Delimitando occidente
Durante la guerra fría, los Estados Unidos estaban en el centro de un agrupamiento amplio y diverso de países pluricivilizatorios que compartían el objetivo de impedir una mayor expansión de la Unión Soviética. Este agrupamiento, conocido de varias formas («mundo libre», «Occidente» o los «aliados»), incluía a muchas sociedades occidentales (aunque no todas), Turquía, Grecia, Japón, Corea, Filipinas, Israel y, menos estrictamente, a otros países como Taiwán, Tailandia y Paquistán. Tenía como rival un agrupamiento de países de heterogeneidad sólo ligeramente menor, que incluía a todos los países ortodoxos excepto Grecia, varios países que históricamente eran occidentales, Vietnam, Cuba y, en menor medida, la India, y a veces uno o más países africanos. Con el fin de la guerra fría, estos agrupamientos, en los que convergían culturas diversas y múltiples civilizaciones, se fragmentaron. La disolución del sistema soviético, particularmente la del Pacto de Varsovia, fue espectacular. Más lentamente, pero de modo semejante, el «Occidente» multicivilizatorio de la guerra fría se está remodelando como un nuevo agrupamiento que más o menos coincide en su extensión con la civilización occidental. Está en marcha un proceso de delimitación que lleva consigo la definición de los miembros de las organizaciones internacionales occidentales.
Los Estados centrales de la Unión Europea, Francia y Alemania, están rodeados en primer lugar por un agrupamiento interno formado por Bélgica, Holanda y Luxemburgo, países todos ellos que han acordado eliminar todas las barreras al tránsito de bienes y personas; después, otros países miembros como Italia, España, Portugal, Dinamarca, Gran Bretaña, Irlanda y Grecia; los Estados que se adhirieron en 1995 (Austria, Finlandia, Suecia); y, por último, los países que en esa fecha disponían de acuerdos de asociación (Polonia, Hungría, República Checa, Eslovaquia, Bulgaria y Rumania). Haciéndose eco de esta realidad, en el otoño de 1994, el partido gobernante en Alemania y funcionarios franceses de alto rango avanzaron propuestas para una Unión diferenciada. El plan alemán proponía que el «núcleo duro» lo constituyeran los miembros originales menos Italia, y que «Alemania y Francia formaran el núcleo de ese núcleo duro». Los países del núcleo duro intentarían establecer rápidamente una unión monetaria e integrar sus políticas exteriores y de defensa. Casi simultáneamente, el Primer ministro francés Edouard Balladur sugirió una Unión con tres círculos: un núcleo formado por los cinco Estados partidarios de la integración, un segundo círculo compuesto por los otros miembros actuales y un círculo exterior constituido por los nuevos Estados en vías de convertirse en miembros. Posteriormente, el ministro de Asuntos Exteriores francés Alain Juppé expuso detalladamente esta idea abogando por «un círculo exterior de Estados "socios" que incluiría Europa Oriental y Central; un círculo intermedio de Estados miembros que requeriría aceptar disciplinas comunes en ciertos campos (mercado único, unión aduanera, etc.); y varios círculos internos de "solidaridades reforzadas", que incorporarían a quienes quisieran y pudieran moverse más rápido que los demás en áreas tales como defensa, integración monetaria, política exterior, etcétera».1 Otros líderes políticos propusieron otros tipos de ordenamientos, si bien todos ellos contenían un agrupamiento interior de Estados asociados más estrechamente y después agrupaciones de Estados más extensos menos plenamente integrados con el Estado central, hasta llegar a la línea que separa a los miembros de los no miembros.
Determinar el trazado de esa línea de fractura en Europa ha sido uno de los principales problemas que ha debido afrontar Occidente en el mundo de posguerra fría. Durante la guerra fría, Europa como un todo no existía. Con el hundimiento del comunismo, sin embargo, se hizo necesario afrontar y contestar a la pregunta «¿Qué es Europa?». Las fronteras de Europa al norte, oeste y sur están delimitadas por importantes extensiones de agua, que al sur coinciden con claras diferencias de cultura. Pero, ¿dónde está la frontera oriental de Europa? ¿A quiénes se debe considerar europeos y, por tanto, miembros potenciales de la Unión Europea, la OTAN y organizaciones parecidas?
La respuesta más convincente y generalizada a estas preguntas la proporciona la gran línea histórica que durante siglos ha separado a los pueblos cristianos occidentales de los pueblos musulmanes y ortodoxos. La existencia de esta línea se remonta a la división del imperio romano en el siglo iv y a la creación del Sacro Imperio Romano en el x. Ha estado aproximadamente en su lugar actual durante al menos quinientos años. Empezando en el norte, corre a lo largo de lo que ahora son las fronteras entre Finlandia y Rusia y los Estados bálticos (Estonia, Letonia y Lituania) y Rusia, atraviesa Bielorrusia Occidental, cruza Ucrania separando el oeste uniata del este ortodoxo, pasa por Rumania entre Transilvania, con su población húngara católica, y el resto del país, y a través de la antigua Yugoslavia siguiendo la frontera que separa Eslovenia y Croacia de las demás repúblicas. En los Balcanes, por supuesto, esta línea coincide con la división histórica entre los imperios austrohúngaro y otomano. Es la frontera cultural de Europa y en el mundo de posguerra fría es también la frontera política y económica de Europa y Occidente.
Mapa 7.1. La frontera oriental de la civilización occidental.
El paradigma civilizatorio proporciona una respuesta clara y convincente a la pregunta relativa a los europeos occidentales: ¿dónde termina Europa? Europa termina donde termina el cristianismo occidental y comienza el islam y la ortodoxia. Ésta es la respuesta que los europeos occidentales quieren oír, que apoyan mayoritariamente sotto voce, y que varios intelectuales y líderes políticos han apoyado explícitamente. Como sostenía Michael Howard, es necesario reconocer la distinción, desdibujada durante los años soviéticos, entre Europa Central, o Mitteleuropa, y Europa Oriental propiamente dicha. Europa Central incluye «los territorios que una vez formaron parte de la cristiandad occidental; los antiguos territorios del imperio de los Habsburgo: Austria, Hungría y Checoslovaquia, junto con Polonia y las marcas orientales de Alemania. El término "Europa Oriental" se debería reservar para las regiones que se desarrollaron bajo la égida de la Iglesia ortodoxa: las poblaciones del mar Negro de Bulgaria y Rumania, que sólo emergieron de la dominación otomana en el siglo xix, y las partes "europeas" de la Unión Soviética». La primera prueba de Europa Occidental, afirmaba Howard, debe «ser reabsorber a los pueblos de Europa Central en nuestro círculo cultural y económico, al que pertenecen propiamente: restablecer los vínculos entre Londres, París, Roma, Munich y Leipzig, Varsovia, Praga y Budapest». Está surgiendo una «nueva línea de fractura», comentaba Pierre Behar dos años más tarde, «una divisoria básicamente cultural entre una Europa marcada por el cristianismo occidental (católico o protestante), por un lado, y una Europa marcada por el cristianismo oriental y las tradiciones islámicas, por el otro». Así mismo, un destacado finés veía la división fundamental que sustituye en Europa al telón de acero como «la antigua línea de fractura cultural entre el este y el oeste» que sitúa «los territorios del antiguo imperio austrohúngaro, así como Polonia y los Estados bálticos», dentro de la Europa Occidental, y a los demás países europeos orientales y balcánicos fuera de ella. Éste era, coincidía un inglés eminente, la «gran divisoria religiosa… entre las Iglesias orientales y occidentales: hablando en sentido amplio, entre los pueblos que recibieron su cristianismo de Roma directamente o a través de intermediarios celtas o germanos, y los del este y el Sudeste, a quienes llegó a través de Constantinopla (Bizancio)».2
Los habitantes de Europa Central también subrayan la significación de esta línea de fractura. A los países que han hecho progresos importantes en despojarse de los legados comunistas y en avanzar hacia una política democrática y una economía de mercado los separa de los que no lo han hecho «la línea que divide al catolicismo y protestantismo, por un lado, de la ortodoxia, por el otro». Hace siglos, afirmaba el presidente de Lituania, los lituanos tuvieron que elegir entre «dos civilizaciones» y «optaron por el mundo latino, se convirtieron al catolicismo y escogieron una forma de organización del Estado basada en la ley». En términos parecidos, los polacos dicen que ellos han sido parte de Occidente desde que en el siglo x eligieron el cristianismo latino frente a Bizancio.3 En cambio, los habitantes de los países ortodoxos de Europa Oriental ven de forma ambivalente la nueva insistencia en esta línea de fractura cultural. Búlgaros y rumanos ven las grandes ventajas de ser parte de Occidente y de poder incorporarse a sus instituciones; pero también se identifican con su propia tradición ortodoxa y, en el caso de los búlgaros, con su íntima asociación histórica con Rusia.
La identificación de Europa con la cristiandad occidental proporciona un criterio claro para la admisión de nuevos miembros en organizaciones occidentales. La Unión Europea es la principal entidad de Occidente en Europa, y el número de sus miembros volvió a crecer en 1994 con la admisión de Austria, Finlandia y Suecia, países culturalmente occidentales. En la primavera de 1994, la Unión decidió negar provisionalmente el ingreso a todas las antiguas repúblicas soviéticas excepto a los Estados bálticos. También firmó «acuerdos de asociación» con los cuatro Estados de Europa Central (Polonia, Hungría, República Checa y Eslovaquia) y con dos de Europa Oriental (Rumania y Bulgaria). Sin embargo, es probable que ninguno de estos Estados se convierta en miembro pleno de la UE hasta el siglo xxi, y los Estados de Europa Central indudablemente obtendrán esa condición antes que Rumania y Bulgaria, si es que éstos llegan realmente a conseguirla alguna vez. Mientras tanto, las perspectivas de que los Estados bálticos y Eslovenia sean admitidos como miembros parecen halagüeñas, pero en 1995 las solicitudes de la musulmana Turquía, la demasiado pequeña Malta y la ortodoxa Chipre estaban todavía pendientes. A la hora de incrementar el número de miembros de la UE, las preferencias se decantan claramente hacia aquellos Estados que son culturalmente occidentales y que además tienden a un mayor desarrollo económico. Si se aplicara este criterio, los Estados de Visegrado (Polonia, República Checa, Eslovaquia, Hungría), las repúblicas bálticas, Eslovenia, Croacia y Malta acabarían siendo miembros de la UE y la Unión coincidiría en su extensión con la civilización occidental tal y como ha existido históricamente en Europa.
La lógica de las civilizaciones impone una consecuencia parecida en lo relativo a la ampliación de la OTAN. La guerra fría comenzó con la extensión del control político y militar soviético a Europa Central. Los Estados Unidos y los países de Europa Occcidental crearon la OTAN para prevenir y, si era necesario, repeler una ulterior agresión soviética. En el mundo de posguerra fría, la OTAN es la organización de segundad de la civilización occidental. Terminada la guerra fría, la OTAN tiene un solo propósito fundamental y apremiante: asegurarse de que las cosas sigan así, impidiendo que se vuelva a imponer el control político y militar ruso en Europa Central. Dado que es la organización de seguridad de Occidente, la OTAN está debidamente abierta al ingreso de los países occidentales que deseen pertenecer a ella y que reúnan los requisitos básicos desde el punto de vista de la competencia militar, la democracia política y control civil del ejército.
La política estadounidense respecto del orden de seguridad europeo en la posguerra fría se caracterizó por ser más universalista, como demostró la Asociación por la Paz, abierta a los países europeos y a los euroasiáticos. También se reflejó esa política en el papel de la Organización para la Seguridad y para la Cooperación en Europa. Quedó expresada en los comentarios del presidente Clinton cuando visitó Europa en enero de 1994: «Las fronteras de la libertad se deben definir ahora en función de la nueva conducta, no por la historia vieja. Les digo a todos… los que trazarían una nueva frontera en Europa: no debemos cerrarnos de antemano a la posibilidad del mejor futuro para Europa -democracia en todas partes, economía de mercado en todas partes, países que cooperan para la mutua seguridad en todas partes-. Hemos de evitar un resultado inferior a ése». Un año después, sin embargo, su gobierno había aceptado la significación de las fronteras definidas por «la historia vieja» y se había conformado con un «resultado inferior» que tradujera la realidad de las diferencias entre civilizaciones. El gobierno de Clinton pasó a elaborar activamente los criterios y un programa para la extensión de la condición de miembros de la OTAN, primero a Polonia, Hungría, la República Checa y Eslovaquia, después a Eslovenia y más tarde probablemente a las repúblicas bálticas.
Rusia se opuso enérgicamente a cualquier ampliación de la OTAN, y los rusos que presumiblemente eran más liberales y prooccidentales aseguraban que la expansión fortalecería enormemente a las fuerzas nacionalistas y antioccidentales en Rusia. Sin embargo, la expansión de la OTAN limitada a los países que históricamente son parte de la cristiandad occidental también garantiza a Rusia la exclusión de Serbia, Bulgaria, Rumania, Moldavia, Bielorrusia y Ucrania (mientras permanezca unida). La expansión de la OTAN limitada a los Estados occidentales subrayaría también el papel de Rusia como Estado central de una civilización ortodoxa aparte y, por tanto, como país responsable del orden dentro de la ortodoxia y a lo largo de sus fronteras, y que podría y debería tratar en pie de igualdad con la OTAN y los Estados centrales occidentales.
La utilidad de diferenciar los países desde la perspectiva de su civilización resulta manifiesta con respecto a las repúblicas bálticas. Son las únicas ex repúblicas soviéticas claramente occidentales desde el punto de vista de su historia, cultura y religión, y su destino ha sido siempre una preocupación importante de Occidente. Los Estados Unidos nunca reconocieron su incorporación a la Unión Soviética, apoyaron su paso a la independencia cuando la Unión Soviética se estaba hundiendo e insistieron en que los rusos se atuvieran al calendario acordado para retirar sus tropas de estas repúblicas. El mensaje enviado a los rusos ha sido que deben reconocer que los bálticos están fuera de cualquier esfera de influencia que los rusos puedan desear establecer con respecto a las demás ex repúblicas soviéticas. Este logro por parte del gobierno de Clinton fue, como dijo el Primer ministro de Suecia, «una de las contribuciones más importantes a la seguridad y estabilidad europeas» y ayudó a los demócratas rusos, al dejar bien sentado que cualquier proyecto revanchista por parte de los nacionalistas radicales rusos sería vano frente al explícito compromiso occidental con esas repúblicas.4
Aunque se ha dedicado mucha atención a la ampliación de la Unión Europea y de la OTAN, la configuración cultural de estas organizaciones también plantea la cuestión de su posible reducción. Un país no occidental, Grecia, es miembro de ambas organizaciones, y otro, Turquía, es miembro de la OTAN y aspirante a la condición de miembro de la Unión. Estas relaciones fueron fruto de la guerra fría. ¿Tienen algún sentido en el mundo de civilizaciones posterior a ella?
El ingreso de Turquía en la Unión Europea como miembro de pleno derecho es problemático e improbable, y su condición de miembro de la OTAN ha sido atacada por el Partido del Bienestar. Sin embargo, es probable que Turquía continúe siendo miembro de la OTAN, a menos que el Partido del Bienestar obtenga una resonante victoria electoral o Turquía, por otra parte, rechace a sabiendas la herencia de Ataturk y se redefina como líder del islam. Esto entra dentro de lo posible y quizá fuera deseable para Turquía, pero no es probable que suceda en un futuro próximo. Sea cual sea su papel en la OTAN, lo probable es que Turquía persiga cada vez más sus propios intereses en lo tocante a los Balcanes, el mundo árabe y Asia Central.
Grecia no forma parte de la civilización occidental, pero fue la patria de la civilización clásica, que, a su vez, fue una fuente importante de la civilización occidental. En su oposición a los turcos, los griegos se han considerado a lo largo de la historia la vanguardia del cristianismo. A diferencia de serbios, rumanos o búlgaros, su historia ha estado íntimamente entrelazada con la de Occidente. Sin embargo, Grecia es también una anomalía, el intruso ortodoxo en los organismos occidentales. Nunca ha sido un miembro cómodo ni de la UE ni de la OTAN, y ha tenido dificultades para adaptarse a los principios y costumbres de ambas. Desde mediados de los años sesenta a mediados de los setenta fue gobernada por una junta militar, y no pudo entrar en la Comunidad Europea hasta que se convirtió en democracia. A menudo parece que sus líderes se toman un interés particular en desviarse de las normas occidentales y en enemistarse con los gobiernos de Occidente. Era más pobre que los demás miembros de la Comunidad y de la OTAN y a menudo seguía directrices económicas que parecían incumplir los criterios vigentes en Bruselas. Su conducta como presidente del Consejo de la UE en 1994 exasperó a otros miembros, y hay funcionarios europeooccidentales que, en privado, califican su ingreso de error.
En el mundo de posguerra fría, las directrices de Grecia se han desviado cada vez más de las de Occidente. Su bloqueo de Macedonia fue objeto de la enérgica oposición de los gobiernos occidentales y acabó con el intento por parte de la Comisión Europea de conseguir una sentencia condenatoria del Tribunal de Justicia. Con respecto a los conflictos en la antigua Yugoslavia, Grecia se distanció de los criterios seguidos por las principales potencias occidentales, apoyó activamente a los serbios y violó descaradamente las sanciones que la ONU les había impuesto. Tras el fin de la Unión Soviética y de la amenaza comunista, Grecia tiene intereses comunes con Rusia en su oposición al enemigo de ambas, Turquía. Ha permitido a Rusia disponer de una presencia importante en el sector griego de Chipre y, debido a «su común religión ortodoxa oriental», los grecochipriotas han dado la bienvenida a la isla tanto a rusos como a serbios.5 En 1995, funcionaban en Chipre unos 2.000 negocios de propiedad rusa; se publicaban allí periódicos rusos y serbocroatas; y el gobierno grecochipriota estaba adquiriendo abundante material armamentístico a Rusia. Además, Grecia estudió con Rusia la posibilidad de traer petróleo desde el Cáucaso y Asia Central hasta el Mediterráneo a través de un oleoducto grecobúlgaro que evitara pasar por Turquía y otros países musulmanes. En conjunto, la política exterior griega ha adoptado una orientación marcadamente ortodoxa. Sin duda, Grecia seguirá siendo miembro formal de la OTAN y de la Unión Europea. Pero, sin duda también, a medida que el proceso de reconfiguración cultural se intensifique, estas pertenencias se irán haciendo menos sólidas, menos significativas y más difíciles para las partes implicadas. El adversario de la Unión Soviética durante la guerra fría está transformándose en el aliado de Rusia del período de posguerra fría.