La revancha de Dios
En la primera mitad del siglo xx, las elites intelectuales generalmente suponían que la modernización económica y social estaba conduciendo a la extinción de la religión como elemento significativo en la existencia humana. Esta suposición era compartida tanto por quienes daban la bienvenida a esta tendencia, como por quienes la deploraban. Los laicistas modernizadores saludaban el hecho de que la ciencia, el racionalismo y el pragmatismo estaban eliminando las supersticiones, mitos, irracionalidades y rituales que formaban el núcleo de las religiones existentes. La sociedad naciente sería tolerante, racional, pragmática, progresista, humanista y laica. Por otra parte, los conservadores advertían preocupados respecto a las nefastas consecuencias de la desaparición de la creencias religiosas, las instituciones religiosas y la guía moral que la religión proporcionaba para la conducta humana individual y colectiva. El resultado final sería la anarquía, la depravación, el socavamiento de la vida civilizada. «Si no quieres tener Dios (y Él es un Dios celoso)», decía T.S. Eliot, «tendrás que rendir homenaje a Hitler o Stalin.»18
La segunda mitad del siglo xx demostró que estas esperanzas y temores eran infundados. La modernización económica y social adquirió dimensiones planetarias, y, al mismo tiempo, tuvo lugar un renacimiento de la religión. Dicho renacimiento, la revancha de Dios la llamó Gilles Kepel, se ha extendido por todos los continentes, todas las civilizaciones y prácticamente todos los países. A mediados de los años setenta, como observa Kepel, la tendencia a la laicización y hacia la acomodación de la religión al laicismo «dio marcha atrás. Tomó forma una nueva aproximación religiosa, ya no encaminada a adaptarse a los valores laicos, sino a recobrar un fundamento sagrado para la organización de la sociedad -cambiando la sociedad si era necesario-. Expresada en multitud de formas, esta aproximación abogaba por el abandono de un modernismo que había fracasado, atribuyendo sus reveses y callejones sin salida al alejamiento respecto a Dios. El tema no era ya el aggiornamento, sino una "segunda evangelización de Europa", el objetivo no era ya modernizar el islam, sino "islamizar la modernidad"».19
Este renacimiento religioso ha llevado consigo, entre otras cosas, la expansión de algunas religiones, que consiguieron nuevos adeptos en sociedades donde anteriormente no los habían tenido. Sin embargo, en una medida mucho más amplia, el resurgimiento religioso supuso que la gente volviera a las religiones tradicionales de sus colectividades, las vigorizara otra vez y les diera un nuevo significado. Cristianismo, islam, judaismo, hinduismo, budismo, ortodoxia, todas experimentaron nuevas oleadas de adhesión, actualización y práctica por parte de personas que con anterioridad eran creyentes despreocupados. En todas ellas surgieron movimientos fundamentalistas empeñados en la purificación extremista de las doctrinas e instituciones religiosas y la remodelación de la conducta personal, social y pública de acuerdo con dogmas religiosos. Los movimientos fundamentalistas son evidentes y pueden tener una influencia política importante. Sin embargo, sólo son las olas superficiales de la marea religiosa, mucho más amplia y fundamental, que está dando un tinte diferente a la vida humana a finales del siglo xx. La renovación de la religión por todo el mundo trasciende con mucho las actividades de los fundamentalistas radicales. En una sociedad tras otra, se manifiesta en las vidas y el trabajo diarios de la gente y en los intereses y proyectos de los gobiernos. El resurgimiento cultural que en la laica cultura confuciana toma la forma de una afirmación de los valores asiáticos, en el resto del mundo se manifiesta en la afirmación de los valores religiosos. La «deslaicización del mundo», como señalaba George Weigel, «es uno de los hechos sociales dominantes a finales del siglo xx».20
La evidencia de la ubicuidad y actualidad de la religión ha resultado espectacular en los antiguos Estados comunistas. Los renacimientos religiosos se han extendido por estos países, desde Albania a Vietnam, llenando el vacío dejado por el derrumbamiento de la ideología. En Rusia, la ortodoxia ha experimentado un resurgimiento importante. En 1994, el 30 % de los rusos menores de veinticinco años afirmaban haber pasado del ateísmo a creer en Dios. El número de iglesias abiertas en la región de Moscú creció de 50 en 1988 a 250 en 1993. Los líderes políticos pasaron a ser de forma invariable respetuosos con la religión, y el gobierno, a apoyarla. En las ciudades rusas, como informaba un agudo observador en 1993, «el sonido de las campanas de las iglesias llena de nuevo el aire. Cúpulas recién sobredoradas brillan al sol. Iglesias que hace muy poco estaban en ruinas resuenan con un canto magnífico. Las iglesias son el lugar más concurrido de la ciudad».21 Al mismo tiempo que se producía el renacimiento de la ortodoxia en las repúblicas eslavas, un renacimiento islámico se extendía por Asia Central. En 1989, en Asia Central existían en funcionamiento 160 mezquitas y una medressah (universidad o seminario islámica); a principios de 1993, había unas 10.000 mezquitas y diez medressah. Aunque este renacimiento llevaba aparejados algunos movimientos políticos fundamentalistas y estaba animado desde el exterior por Arabia Saudí, Irán y Paquistán, básicamente era un movimiento cultural mayoritario, de base sumamente amplia.22
¿Cómo se puede explicar este resurgimiento religioso a escala mundial? Evidentemente, en cada país y civilización operaron causas particulares. Sin embargo, resultaría ingenuo pensar que un gran número de causas diferentes haya producido hechos simultáneos y semejantes en la mayoría de las partes del mundo. Un fenómeno universal exige una explicación universal. Por mucho que los acontecimientos en cada país concreto se puedan haber visto influidos por factores únicos, resulta lógico pensar que han intervenido algunas causas generales. ¿Cuáles?
La causa más obvia, destacada y profunda del resurgimiento religioso mundial es precisamente lo que supuestamente había de provocar la muerte de la religión: los procesos de modernización social, económica y cultural que se difundieron por todo el mundo en la segunda mitad del siglo xx. Fuentes de identidad y sistemas de autoridad existentes desde mucho tiempo atrás se rompen. Los campesinos emigran del campo a la ciudad, se alejan de sus raíces y realizan trabajos nuevos o no trabajan. Interaccionan con gran número de extraños y se ven expuestos a nuevas series de relaciones. Necesitan nuevas fuentes de identidad, nuevas formas de agrupación estable y nuevos conjuntos de preceptos morales que les proporcionen un sentimiento de sentido y finalidad. La religión, sea moderada o fundamentalista, satisface tales necesidades. Como explicaba Lee Kuan Yew a propósito del este asiático:
Somos sociedades agrícolas que se han industrializado en una o dos generaciones. Lo que en Occidente sucedió a lo largo de 200 años o más está sucediendo aquí en 50 años o menos. Todo se amontona y agolpa en un marco temporal muy apretado, de modo que forzosamente tienen que producirse dislocaciones y disfunciones. Si nos fijamos en los países que crecen rápidamente -Corea, Tailandia, Hong Kong y Singapur- veremos que se ha producido un fenómeno notable: el ascenso de la religión… Las viejas costumbres y religiones -culto a los ancestros, chamanismo- ya no satisfacen completamente. Hay una búsqueda de explicaciones más elevadas acerca de la finalidad del hombre, sobre por qué estamos aquí. Esto se asocia con períodos de gran tensión en la sociedad.23
La gente no vive sólo con la razón. No puede calcular y actuar racionalmente persiguiendo su propio interés hasta que define su yo. La política de interés presupone la identidad. En tiempos de cambio social rápido, las identidades establecidas se disuelven, el yo tiene que definirse de nuevo y se deben crear nuevas identidades. Las cuestiones de identidad priman sobre las cuestiones de interés. La gente se enfrenta a la necesidad de dar una respuesta concreta a estas preguntas: ¿quién soy yo? ¿A dónde pertenezco? La religión proporciona respuestas convincentes, y los grupos religiosos ofrecen pequeñas comunidades sociales que reemplazan a aquellas otras perdidas durante la urbanización. Todas las religiones, como dijo Hassan Al-Turabi, ofrecen «a la gente un sentimiento de identidad y una dirección en la vida». En este proceso, además, vuelven a descubrir identidades históricas, o crean otras nuevas. Sean cuales sean las metas universalistas que puedan tener, las religiones dotan a la gente de identidad estableciendo una distinción básica entre creyentes y no creyentes, entre un grupo exclusivista superior y un grupo exterior diferente e inferior.24
En el mundo musulmán, afirma Bernard Lewis, se ha dado «una tendencia recurrente, en momentos de emergencia, a que los musulmanes encuentren su identidad y lealtad básicas en la comunidad religiosa, es decir, en una entidad definida por el islam, más que por criterios étnicos o territoriales». Así mismo, Gilles Kepel destaca el carácter fundamental de la búsqueda de identidad: «La reislamización "desde abajo" es, en primer lugar y sobre todo, un modo de reconstruir una identidad en un mundo que ha perdido su significado y se ha convertido en amorfo y alienante».25 En la India, «está surgiendo una nueva identidad hindú» como reacción ante las tensiones y la alienación generadas por la modernización.26 En Rusia, el renacimiento religioso es el resultado «de un apasionado deseo de identidad que sólo la Iglesia ortodoxa, el único vínculo intacto con el pasado de 1.000 años de los rusos, puede proporcionar», mientras que en las repúblicas islámicas el renacimiento procede así mismo «de la aspiración más profunda de los centroasiáticos: afirmar las identidades que Moscú suprimió durante décadas».27 Los movimientos fundamentalistas, en particular, son «un modo de afrontar la experiencia de caos, la pérdida de identidad, sentido y estructuras sociales seguras, circunstancias generadas por la rápida introducción de los modelos sociales y políticos modernos, el laicismo, la cultura científica y el desarrollo económico». Los «movimientos [fundamentalistas] que importan», coincide William H. McNeill, «…son los que reclutan sus adeptos en la sociedad en general y se difunden porque responden, o parecen responder, a necesidades humanas experimentadas de forma nueva. (…) No es casualidad que todos estos movimientos estén asentados en países donde la presión de la población sobre el país está imposibilitando a la mayoría de la población el continuar con sus viejas costumbres aldeanas, y donde los medios de comunicación de masas, afincados en las ciudades, han comenzado a deteriorar una estructura secular de vida campesina al penetrar en los pueblos».28
Más ampliamente, el resurgimiento religioso en todo el mundo es una reacción contra el laicismo, el relativismo moral y los excesos, y una reafirmación de los valores del orden, la disciplina, el trabajo, la ayuda mutua y la solidaridad humana. Los grupos religiosos cubren necesidades sociales que las burocracias estatales dejan desatendidas. Entre éstas se incluyen la provisión de servicios médicos y hospitalarios, guarderías y escuelas, atención a la tercera edad, ayuda inmediata en terremotos y otras catástrofes, y beneficencia y asistencia social durante períodos de escasez económica. La quiebra del orden y de la sociedad civil crea vacíos que a veces son llenados por grupos religiosos, a menudo fundamentalistas.29
Si las religiones tradicionalmente dominantes no satisfacen las necesidades emocionales y sociales de los desarraigados, entran en escena otros grupos religiosos dispuestos a hacerlo, y en ese proceso incrementan enormemente el número de sus miembros y la relevancia de la religión en la vida social y política. Históricamente, Corea del Sur fue un país abrumadoramente budista, donde, en 1950, los cristianos podían constituir entre el 1 y el 3 % de la población. Cuando Corea del Sur inició el despegue de un rápido desarrollo económico, con urbanización en gran escala y diferenciación ocupacional, el budismo comenzó a resultar insuficiente. «Para los millones de personas que afluían a las ciudades y para muchos que quedaron atrás en un campo cambiado, el budismo reposado de la era agraria de Corea perdió su atractivo. El cristianismo, con su mensaje de salvación personal y destino individual ofrecía un alivio más seguro en una época de confusión y cambio.»30 En los años ochenta, los cristianos, sobre todo presbiterianos y católicos, eran al menos el 30 % de la población de Corea del Sur.
Un cambio semejante y paralelo tuvo lugar en Latinoamérica, donde el número de protestantes se incrementó, pasando de aproximadamente 7 millones en 1960 a unos 50 millones en 1990. Entre las razones de este éxito, reconocían en 1989 los obispos católicos latinoamericanos, se encontraban la «lentitud [de la Iglesia católica] para adaptarse a los aspectos técnicos de la vida urbana» y «su estructura, que a veces la hace incapaz de responder a las necesidades psicológicas de la gente actual». A diferencia de la Iglesia católica, observaba un sacerdote brasileño, las iglesias protestantes satisfacen «las necesidades básicas de la persona -calor humano, curación, profunda experiencia espiritual-». La difusión del protestantismo entre los pobres en Latinoamérica no es principalmente la sustitución de una religión por otra, sin más bien un importante incremento neto del compromiso y la participación religiosos, ya que católicos nominales y pasivos se convierten en evangélicos activos y devotos. En Brasil a principios de los años noventa, por ejemplo, el 20 % de la población se identificaba como protestante y el 73 % como católica; sin embargo, los domingos acudían 20 millones de personas a las iglesias protestantes y unos 12 millones a las católicas.31 Como las demás religiones de ámbito mundial, el cristianismo está experimentado un resurgimiento conectado con la modernización, y en Latinoamérica esto ha tomado una forma protestante más que católica.
Estos cambios en Corea del Sur y Latinoamérica reflejan la incapacidad del budismo y del catolicismo dominante para satisfacer las necesidades psicológicas, emocionales y sociales de la gente atrapada en los traumas de la modernización. Que se produzcan o no cambios adicionales importantes en la adhesión religiosa en otros lugares depende de la medida en que la religión predominante sea capaz de satisfacer esas necesidades. Dada su aridez emocional, el confucianismo podría ser particularmente vulnerable. En países confucionistas, el protestantismo y el catolicismo podrían tener un atractivo semejante al del protestantismo evangélico para los latinoamericanos, el cristianismo para los surcoreanos y el fundamentalismo para musulmanes e hinduistas. En China, a finales de los años ochenta, cuando el crecimiento económico estaba en plena actividad, el cristianismo se difundió también «particularmente entre los jóvenes». Quizá sean cristianos unos 50 millones de chinos. El gobierno ha intentado impedir su incremento encarcelando a pastores, misioneros y evangelizadores, prohibiendo y suprimiendo las ceremonias y actividades religiosas, y aprobando en 1994 una ley que prohíbe a los extranjeros hacer proselitismo o establecer escuelas religiosas u otras organizaciones religiosas, y a los grupos religiosos dedicarse a actividades independientes o con financiación extranjera. En Singapur, como en China, aproximadamente el 5 % de la población es cristiana. A finales de los años ochenta y principios de los noventa, las autoridades advirtieron a los evangelizadores que no perturbaran el «delicado equilibrio religioso» del país, detuvieron a trabajadores religiosos, entre ellos funcionarios de organizaciones católicas, y persiguieron de diversas formas a los grupos e individuos cristianos.32 Con el final de la guerra fría y las aperturas políticas que lo siguieron, las Iglesias occidentales se introdujeron también en las antiguas repúblicas soviéticas ortodoxas, compitiendo con las reavivadas Iglesias ortodoxas. También aquí, como en China, se hizo un esfuerzo por refrenar su proselitismo. En 1993, a instancias de la Iglesia ortodoxa, el Parlamento ruso aprobó una legislación que exigía a los grupos religiosos extranjeros que, si se iban a dedicar al trabajo misionero o educativo, estuvieran autorizados por el Estado o afiliados a una organización religiosa rusa. Sin embargo, el presidente Yeltsin se negó a dar con su firma carácter de ley a este proyecto legislativo.33 En conjunto, los datos indican que, allí donde entran en conflicto, la revancha de Dios le gana la partida a la indigenización: si las necesidades religiosas de la modernización no se pueden satisfacer con la fe tradicional, la gente se vuelve a importaciones religiosas emocionalmente satisfactorias.
Además de los traumas psicológicos, emocionales y sociales de la modernización, otros estimulantes del renacimiento religioso serían la retirada de Occidente y el final de la guerra fría. A partir del siglo xix, las reacciones de las civilizaciones no occidentales ante Occidente por lo general conocieron una progresión de ideologías importadas de Occidente. En el siglo xix, las elites no occidentales se embebían de valores liberales occidentales, y sus primeras expresiones de oposición a Occidente adoptaron la forma de nacionalismo liberal. En el siglo xx, se importaron el socialismo y el marxismo, se adaptaron a las circunstancias y objetivos locales y se combinaron con el nacionalismo en oposición al imperialismo occidental. En Rusia, China y Vietnam, el marxismo-leninismo se desarrolló, adaptó y usó para atacar a Occidente. El derrumbamiento del comunismo en la Unión Soviética, su modificación profunda en China y el fracaso de las economías socialistas a la hora de conseguir un desarrollo sostenido han creado en la actualidad un vacío ideológico. Los gobiernos, grupos e instituciones internacionales occidentales, tales como el FMI y el Banco Mundial, han intentado llenar este vacío con las doctrinas de la economía neoortodoxa y la política democrática. La medida en que estas doctrinas dejen huella duradera en las culturas no occidentales es incierta. Pero, mientras tanto, la gente ve el comunismo únicamente como el último dios laico que ha caído, y a falta de nuevas deidades laicas convincentes, se vuelve con alivio y pasión a lo auténtico. La religión ha tomado el relevo a la ideología, y el nacionalismo religioso reemplaza al nacionalismo laico.34
Los movimientos favorables al renacimiento religioso son antilaicos, antiuniversalistas y, salvo en sus manifestaciones cristianas, antioccidentales. Además se oponen al relativismo, egotismo y consumismo asociados con lo que Bruce B. Lawrence ha denominado «modernismo», como distinto de «modernidad». Por lo general no rechazan la urbanización, la industrialización, el desarrollo, el capitalismo, la ciencia ni la tecnología, ni lo que todo esto supone para la organización de la sociedad. En este sentido, no son antimodernos. Aceptan la modernización, como observa Lee Kuan Yew, y «lo inevitable de la ciencia y la tecnología, y el cambio en los estilos de vida que traen consigo», pero son «poco receptivos a la idea de ser occidentalizados». Ni el nacionalismo ni el socialismo, afirma Al-Turabi, produjeron desarrollo en el mundo islámico. «La religión», sin embargo, «es el motor del desarrollo», y un islam purificado desempeñará en la época contemporánea un papel parecido al de la ética protestante en la historia de Occidente, pues el islam no es una religión incompatible con el desarrollo de un Estado moderno.35 Los movimientos fundamentalistas islámicos han sido fuertes en las sociedades musulmanas más avanzadas y al parecer más laicas, como Argelia, Irán, Egipto, Líbano y Túnez.36 Los movimientos religiosos, incluidos particularmente los fundamentalistas, son muy dados al uso de los medios de comunicación y las técnicas de organización modernas para difundir su mensaje, algo muy claramente ejemplificado por el éxito del teleevangelismo protestante en Centroamérica.
Los participantes en el resurgimiento religioso son de toda condición, pero proceden mayoritariamente de dos colectivos, personas urbanas y con movilidad. Los recién emigrados a las ciudades generalmente necesitan apoyo y guía emocional, social y material, que los grupos religiosos proporcionan más que ninguna otra fuente. Para ellos, como dice Régis Debray, la religión no es «el opio del pueblo, sino las vitaminas de los débiles».37 El otro colectivo importante es la nueva clase media que encarna «el fenómeno de indigenización de segunda generación» de Dore. Como señala Kepel, los activistas de los grupos fundamentalistas islámicos no son «conservadores entrados en años o campesinos analfabetos». En su gran mayoría son jóvenes, con buena formación, a menudo son la primera generación de su familia que va a la universidad o a la escuela técnica, y trabajan como médicos, abogados, ingenieros, tecnólogos, científicos, maestros, funcionarios públicos u oficiales militares.38 Entre los musulmanes, los jóvenes son religiosos, sus padres laicistas. Prácticamente es el mismo caso del hinduismo, donde los líderes de los movimientos de resurgimiento también proceden de la segunda generación indigenizada y a menudo son «administradores y hombres de negocios con éxito» etiquetados en la prensa india como «scuppies», yuppies vestidos de color azafrán (saffron-clad). Sus partidarios a principios de los años noventa procedían cada vez más de «los hindúes de la sólida clase media de la India -sus mercaderes y asesores fiscales, sus abogados e ingenieros-» y de sus «funcionarios estatales de nivel superior, intelectuales y periodistas».39 En Corea del Sur, esos mismos tipos de personas llenaron cada vez más las iglesias católicas y presbiterianas durante los años sesenta y setenta.
La religión, autóctona o importada, da sentido y dirección a las elites en desarrollo en las sociedades que se modernizan. «La atribución de valor a una religión tradicional», comentaba Ronald Dore, «es una reivindicación de paridad de respeto formulada contra naciones "distintas y dominantes" y a menudo, de manera simultánea y más inmediata, contra una clase dirigente local que ha adoptado los valores y estilos de vida de esas naciones distintas y dominantes.» «Más que ninguna otra cosa», dice William McNeill, «la reafirmación del islam, sea cual sea su forma sectaria específica, significa el repudio de la influencia europea y estadounidense en la sociedad, la política y la moral local.»40 En este sentido, el renacimiento de religiones no occidentales es la manifestación más intensa de antioccidentalismo de las sociedades no occidentales. Dicho renacimiento no es rechazo de la modernidad; es rechazo de Occidente y de la cultura laica, relativista y degenerada asociada con Occidente. Es un rechazo de la llamada «occidentoxicación» de las sociedades no occidentales. Es una declaración de independencia cultural respecto a Occidente, una declaración orgullosa: «Queremos ser modernos, pero no queremos ser vosotros».