Un mundo multipolar y multicivilizacional
En el mundo de posguerra fría, por primera vez en la historia, la política global se ha vuelto multipolar y multicivilizacional. Durante la mayor parte de la existencia de la humanidad, los contactos entre civilizaciones fueron intermitentes o inexistentes. Después, con el comienzo de la era moderna, hacia el año 1500 d.C., la política global adoptó dos dimensiones. Durante más de cuatrocientos años, los Estados-nación de Occidente -Gran Bretaña, Francia, España, Austria, Prusia, Alemania y los Estados Unidos, entre otros- constituyeron un sistema internacional multipolar dentro de la civilización occidental, e interactuaron, compitieron y se hicieron la guerra unos a otros. Al mismo tiempo, las naciones occidentales también se expandieron, conquistando, colonizando o influyendo de forma decisiva en todas las demás civilizaciones (mapa 1.1). Durante la guerra fría, la política global se convirtió en bipolar, y el mundo quedó dividido en tres partes. Un grupo de sociedades, en su mayor parte opulentas y democráticas, encabezado por los Estados Unidos, se enzarzó en una rivalidad ideológica, política, económica y, a veces, militar generalizada con un grupo de sociedades comunistas más pobres, asociadas a la Unión Soviética y encabezadas por ella. Gran parte de este conflicto tuvo lugar fuera de estos dos campos, en el Tercer Mundo, formado por lo general por países pobres, carentes de estabilidad política, recién independizados y que se declaraban no alineados (mapa 1.2).
A finales de los años ochenta, el mundo comunista se desplomó y el sistema internacional de la guerra fría pasó a ser historia. En el mundo de la posguerra fría, las distinciones más importantes entre los pueblos no son ideológicas, políticas ni económicas; son culturales. Personas y naciones están intentando responder a la pregunta más básica que los seres humanos pueden afrontar: ¿quiénes somos? Y la están respondiendo en la forma tradicional en que los seres humanos la han contestado, haciendo referencia a las cosas más importantes para ellos. La gente se define desde el punto de vista de la genealogía, la religión, la lengua, la historia, los valores, costumbres e instituciones. Se identifican con grupos culturales: tribus, grupos étnicos, comunidades religiosas, naciones y, en el nivel más alto, civilizaciones. La gente usa la política no sólo para promover sus intereses, sino también para definir su identidad. Sabemos quiénes somos sólo cuando sabemos quiénes no somos, y con frecuencia sólo cuando sabemos contra quiénes estamos.
Los Estados-nación siguen siendo los actores principales en los asuntos mundiales. Su conducta está determinada, como en el pasado, por la búsqueda de poder y riqueza, pero también por preferencias, coincidencias y diferencias culturales. Los agrupamientos más importantes de Estados ya no son los tres bloques de la guerra fría, sino más bien las siete u ocho civilizaciones principales del mundo (mapa 1.3). Las sociedades no occidentales, particularmente en el este de Asia, están desarrollando su riqueza económica y sentando las bases de un poderío militar y una influencia política mayores. A medida que su poder y confianza en sí mismas aumentan, las sociedades no occidentales van afirmando cada vez más sus propios valores culturales y rechazan los que les «impone» Occidente. El «sistema internacional del siglo xxi», ha señalado Henry Kissinger, «…incluirá al menos seis grandes potencias -los Estados Unidos, Europa, China, Japón, Rusia y, probablemente, la India- así como multitud de países de tamaño medio y más pequeños».1 Las seis grandes potencias de Kissinger pertenecen a cinco civilizaciones diferentes, y además hay importantes Estados islámicos cuya posición estratégica, gran número de habitantes y/o recursos petrolíferos les convierten en influyentes en los asuntos mundiales. En este nuevo mundo, la política local es la política de la etnicidad; la política global es la política de las civilizaciones. La rivalidad de las superpotencias queda sustituida por el choque de las civilizaciones.
En este nuevo mundo, los conflictos más generalizados, importantes y peligrosos no serán los que se produzcan entre clases sociales, ricos y pobres u otros grupos definidos por criterios económicos, sino los que afecten a pueblos pertenecientes a diferentes entidades culturales. Dentro de las civilizaciones tendrán lugar guerras tribales y conflictos étnicos. Sin embargo, la violencia entre Estados y grupos procedentes de civilizaciones diferentes puede aumentar e intensificarse cuando otros Estados y grupos pertenecientes a esas mismas civilizaciones acudan en apoyo de sus «países afines».2 El sangriento choque entre clanes en Somalia no supone ninguna amenaza de conflicto más amplio. El sangriento choque entre tribus en Ruanda tiene consecuencias para Uganda, Zaire y Burundi, pero no mucho más. Los choques sangrientos entre civilizaciones en Bosnia, el Cáucaso, Asia Central o Cachemira se podrían convertir en grandes guerras. En los conflictos yugoslavos, Rusia proporcionó apoyo diplomático a los serbios, y Arabia Saudí, Turquía, Irán y Libia aportaron dinero y armas a los bosnios, no por razones ideológicas, de política de influencia o de interés económico, sino debido a su parentesco cultural. «Los conflictos culturales», ha observado Vaclav Havel, «van en aumento y son más peligrosos hoy que en cualquier otro momento de la historia», y Jacques Delors coincidía en que «los futuros conflictos estarán provocados por factores culturales, más que económicos o ideológicos».3 Y los conflictos culturales más peligrosos son los que se producen a lo largo de las líneas divisorias existentes entre las civilizaciones.
En el mundo de posguerra fría, la cultura es a la vez una fuerza divisiva y unificadora. Gentes separadas por la ideología pero unidas por la cultura se juntan, como hicieron las dos Alemanias y como están comenzando a hacer las dos Coreas y las diversas Chinas. Las sociedades unidas por la ideología o las circunstancias históricas, pero divididas por la civilización, o se deshacen (como la Unión Soviética, Yugoslavia y Bosnia) o están sometidas a una gran tensión, como es el caso de Ucrania, Nigeria, Sudán, India, Sri Lanka y muchas otras. Los países con afinidades culturales colaboran económica y políticamente. Las organizaciones internacionales formadas por Estados culturalmente coincidentes, tales como la Unión Europea, tienen mucho más éxito que las que intentan ir más allá de las culturas. Durante cuarenta y cinco años, el telón de acero fue la línea de fractura fundamental en Europa. Esa línea se ha desplazado varios cientos de kilómetros hacia el este. Ahora es la línea que separa a los pueblos cristianos occidentales, por un lado, de los pueblos musulmanes y ortodoxos, por el otro. Durante la guerra fría, países culturalmente pertenecientes a Occidente, como Austria, Suecia y Finlandia, tuvieron que ser neutrales y quedar separados de Occidente. En la nueva era, se están agregando a sus parientes culturales en la Unión Europea, y Polonia, Hungría y la República Checa siguen su ejemplo.
Los presupuestos filosóficos, valores subyacentes, relaciones sociales, costumbres y puntos de vista globales sobre la vida varían de forma significativa de una civilización a otra. La revitalización de la religión en gran parte del mundo está reforzando estas diferencias culturales. Las culturas pueden cambiar, y la naturaleza de su influencia en la política y la economía puede variar de un período a otro. Sin embargo, las diferencias importantes entre civilizaciones en materia de desarrollo político y económico están claramente enraizadas en sus diferentes culturas. El éxito económico del este de Asia se origina en la cultura del este asiático, lo mismo que las dificultades que los países de esa parte del mundo han tenido para alcanzar sistemas políticos democráticos y estables. La cultura islámica explica en gran medida la incapacidad de la democracia para abrirse paso en buena parte del mundo musulmán. Las nuevas circunstancias de las sociedades poscomunistas de Europa Oriental y de la antigua Unión Soviética están configuradas por su identidad, marcada a su vez por una civilización. Las que cuentan con herencias cristianas occidentales están progresando hacia el desarrollo económico y una política democrática; las perspectivas de avance económico y político en los países ortodoxos son inciertas; en las repúblicas musulmanas, dichas perspectivas no son nada prometedoras.
Occidente es y seguirá siendo en los años venideros la civilización más poderosa. Sin embargo, su poder está declinando con respecto al de otras civilizaciones. Mientras Occidente intenta afirmar sus valores y defender sus intereses, las sociedades no occidentales han de elegir. Unas intentan emular a Occidente y unirse a él o «subirse a su carro». Otras sociedades, confucianas e islámicas, intentan expandir su propio poder económico y militar para resistir a Occidente y «hacer de contrapeso» frente a él. Así, un eje fundamental del mundo de la posguerra fría es la interacción del poder y la cultura occidentales con el poder y la cultura de las civilizaciones no occidentales.
En resumen, el mundo la posguerra fría es un mundo con siete u ocho grandes civilizaciones. Las coincidencias y diferencias culturales configuran los intereses, antagonismos y asociaciones de los Estados. Los países más importantes del mundo proceden en su gran mayoría de civilizaciones diferentes. Los conflictos locales con mayores probabilidades de convertirse en guerras más amplias son los existentes entre grupos y Estados procedentes de civilizaciones diferentes. Los modelos predominantes de desarrollo político y económico difieren de una civilización a otra. Las cuestiones clave de la agenda internacional conllevan diferencias entre civilizaciones. El poder se está desplazando, de Occidente, predominante durante largo tiempo, a las civilizaciones no occidentales. La política global se ha vuelto multipolar y multicivilizacional.