Identidad: el auge de la conciencia de civilización
Las guerras de línea de fractura pasan por procesos de intensificación, expansión, contención, interrupción y, raramente, resolución. Dichos procesos comienzan habitualmente de forma secuencial, pero con frecuencia también se solapan y se pueden repetir. Una vez iniciadas, las guerras de línea de fractura, como otros conflictos colectivos, tienden a cobrar vida propia y a seguir un modelo de acción-reacción. Las identidades que anteriormente habían sido múltiples y someras pasan a ser concentradas y reforzadas: los conflictos colectivos se denominan acertadamente «guerras identitarias».1 A medida que la violencia aumenta, las cuestiones iniciales en juego tienden a ser redefinidas más exclusivamente como «nosotros» contra «ellos», y la cohesión y el compromiso de grupo aumentan. Los líderes políticos extienden y profundizan sus llamamientos a las lealtades étnicas y religiosas, y la conciencia de civilización se fortalece en relación con otras identidades. Surge una «dinámica de odio», comparable al «dilema de la seguridad» en las relaciones internacionales, en el que los temores, desconfianza y odio mutuos se alimentan entre sí.2 Cada bando exagera y magnifica la distinción entre las fuerzas del bien y las fuerzas del mal, y al final intenta transformarla en la distinción última entre los vivos y los muertos.
A medida que las revoluciones se desarrollan, los moderados, girondinos y mencheviques pierden en favor de los radicales, jacobinos y bolcheviques. Un proceso semejante tiende a producirse en las guerras de línea de fractura. Los moderados con objetivos más limitados, como la autonomía en lugar de la independencia, no alcanzan dichos objetivos mediante la negociación, que casi siempre falla al principio, y se ven complementados o sustituidos por radicales empeñados en alcanzar metas más extremas mediante la violencia. En el conflicto musulmán-filipino, el principal grupo insurgente, el Frente de Liberación Nacional fue primero complementado por el Frente Islámico de Liberación, que tenía una postura más radical, y después por el Abu Sayyaf, que era todavía más extremista y rechazaba los altos el fuego que otros grupos negociaban con el gobierno filipino. En Sudán, durante los años ochenta, el gobierno adoptó posturas islamistas cada vez más radicales, y a principios de los noventa la sublevación cristiana se dividió con un nuevo grupo, el Movimiento por la Independencia del Sur de Sudán, que abogaba por la independencia y no por la simple autonomía. En el conflicto aún en curso entre israelíes y árabes, cuando la Organización para la Liberación de Palestina, moderada, entabló negociaciones con el gobierno israelí, la organización Hamas de la Hermandad Musulmana intentó arrebatarle la lealtad de los palestinos. Simultáneamente, la entrada del gobierno israelí en negociaciones generó protestas y violencia de grupos religiosos extremistas de Israel. Cuando el conflicto checheno con Rusia se intensificó en 1992-1993, el gobierno Dudayev pasó a estar dominado por «las facciones más radicales de los nacionalistas chechenos, contrarios a cualquier acuerdo con Moscú, y las fuerzas más moderadas se vieron impelidas a la oposición». En Tadzjikistán se produjo un cambio parecido. «Cuando el conflicto se intensificó durante 1992, los grupos demócratas nacionalistas tadzjikistaníes fueron poco a poco perdiendo influencia frente a grupos islamistas que tenían más éxito a la hora de movilizar a los pobres rurales y a los jóvenes urbanos desafectos. Además, el mensaje islamista se fue radicalizando progresivamente, a medida que surgieron líderes más jóvenes que cuestionaban a la jerarquía religiosa tradicional y más pragmática.» «Estoy cerrando el diccionario de la diplomacia», decía un líder tadzjikistaní, «estoy empezando a hablar la lengua del campo de batalla, que es la única lengua adecuada, dada la situación creada por Rusia en mi patria.»3 En Bosnia, dentro del musulmán Partido de Acción Democrática, la facción nacionalista más extrema encabezada por Alija Izetbegovic adquirió más influencia que la facción más tolerante, de orientación multicultural, dirigida por Haris Silajdzic.4
La victoria de los extremistas no es necesariamente permanente. La violencia extremista no tiene más posibilidades de poner fin a una guerra de línea de fractura que el compromiso moderado. A medida que los costos en muerte y destrucción aumentan, sin sacar provecho de ellos, es posible que en cada bando reaparezcan los moderados, señalando de nuevo el «absurdo» de todo ello e instando a otro intento de ponerle fin de forma negociada.
En el curso de la guerra, muchas identidades se desvanecen, y la identidad más significativa en relación con el conflicto pasa a ser dominante. Dicha identidad casi siempre está definida por la religión. Psicológicamente, la religión proporciona la justificación más alentadora y sustentante para la lucha contra fuerzas «ateas» consideradas amenazadoras. En la práctica, su colectividad religiosa o de civilización es la más amplia en la que el grupo local implicado en el conflicto puede pedir ayuda. Si en una guerra local entre dos tribus africanas, una tribu se puede definir como musulmana y la otra como cristiana, la primera puede contar con el aliento del dinero saudí, los muyahidin afganos y las armas y asesores militares iraníes, mientras que la segunda puede buscar la ayuda económica y humanitaria occidental y el apoyo político y diplomático de los gobiernos occidentales. A menos que un grupo pueda hacer lo que hicieron los musulmanes bosnios y presentarse de forma convincente como víctima de un genocidio y, de ese modo, ganarse el apoyo de Occidente, sólo puede esperar recibir asistencia significativa de sus parientes civilizatorios, y, excepto en el caso de los musulmanes bosnios, eso ha sido lo habitual. Las guerras de línea de fractura son por definición guerras locales entre grupos locales con conexiones más amplias, y, por tanto, fomentan las identidades de civilización entre quienes participan en ellas.
El reforzamiento de las identidades de civilización se ha producido entre los implicados en guerras de línea de fractura procedentes de otras civilizaciones, pero fue particularmente frecuente entre los musulmanes. Una guerra de línea de fractura puede tener su origen en conflictos de familia, de clan o de tribu, pero, debido a que las identidades en el mundo musulmán tienden a adoptar la forma de U, a medida que la lucha avanza los contendientes musulmanes rápidamente procuran ampliar su identidad y apelar a todo el islam. Incluso un laico antifundamentalista como Saddam Hussein, cuando entra en conflicto con Occidente adopta rápidamente una identidad musulmana e intenta conseguir el apoyo de toda la ummah. El gobierno azerbaiyano, decía un occidental, jugó igualmente «la baza islámica». En Tadzjikistán, en una guerra que comenzó como un conflicto regional, los insurgentes cada vez definen más su causa como la causa del islam. En las guerras decimonónicas entre los pueblos del Cáucaso norte y los rusos, Shamil se llamó a sí mismo «islamista» y unió a docenas de grupos étnicos y lingüísticos «sobre la base del islam y la resistencia a la conquista rusa». En los años noventa de este siglo, Dudayev se aprovechó del Resurgimiento islámico que había tenido lugar en el Cáucaso en los años ochenta para seguir una estrategia parecida. Fue apoyado por clérigos musulmanes y facciones islamistas, juró su cargo sobre el Corán (igual que Yeltsin juró el suyo sobre la Biblia), y en 1994 propuso que Chechenia se convirtiera en un Estado islámico gobernado por la shari'a. Las tropas chechenas vestían pañuelos verdes «donde aparecía escrita de modo llamativo la palabra "Gavazat", guerra santa en checheno», y gritaban «Allahu Akbar» cuando partían para la batalla.5 De manera parecida, la definición que de sí mismos daban los musulmanes de Cachemira pasó, de una identidad regional que abarcaba a musulmanes, hinduistas y budistas, o de una identificación con el laicismo indio, a una tercera identidad traducida en «el ascenso del nacionalismo musulmán en Cachemira y la difusión de valores fundamentalistas islámicos supranacionales, lo que hacía a los musulmanes cachemires sentirse parte tanto del Paquistán islámico como del mundo islámico en general». La sublevación de 1989 contra la India fue dirigida al principio por una organización «relativamente laica», apoyada por el gobierno paquistaní. El apoyo de Paquistán pasó después a grupos fundamentalistas islámicos, que se hicieron dominantes. Estos grupos tenían entre sus filas «insurgentes incondicionales» que parecían «empeñados en continuar la yihad por su cuenta, fueran cuales fueran las esperanzas y los resultados». Otro observador informaba: «Los sentimientos nacionalistas han sido potenciados por las diferencias religiosas; el ascenso a escala mundial de la exaltación islámica ha dado ánimos a los insurgentes cachemires y ha debilitado la tradición de tolerancia hinduista-musulmana de Cachemira».6
En Bosnia se produjo un ascenso espectacular de las identidades enraizadas en la civilización, particularmente dentro de la colectividad musulmana. Históricamente, las identidades colectivas en Bosnia no habían sido fuertes; serbios, croatas y musulmanes convivían pacíficamente como vecinos; los matrimonios entre los tres grupos eran algo común; las identificaciones religiosas eran débiles. Se decía que los musulmanes eran bosnios que no iban a la mezquita, los croatas eran bosnios que no iban a la catedral y los serbios eran bosnios que no iban a la iglesia ortodoxa. Sin embargo, una vez que la identidad yugoslava, más amplia, se vino abajo, estas identidades religiosas indiferentes cobraron nueva actualidad y, una vez que comenzó la lucha, se intensificaron. El sistema de colectividades plurales se esfumó, y cada grupo se fue identificando cada vez más con su colectividad cultural más amplia y definiéndose desde un punto de vista religioso. Los serbo-bosnios se convirtieron en nacionalistas serbios radicales, identificándose con la Gran Serbia, la Iglesia ortodoxa serbia y la colectividad ortodoxa más amplia. Los croato-bosnios fueron los nacionalistas croatas más fervientes, se consideraron ciudadanos de Croacia, subrayaron su catolicismo y, junto con los croatas de Croacia, su identidad con el Occidente católico.
El desplazamiento de los musulmanes hacia la conciencia de civilización fue aún más marcado. Hasta que la guerra estuvo en marcha, los musulmanes bosnios eran muy laicos en sus opiniones, se consideraban europeos y eran los partidarios más acérrimos de una sociedad y un Estado bosnios multiculturales. Sin embargo, esto comenzó a cambiar cuando Yugoslavia se desmembró. Como los croatas y serbios, en las elecciones de 1990, los musulmanes rechazaron los partidos que agrupaban una pluralidad de colectividades, votando mayoritariamente al musulmán Partido de Acción Democrática liderado por Izetbegovic. Éste es un musulmán practicante, el gobierno comunista lo tuvo encarcelado por su activismo islámico, y en un libro, La declaración islámica, publicado en 1970, defiende «la incompatibilidad del islam con los sistemas no islámicos. No puede haber ni paz ni coexistencia entre la religión islámica y las instituciones sociales y políticas no islámicas». Cuando el movimiento islámico sea lo bastante fuerte, debe tomar el poder y crear una república islámica. En este nuevo Estado, es particularmente importante que la educación y los medios de comunicación «estén en manos de personas cuya autoridad islámica moral e intelectual sea incuestionable».7
Cuando Bosnia se independizó, Izetbegovic promovió un Estado multiétnico, en el que los musulmanes serían el grupo dominante, aunque falto de mayoría. Sin embargo no se resistió a la islamización de su país producida por la guerra. Nunca se retractó públicamente de lo que había escrito en La declaración islámica, que despertaba el temor de los no musulmanes. Conforme la guerra se prolongaba, serbios y croatas bosnios se marcharon de las zonas controladas por el gobierno bosnio, y los que se quedaron se vieron poco a poco excluidos de los puestos de trabajo deseables y de la participación en las instituciones sociales. «El islam cobró mayor importancia dentro de la colectividad nacional musulmana, y… una fuerte identidad nacional musulmana llegó a ser parte de la política y la religión.» El nacionalismo musulmán, en contraste con el nacionalismo multicultural bosnio, se expresaba cada vez más en los medios de comunicación. La enseñanza religiosa aumentó en las escuelas y los nuevos libros de texto insistían en los beneficios del dominio otomano. La lengua bosnia se fomentó como distinta del serbo-croata, y cada vez se incorporaban a ella más palabras turcas y árabes. Las autoridades estatales atacaban los matrimonios mixtos y la emisión de música «agresora» o serbia. El gobierno alentaba la religión islámica y daba preferencia a los musulmanes en contratos y promociones. Algo muy importante: el ejército bosnio fue islamizado, de modo que en 1995 los musulmanes constituían ya más del 90 % de su personal. Cada vez más unidades del ejército se identificaban con el islam, se dedicaban a prácticas islámicas y hacían uso de símbolos musulmanes; las unidades de elite eran las más plenamente islamizadas y las que más aumentaron en número. Esta tendencia motivó la protesta de cinco miembros de la presidencia bosnia (entre ellos dos croatas y dos serbios) ante Izetbegovic, que la rechazó, y también provocó, en 1995, la dimisión del Primer ministro, de tendencia multiculturalista, Haris Silajdzic.8
Políticamente, el partido musulmán de Izetbegovic extendió su control sobre el Estado y la sociedad bosnios. En 1995, dominaba ya «el ejército, el cuerpo de funcionarios estatales y las empresas públicas». «A los musulmanes que no pertenecen al partido», decían las informaciones, «por no hablar ya de los no musulmanes, les resulta difícil encontrar trabajos decentes.» El partido, era la acusación de sus críticos, se había «convertido en el vehículo de un autoritarismo islámico marcado por los hábitos del gobierno comunista».9 En conjunto, informaba otro observador,
el nacionalismo musulmán se está haciendo más extremista. Ya no tiene en cuenta otras sensibilidades nacionales; es propiedad, privilegio e instrumento político de la nación musulmana que predomina desde hace poco…
El principal resultado de este nuevo nacionalismo musulmán es un movimiento hacia la homogeneización nacional…
Cada vez más, el fundamentalismo religioso islámico está también aumentando su dominio a la hora de determinar los intereses nacionales musulmanes.10
La intensificación de la identidad religiosa producida por la guerra y la limpieza étnica, las preferencias de sus líderes y el apoyo y presión de otros Estados musulmanes fueron transformando Bosnia lenta, pero claramente, de la Suiza de los Balcanes en el Irán de los Balcanes.
Psicológica y pragmáticamente, cada bando tiene motivaciones, no sólo para subrayar su propia identidad enraizada en una civilización, sino también la del otro bando. En su guerra local, no se considera simplemente en lucha con otro grupo étnico local, sino con otra civilización. Así, la amenaza queda magnificada y realzada por los recursos de una civilización importante, y la derrota tiene consecuencias, no sólo para sí mismo, sino para toda la civilización de la que forma parte. De ahí la necesidad urgente de que su civilización se solidarice con él en el conflicto. La guerra local acaba redefinida como una guerra de religiones, un choque de civilizaciones, cargado de consecuencias para importantes sectores del género humano. A principios de los años noventa, cuando la religión y la Iglesia ortodoxas volvieron a ser elementos centrales de la identidad nacional rusa (lo que «excluía otras confesiones rusas, de las cuales la más importante es el islam»)11 los rusos consideraron beneficioso para sus intereses definir la guerra entre clanes y regiones en Tadzjikistán y la guerra con Chechenia como episodios de un choque más amplio, que se remontaba siglos atrás, entre la ortodoxia y el islam, con sus rivales locales a la sazón comprometidos con el fundamentalismo y la yihad islámicos, y delegados de Islamabad, Teherán, Riad y Ankara.
En la antigua Yugoslavia, los croatas se consideran los intrépidos guardianes fronterizos de Occidente contra el violento ataque de la ortodoxia y el islam. Los serbios definen a sus enemigos no simplemente como croatas y musulmanes bosnios, sino como «el Vaticano» y como «fundamentalistas islámicos» y «turcos infames» que han estado amenazando a la cristiandad durante siglos. «Karadzic», decía un diplomático occidental del líder serbo-bosnio, «ve esto como la guerra antiimperialista en Europa. Habla de que tiene la misión de erradicar los últimos vestigios del imperio turco otomano en Europa.»12 Los musulmanes bosnios, a su vez, se identifican como las víctimas de un genocidio, ignorado por Occidente debido a su religión y merecedor, por tanto, del apoyo del mundo musulmán. Así, todas las partes implicadas en las guerras yugoslavas, y la mayoría de los observadores exteriores presentes en ellas, llegaron a verlas como guerras religiosas o étnico-religiosas. El conflicto, señalaba Misha Glenny, «asumía cada vez más las características de una lucha religiosa, definida por tres grandes credos europeos -catolicismo, ortodoxia oriental e islam-, el detrito confesional de los imperios cuyas fronteras colisionaban en Bosnia».13
La interpretación de las guerras de línea de fractura como choques de civilizaciones dio también nueva vida a la teoría del dominó de la reacción en cadena que había existido durante la guerra fría. Pero ahora eran los principales Estados de esas civilizaciones los que veían la necesidad de impedir la derrota en un conflicto local, derrota que podía desencadenar una serie de pérdidas cada vez mayores y conducir al desastre. La postura dura del gobierno indio en Cachemira se debía en parte al temor de que su pérdida estimulara a otras minorías étnicas y religiosas a presionar en favor de la independencia, y con ello condujera a la disgregación de la India. Si Rusia no acababa con la violencia política en Tadzjikistán, advertía el ministro de Asuntos Exteriores Kozyrev, era probable que ésta se extendiera a Kirguizistán y Uzbekistán. Esto, se decía, podía fomentar después movimientos secesionistas en las repúblicas musulmanas de la Federación Rusa, y había quien indicaba que el resultado final podría ser la llegada del fundamentalismo islámico a la Plaza Roja. De ahí que la frontera afgano-tadzjikistaní, decía Yeltsin, sea «en realidad, la de Rusia». Los europeos, a su vez, expresaban su inquietud ante el hecho de que el establecimiento de un Estado musulmán en la antigua Yugoslavia creara una base para la difusión de inmigrantes musulmanes y del fundamentalismo islámico, reforzando lo que Jacques Chirac denominaba les odeurs d'islam en Europa.14 La frontera de Croacia es, en realidad, la de Europa.
A medida que una guerra de línea de fractura se intensifica, cada bando «demoniza» a sus adversarios, presentándolos a menudo como subhumanos, legitimando con ello su eliminación. «A los perros rabiosos hay que pegarles un tiro», decía Yeltsin refiriéndose a las guerrillas chechenas. «A esos malcriados hay que pegarles un tiro… y se lo pegaremos», dijo el general indonesio Try Sutrisno refiriéndose a la masacre de los timoreses orientales en 1991. Los demonios del pasado resucitan en el presente: los croatas se convierten en ustashe; los musulmanes, en «turcos»; y los serbios, en chetniks. El asesinato en masa, la tortura, la violación y la expulsión brutal de civiles, todo resulta justificable cuando el odio colectivo se alimenta del odio colectivo. Los símbolos y objetos centrales de la cultura rival se convierten en blancos. Los serbios destruyeron sistemáticamente mezquitas y monasterios franciscanos, mientras que los croatas volaron monasterios ortodoxos. Como depósitos de la cultura, los museos y bibliotecas son vulnerables, y las fuerzas de seguridad cingalesas quemaron la biblioteca pública de Jaffna, destruyendo «documentos literarios e históricos irreemplazables» relacionados con la cultura tamil, y los artilleros serbios bombardearon y destruyeron el Museo Nacional de Sarajevo. Los serbios limpiaron la ciudad bosnia de Zvornik de sus 40.000 musulmanes y plantaron una cruz en el lugar de la torre otomana que acababan de volar y que había reemplazado a la iglesia ortodoxa arrasada por los turcos en 1463.15 En las guerras entre culturas, la cultura pierde.