Orden y guerra de civilizaciones
Una guerra a escala planetaria en la que participasen los Estados centrales de las principales civilizaciones del mundo es muy improbable, pero no imposible. Una guerra así, lo hemos indicado, podría producirse a partir de la intensificación de una guerra de línea divisoria entre grupos de diferentes civilizaciones, entre los que muy posiblemente se encontrarían musulmanes por un lado y no musulmanes por el otro. La intensificación se hace más probable si los aspirantes musulmanes a Estado central rivalizan en proporcionar asistencia a sus correligionarios dispuestos a la lucha. La hacen menos probable los intereses que países emparentados secundarios y terciarios pueden tener en no implicarse a fondo en la guerra. Una fuente más peligrosa de guerra a escala planetaria entre civilizaciones es el cambiante equilibio de poder entre las civilizaciones y sus Estados centrales. A lo largo de la historia, tales cambios de poder entre Estados importantes han producido guerras significativas. Si continúan, el ascenso de China y la creciente seguridad en sí mismo de ésta, «el mayor actor de la historia del hombre», ejercerán una tremenda presión sobre la estabilidad internacional a principios del siglo xxi. La aparición de China como la potencia dominante en el este y sudeste asiático sería contraria a los intereses estadounidenses tal y como éstos han sido interpretados históricamente. Dichos intereses eran reafirmados explícitamente en el borrador de la Guía de Planificación del Ministerio de Defensa filtrada a la prensa en febrero de 1992. Los Estados Unidos, afirma este documento, «deben impedir que cualquier potencia hostil domine una región cuyos recursos, bajo un control consolidado, fueran suficientes para generar una potencia mundial. Entre tales regiones se incluyen Europa Occidental, el este asiático, los territorios de la antigua Unión Soviética y el sudoeste asiático… Nuestra estrategia actualmente se debe volver a concentrar en impedir la aparición de futuros competidores potenciales a escala mundial».17
Dado este interés estadounidense, ¿cómo podría producirse una guerra entre los Estados Unidos y China? Supongamos que es el año 2010. Las tropas norteamericanas han salido de Corea, que se ha reunificado, y los Estados Unidos han reducido sustancialmente su presencia militar en Japón. Taiwán y China continental han llegado a un acuerdo por el que Taiwán continúa teniendo la mayor parte de su independencia de facto, pero reconoce explícitamente la soberanía de Pekín y, con el apadrinamiento de China, ha sido admitido en las Naciones Unidas siguiendo el modelo de Ucrania y Bielorrusia en 1946. La explotación de los recursos petrolíferos en el mar de la China meridional ha avanzado deprisa, en buena parte auspiciada por los chinos, pero en algunas zonas bajo control vietnamita la explotación corre a cargo de empresas estadounidenses. China anuncia que va a establecer su control pleno y total sobre el conjunto del mar, cuya soberanía ha reivindicado siempre. Los vietnamitas se resisten y se producen combates entre barcos de guerra chinos y vietnamitas. Los chinos, ansiosos de vengar su humillación de 1979, invaden Vietnam. Los vietnamitas piden la ayuda estadounidense. Los chinos advierten a los Estados Unidos que permanezcan al margen. Japón y las demás naciones de Asia no saben qué hacer. Los Estados Unidos dicen que no pueden aceptar una conquista china de Vietnam, exigen sanciones económicas contra China y envían una de las pocas fuerzas expedicionarias con portaaviones que le quedan al mar de la China meridional. Los chinos condenan esto como una violación de las aguas territoriales chinas y lanzan ataques aéreos contra la fuerza expedicionaria. Los esfuerzos del secretario general de la ONU y del Primer ministro japonés por negociar un alto el fuego fracasan, y la lucha se extiende a otros lugares del este de Asia. Japón prohíbe el uso de las bases estadounidenses instaladas en ese país para actuar contra China, los Estados Unidos ignoran tal prohibición, y Japón anuncia su neutralidad y pone en cuarentena las bases. Los submarinos y los aviones chinos con base en tierra, que operan tanto desde Taiwán como desde el continente, infligen graves daños a barcos e instalaciones estadounidenses en el este asiático. Mientras tanto, las fuerzas de infantería chinas entran en Hanoi y ocupan gran parte de Vietnam.
Puesto que tanto China como Estados Unidos tienen misiles capaces de transportar armas nucleares al territorio rival, se produce un implícito punto muerto, y estas armas no se usan en las primeras fases de la guerra. Sin embargo, el temor a tales ataques existe en ambas sociedades y es particularmente intenso en los Estados Unidos. Esto hace que muchos norteamericanos comiencen a preguntar: ¿por qué nos estamos viendo sometidos a este peligro? ¿Qué importa que China controle el mar de la China meridional, Vietnam o incluso todo el sudeste de Asia? La oposición a la guerra es particularmente fuerte en el sudoeste de los Estados Unidos dominado por los hispanos, donde la gente y los gobiernos estatales dicen «ésta no es nuestra guerra» e intentan optar por no intervenir, siguiendo el ejemplo de Nueva Inglaterra en la guerra de 1812. Después de que los chinos consoliden sus victorias iniciales en el este de Asia, la opinión estadounidense comienza a moverse en la dirección esperada por Japón en 1942: los costos de frustrar esta última afirmación de poder hegemónico son demasiado grandes; aceptaremos un final negociado a la lucha esporádica o «extraña guerra» ahora en curso en el Pacífico occidental.
Pero, mientras tanto, la guerra está teniendo repercusión en los grandes Estados de otras civilizaciones. La India aprovecha la oportunidad ofrecida por el hecho de que China se concentre en el este asiático para lanzar un ataque devastador contra Paquistán con vistas a aniquilar totalmente el potencial militar nuclear y convencional de ese país. Al principio tiene éxito, pero la alianza militar entre Paquistán, Irán y China entra en acción, e Irán acude en ayuda de Paquistán con fuerzas militares modernas y muy perfeccionadas. La India queda atascada combatiendo a las tropas iraníes y a las guerrillas paquistaníes de varios grupos étnicos diferentes. Tanto Paquistán como la India piden ayuda a Estados árabes -la India advirtiendo del peligro de dominación iraní del sudoeste asiático-, pero los éxitos iniciales de China contra los Estados Unidos han estimulado importantes movimientos antioccidentales en las sociedades musulmanas. Uno a uno, los pocos gobiernos prooccidentales que quedan en los países árabes y en Turquía son derribados por movimientos islamistas potenciados por los últimos grupos del auge demográfico de jóvenes musulmanes. La oleada de antioccidentalismo provocada por la debilidad occidental lleva a un ataque árabe en gran escala contra Israel, que la sexta flota de los EE.UU., muy reducida, es incapaz de detener.
China y los Estados Unidos intentan conseguir el respaldo de otros Estados clave. Cuando China se anota éxitos militares, Japón comienza nerviosamente a subirse al carro de China, cambiando su posición, de una neutralidad formal, a una neutralidad positiva proChina, y cediendo después a las exigencias de China y convirtiéndose en cobeligerante. Las fuerzas japonesas ocupan las bases estadounidenses que quedan en Japón, y los Estados Unidos evacúan precipitadamente sus tropas. Los Estados Unidos decretan un bloqueo de Japón, y barcos norteamericanos y japoneses entablan duelos esporádicos en el Pacífico occidental. Al comienzo de la guerra, China habría propuesto un pacto de seguridad mutuo a Rusia (que recordaba vagamente el pacto entre Hitler y Stalin). Sin embargo, los éxitos chinos tienen en Rusia justamente el efecto contrario al que tuvieron en Japón. La perspectiva de una victoria china y de una dominación china total en el este asiático aterroriza a Moscú. Cuando Rusia empieza a adoptar una postura antiChina y a reforzar sus tropas en Siberia, los numerosos colonos chinos de Siberia estorban sus movimientos. Entonces China interviene militarmente para proteger a sus compatriotas y ocupa Vladivostock, el valle del río Amur y otras zonas clave de Siberia oriental. A medida que la lucha entre tropas rusas y chinas se extiende en Siberia central, se producen alzamientos en Mongolia, que China había puesto anteriormente bajo un régimen de «protectorado».
El control y el acceso al petróleo es de importancia fundamental para todos los combatientes. Pese a su gran inversión en energía nuclear, Japón es todavía muy dependiente de las importaciones de petróleo, y esto refuerza su inclinación a acomodarse a China y a asegurar su suministro de petróleo desde el golfo Pérsico, Indonesia y el mar de la China meridional. Durante el curso de la guerra, conforme los países árabes pasan a estar controlados por extremistas islámicos, los suministros de petróleo a Occidente se acaban, y éste, por consiguiente, pasa a depender cada vez más de las fuentes rusas, caucasianas y centroasiáticas. Esto lleva a Occidente a intensificar sus esfuerzos por conseguir que Rusia entre en su bando, y a apoyarla en extender su control al sur de sus fronteras sobre los países musulmanes, ricos en petróleo.
Mientras tanto, los Estados Unidos se esfuerzan al máximo para movilizar todo el apoyo de sus aliados europeos. Éstos, aunque ofrecen ayuda diplomática y económica, se muestran reticentes a intervenir militarmente. Sin embargo, China e Irán tienen miedo de que los países occidentales acaben acudiendo en apoyo de los Estados Unidos, lo mismo que los Estados Unidos acabaron viniendo en ayuda de Gran Bretaña y Francia en las dos guerras mundiales. Para impedir tal cosa, despliegan secretamente en Bosnia y Argelia misiles de alcance medio capaces de transportar armas nucleares y advierten a las potencias europeas que permanezcan al margen de la guerra. Como ha ocurrido casi siempre con los esfuerzos chinos por intimidar a países distintos de Japón, esta medida tiene justamente las consecuencias contrarias a las pretendidas por China. Los servicios de información de los EE.UU. detectan el despliegue y lo comunican, y el Consejo de la OTAN declara que los misiles deben ser retirados inmediatamente. Sin embargo, antes de que la OTAN pueda actuar, Serbia, deseosa de recuperar su papel histórico como la defensora del cristianismo contra los turcos, invade Bosnia. Croacia se le une, y los dos países ocupan Bosnia, se apoderan de los misiles, se reparten el país y prosiguen sus esfuerzos por completar la limpieza étnica que habían sido forzados a detener en la última década del siglo xx. Albania y Turquía intentan ayudar a los bosnios; Grecia y Bulgaria ponen en marcha invasiones de la Turquía europea, y el pánico estalla en Estambul cuando los turcos huyen a través del Bósforo. Mientras tanto, un misil con carga nuclear, lanzado desde Argelia, explota en las afueras de Marsella y la OTAN contraataca con devastadores ataques aéreos contra objetivos norteafricanos.
Así, los Estados Unidos, Europa, Rusia y la India se han visto envueltos en una lucha verdaderamente planetaria contra China, Japón y la mayor parte del islam. ¿Cómo terminaría una guerra así? Ambos bandos tienen un importante potencial nuclear, y está claro que si tal potencial llegara a usarse en una proporción que no fuera mínima, los principales países de ambos bandos podrían quedar en gran parte destruidos. Si la disuasión mutua funcionara, el agotamiento de ambos bandos podría llevar a un armisticio negociado, que, sin embargo, no resolvería el problema fundamental de la hegemonía china en el este asiático. Por otro lado, Occidente podría intentar derrotar a China mediante el uso de su poder militar convencional. Sin embargo, el alineamiento de Japón con China da a ésta la protección de un cordón sanitario insular que impide a los Estados Unidos usar su poderío naval contra los centros de población e industria chinos situados a lo largo de la costa. La alternativa es acercarse a China desde el oeste. La lucha entre Rusia y China lleva a la OTAN a dar la bienvenida a Rusia como miembro, y a cooperar con ella en impedir las incursiones chinas en Siberia, mantener el control ruso sobre los países musulmanes productores de petróleo y gas de Asia Central, promover insurrecciones de tibetanos, uighures y mongoles contra el dominio chino, y movilizar y desplegar gradualmente hacia el este, en Siberia, fuerzas occidentales y rusas para el asalto final a través de la Gran Muralla hasta Pekín, Manchuria y el corazón del país han.
Sea cual sea el resultado inmediato de esta guerra planetaria entre civilizaciones -la mutua devastación nuclear, una pausa negociada como resultado del agotamiento de ambos bandos o la marcha final de fuerzas rusas y occidentales hasta la plaza de Tiananmen- el resultado más claro a largo plazo sería, casi inevitablemente, la radical decadencia del poderío económico, demográfico y militar de todos los grandes contendientes de la guerra. Como resultado de ello, el poder a escala mundial que había pasado a lo largo de los siglos de Oriente a Occidente y después había comenzado a cambiar de nuevo de Occidente a Oriente, se desplazaría ahora del norte al sur. Los grandes beneficiarios de la guerra de civilizaciones son aquellas civilizaciones que se abstuvieron de entrar en ella. Con Occidente, Rusia, China y Japón devastados en grados diversos, el camino está expedito para que la India, si escapó a tal devastación aun cuando fuera uno de los contendientes, intente remodelar el mundo según criterios hindúes. Amplios sectores de la opinión pública estadounidense culpan del grave debilitamiento de los Estados Unidos a la estrecha orientación occidental de las elites WASP [= blancas, anglosajonas y protestantes], y los líderes hispanos llegan al poder apoyados por la promesa de una amplia ayuda del tipo del plan Marshall procedente de los países latinoamericanos que habría quedado al margen de la guerra y se encuentran en pleno auge económico. África, por otro lado, tiene poco que ofrecer a la reconstrucción de Europa y en cambio arroja hordas de gente movilizada socialmente que devora lo que queda. En Asia, si China, Japón y Corea están devastadas por la guerra, el poder también se desplaza hacia el sur, e Indonesia, que habría permanecido neutral, se convierte en el Estado dominante y, bajo la guía de sus consejeros australianos, toma medidas para determinar el curso de los acontecimientos desde Nueva Zelanda, al este, hasta Birmania y Sri Lanka al oeste y Vietnam al norte. Todo lo cual presagia un futuro conflicto con la India y con una China restablecida. En cualquier caso, el centro de la política global se desplaza al sur.
Si esta hipótesis le parece al lector una fantasía insensata e inverosímil, todo es inútil. Esperemos que ninguna otra hipótesis de guerra planetaria entre civilizaciones tenga mayor verosimilitud. Sin embargo, lo más verosímil, y por tanto más inquietante, de esta hipótesis es la causa de la guerra: la intervención del Estado central de una civilización (los Estados Unidos) en una disputa entre el Estado central de otra civilización (China) y un Estado miembro de dicha civilización (Vietnam). Para los Estados Unidos, tal intervención era necesaria para defender el derecho internacional, repeler una agresión, proteger la libertad de navegación, mantener su acceso al petróleo del mar de la China meridional e impedir la dominación del este asiático por una sola potencia. Para China, esa intervención era un intento totalmente intolerable y, como de costumbre, arrogante del principal Estado occidental de humillar e intimidar a China, provocar la oposición a ella dentro de su zona cultural y negarle un papel propio en los asuntos mundiales.
En la era que viene, dicho brevemente, para evitar grandes guerras entre civilizaciones es preciso que los Estados centrales se abstengan de intervenir en conflictos que se produzcan dentro de otras civilizaciones. Ésta es una verdad que a algunos Estados, particularmente a los Estados Unidos, sin duda les resultará difícil de aceptar. Esta norma de abstención, según la cual los Estados centrales deben evitar intervenir en conflictos dentro de otras civilizaciones, es el primer requisito de la paz en un mundo multicivilizatorio y multipolar. El segundo requisito es la norma de mediación conjunta, según la cual los Estados centrales han de negociar unos con otros la contención o interrupción de las guerras de línea divisoria entre Estados o grupos de sus civilizaciones.
La aceptación de estas normas y de un mundo con mayor igualdad entre las civilizaciones no será fácil para Occidente o para aquellas civilizaciones que pueden aspirar a complementar o a suplantar a Occidente en su papel dominante. En un mundo así, por ejemplo, es razonable que los Estados centrales puedan considerar prerrogativa suya el poseer armas nucleares y negar tales armas a otros miembros de su civilización. En una mirada retrospectiva sobre sus esfuerzos por obtener «plena capacidad nuclear» para Paquistán, Zulfikar Ali Bhutto justificaba dichos esfuerzos: «Sabemos que Israel y Sudáfrica tienen plena capacidad nuclear. Las civilizaciones cristiana, judía e hindú tienen esa capacidad. Sólo la civilización islámica carecía de ella, pero esa situación está a punto de cambiar».18 La rivalidad por el liderazgo dentro de civilizaciones que carecen de un Estado central simple puede estimular también la rivalidad por la posesión de armas nucleares. Aun cuando Irán mantiene estrechas relaciones de cooperación con Paquistán, es claramente consciente de que necesita armas nucleares tanto como Paquistán. Por otro lado, Brasil y Argentina abandonaron sus programas encaminados a este fin, y Sudáfrica destruyó sus armas nucleares, aunque podría perfectamente desear adquirirlas de nuevo si Nigeria comienza a desarrollar tal potencial. Aunque, obviamente, la proliferación nuclear supone riesgos, como han señalado Scott Sagan y otros, un mundo en el que uno o dos Estados centrales en cada una de las principales civilizaciones tuvieran armas nucleares y ningún otro Estado las poseyera podría ser un mundo razonablemente estable.
La mayoría de las principales instituciones internacionales datan de poco después de la segunda guerra mundial y están configuradas de acuerdo con los intereses, valores y prácticas occidentales. A medida que el poder occidental decline con respecto al de otras civilizaciones, se producirán presiones para remodelar dichas instituciones ajustándolas a los intereses de tales civilizaciones. La cuestión más obvia, más importante y probablemente más controvertida concierne a los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU. Dichos miembros han sido las grandes potencias victoriosas de la segunda guerra mundial, circunstancia que cada vez guarda menos relación con la realidad del poder en el mundo. A la larga, o se realizan cambios en sus miembros, o es probable que se adopten procedimientos menos formales para tratar cuestiones de seguridad, lo mismo que los encuentros de los «siete grandes» (G-7) han tratado las cuestiones económicas a escala planetaria. En un mundo multicivilizatorio, lo ideal sería que cada gran civilización tuviera al menos un puesto permanente en el Consejo de Seguridad. Actualmente sólo tres lo tienen. Brasil ha sugerido cinco nuevos miembros permanentes, aunque sin derecho de veto: Alemania, Japón, la India, Nigeria y el mismo Brasil. Sin embargo, eso dejaría sin representación a los 1.000 millones de musulmanes del mundo, salvo en la medida en que Nigeria pudiera asumir esa responsabilidad. Desde un punto de vista civilizatorio, está claro que Japón y la India deberían ser miembros permanentes, y África, Latinoamérica y el mundo musulmán deberían tener puestos permanentes, que podrían ser ocupados, siguiendo un criterio rotatorio, por los principales Estados de esas civilizaciones; la selección de dichos Estados se encargarían de hacerla la Organización de la Conferencia Islámica, la Organización para la Unidad Africana y la Organización de Estados Americanos (salvo los Estados Unidos). También sería apropiado concentrar los puestos británico y francés en uno sólo, el de la Unión Europea, cuyo ocupante rotatorio sería seleccionado por la Unión. Así, siete civilizaciones tendrían cada una un puesto permanente, y Occidente tendría dos, un reparto que en general responde a la distribución de la población, la riqueza y el poder en el mundo.