Características de las guerras de línea de fractura
Las guerras entre clanes, tribus, grupos étnicos, comunidades religiosas y naciones han predominado en todas las épocas y en todas las civilizaciones, porque están enraizadas en las identidades de las personas. Estos conflictos tienden a ser particularistas, por cuanto no afectan a cuestiones ideológicas o políticas más amplias de interés directo para los no contendientes, aunque pueden provocar inquietudes humanitarias en grupos exteriores. También tienden a ser crueles y sangrientas, pues están en juego los temas fundamentales de la identidad. Además, tienden a ser largas; pueden ser interrumpidas por treguas o acuerdos, pero éstos son propensos a romperse, y el conflicto continúa. Por otro lado, una victoria militar decisiva de uno de los bandos en una guerra civil de identidad incrementa la probabilidad de genocidio.19
Los conflictos de línea de fractura son conflictos colectivos entre Estados o grupos de diferentes civilizaciones. Las guerras de línea de fractura son conflictos que han devenido violentos. Tales guerras pueden darse entre Estados, entre grupos no gubernamentales y entre Estados y grupos no gubernamentales. Los conflictos de línea de fractura dentro de los Estados pueden afectar a grupos predominantemente situados en zonas geográficamente distintas, en cuyo caso el grupo que no controla el gobierno normalmente lucha por la independencia y tal vez (o tal vez no) está dispuesto a conformarse con algo menos. Los conflictos de línea de fractura dentro de un Estado también pueden afectar a grupos geográficamente entremezclados, en cuyo caso las relaciones siempre tensas estallan de forma violenta de vez en cuando, como ocurre con los hinduistas y musulmanes en la India y los musulmanes y los chinos en Malaisia; o puede darse una lucha en gran escala, particularmente cuando se están determinando nuevos Estados y sus fronteras, lucha que puede acabar en intentos, a menudo brutales, de separar a unos pueblos de otros por la fuerza.
Los conflictos de línea de fractura son a menudo luchas por el control sobre las personas. Más frecuentemente, el problema es el control de un territorio. El objetivo de al menos uno de los bandos es conquistar el territorio y liberarlo de otra gente expulsándola, matándola o haciendo ambas cosas, esto es, mediante una «limpieza étnica». Estos conflictos tienden a ser violentos y repugnantes, y en ellos ambos bandos se dedican a perpetrar masacres, actos terroristas, violaciones y torturas. El territorio en disputa a menudo se convierte para uno o ambos bandos en un símbolo muy denso de su historia e identidad, tierra sagrada sobre la que tienen un derecho inviolable: la Cisjordania ocupada, Cachemira, Nagorno-Karabaj, el valle del Drina, Kosovo.
Las guerras de línea de fractura tienen en común algunas, no todas, de las características de las guerras colectivas en general. Son conflictos prolongados. Cuando se producen dentro de los Estados duran una media de seis veces más que las guerras interestatales. Puesto que afectan a cuestiones fundamentales de poder e identidad de grupo, son difíciles de resolver mediante negociaciones y compromisos. Cuando se alcanzan acuerdos, a menudo no son suscritos por todas las facciones de cada bando, y habitualmente no duran mucho. Las guerras de línea de fractura son guerras intermitentes que pueden estallar con violencia imponente y después se reducen a un chisporroteo bélico de baja intensidad o a una hosca hostilidad, para más tarde volver a estallar otra vez. Los fuegos del odio y la identidad colectivos rara vez se extinguen totalmente, salvo con el genocidio. Debido a su carácter prolongado, las guerras de línea de fractura, como otras guerras colectivas, tienden a producir altas cifras de muertos y refugiados. Las estimaciones de ambas cosas han de ser manejadas con prudencia, pero las cifras normalmente aceptadas de muertes en las guerras de línea de fractura en curso a principios de los años noventa incluían: 50.000 en Filipinas, entre 50.000 y 100.000 en Sri Lanka, 20.000 en Cachemira, entre 500.000 y 1,5 millones en Sudán, 100.000 en Tadzjikistán, 50.000 en Croacia, entre 50.000 y 200.000 en Bosnia, entre 30.000 y 50.000 en Chechenia, 100.000 en el Tibet y 200.000 en Timor oriental.20 Prácticamente todos estos conflictos generaron un número de refugiados mucho mayor.
Muchas de estas guerras contemporáneas son simplemente el último asalto de una historia prolongada de conflictos sangrientos, y la violencia de finales del siglo xx ha resistido a los intentos para acabar con ella definitivamente. La lucha en Sudán, por ejemplo, estalló en 1956, continuó hasta 1972, momento en que se alcanzó un acuerdo que otorgaba cierta autonomía al sur de Sudán, pero se reanudó otra vez en 1983. La rebelión tamil en Sri Lanka comenzó en 1983; las negociaciones de paz para acabar con ella se rompieron en 1991 y se retomaron en 1994, llegándose a un acuerdo de alto el fuego en enero de 1995. Sin embargo, cuatro meses después, los «tigres» insurgentes rompieron la tregua y se retiraron de las conversaciones de paz, y la guerra volvió a comenzar con violencia intensificada. La rebelión musulmana en Filipinas comenzó a principios de los años setenta y se hizo menos intensa en 1976 tras establecerse un acuerdo que otorgaba autonomía a algunas regiones de Mindanao. En 1993, sin embargo, se daba ya con frecuencia una violencia renovada y en una escala cada vez mayor, pues grupos insurgentes disidentes rechazaron los intentos de paz. Los líderes rusos y chechenos llegaron en julio de 1995 a un acuerdo de desmilitarización pensado para poner fin a la violencia que había empezado el mes de diciembre anterior. La guerra se suavizó por un tiempo, pero después se reavivó con los ataques chechenos contra líderes rusos o prorrusos, las represalias rusas, la incursión chechena en Daguestán en enero de 1996 y la ofensiva rusa a gran escala a principios de ese mismo año.
Aunque las guerras de línea de fractura tienen en común con otras guerras colectivas la duración prolongada, el alto grado de violencia y la ambivalencia ideológica, también difieren de ellas en dos cosas. En primer lugar, las guerras colectivas pueden darse entre grupos étnicos, religiosos, raciales o lingüísticos. Sin embargo, dado que la religión es la principal característica definitoria de las civilizaciones, las guerras de línea de fractura se producen casi siempre entre pueblos de religiones diferentes. Algunos analistas restan importancia a este factor. Indican, por ejemplo, la etnia y la lengua comunes, la pacífica convivencia del pasado y los abundantes matrimonios mixtos de serbios y musulmanes en Bosnia, y rechazan el factor religioso haciendo referencias al «narcisismo de las pequeñas diferencias» de Freud.21 Sin embargo, este juicio se enraíza en una miopía prolongada. Milenios de historia humana han demostrado que la religión no es una «pequeña diferencia», sino posiblemente la diferencia más profunda que puede existir entre la gente. La frecuencia, intensidad y violencia de las guerras de línea de fractura quedan enormemente intensificadas por las creencias en dioses diferentes.
En segundo lugar, otras guerras colectivas tienden a ser particularistas, y por tanto es relativamente improbable que se extiendan e impliquen a otros contendientes. Las guerras de línea de fractura, en cambio, son por definición entre grupos que forman parte de entidades culturales mayores. En el habitual conflicto colectivo, el grupo A está en lucha con el grupo B, y los grupos C, D y E no tienen ninguna razón para involucrarse, a menos que A o B ataquen directamente los intereses de C, D o E. Por el contrario, en una guerra de línea de fractura, el grupo A1 está en lucha con el grupo B1, y cada uno de ellos intentará extender la guerra y movilizar el apoyo de grupos emparentados de su civilización, A2, A3, A4, y B2, B3 y B4, y estos grupos se identificarán con su «pariente» en lucha. Los avances de los transportes y las comunicaciones en el mundo moderno han facilitado el establecimiento de estas conexiones y, por tanto, la «internacionalización» de los conflictos de línea de fractura. La emigración ha creado diásporas en terceras civilizaciones. Las comunicaciones hacen más fácil a las facciones en liza pedir ayuda, y a sus grupos afines o emparentados conocer inmediatamente la suerte de dichas facciones. Así, el empequeñecimiento general del mundo posibilita el que grupos emparentados proporcionen apoyo moral, diplomático, financiero y material a las facciones en liza -y dificulta el no hacerlo-. Se crean redes internacionales para brindar tal apoyo, y el apoyo a su vez sostiene a los contendientes y prolonga el conflicto. Este «síndrome de país emparentado o afín», según la expresión de H.D.S. Greenway, es una característica fundamental de las guerras de línea de fractura de finales del siglo xx.22 Más en general, incluso las pequeñas dosis de violencia entre gente de diferentes civilizaciones tienen ramificaciones y consecuencias de las que carece la violencia dentro de las civilizaciones. Cuando pistoleros sunnitas mataron a dieciocho fieles chiítas en una mezquita de Karachi en febrero de 1995, también perturbaron la paz de la ciudad y crearon un problema a Paquistán. Cuando, exactamente un año antes, un colono judío mató a veintinueve musulmanes que rezaban en la Gruta de los Patriarcas, en Hebrón, perturbó el proceso de paz en Oriente Próximo y le creó un problema al mundo.