Causas: historia, demografía, política
¿A qué se debe el gran aumento, a finales del siglo xx, de las guerras de línea de fractura y del papel central de los musulmanes en tales conflictos? En primer lugar, estas guerras hunden sus raíces en la historia. La violencia intermitente de línea de fractura entre grupos de civilizaciones diferentes existió en el pasado, y los recuerdos de ese pasado persisten en el presente, generando a su vez temores e inseguridades en ambas partes. Musulmanes e hinduistas en el subcontinente asiático, rusos y caucasianos en el Cáucaso norte, armenios y turcos en Transcaucasia, árabes y judíos en Palestina, católicos, musulmanes y ortodoxos en los Balcanes, rusos y etnias turcas en Asia Central, cingaleses y tamiles en Sri Lanka, árabes y negros en toda África: todas ellas son relaciones que a lo largo de los siglos han llevado aparejadas alternancias entre una convivencia desconfiada y una violencia cruel. Existe un legado histórico de conflicto susceptible de ser explotado y utilizado por quienes ven razones para hacerlo. En estas relaciones la historia está viva, goza de buena salud y es aterradora.
Sin embargo, una historia de violentos ataques intermitentes no explica por sí sola el hecho de que la violencia se activara de nuevo a finales del siglo xx. Después de todo, como muchos han señalado, serbios, croatas y musulmanes convivieron pacíficamente en Yugoslavia durante décadas. También los musulmanes e hinduistas en la India. Los numerosos grupos étnicos y religiosos de la Unión Soviética convivían, con unas pocas excepciones notables, provocadas por el gobierno soviético. Tamiles y cingaleses también convivieron tranquilamente en una isla a menudo descrita como un paraíso tropical. La historia no impidió que estas relaciones relativamente pacíficas predominaran durante períodos prolongados de tiempo; de ahí que la historia no pueda por sí misma explicar la quiebra de la paz. Otros factores deben de haber intervenido en las últimas décadas del siglo xx.
Los cambios en el equilibrio demográfico fueron uno de tales factores. La expansión numérica de un grupo genera presiones políticas, económicas y sociales en otros y provoca reacciones compensatorias. Y, lo que es aún más importante, produce presiones militares sobre grupos menos dinámicos demográficamente. El hundimiento a principios de los años setenta del ordenamiento constitucional con treinta años de antigüedad en el Líbano fue en gran parte el resultado del incremento espectacular de la población chiíta respecto a los cristianos maronitas. En Sri Lanka, como ha demostrado Gary Fuller, el punto máximo de la sublevación nacionalista cingalesa en 1970 y del levantamiento tamil a finales de los años ochenta coincidió exactamente con los años en que el «súbito aumento de los jóvenes» entre quince y veinticuatro años de edad en estos grupos superaba el 20 % de la población total.27 (Véase la figura 10.1.) Prácticamente todos los insurgentes cingaleses, señalaba un diplomático estadounidense en Sri Lanka, tenían menos de veinticuatro años, y los «tigres» tamiles, según las informaciones, poseían «la peculiaridad de depender de lo que viene a ser un ejército de niños», reclutaban «a chicos y chicas de incluso once años», y contaban en su haber con muertos en combate «que no habían cumplido aún los diez años cuando murieron, y sólo [con] unos pocos mayores de dieciocho». Los «tigres», decía The Economist, estaban librando una «guerra de menores de edad».28 De manera parecida, las guerras de línea de fractura entre los rusos y los pueblos musulmanes situados al sur de su territorio fueron estimuladas por importantes diferencias de crecimiento de la población. A principios de los años noventa, el índice de fecundidad de las mujeres de la Federación Rusa era de 1,5, mientras que en las antiguas repúblicas soviéticas de Asia Central, fundamentalmente musulmanas, dicho índice estaba aproximadamente en el 4,4, y en estas últimas la tasa de incremento neto de la población (índice total de natalidad menos índice total de mortalidad) a finales de los años ochenta fue de cinco a seis veces la de Rusia.29 Chechenia era uno de los lugares de Rusia más densamente poblados, y sus altos índices de natalidad producían emigrantes y soldados. De manera parecida, los altos índices de natalidad y la emigración musulmana a Cachemira desde Paquistán estimuló una resistencia renovada al dominio indio.
Figura 10.1. Sri Lanka: incremento de la juventud cingalesa y tamil. Porcentaje de la población total, edad 15-24.
Los complicados procesos que desembocaron en guerras entre civilizaciones en la antigua Yugoslavia tuvieron muchas causas y muchos puntos de partida. Probablemente, el factor más importante que condujo a esos conflictos fue, sin embargo, el cambio demográfico que tuvo lugar en Kosovo. Kosovo era una provincia autónoma dentro de la república serbia, con los poderes de facto de las seis repúblicas yugoslavas excepto el derecho a la secesión. En 1961, su población era en un 67 % musulmana albanesa y en un 24 % serbia ortodoxa. Sin embargo, el índice de natalidad albanés era el más alto de Europa, y Kosovo se convirtió en la región más densamente poblada de Yugoslavia. Con un 4 % del territorio yugoslavo, Kosovo albergaba al 8 % de los yugoslavos. En los años ochenta, cerca del 50 % de los albaneses tenían menos de veinte años. Ante estas cifras, los serbios emigraron de Kosovo en busca de oportunidades económicas en Belgrado y otros lugares. Como consecuencia de ello, en 1991 Kosovo era en un 90 % o musulmán y en un 10 % serbio.30 Sin embargo, los serbios veían Kosovo como su «tierra santa» o su «Jerusalén», el lugar, entre otras cosas, de la gran batalla del 28 de junio de 1389, en la que fueron derrotados por los turcos otomanos y, a resultas de la cual, sufrieron el dominio otomano durante casi cinco siglos.
A finales de los años ochenta, el cambiante equilibrio demográfico llevó a los albaneses a exigir que Kosovo fuera elevado a la condición de república yugoslava. Los serbios y el gobierno yugoslavo se resistieron, temerosos de que una vez que Kosovo tuviera el derecho a la secesión hiciera uso de él y, posiblemente, se uniera con Albania. En marzo de 1981, estallaron las protestas y disturbios albaneses en apoyo de su demanda de estatuto de república. Según los serbios, la discriminación, persecución y violencia contra los serbios se intensificó a partir de entonces. «En Kosovo, desde finales de los años setenta», decía un protestante croata, «…tuvieron lugar numerosos incidentes violentos, entre ellos daños a la propiedad, pérdida de empleos, acoso, violaciones, peleas y asesinatos.» Como consecuencia de ello, los «serbios declararon que para ellos la amenaza tenía las proporciones de un genocidio y que ya no podían tolerarlo». La difícil situación de los serbios de Kosovo encontró eco en otras partes dentro de Serbia y en 1986 provocó una declaración de 200 importantes intelectuales, figuras políticas, líderes religiosos y oficiales militares serbios, entre ellos los editores del diario de la oposición liberal Praxis, declaración en la que exigían que el gobierno tomara medidas enérgicas para poner fin al genocidio de serbios en Kosovo. Desde el punto de vista de cualquier definición razonable de genocidio, esta acusación era enormemente exagerada, aunque según un observador extranjero bien dispuesto hacia los albaneses, «durante los años ochenta, los nacionalistas albaneses fueron responsables de varios ataques violentos contra serbios y de la destrucción de alguna propiedad serbia».31
Todo esto despertó el nacionalismo serbio, y Slobodan Milosevic vio su oportunidad. En 1987 pronunció un importante discurso en Kosovo llamando a los serbios a reclamar su propia tierra e historia. «Inmediatamente, un gran número de serbios -comunistas, no comunistas e incluso anticomunistas- comenzaron a congregarse en torno a él y determinaron, no sólo proteger a la minoría serbia de Kosovo, sino reprimir a los albaneses y convertirlos en ciudadanos de segunda clase. Milosevic fue pronto reconocido como un líder nacional.»32 Dos años después, el 28 junio de 1989, Milosevic regresó a Kosovo junto a una muchedumbre de entre 1 y 2 millones de serbios para celebrar el 600 aniversario de la gran batalla que simbolizaba su guerra constante con los musulmanes.
Los temores y el nacionalismo serbios provocados por las cifras y el poder en alza de los albaneses fueron exacerbados aún más por los cambios demográficos en Bosnia. En 1961, los serbios constituían el 43 % de la población de Bosnia-Herzegovina, y los musulmanes el 26 %. En 1991 las proporciones ya se habían invertido casi exactamente: los serbios habían bajado al 31 %, y los musulmanes habían subido hasta el 44 %. Durante estos treinta años, los croatas pasaron del 22 al 17 %. La expansión étnica de un grupo llevó a la limpieza étnica por parte del otro. «¿Por qué matamos niños?», preguntaba un combatiente serbio en 1992, y respondía: «Porque algún día crecerían y tendríamos que matarlos entonces». Menos brutalmente, las autoridades bosnio-croatas tomaron medidas para impedir que sus localidades fueran «ocupadas demográficamente» por los musulmanes.33
Los cambios en los equilibrios demográficos y el súbito aumento del grupo de los jóvenes hasta el 20 % o más explican muchos de los conflictos entre civilizaciones de finales del siglo xx. Sin embargo, no los explican todos. La lucha entre serbios y croatas, por ejemplo, no se puede explicar por la demografía y, si vamos a eso, sólo parcialmente por la historia, puesto que estos dos pueblos convivieron en una paz relativa hasta que los ustashe croatas mataron brutalmente a serbios al final de la segunda guerra mundial. Aquí y en otros lugares, la política fue también motivo de disensión. El hundimiento de los imperios austro-húngaro, otomano y ruso a finales de la primera guerra mundial estimularon los conflictos étnicos y de civilización entre los pueblos y Estados que los sucedieron. El final de los imperios británico, francés y holandés produjeron efectos parecidos tras la segunda guerra mundial. La caída de los regímenes comunistas en la Unión Soviética y Yugoslavia propició la misma situación al final de la guerra fría. La gente ya no podía seguir identificándose como comunista, ciudadana soviética o yugoslava, estaba desesperadamente necesitada de encontrar nuevas identidades y las encontró en los viejos recursos de la etnia y la religión. El ordenamiento represivo, pero pacífico, de los Estados adheridos a la proposición de que Dios no existe, fue reemplazado por la violencia de los pueblos adheridos a dioses diferentes.
Este proceso se vio agravado por la necesidad de que las entidades políticas que iban apareciendo adoptaran los procedimientos de la democracia. Cuando la Unión Soviética y Yugoslavia comenzaron a disgregarse, las elites en el poder no organizaron elecciones nacionales. Si lo hubieran hecho, los líderes políticos habrían rivalizado por el poder central y podrían haber intentado atraer al electorado desde la perspectiva de la pluralidad de etnias y civilizaciones y formar coaliciones mayoritarias de ese tenor en el Parlamento. En vez de eso, tanto en la Unión Soviética como en Yugoslavia, las elecciones se organizaron primero a nivel de repúblicas, lo cual creó un estímulo irresistible para que los líderes políticos hicieran campaña contra el poder central, apelaran al nacionalismo étnico y promovieran la independencia de sus repúblicas. Incluso dentro de Bosnia, en las elecciones de 1990 el pueblo votó siguiendo estrictamente criterios étnicos. El multiétnico Partido Reformista y el antiguo Partido Comunista consiguieron cada uno menos del 10 % del voto. Los votos obtenidos por el Partido de Acción Democrática (musulmán, 34 %), el Partido Democrático (serbio, 30 %) y la Unión Democrática (croata, 18 %) son eco fiel de las proporciones de musulmanes, serbios y croatas entre la población. Las primeras elecciones, bastante cuestionadas, fueron ganadas en casi todas las repúblicas ex soviéticas y ex yugoslavas por líderes políticos que apelaban a los sentimientos nacionalistas y prometían una acción enérgica para defender su nacionalidad contra otros grupos étnicos. La competencia electoral estimula las reivindicaciones nacionalistas y promueve así la intensificación de los conflictos de línea de fractura, que pasan a convertirse en guerras de línea de fractura. Cuando, según la expresión de Bogdan Denitch, «el ethnos se convierte en demos»,34 el resultado es polemos (guerra).
Sigue en pie la pregunta de por qué, cuando está terminando el siglo xx, los musulmanes están envueltos en mucha más violencia intergrupal que gentes de otras civilizaciones. ¿Ha sido siempre así? En el pasado, los cristianos mataban a otros cristianos y a otras personas en gran número. Evaluar la propensión de las civilizaciones a la violencia a lo largo de la historia requeriría una amplia investigación, que aquí resulta imposible realizar. Lo que se puede hacer, sin embargo, es identificar las posibles causas de la actual violencia de los grupos musulmanes, tanto dentro como fuera del islam, y distinguir entre las causas que explican una mayor propensión hacia el conflicto de grupo a lo largo de la historia, si es que se da, y las que sólo explican esa propensión al final del siglo xx. Se me ocurren seis causas posibles. Tres explican sólo la violencia entre musulmanes y no musulmanes, y tres explican tanto esa violencia como la que se da dentro del islam. Además, tres explican sólo la propensión musulmana contemporánea a la violencia, mientras que las otras tres explican tanto la contemporánea como la histórica, si es que existe. Sin embargo, si esa propensión histórica no existe, entonces sus supuestas causas, que no pueden explicar una propensión histórica inexistente, presumiblemente tampoco explicarán la demostrada propensión musulmana contemporánea a la violencia grupal. Esta última, entonces, sólo se podría explicar por causas específicas del siglo xx, inexistentes en siglos anteriores (véase la tabla 10.4).
En primer lugar, se argumenta que el islam ha sido desde el principio una religión glorificadora de la espada, que exalta las virtudes castrenses. El islam se originó entre «tribus nómadas beduinas en guerra», y este «origen violento está grabado en el cimiento del islam. Mahoma mismo es recordado como un guerrero duro y un diestro caudillo militar».35 (Nadie diría esto de Cristo o Buda.) Las doctrinas del islam, se afirma, prescriben la guerra contra los infieles, y, cuando la expansión inicial del islam fue disminuyendo, los grupos musulmanes, de forma absolutamente contraria a la doctrina, pasaron a luchar entre sí. La proporción de fitna o conflictos internos respecto a la yihad cambió radicalmente en favor de los primeros. El Corán y otras formulaciones de las creencias musulmanas contienen pocas prohibiciones de la violencia, y el concepto de no violencia está ausente de la doctrina y la práctica musulmanas.
Tabla 10.4. Posibles causas de la propensión musulmana al conflicto.
Conflicto extramusulmán | Conflicto interno y externo |
|
Conflicto histórico y contemporáneo |
Proximidad «Indigestibilidad» |
Militarismo |
Conflicto contemporáneo | Condición de víctima | Incremento demográfico fuerte y súbito Ausencia de Estado central |
En segundo lugar, desde su origen en Arabia, el islam pronto se extendió por el norte de África y gran parte de Oriente Próximo y Oriente Medio, y más tarde por Asia Central, el subcontinente asiático y los Balcanes. Esta expansión puso a los musulmanes en contacto directo con muchos pueblos diferentes, que fueron conquistados y convertidos, y el legado de este proceso perdura. A raíz de las conquistas otomanas en los Balcanes, los eslavos urbanos del sur a menudo se convirtieron al islam, mientras que los campesinos rurales no, y así nació la distinción entre bosnios musulmanes y serbios ortodoxos. Por el contrario, la expansión del imperio ruso hasta el mar Negro, el Cáucaso y Asia Central lo puso en conflicto continuo durante varios siglos con diversos pueblos musulmanes. Occidente, en la cumbre de su poder con respecto al islam, patrocinó un Estado judío en Oriente Próximo, sentando con ello las bases para un constante antagonismo árabe-israelí. Así, la expansión musulmana y no musulmana por tierra se tradujo en que musulmanes y no musulmanes vivieran en estrecha proximidad física en toda Eurasia. En cambio, la expansión de Occidente por mar habitualmente no llevó a los pueblos occidentales a vivir en proximidad territorial con pueblos no occidentales: éstos fueron sometidos al dominio de Europa o, excepto en Sudáfrica, fueron prácticamente diezmados por los colonos occidentales.
Una tercera posible fuente de conflicto entre musulmanes y no musulmanes comprende lo que un estadista, en referencia a su propio país, denominó la «indigestibilidad» de los musulmanes. Sin embargo, la indigestibilidad funciona en ambos sentidos: los países musulmanes tienen con las minorías no musulmanas problemas parecidos a los que los países no musulmanes tienen con las minorías musulmanas. Más incluso que el cristianismo, el islam es una fe absolutista. Funde religión y política y traza una línea claramente marcada entre quienes pertenecen al Dar al-Islam y los que constituyen el Dar al-Harb. Como resultado de ello, confucianos, budistas, cristianos occidentales y cristianos ortodoxos tienen menos dificultad para adaptarse y convivir unos con otros, que la que cualquiera de ellos tiene a la hora de adaptarse a los musulmanes y convivir con ellos. Las personas de etnia china, por ejemplo, son una minoría económicamente dominante en la mayoría de los países del sudeste asiático. Han sido asimilados con éxito en las sociedades de la budista Tailandia y las católicas Filipinas; no hay prácticamente casos relevantes de violencia antichina por parte de los grupos mayoritarios en esos países. En cambio, se han producido disturbios y/o violencia antichina en las musulmanas Indonesia y Malaisia, y el papel de los chinos en estas sociedades sigue siendo una cuestión delicada y potencialmente explosiva, cosa que no ocurre en Tailandia y Filipinas.
El militarismo, la indigestibilidad y la proximidad a grupos no musulmanes son características constantes del islam y podrían explicar la propensión musulmana al conflicto a lo largo de la historia, si es el caso. Otros tres factores temporalmente limitados podrían contribuir a esta propensión a finales del siglo xx. Una explicación, propuesta por los musulmanes, es que el imperialismo occidental y el sometimiento de las sociedades musulmanas en los siglos xix y xx produjeron una imagen de debilidad musulmana en lo militar y económico, y por tanto mueven a los grupos no islámicos a ver a los musulmanes como un objetivo atractivo. Según este argumento, los musulmanes son víctimas de un prejuicio antimusulmán generalizado, semejante al antisemitismo que históricamente impregnó las sociedades occidentales. Grupos musulmanes como palestinos, bosnios, cachemires y chechenos, afirma Akbar Ahmed, son como «pieles rojas, grupos deprimidos, privados de dignidad, atrapados en las reservas en que se han convertido sus tierras ancestrales».36 Sin embargo, el argumento del musulmán como víctima no explica los conflictos entre mayorías musulmanas y minorías no musulmanas en países como Sudán, Egipto, Irán e Indonesia.
Posiblemente, un factor más convincente a la hora de explicar el conflicto, tanto dentro del islam como fuera de él, es la ausencia de uno o más Estados centrales en el islam. Los Estados aspirantes a ser líderes del islam, tales como Arabia Saudí, Irán, Paquistán, Turquía y, potencialmente, Indonesia, rivalizan por la influencia en el mundo musulmán; ninguno de ellos está en una posición de fuerza que le permita mediar en los conflictos internos del islam; y ninguno de ellos es capaz de actuar con autoridad en nombre del islam a la hora de afrontar conflictos entre grupos musulmanes y no musulmanes.
Finalmente hay que considerar algo muy importante, la explosión demográfica en las sociedades musulmanas y la existencia de gran número de varones, a menudo desempleados, entre los quince y los treinta años, que constituye una fuente natural de inestabilidad y violencia, tanto dentro del islam, como contra no musulmanes. Sean cuales sean las demás causas que puedan intervenir, este factor por sí solo explicaría gran parte de la violencia musulmana en los años ochenta y noventa. Por consiguiente, el envejecimiento de esta generación hacia la tercera década del siglo xxi y el desarrollo económico de las sociedades musulmanas, si se dan y cuando se den, podrían llevar a una importante reducción de las propensiones musulmanas a la violencia y, por tanto, a un descenso generalizado en la frecuencia e intensidad de las guerras de línea de fractura.