Civilizaciones y orden
En la emergente política global, las dos superpotencias de la guerra fría están siendo sustituidas por los Estados centrales de las grandes civilizaciones como principales polos de atracción y repulsión para los demás países. Estos procesos son muy claramente visibles por lo que respecta a las civilizaciones occidental, ortodoxa y sínica. En estos casos, los agrupamientos por civilizaciones que están emergiendo comprenden Estados centrales, Estados miembros, poblaciones minoritarias de cultura semejante en Estados colindantes y, cosa más discutible, pueblos vecinos culturalmente distintos, a los que los Estados centrales desean dominar por razones de seguridad. En esos bloques determinados por las civilizaciones, los Estados a menudo tienden a distribuirse en círculos concéntricos en torno al Estado o Estados centrales, traduciendo de ese modo su grado de identificación con dicho bloque y su integración en él. Carente de un Estado central reconocido, el islam está intensificando su conciencia común, pero hasta ahora sólo ha desarrollado una rudimentaria estructura política común.
Los países tienden a unirse al carro de países de cultura similar y a contrapesar a los países con los que no tienen coincidencias culturales. Esto es particularmente cierto con respecto a los Estados centrales. Su poder atrae a quienes son culturalmente semejantes y repele a quienes son culturalmente diferentes. Por razones de seguridad, los Estados centrales pueden intentar incorporar o dominar algunos pueblos de otras civilizaciones que, a su vez, intentan resistir o escapar a tal control (China frente a tibetanos y uigures; Rusia frente a tártaros, chechenos, musulmanes de Asia Central). Además, las relaciones históricas y las consideraciones de equilibrio de poder llevan a algunos países a resistir a la influencia de su Estado núcleo. Tanto Georgia como Rusia son países ortodoxos, pero, a lo largo de la historia, los georgianos se han resistido a la dominación rusa y a una asociación estrecha con Rusia. Vietnam y China son países confucianos los dos, sin embargo entre ellos ha existido un tipo parecido de enemistad histórica. No obstante, con el tiempo, es probable que los elementos culturales comunes y el desarrollo de una conciencia de civilización más amplia y fuerte reconcilien a estos países, lo mismo que se han reconciliado los países de Europa Occidental.
Durante la guerra fría, el orden existente era el resultado del dominio que las superpotencias ejercían sobre sus dos bloques y de la influencia de las superpotencias en el Tercer Mundo. En el mundo que está surgiendo, una potencia global es algo obsoleto, y una colectividad universal, un sueño lejano. Ningún país, ni siquiera los Estados Unidos, tiene intereses de seguridad importantes a escala planetaria. En el mundo actual, más complejo y heterogéneo, los componentes del orden se encuentran dentro de las civilizaciones y entre ellas. El mundo, o se ordenará de acuerdo con las civilizaciones o no tendrá orden alguno. En este mundo, los Estados centrales de las civilizaciones ocupan el puesto de las superpotencias. Son fuentes de orden dentro de las civilizaciones y, mediante negociaciones con otros Estados centrales, también entre las civilizaciones.
Un mundo en el que los Estados centrales desempeñan un papel principal o dominante es un mundo de esferas de influencia. Pero es también un mundo en el que el ejercicio de la influencia por parte del Estado central queda atemperado y moderado por la cultura común que comparte con los Estados miembros de su civilización. Los elementos culturales comunes legitiman el liderazgo y el papel ordenador del Estado central tanto para los Estados miembros como para las potencias e instituciones exteriores. En 1994, sin embargo, el entonces secretario general de la ONU, Boutros Boutros-Ghali, promulgó una norma de «mantenimiento de la esfera de influencia» según la cual la potencia regional dominante no debía proporcionar más de un tercio de las fuerzas de mantenimiento de la paz de la ONU. Tal norma niega la realidad geopolítica de que, en cualquier región dada donde hay un Estado dominante, la paz sólo se puede conseguir y mantener a través del liderazgo de ese Estado. Las Naciones Unidas no son una alternativa al poder regional, y dicho poder regional se convierte en responsable y legítimo cuando lo ejercen los Estados centrales en relación con otros miembros de su civilización.
Un Estado central puede realizar su función ordenadora gracias a que los demás Estados lo consideran su pariente cultural. Una civilización es una familia extensa y, como los miembros más viejos de una familia, los Estados centrales proporcionan a sus parientes tanto apoyo como disciplina. Si falta ese parentesco, la capacidad de un Estado más poderoso para resolver conflictos e imponer orden en su región es limitada. Paquistán, Bangladesh e incluso Sri Lanka no aceptarán a la India como suministrador de orden en el sur de Asia, y ningún otro Estado asiático oriental aceptará que Japón desempeñe esa función en el este asiático.
Cuando las civilizaciones carecen de Estados centrales, los problemas que conlleva poner orden dentro de las civilizaciones o negociar el orden entre civilizaciones se hacen más difíciles. La ausencia de un Estado central islámico que se pudiera relacionar con los bosnios de forma legítima y con autoridad, como Rusia con los serbios y Alemania con los croatas, impulsó a los Estados Unidos a intentar asumir ese papel. Su ineficacia al desempeñarlo se debió al nulo interés estratégico que tenía para los estadounidenses el lugar concreto en que fueran trazadas las fronteras estatales en la antigua Yugoslavia, a la ausencia de toda conexión cultural entre los Estados Unidos y Bosnia, y a la oposición europea a la creación de un Estado musulmán en Europa. Así mismo, ante la ausencia de un Estado central latinoamericano, a los Estados Unidos no les quedó otro remedio que llevar el peso de la negociación con Haití, pero, a su vez, los países latinoamericanos criticaron las actividades estadounidenses en este país por ser las de un intermediario externo a la civilización. La ausencia de Estados centrales tanto en África como en el mundo árabe ha complicado enormemente los esfuerzos por resolver la guerra civil en curso en Sudán. Allí donde existen, en cambio, los Estados centrales son los elementos nucleares del nuevo orden internacional basado en las civilizaciones.