del argumento de la cultura popular universal se centra no en los bienes de consumo en general, sino en los medios de comunicación, en Hollywood más que en la Coca-Cola. El control estadounidense de las industrias mundiales del cine, la televisión y el vídeo supera incluso su dominio de la industria aeronáutica. De las cien películas más vistas en todo el mundo en 1993, ochenta y ocho eran norteamericanas, y dos organizaciones estadounidenses y dos europeas dominan la recopilación y distribución de noticias a escala planetaria.5 Esta situación pone de manifiesto dos fenómenos. El primero es la universalidad del interés humano por el amor, el sexo, la violencia, el misterio, el heroísmo y la salud, así como la capacidad de empresas con ánimo de lucro, principalmente estadounidenses, para explotar esos intereses en su propio beneficio. Sin embargo, hay pocos indicios, por no decir ninguno, que apoyen la suposición de que la aparición de unas comunicaciones planetarias generalizadas esté produciendo una convergencia significativa en actitudes y creencias. Como ha dicho Michael Vlahos, «diversión no equivale a conversión cultural». En segundo lugar, la gente interpreta las comunicaciones en función de sus valores y perspectivas preexistentes. «Las mismas imágenes visuales, transmitidas simultáneamente a los cuartos de estar de todo el globo», comenta Kishore Mahbubani, «provocan impresiones contrarias. Los cuartos de estar occidentales aplauden cuando los misiles de crucero alcanzan Bagdad. La mayoría de los de fuera ven que Occidente está dispuesta a aplicar un rápido castigo a los iraquíes o somalíes no blancos, pero no a los blancos serbios; un signo peligroso, sea cual sea el criterio que se le aplique.»6

Las comunicaciones a escala planetaria son una de las manifestaciones contemporáneas más importantes del poder occidental. Sin embargo, esta hegemonía occidental mueve a políticos populistas de sociedades no occidentales a condenar el imperialismo cultural occidental y a congregar a sus partidarios para que defiendan la supervivencia e integridad de su cultura autóctona. La medida en que Occidente domina las comunicaciones planetarias es, por tanto, una fuente importante del resentimiento y hostilidad de los pueblos no occidentales contra Occidente. Además, a principios de los años noventa la modernización y desarrollo económico de las sociedades no occidentales estaban llevando a la aparición de industrias locales y regionales de medios de comunicación que hacían concesiones a los gustos peculiares de dichas sociedades.7 En 1994, por ejemplo, CNN International estimaba que tenía una audiencia de 55 millones de espectadores potenciales, o sea, aproximadamente un 1 % de la población mundial (espectadores llamativamente equivalentes en número a las personas de la cultura Davos, y sin duda coincidentes en gran medida con ellas), y su presidente afirmaba que, con el tiempo, sus emisiones en inglés podían atraer a entre el 2 y el 4 % del mercado. Desde entonces surgieron redes regionales (es decir, en el ámbito de una civilización) que emitían en español, japonés, árabe, francés (para África Occidental) y otras lenguas. «La sala de redacción planetaria», concluían tres investigadores, «se enfrenta todavía a la Torre de Babel.»8 Ronald Dore expone razones de peso acerca de la aparición de una cultura intelectual mundial entre diplomáticos y funcionarios públicos. Sin embargo, incluso él llega a una conclusión sumamente matizada en lo relativo al efecto de la intensificación de las comunicaciones: «…si los demás factores permanecen inalterados [la cursiva es suya], un incremento de la densidad de las comunicaciones aseguraría una base cada vez mayor para una afinidad entre las naciones, al menos entre las clases medias, o como mínimo entre los diplomáticos del mundo»; pero, añade, «algunos de los factores que se pueden ver modificados pueden ser de muchísima importancia».9

Lengua. Los elementos fundamentales de cualquier cultura o civilización son la lengua y la religión. Si está surgiendo una civilización universal, debería haber tendencias hacia la aparición de una lengua universal y una religión universal. Eso es lo que se afirma a menudo con respecto a la lengua. «La lengua del mundo es el inglés», en palabras del editor de Wall Street Journal. 10 Esto puede significar dos cosas, de las cuales sólo una apoyaría el argumento en favor de una civilización universal. Podría significar que una proporción cada vez mayor de la población mundial habla inglés. No hay pruebas que respalden esta afirmación, y la más fiable que de hecho existe, que reconocidamente no puede ser muy precisa, demuestra precisamente lo contrario. Los datos disponibles, que abarcan más de tres décadas (1958-1992), indican que la tónica global del uso lingüístico en el mundo no cambió de forma manifiesta; que se produjeron descensos significativos en la proporción de la gente que habla inglés, francés, alemán, ruso y japonés; que se produjo un menor descenso en la proporción de hablantes de mandarín; y que se produjeron incrementos en las proporciones de gente que habla hindi, malayo-indonesio, árabe, bengalí, español, portugués y otras lenguas. A escala mundial, los angloparlantes descendieron del 9,8 % de la población que en 1958 hablaba lenguas utilizadas por al menos 1 millón de personas, al 7,6 % en 1992 (véase la tabla 3.1). La proporción de la población mundial que habla las cinco principales lenguas occidentales (inglés, francés, alemán, portugués, español) bajó del 24,1 % en 1958 al 20,8 % en 1992. En 1992, por cada persona que hablaba inglés había dos aproximadamente que hablaban mandarín, el 15,2 % de la población mundial, y otro 3,6 % hablaba otras versiones del chino (véase la tabla 3.2).

Tabla 3.1. Hablantes de las principales lenguas
(porcentajes sobre la población mundial*).

Año
Lengua 1958 1970 1980 1992
Árabe 2,7 2,9 3,3 3,5
Bengalí 2,7 2,9 3,2 3,2
Inglés 9,8 9,1 8,7 7,6
Hindi 5,2 5,3 5,3 6,4
Mandarín 15,6 16,6 15,8 15,2
Ruso 5,5 5,6 6,0 4,9
Español 5,0 5,2 5,5 6,1

* Número total de hablantes de lenguas utilizadas por 1 millón de personas o más.

Fuente: porcentajes calculados a partir de datos recopilados por el profesor Sidney S. Culbert, Facultad de Psicología, Universidad de Washintong, Seattle, sobre el número de hablantes de lenguas utilizadas por 1 millón de personas o más y publicados anualmente en el World Almanac and Book of Facts. Sus estimaciones incluyen tanto a hablantes de «lengua materna» como de «lengua no materna» y proceden de censos nacionales, encuestas a muestras de la población, estudios de programas de radio y televisión, datos sobre el crecimiento de la población, estudios secundarios y otras fuentes.

Tabla 3.2. Cantidades y proporciones de la población mundial
que hablan las principales lenguas chinas y occidentales.

1958 1992
Lengua Nº de hablantes
(en millones)
Porcentaje del
mundo
Nº de hablantes
(en millones)
Porcentaje del
mundo
Mandarín 444 15,6 907 15,2
Cantonés 43 1,5 65 1,1
Wu 39 1,4 64 1,1
Min 36 1,3 50 0,8
Hakka 19 0,7 33 0,6
Lenguas Chinas 581 20,5 1.119 18,8
Inglés 278 9,8 456 7,6
Español 142 5,0 362 6,1
Portugués 74 2,6 177 3,0
Alemán 120 4,2 119 2,0
Frances 70 2,5 123 2,1
Lenguas Occidentales 684 24,1 1.237 20,8
Total Mundial 2.845 44,5 5.979 39,4

Fuente: porcentajes calculados a partir de datos lingüísticos recopilados por el profesor Sidney S. Culbert, Facultad de Psicología, Universidad de Washintong, Seattle, y publicados en el World Almanac and Book of Facts de 1959 y 1993.

Por una parte, una lengua extraña para el 92 % de las personas del mundo no puede ser la lengua mundial. Por otro lado, sin embargo, se podría denominar así de ser la lengua que usa la gente de diferentes grupos lingüísticos y culturas para comunicarse entre sí, si es la lingua franca del mundo o, en términos lingüísticos, la principal lengua de comunicación del mundo.11 Quienes necesitan comunicarse entre sí tienen que encontrar medios para conseguirlo. En cierta medida pueden contar con profesionales especialmente adiestrados, que han llegado a dominar dos o más lenguas, para que les sirvan de intérpretes y traductores. Sin embargo, eso resulta incómodo, exige mucho tiempo y es caro. De ahí que a lo largo de la historia aparezcan lingua francas, el latín en los mundos clásico y medieval, el francés durante varios siglos en Occidente, el swahili en muchas partes de África, y el inglés en gran parte del mundo durante la segunda mitad del siglo xx. Los diplomáticos, los hombres de negocios, los científicos, los turistas y quienes están a su servicio, los pilotos de compañías de aviación y los controladores de tráfico aéreo necesitan un medio que les permita comunicarse eficazmente entre sí, y hoy por hoy dicho medio es en gran medida el inglés.

En este sentido, el inglés es la forma en que el mundo establece la comunicación entre culturas, lo mismo que el calendario cristiano es la forma en que el mundo computa el tiempo, los números árabes son la forma en que el mundo cuenta y el sistema métrico es la forma en que la mayor parte del mundo mide. Sin embargo, esta forma de usar el inglés establece una comunicación intercultural; presupone la existencia de culturas separadas. Una lingua franca es un modo de hacer frente a las diferencias lingüísticas y culturales, no un modo de eliminarlas. Es un instrumento para la comunicación, no una fuente de identidad y colectividad. Porque un banquero japonés y un hombre de negocios indonesio conversen en inglés no quiere decir que ninguno de ellos sea anglófilo o esté occidentalizado. Lo mismo cabe decir de los suizos de habla alemana y francesa, que es tan probable que se comuniquen entre sí en inglés como en cualquiera de sus lenguas nacionales. Así mismo, el mantenimiento del inglés como lengua nacional asociada en la India, pese a los planes de Nehru en el sentido contrario, atestigua los intensos deseos de los pueblos de la India que no hablan hindi de preservar sus lenguas y culturas propias, así como de la necesidad de que la India siga siendo una sociedad plurilingüe.

Como ha dicho el importante investigador lingüístico Joshua Fishman, una lengua es más probable que sea aceptada como lingua franca si no se identifica con un grupo étnico, religión o ideología particulares. En el pasado, el inglés poseía muchas de estas connotaciones. Más recientemente el inglés ha quedado «desetnizado (o mínimamente etnizado)», como sucedió en el pasado con el acadio, el arameo, el griego y el latín. «Parte de la relativa buena fortuna del inglés como lengua adicional es el hecho de que, durante el último cuarto de siglo aproximadamente [la cursiva es suya], ninguna de sus fuentes, británica o norteamericana, han sido consideradas de forma amplia o profunda dentro de un contexto étnico o ideológico.»12 Así, el uso del inglés para la comunicación intercultural ayuda a mantener las identidades culturales separadas de los pueblos, e incluso las refuerza. La gente usa el inglés para comunicarse con gentes de otras culturas precisamente porque quiere preservar su propia identidad cultural.

Además, quienes hablan inglés en el mundo utilizan tipos de inglés cada vez más diferentes. El inglés se «indigeniza» y asume coloraciones locales que lo distinguen del inglés británico o norteamericano y que, en casos extremos, convierten tales modalidades de inglés en casi ininteligibles para los demás anglohablantes, lo mismo que ocurre también con las variedades del chino. El inglés «pidgin» nigeriano, el inglés indio y otras formas de inglés están siendo incorporadas a sus respectivas culturas anfitrionas y presumiblemente continuarán diferenciándose hasta llegar a convertirse en lenguas afines pero distintas, lo mismo que las lenguas románicas evolucionaron a partir del latín. A diferencia del italiano, el francés y el español, sin embargo, estas lenguas derivadas del inglés, o bien serán habladas tan sólo por una pequeña parte de la sociedad o bien serán usadas principalmente para la comunicación entre grupos lingüísticos particulares.

Todos estos procesos se pueden ver en acción en la India. Por ejemplo, en 1983 había presuntamente 18 millones de anglohablantes sobre una población de 733 millones, y 20 millones en 1991 sobre una población de 867 millones. Así pues, la proporción de anglohablantes entre la población india se ha mantenido relativamente estable, entre el 2 y el 4 % aproximadamente.13 Fuera de una elite relativamente reducida, el inglés ni siquiera sirve como lingua franca. «La realidad básica», afirman dos profesores de inglés de la Universidad de Nueva Delhi, «es que cuando uno viaja desde Cachemira hasta el extremo más meridional, a Kanyakumari, el vínculo de comunicación se mantiene mejor mediante una forma de hindi que mediante el inglés.» Además, el inglés indio está adquiriendo muchas características peculiares propias: está siendo «indianizado», o más bien «localizado», a medida que surgen diferencias entre los diversos anglohablantes con diferentes lenguas locales.14 El inglés está siendo absorbido en la cultura india, como antes lo fueron el sánscrito y el persa.

A lo largo de la historia, la distribución de las lenguas a escala planetaria ha traducido la distribución del poder en el mundo. Las lenguas habladas en un ámbito más amplio -inglés, mandarín, español, francés, árabe, ruso- son o han sido la lengua de Estados imperiales que promovieron activamente el uso de sus lenguas por parte de otros pueblos. Los cambios en la distribución del poder producen cambios en el uso de las lenguas. «[D]os siglos de poderío británico y estadounidense de tipo colonial, comercial, industrial, científico y monetario han dejado un legado importante en la educación superior, la administración estatal, el comercio y la tecnología» por todo el mundo.15 Gran Bretaña y Francia insistían en el uso de sus lenguas en sus colonias. Sin embargo, a raíz de la independencia, la mayoría de las antiguas colonias intentaron, en grados diversos y con éxito desigual, reemplazar la lengua imperial con lenguas autóctonas. Durante el apogeo de la Unión Soviética, el ruso era la lingua franca desde Praga a Hanoi. El declinar del poder ruso va acompañado por una decadencia del uso del ruso como segunda lengua. Como ocurre con otras formas de cultura, un poderío en alza genera, tanto una autoafirmación lingüística en los hablantes nativos, como estímulos en otros para aprender la lengua. En los excitantes días inmediatamente posteriores a la caída del muro de Berlín, cuando parecía que la Alemania unida era el nuevo coloso, hubo una tendencia evidente en alemanes que dominaban el inglés a hablar alemán en reuniones internacionales. El poder económico japonés ha estimulado el aprendizaje del japonés por parte de no japoneses, y el desarrollo económico de China está provocando un auge parecido del chino. El chino está desplazando rápidamente al inglés como la lengua predominante en Hong Kong16 y, dado el papel del chino fuera de China, en el sudeste asiático, ha llegado a ser la lengua en que se hacen gran parte de los negocios internacionales de esa región. A medida que el poder de Occidente declina gradualmente con relación al de civilizaciones diferentes, el uso del inglés y de otras lenguas occidentales dentro de distintas sociedades y para las comunicaciones entre sociedades irá mermando también lentamente. Si en algún momento de un futuro lejano China desplaza a Occidente como la civilización dominante en el mundo, el inglés cederá el puesto al mandarín como lingua franca a escala planetaria.

Mientras las antiguas colonias avanzaban hacia la independencia y la conseguían, la promoción o uso de las lenguas indígenas y la supresión de las lenguas del imperio eran para las elites nacionalistas un modo de distinguirse de los colonialistas occidentales y de definir su propia identidad. Sin embargo, tras la independencia, las elites de estas sociedades necesitaban distinguirse de la gente corriente de sus sociedades. El dominio del inglés, el francés u otra lengua occidental servía a este propósito. Como consecuencia de ello, las elites de sociedades no occidentales a menudo son más capaces de comunicarse con occidentales y entre sí que con la gente de su propia sociedad (situación parecida a la que se dio en Occidente en los siglos xvii y xviii, cuando los aristócratas de países diferentes se podían comunicar entre sí fácilmente en francés, pero no sabían hablar la lengua vernácula de su propio país). En las sociedades no occidentales, parecen desarrollarse dos tendencias opuestas. Por una parte, el inglés se usa cada vez más en el ámbito universitario para preparar a los licenciados con vistas a que desempeñen eficazmente su función en el marco de la competencia existente a escala planetaria por el capital y los clientes. Por otra parte, las presiones sociales y políticas tienden cada vez más a imponer un uso más generalizado de las lenguas autóctonas: el árabe desplaza al francés en el norte de África, el urdu sustituye al inglés como lengua de la administración y la educación en Paquistán, y en la India los medios de comunicación en lengua autóctona reemplazan a los medios de comunicación en inglés. Esta evolución fue prevista por la comisión de educación india en 1948, cuando afirmó que «el uso del inglés… divide al pueblo en dos naciones, la minoría gobernante y la mayoría gobernada, incapaces ambas de hablar o de comprender la lengua de la otra». Cuarenta años después, la persistencia del inglés como la lengua de la elite cumplía esta predicción y había creado «una situación antinatural en una democracia activa, basada en el sufragio de los mayores de edad… La India angloparlante y la India políticamente consciente divergen cada vez más», estimulando «tensiones entre la minoría encumbrada que sabe inglés, y los muchos millones -armados con su voto- que no lo saben».17 En la medida en que las sociedades no occidentales establecen instituciones democráticas, y la gente de esas sociedades participa más ampliamente en la administración del Estado, declina el uso de lenguas occidentales y se extienden más las lenguas autóctonas.

El final del imperio soviético y de la guerra fría promovió la proliferación y rejuvenecimiento de lenguas que habían sido suprimidas u olvidadas. La mayoría de las antiguas repúblicas soviéticas han realizado grandes esfuerzos para reavivar sus lenguas tradicionales. El estonio, letonio, lituano, ucraniano, georgiano y armenio son ahora las lenguas nacionales de Estados independientes. Entre las repúblicas musulmanas ha tenido lugar una afirmación lingüística parecida, y Azerbaiyán, Kirguizistán, Turkmenistán y Uzbekistán han pasado de la escritura cirílica de sus antiguos señores rusos a la escritura occidental de sus parientes turcos, mientras que Tadzjikistán, donde se habla persa, ha adoptado la escritura árabe. Los serbios, por otra parte, ahora llaman a su lengua «serbio», en lugar de «serbocroata», y han pasado de la escritura occidental de sus enemigos católicos a la escritura cirílica de sus parientes rusos. De forma paralela, los croatas llaman ahora a su lengua «croata», y están intentando purgarla de palabras turcas y de otros barbarismos, mientras que esos mismos «préstamos turcos y árabes, sedimento lingüístico dejado por los 450 años de presencia del imperio otomano en los Balcanes, han vuelto a ponerse de moda» en Bosnia.18 El lenguaje se reorganiza y reconstruye de acuerdo con las identidades y contornos de las civilizaciones. Lo mismo que se difunde el poder, se difunde también Babel.

Religión. El nacimiento de una religión universal es sólo ligeramente más probable que el de una lengua universal. Las postrimerías del siglo xx han conocido un resurgir global de las religiones en todo el mundo (véanse págs. 112-120). Tal resurgir ha supuesto la intensificación de la conciencia religiosa y la aparición de movimientos fundamentalistas. Con ello ha acentuado las diferencias entre las religiones. No ha supuesto necesariamente cambios importantes en las proporciones de la población mundial que se adhieren a las diferentes religiones. Los datos disponibles sobre los adeptos de las diversas religiones son aún más fragmentarios y menos fidedignos que los datos disponibles sobre los hablantes de las diferentes lenguas. La tabla 3.3 presenta cifras sacadas de una única fuente a la que se recurre habitualmente. Estos y otros datos indican que la fuerza numérica relativa de las religiones en todo el mundo no ha cambiado de forma espectacular en este siglo. El cambio más notable registrado por esta fuente es el aumento en la proporción de personas correspondientes como «sin religión» y «ateísmo», de un 0,2 % en 1900 a un 20,9 % en 1980. Cabe pensar que esto pondría de manifiesto un alejamiento importante respecto a la religión, y que en 1980 el resurgimiento religioso estaba simplemente haciendo acopio de fuerzas. Sin embargo, este 20,7 % de aumento de los no creyentes se corresponde muy de cerca con un descenso del 19,0 % en los clasificados como adeptos a las «religiones tradicionales chinas», del 23,5 % en 1900 al 4,5 % en 1980. Estos incrementos y disminuciones prácticamente iguales indican que, con el advenimiento del comunismo, la mayor parte de la población china fue simplemente reclasificada, pasando de «tradicional» a «no creyente».

Tabla 3.3. Proporción de la población mundial adepta a las principales
tradiciones religiosas (en porcentajes).

Año
Religión 1900 1970 1980 1985(est.) 2000(est.)
Cristianismo occidental 26,9 30,6 30,0 29,7 29,9
Cristianismo ortodoxo 7,5 3,1 2,8 2,7 2,4
Musulmana 12,4 15,3 16,5 17,1 19,2
Sin religión 0,2 15,0 16,4 16,9 17,1
Hinduismo 12,5 12,8 13,3 13,5 13,7
Budismo 7,8 6,4 6,3 6,2 5,7
Tradicionales chinos 23,5 5,9 4,5 3,9 2,5
Tribales 6,6 2,4 2,1 1,9 1,6
Ateísmo 0,0 4,6 4,5 4,4 4,2

Fuente: David B. Barret (comp.), World Christian Encyclopedia: A comparative study of churches and religions in the modern world A.D. 1900-2000, Oxford, Oxford University Press, 1982.

A lo largo de ochenta años, los datos muestran incrementos en los porcentajes de población mundial que se adhieren a las dos principales religiones proselitistas, el islam y el cristianismo. En 1900, los cristianos occidentales se estimaban en un 26,9 % de la población mundial, y en un 30,0 % en 1980. Los musulmanes aumentaron espectacularmente, del 12,4 % en 1900 al 16,5 % (o según otras estimaciones al 18 %) en 1980. Durante las últimas décadas del siglo xx, tanto el islam como el cristianismo incrementaron de forma importante el número de sus miembros en África, y en Corea del sur ha tenido lugar un importante desplazamiento hacia el cristianismo. En sociedades en rápido proceso de modernización, existe el potencial para la difusión del cristianismo occidental y del islam. En estas sociedades, los protagonistas con más éxito de la cultura occidental no son los economistas neoclásicos ni los cruzados de la democracia ni los ejecutivos de empresas multinacionales. Son, y es muy probable que lo sigan siendo, los misioneros cristianos. Ni Adam Smith ni Thomas Jefferson satisfarán las necesidades psicológicas, emocionales, morales y sociales de los inmigrantes urbanos y de los graduados de escuela secundaria de primera generación. Puede que Jesucristo no las satisfaga tampoco, pero es probable que tenga más posibilidades.

A la larga, sin embargo, Mahoma tiene las de ganar. El cristianismo se difunde principalmente por conversión, el islam por conversión y reproducción. El porcentaje de cristianos en el mundo alcanzó su máximo en los años ochenta, con aproximadamente un 30 %, se estabilizó, ahora está descendiendo y probablemente se situará en torno al 25 % de la población mundial en el 2025. Como resultado de sus tasas de crecimiento demográfico extremadamente altas (véase el capítulo 5), la proporción de musulmanes en el mundo continuará aumentando espectacularmente, llegarán al 20 % de la población mundial hacia el cambio de siglo, sobrepasarán el número de cristianos unos años después, y probablemente representarán en torno al 30 % de la población mundial para el 2025.19

El choque de civilizaciones
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