Indigenización: el resurgimiento de culturas no occidentales
La distribución de las culturas en el mundo refleja la distribución del poder. El comercio puede seguir o no seguir a la bandera, pero la cultura casi siempre sigue al poder. A lo largo de la historia, la expansión del poder de una civilización ha tenido lugar habitualmente a la vez que el florecimiento de su cultura y casi siempre ha supuesto el uso de tal poder por parte de la civilización para extender sus valores, prácticas e instituciones a otras sociedades. Una civilización universal requiere poder universal. El poder romano creó una civilización casi universal dentro de los limitados confines del mundo clásico. El poder occidental, bajo la forma del colonialismo europeo del siglo xix y de la hegemonía estadounidense en el siglo xx, extendió la cultura occidental por gran parte del mundo contemporáneo. El colonialismo europeo ha pasado; la hegemonía estadounidense va retrocediendo. Se sigue de ello la merma de la cultura occidental, a medida que se reafirman tradiciones, lenguas, creencias e instituciones autóctonas, enraizadas en la historia. El creciente poder de las sociedades no occidentales, producto de la modernización, está generando el renacimiento de culturas no occidentales en todo el mundo.*
Joseph Nye ha afirmado que existe una distinción entre «poder fuerte», que es el poder de mando que se apoya en la fuerza económica y militar, y «poder suave», que es la capacidad de un Estado para conseguir que «otros países quieran lo que él quiere» mediante el atractivo de su cultura e ideología. Como reconoce Nye, en el mundo se está difundiendo ampliamente el poder rígido, y las naciones principales «son menos capaces que en el pasado de usar sus recursos tradicionales de poder para alcanzar sus objetivos». Nye pasa después a decir que si «la cultura e ideología [de un Estado] son atractivas, los demás estarán más dispuestos a seguir» su liderazgo, y, por tanto, el poder suave es «tan importante como el poder fuerte de mando».11 Pero, ¿qué convierte en atractiva una cultura y una ideología? Se vuelven atractivas cuando los demás las consideran arraigadas en el éxito y la influencia materiales. El poder suave es poder sólo si se apoya en un fundamento de poder fuerte. El incremento de poder duro, económico y militar, produce en un pueblo mayor confianza en sí mismo, altanería y creencia en la superioridad de su propia cultura o poder suave con respecto a la de los demás, y acrecienta enormemente su atractivo para los otros pueblos. El declive del poder económico y militar de un pueblo le llevan a dudar de sí mismo, a la crisis de identidad y a los esfuerzos por encontrar en otras culturas las claves del éxito económico, militar y político. Conforme las sociedades no occidentales aumentan su capacidad económica, militar y política, pregonan cada vez más las bondades de sus propios valores, instituciones y cultura.
La ideología comunista atraía a gente de todo el mundo en los años cincuenta y sesenta, cuando estaba asociada con el éxito económico y la fuerza militar de la Unión Soviética. Ese atractivo se esfumó cuando la economía soviética se estancó y fue incapaz de mantener el poderío militar soviético. Los valores e instituciones occidentales han atraído a gente de otras culturas porque eran considerados la fuente del poder y la riqueza occidentales. Este proceso se ha desarrollado durante siglos. Como señala William McNeill, entre los años 1000 y 1300, el cristianismo, el derecho romano y otros elementos de la cultura occidental fueron adoptados por húngaros, polacos y lituanos, y esta «aceptación de la civilización occidental fue estimulada por una mezcla de temor y admiración ante la destreza militar de los príncipes occidentales».12 A medida que el poder occidental declina, la capacidad de Occidente para imponer en otras civilizaciones los conceptos occidentales de derechos humanos, liberalismo y democracia declina también, lo mismo que el atractivo de estos valores para otras civilizaciones.
Ya ha ocurrido. Durante varios siglos los pueblos no occidentales envidiaron la prosperidad económica, el refinamiento tecnológico, el poderío militar y la cohesión política de las sociedades occidentales. Buscaron el secreto de este éxito en los valores e instituciones occidentales, y cuando averiguaron lo que pensaban que podría ser la clave intentaron aplicarla en sus propias sociedades. Para hacerse ricos y poderosos tenían que parecerse a Occidente. En la actualidad, sin embargo, estas actitudes kemalistas han desaparecido en el este de Asia. Los asiáticos del este atribuyen su espectacular desarrollo económico, no a la importación de la cultura occidental, sino más bien a la adhesión a su propia cultura. Están teniendo éxito, afirman, porque son diferentes de Occidente. Así mismo, cuando las sociedades no occidentales se sentían débiles con respecto a Occidente, apelaban a los valores occidentales de autodeterminación, liberalismo, democracia e independencia para justificar su oposición a la dominación occidental. Ahora que ya no son débiles, sino cada vez más poderosas, no dudan en atacar esos mismos valores que anteriormente utilizaban para promover sus intereses. Inicialmente, la rebelión contra Occidente se legitimaba afirmando la universalidad de los valores occidentales; ahora se legitima afirmando la superioridad de los valores no occidentales.
El ascenso de estas actitudes es una manifestación de lo que Ronald Dore ha denominado el «fenómeno de la indigenización de segunda generación». En antiguas colonias occidentales, y también en países independientes como China y Japón, «la primera generación "modernizadora" o "posterior a la independencia" ha recibido a menudo su formación en universidades extranjeras (occidentales), en una lengua occidental cosmopolita. Resulta razonable que, debido en parte a que la primera vez que salieron al extranjero eran adolescentes impresionables, su absorción de los valores y estilos de vida occidentales fuera profunda». En cambio, la mayor parte de la segunda generación, mucho más amplia, recibe educación en su propio país, en universidades creadas por la primera generación y además la lengua local se usa cada vez más para la instrucción, en detrimento de la lengua colonial. Estas universidades «proporcionan un contacto mucho más diluido con la cultura metropolitana mundial», por lo que «el conocimiento se indigeniza mediante traducciones -por lo general de repertorio limitado y mala calidad-». Los licenciados de estas universidades no están conformes con la dominación de la generación anterior, de formación occidental y, por tanto, a menudo «sucumben a los atractivos de movimientos de oposición nativista».13 Dado que la influencia occidental retrocede, los jóvenes aspirantes a líderes no pueden esperar que Occidente les proporcione poder y riqueza. Tienen que encontrar los medios del éxito dentro de su propia sociedad, y por tanto tienen que acomodarse a los valores y cultura de esa sociedad.
El proceso de indigenización no ha de aguardar a la segunda generación. Los líderes de la primera generación con aptitudes, perspicacia y capacidad de adaptación se indigenizan. Tres casos notables son Mohammad Ali Jinnah, Harry Lee y Solomon Bandaranaike. Eran brillantes licenciados de Oxford, Cambridge y Lincoln's Inn, respectivamente, abogados magníficos y miembros completamente occidentalizados de las élites de sus sociedades. Jinnah era un laicista convencido. Lee, según palabras de un ministro británico, era «el inglés más cabal al este de Suez». A Bandaranaike se le dio una educación cristiana. Sin embargo, para guiar a sus naciones hasta la independencia, y para seguir haciéndolo luego tras alcanzarla, tuvieron que indigenizarse. Volvieron a sus culturas ancestrales, y en ese proceso a veces cambiaron de identidad, nombre, atuendo y creencias. El abogado inglés M.A. Jinnah se convirtió en el Quaid-i-Azam de Paquistán, Harry Lee pasó a ser Lee Kuan Yew. El laicista Jinnah se convirtió en el ferviente apóstol del islam entendido como la base del Estado paquistaní. El anglizado Lee aprendió el mandarín y se hizo promotor elocuente del confucianismo. El cristiano Bandaranaike se convirtió al budismo y apeló al nacionalismo cingalés.
La indigenización ha estado a la orden del día en todo el mundo no occidental en los años ochenta y noventa. El resurgimiento del islam y la «reislamización» son los temas centrales en las sociedades musulmanas. En la India, la tendencia predominante es el rechazo de las formas y valores occidentales y la «hinduización» de la política y la sociedad. En el este de Asia, los gobiernos están promoviendo el confucianismo y los líderes políticos e intelectuales hablan de la «asiatización» de sus países. A mediados de los años ochenta, Japón estaba obsesionado con «Nihonjinron o la teoría de Japón y lo japonés». Más tarde, un prestigioso intelectual japonés afirmaba que Japón ha atravesado «ciclos de importación de culturas exteriores» y de «"indigenización" de dichas culturas mediante la réplica exacta y el refinamiento, la inevitable confusión resultante de agotar el impulso importado y creativo y la reapertura final al mundo exterior». En la actualidad, Japón está «entrando en la segunda fase de este ciclo».14 Con el final de la guerra fría, Rusia se convirtió de nuevo en un país «desgarrado», en el que resurgía la lucha clásica entre occidentalizadores y eslavófilos. Durante una década, sin embargo, la tendencia fue ir pasando de los primeros a los segundos; el occidentalizado Gorbachov cedió el puesto a Yeltsin, ruso en su estilo, occidental en sus creencias expresadas, quien, a su vez, estaba amenazado por Zhirinovsky y otros nacionalistas que encarnan la indigenización ortodoxa rusa en persona.
La indigenización se ve alentada por la paradoja de la democracia: la adopción por parte de sociedades no occidentales de instituciones democráticas occidentales estimula y da acceso al poder a movimientos políticos nativistas y antioccidentales. En los años sesenta y setenta, los gobiernos occidentalizados y prooccidentales de países en vías de desarrollo estuvieron amenazados por golpes de Estado y revoluciones; en los ochenta y noventa están cada vez más en peligro de ser desbancados en las elecciones. La democratización está en conflicto con la occidentalización, y la democracia es, por su propia naturaleza, un proceso de efectos provincianos, no cosmopolitas. Los políticos de las sociedades no occidentales no ganan las elecciones demostrando lo occidentales que son. Al contrario, la competencia electoral les induce a adoptar lo que, creen ellos, serán las peticiones más populares, y por lo general éstas son de carácter étnico, nacionalista y religioso.
El resultado es una movilización popular contra las elites de educación y orientación occidentales. Los grupos fundamentalistas islámicos han obtenido buenos resultados en las pocas elecciones que han tenido lugar en países musulmanes, y habrían llegado al poder en Argelia si los militares no hubieran suspendido las elecciones de 1992. En la India, se puede decir que la competencia por el apoyo electoral ha estimulado los llamamientos comunitarios y la violencia colectiva.15 La democracia en Sri Lanka hizo posible que el Partido de la Libertad de Sri Lanka desbancara en 1956 al elitista Partido Nacional Unido, de orientación occidental, y brindó la oportunidad para el nacimiento del movimiento nacionalista cingalés Pathika Chintanaya en los años ochenta. Antes de 1949, tanto las elites surafricanas como las occidentales consideraban Sudáfrica un Estado occidental. Después de que el régimen del apartheid tomara forma, las elites occidentales fueron viendo poco a poco a Sudáfrica fuera del campo occidental, aunque los blancos sudafricanos continuaban considerándose occidentales. A fin de recuperar su puesto en el orden internacional occidental, sin embargo, éstos tuvieron que introducir instituciones democráticas occidentales, que dieron como resultado la llegada al poder de una elite negra muy occidentalizada. Sin embargo, si el factor de indigenización de la segunda generación funciona, sus sucesores tendrán una apariencia mucho más xhosa, zulú y africana, y Sudáfrica se definirá cada vez más como un Estado africano.
En varios momentos anteriores al siglo xix, los bizantinos, árabes, chinos, otomanos, mogoles y rusos confiaron mucho en su fuerza y sus logros, comparados con los de Occidente. En estos momentos, además, se mostraron desdeñosos respecto a la inferioridad cultural, el atraso institucional, la corrupción y decadencia de Occidente. A medida que el éxito de Occidente se desvanece relativamente, tales actitudes reaparecen. Un mayor poder trae consigo una mayor confianza cultural. La gente cree que «ya no tienen que aguantarlo todo». Irán es un caso extremo, pero, como advertía un observador, «los valores occidentales son rechazados de maneras diferentes, pero no menos firmes, en Malaisia, Indonesia, Singapur, China y Japón».16 Estamos asistiendo «al final de una era de progreso» dominada por las ideologías occidentales, y estamos entrando en una era en la que civilizaciones múltiples y diversas interaccionarán, competirán, convivirán y se acomodarán unas con otras.17 Este proceso planetario de indigenización se manifiesta ampliamente en el resurgir de la religión que está teniendo lugar en tantas partes del mundo, y más concretamente en el resurgimiento cultural en países asiáticos e islámicos, generado en parte por su dinamismo económico y demográfico.