Banderas e identidad cultural
El 3 de enero de 1992 tuvo lugar una reunión de especialistas rusos y estadounidenses en el salón de actos de un edificio oficial de Moscú. Dos semanas antes la Unión Soviética había dejado de existir y la Federación Rusa se había convertido en país independiente. Como consecuencia de ello, la estatua de Lenin que antes decoraba el escenario del salón había desaparecido, y en su lugar se podía ver ahora la bandera de la Federación Rusa desplegada sobre la pared delantera. El único problema, comentó un estadounidense, era que habían colgado la bandera al revés. Después de que se les hizo notar este detalle, los anfitriones rusos enmendaron el error de forma rápida y silenciosa durante el primer descanso.
Los años que siguieron a la guerra fría fueron testigos del alborear de cambios espectaculares en las identidades de los pueblos, y en los símbolos de dichas identidades. Consiguientemente, la política global empezó a reconfigurarse en torno a lineamientos culturales. Las banderas al revés eran un signo de la transición, pero, cada vez más, ondean altas y al derecho, y tanto los rusos como otros pueblos se movilizan y caminan resueltamente tras éstos y otros símbolos de sus nuevas identidades culturales.
El 18 de abril de 1994, en Sarajevo, 2.000 personas se manifestaron agitando las banderas de Arabia Saudí y Turquía. Al hacer ondear esas enseñas, en lugar de las banderas de la ONU, la OTAN o de los Estados Unidos, estos ciudadanos de Sarajevo se identificaban con sus correligionarios musulmanes y decían al mundo quiénes eran sus auténticos amigos y quiénes no lo eran tanto.
El 16 de octubre de 1994, en Los Ángeles, 70.000 personas desfilaron bajo «un mar de banderas mexicanas» protestando contra la proposición 187, un proyecto de ley sometido a referéndum que negaba muchas prestaciones estatales a los inmigrantes ilegales y a sus hijos. ¿Por qué «van por la calle con banderas mexicanas y exigiendo que este país les dé una educación gratuita?», preguntaban los observadores. «Deberían hacer ondear la bandera estadounidense.» Dos semanas después, otros manifestantes desfilaban por las calles llevando una bandera estadounidense… al revés. Estos despliegues de banderas aseguraron la victoria a la proposición 187, que fue aprobada por el 59 % de los votantes californianos.
En el mundo de la posguerra fría, las banderas son importantes, y también otros símbolos de identidad cultural, entre ellos las cruces, las medias lunas, e incluso los modos de cubrirse la cabeza, porque la cultura tiene importancia, y la identidad cultural es lo que resulta más significativo para la mayoría de la gente. Las personas están descubriendo identidades nuevas, pero a menudo también viejas, y caminan resueltamente bajo banderas nuevas, pero con frecuencia también viejas, que conducen a guerras con enemigos nuevos, pero a menudo también viejos.
El demagogo nacionalista veneciano que aparece en la novela de Michael Dibdin, Dead Lagoon, expresaba bien una severa Weltanschauung de esta nueva era: «No puede haber verdaderos amigos sin verdaderos enemigos. A menos que odiemos lo que no somos, no podemos amar lo que somos. Estas son las viejas verdades que vamos descubriendo de nuevo dolorosamente tras más de un siglo de hipocresía sentimental. ¡Quienes las niegan niegan a su familia, su herencia, su cultura, su patrimonio y a sí mismos! No se les perdonará fácilmente». La funesta verdad de estas viejas verdades no puede ser ignorada por hombres de Estado e investigadores. Para los pueblos que buscan su identidad y reinventan la etnicidad, los enemigos son esenciales, y las enemistades potencialmente más peligrosas se darán a lo largo de las líneas de fractura existentes entre las principales civilizaciones del mundo.
El tema central de este libro es el hecho de que la cultura y las identidades culturales, que en su nivel más amplio son identidades civilizacionales, están configurando las pautas de cohesión, desintegración y conflicto en el mundo de la posguerra fría. Las cinco partes de este libro exponen detalladamente corolarios de esta proposición principal.
Primera parte: por primera vez en la historia, la política global es a la vez multipolar y multicivilizacional; la modernización económica y social no está produciendo ni una civilización universal en sentido significativo, ni la occidentalización de las sociedades no occidentales.
Segunda parte: el equilibrio de poder entre civilizaciones está cambiando: Occidente va perdiendo influencia relativa, las civilizaciones asiáticas están aumentando su fuerza económica, militar y política, el islam experimenta una explosión demográfica de consecuencias desestabilizadoras para los países musulmanes y sus vecinos, y las civilizaciones no occidentales reafirman por lo general el valor de sus propias culturas.
Tercera parte: está surgiendo un orden mundial basado en la civilización; las sociedades que comparten afinidades culturales cooperan entre sí; los esfuerzos por hacer pasar sociedades de una civilización a otra resultan infructuosos; y los países se agrupan en torno a los Estados dirigentes o centrales de sus civilizaciones.
Cuarta parte: las pretensiones universalistas de Occidente le hacen entrar cada vez más en conflicto con otras civilizaciones, de forma más grave con el islam y China, mientras que, en el plano local, las guerras en las líneas de fractura, sobre todo entre musulmanes y no musulmanes, generan «la solidaridad de los países afines», la amenaza de escalada y, por tanto, los esfuerzos por parte de los Estados centrales para detener dichas guerras.
Quinta parte: la supervivencia de Occidente depende de que los estadounidenses reafirmen su identidad occidental y los occidentales acepten su civilización como única y no universal, así como de que se unan para renovarla y preservarla frente a los ataques procedentes de sociedades no occidentales. Evitar una guerra mundial entre civilizaciones depende de que los líderes mundiales acepten la naturaleza de la política global, con raíces en múltiples civilizaciones, y cooperen para su mantenimiento.