Una civilización es la entidad cultural más amplia. Aldeas, regiones, grupos étnicos, nacionalidades, grupos religiosos, todos tienen culturas distintas con diferentes grados de heterogeneidad cultural. La cultura de una aldea del sur de Italia puede ser diferente de la de una aldea del norte de Italia, pero ambas comparten una cultura italiana común que las distingue de las aldeas alemanas. Las colectividades europeas, a su vez, compartirán rasgos culturales que las distinguen de las colectividades chinas o hindúes. Los chinos, hindúes y occidentales, sin embargo, no forman parte de ninguna entidad cultural más amplia. Constituyen civilizaciones. Así, una civilización es el agrupamiento cultural humano más elevado y el grado más amplio de identidad cultural que tienen las personas, si dejamos aparte lo que distingue a los seres humanos de otras especies. Se define por elementos objetivos comunes, tales como lengua, historia, religión, costumbres, instituciones, y por la autoidentificación subjetiva de la gente. Las personas tienen distintos planos de identidad: un residente en Roma puede definirse con diversos grados de intensidad como romano, italiano, católico, cristiano, europeo y occidental. La civilización a la que pertenece es el plano más amplio de identificación con el que se identifica profundamente. Las civilizaciones son el «nosotros» más grande dentro del que nos sentimos culturalmente en casa, en cuanto distintos de todos los demás «ellos» ajenos y externos a nosotros. Las civilizaciones pueden incluir a un gran número de personas, como la civilización china, o a un número muy pequeño, como la caribeña anglohablante. A lo largo de la historia, han existido muchos grupos pequeños de gente que poseía una cultura distinta y carecía de cualquier identificación cultural más amplia. A partir del tamaño y la importancia se ha distinguido entre civilizaciones principales y periféricas (Bagby) o civilizaciones principales y civilizaciones atrofiadas o malogradas (Toynbee). Este libro se ocupa de las que generalmente se consideran las civilizaciones básicas de la historia humana.
Las civilizaciones no tienen límites claramente marcados ni tampoco principios ni finales precisos. La gente puede redefinir su identidad y lo hace y, como consecuencia de ello, la composición y formas de las civilizaciones cambian con el tiempo. Las culturas de los pueblos se interaccionan y se solapan. La medida en que las culturas de las civilizaciones se parecen o difieren entre sí también varía considerablemente. Sin embargo, las civilizaciones son entidades significativas, y, aunque las delimitaciones entre ellas rara vez son claras, son reales.
En cuarto lugar, las civilizaciones son mortales, pero también muy longevas; evolucionan, se adaptan y son la más perdurable de las asociaciones humanas, «una realidad de muy longue durée». Su «esencia única y particular» es «su larga continuidad histórica. La civilización es de hecho la historia más larga de todas». Los imperios crecen y se derrumban, los gobiernos vienen y se van, las civilizaciones permanecen y «sobreviven a convulsiones políticas, sociales, económicas e incluso ideológicas».9 «La historia internacional», concluye Bozeman, «documenta perfectamente la tesis de que los sistemas políticos son procedimientos transitorios de la epidermis civilizatoria, y de que el destino de cada colectividad unificada lingüística y moralmente depende en última instancia de la supervivencia de ciertas ideas estructurantes capitales en torno a las cuales se han aglutinado generaciones sucesivas y que simbolizan así la continuidad de la sociedad.»10 Prácticamente todas las grandes civilizaciones del mundo en el siglo xx, o han existido durante un milenio o, como ocurre con Latinoamérica, son el vástago directo de otra civilización longeva.
Aunque las civilizaciones perduran, también evolucionan. Son dinámicas; crecen y se derrumban; se funden y dividen; y como todo estudiante de historia sabe, también desaparecen y quedan enterradas en las arenas del tiempo. Las fases de su evolución se pueden determinar de varias maneras. Según Quigley, las civilizaciones atraviesan siete estadios: mezcla, gestación, expansión, época de conflicto, imperio universal, decadencia e invasión. Melko generaliza un modelo de cambio que va pasando, de un sistema feudal cristalizado, a un sistema feudal en transición, a un sistema estatal cristalizado, a un sistema estatal en transición y, finalmente, a un sistema imperial cristalizado. Toynbee piensa que una civilización surge como reacción ante determinados estímulos y después atraviesa un período de crecimiento que supone un aumento del control sobre su entorno producido por una minoría creativa; a este período le seguiría un tiempo de dificultades, el nacimiento de un Estado universal y después la desintegración. Aunque existen diferencias importantes entre estas teorías, todas ellas coinciden en afirmar que las civilizaciones se desarrollan pasando por un tiempo de dificultades o conflicto hasta llegar a un Estado universal y luego a la decadencia y desintegración.11
En quinto lugar, puesto que las civilizaciones son realidades culturales, no políticas, en cuanto tales no mantienen el orden, ni imparten justicia, ni recaudan impuestos ni sostienen guerras, tampoco negocian tratados ni hacen ninguna de las demás cosas que hacen los organismos estatales. La composición política de las civilizaciones varía de unas civilizaciones a otras y varía a lo largo del tiempo dentro de la misma civilización. Así, una civilización puede contener una o muchas unidades políticas. Dichas unidades pueden ser ciudades-Estado, imperios, federaciones, confederaciones, Estados-nación, Estados multinacionales, y todas ellas pueden tener formas diversas de gobierno. A medida que una civilización se desarrolla, normalmente se producen cambios en el número y naturaleza de las unidades políticas que la constituyen. En un caso extremo, una civilización y una entidad política pueden coincidir. China, comentó Lucian Pye, es «una civilización que pretende ser un Estado».12 Japón es una civilización que es un Estado. Sin embargo, la mayoría de las civilizaciones contienen más de un Estado o de otra entidad política diferente. En el mundo moderno, la mayoría de civilizaciones contienen dos o más estados.
Finalmente, los expertos por lo general coinciden a la hora de determinar las principales civilizaciones de la historia y las existentes en el mundo moderno. A menudo difieren, sin embargo, sobre el número total de civilizaciones que ha habido en la historia. Quigley habla de dieciséis casos históricos claros y, muy probablemente, de otros ocho adicionales. Toynbee habló primero de veintiuna, después de veintitrés. Spengler precisa ocho grandes culturas. McNeill analiza nueve civilizaciones en el conjunto de la historia; también Bagby ve nueve grandes civilizaciones, u once si Japón y el mundo ortodoxo se distinguen de China y Occidente. Braudel distingue nueve contemporáneas importantes, y Rostovanyi, siete.13 Estas diferencias dependen, en parte, de si se considera que grupos culturales como los chinos y los indios han tenido una única civilización a lo largo de la historia o dos civilizaciones o más, estrechamente relacionadas, una de la cuales habría sido vástago de la otra. Pese a estas diferencias, la identidad de las principales civilizaciones no se discute. Como concluye Melko tras examinar el material bibliográfico, «existe razonable acuerdo sobre al menos doce grandes civilizaciones, de las cuales siete ya no existen (mesopotámica, egipcia, cretense, clásica, bizantina, mesoamericana, andina) y cinco sí (china, japonesa, india, islámica y occidental).14 Además, varios investigadores añaden la civilización rusa ortodoxa como una civilización aparte, distinta de su pariente, la bizantina, y de la cristiana occidental. Por lo que respecta al mundo contemporáneo, resulta útil añadir a estas seis civilizaciones la latinoamericana y, posiblemente, la africana.
Así, las principales civilizaciones contemporáneas son las siguientes:
China. Todos los expertos reconocen la existencia, bien de una civilización china única e inequívoca que se remontaría al menos al 1500 a.C. y quizá a un milenio antes, bien de dos civilizaciones chinas, la segunda de las cuales habría sucedido a la otra en los primeros siglos de la era cristiana. En mi artículo publicado en Foreign Affairs, denominé a esta civilización «confuciana». Sin embargo, es más exacto usar el término «sínica». Aunque el confucianismo es un componente importante de la civilización china, ésta abarca más que el confucianismo y además desborda a China como entidad política. El término «sínico», que ha sido usado por muchos investigadores, se aplica propiamente a la cultura común de China y a las colectividades chinas del sudeste asiático y de otros lugares fuera de China, así como a las culturas afines de Vietnam y Corea.
Japonesa. Algunos estudiosos funden la cultura japonesa y la china incluyéndolas dentro de una sola civilización, la del Lejano Oriente. Sin embargo, la mayoría no lo hacen así; por el contrario, reconocen a Japón como una civilización distinta, vástago de la civilización china, y surgida durante el período que va del año 100 al 400 d.C.
Hindú. Es algo universalmente admitido que, al menos desde el 1500 a.C., han existido en el subcontinente asiático una o más civilizaciones sucesivas. Por lo general se alude a ellas como civilizaciones indias, índicas o hindúes, siendo este último término el preferido para la civilización más reciente. En una u otra forma, el hinduismo ha sido fundamental en la cultura del subcontinente desde el segundo milenio a.C. «[M]ás que una religión o un sistema social, es el núcleo de la civilización india.»15 Ha continuado en su papel durante la época moderna, aun cuando la India como tal cuenta con una importante comunidad musulmana, así como con otras varias minorías culturales menores. Como en el caso de «sínico», también el término «hindú» separa el nombre de la civilización del nombre de su Estado central, cosa deseable cuando, como en estos casos, la cultura de la civilización se extiende allende dicho Estado.
Islámica. Todos los investigadores importantes reconocen la existencia de una civilización islámica inconfundible. El islam, nacido en la península arábiga en el siglo vii d.C., se difundió rápidamente por el norte de África y la península Ibérica y también hacia el este hasta el Asia Central, el subcontinente y el sudeste asiáticos. Como resultado de ello, dentro del islam existen muchas culturas o subcivilizaciones, entre ellas la árabe, la turca, la persa y la malaya.
Occidental. El origen de la civilización occidental se suele datar hacia el 700 u 800 d.C. Por lo general, los investigadores consideran que tiene tres componentes principales, en Europa, Norteamérica y Latinoamérica.
Latinoamericana. Sin embargo, Latinoamérica ha seguido una vía de desarrollo bastante diferente de Europa y Norteamérica. Aunque es un vástago de la civilización europea, también incorpora, en grados diversos, elementos de las civilizaciones americanas indígenas, ausentes de Norteamérica y de Europa. Ha tenido una cultura corporativista y autoritaria que Europa tuvo en mucha menor medida y Norteamérica no tuvo en absoluto. Tanto Europa como Norteamérica sintieron los efectos de la Reforma y han combinado la cultura católica y la protestante. Históricamente, Latinoamérica ha sido sólo católica, aunque esto puede estar cambiando. La civilización latinoamericana incorpora las culturas indígenas, que no existían en Europa, que fueron eficazmente aniquiladas en Norteamérica, y cuya importancia oscila entre dos extremos: México, América Central, Perú y Bolivia, por una parte, y Argentina y Chile, por la otra. La evolución política y el desarrollo económico latinoamericanos se han apartado claramente de los modelos predominantes en los países del Atlántico norte. Subjetivamente, los mismos latinoamericanos están divididos a la hora de identificarse a sí mismos. Unos dicen: «Sí, somos parte de Occidente». Otros afirman: «No, tenemos nuestra cultura propia y única»; y un vasto material bibliográfico producido por latinoamericanos y norteamericanos expone detalladamente sus diferencias culturales.16 Latinoamérica se podría considerar, o una subcivilización dentro de la civilización occidental, o una civilización aparte, íntimamente emparentada con Occidente y dividida en cuanto a su pertenencia a él. Para un análisis centrado en las consecuencias políticas internacionales de las civilizaciones, incluidas las relaciones entre Latinoamérica, por una parte, y Norteamérica y Europa, por otra, la segunda opción es la más adecuada y útil.
Occidente, pues, incluye Europa y Norteamérica, más otros países de colonos europeos como Australia y Nueva Zelanda. Sin embargo, la relación entre los dos principales componentes de Occidente ha cambiado con el tiempo. Durante gran parte de su historia, los norteamericanos definieron su sociedad en oposición a Europa. Norteamérica era la tierra de la libertad, la igualdad, las oportunidades, el futuro; Europa representaba la opresión, el conflicto de clases, la jerarquía, el atraso. Se afirmaba, incluso, que Norteamérica era un civilización distinta. Esta afirmación de una oposición entre Norteamérica y Europa era, en buena medida, resultado del hecho de que, al menos hasta finales del siglo xix, Norteamérica sólo tenía contactos limitados con civilizaciones no occidentales. Una vez que los Estados Unidos saltaron a la escena mundial, sin embargo, descubrieron el sentido de una identidad más amplia con Europa.17 Mientras que la Norteamérica del siglo xix se definía como diferente de Europa y opuesta a ella, la Norteamérica del siglo xx se ha definido como parte, y hasta líder, de una entidad más extensa, Occidente, que incluye a Europa.
Hoy en día, el término «Occidente» se usa universalmente para referirse a lo que se solía denominar cristiandad occidental. Así, Occidente es la única civilización designada con un referente geográfico, y no con el nombre de un pueblo, religión o zona geográfica particulares.* Tal denominación saca a la civilización de su contexto histórico, geográfico y cultural. Históricamente, la civilización occidental es civilización europea. En la época moderna, la civilización occidental es civilización euroamericana o noratlántica. Europa, Estados Unidos y el Atlántico norte se pueden encontrar en un mapa; Occidente no. El nombre «Occidente» ha dado origen también al concepto de «occidentalización» y ha fomentado una errónea combinación de occidentalización y modernización: es más fácil concebir una «occidentalización» de Japón que su «euroamericanización». A la civilización europeoamericana, sin embargo, se hace referencia universalmente como civilización occidental, y este término, pese a sus graves inconvenientes, es el que se va a usar aquí.
Africana (posiblemente). Casi ninguno de los investigadores importantes de la civilización, salvo Braudel, reconocen una civilización africana peculiar. El norte del continente africano y su costa este pertenecen a la civilización islámica. Históricamente, Etiopía, constituyó una civilización propia. En otros lugares, el imperialismo y los asentamientos europeos aportaron elementos de civilización occidental. En Sudáfrica, los colonos holandeses, franceses y después ingleses crearon una cultura europea muy fragmentada.18 Es muy importante que el imperialismo europeo llevara el cristianismo a la mayor parte del continente situado al sur del Sáhara. Por toda África, sin embargo, las identidades tribales son generales y profundas, pero los africanos también están desarrollando, cada vez más, un sentido de identidad africana y cabe pensar que el África subsahariana podría aglutinarse en una civilización peculiar, cuyo Estado central posiblemente sería Sudáfrica.
La religión es una característica definitoria básica de las civilizaciones, y, como dijo Christopher Dawson, «las grandes religiones son los fundamentos sobre los que descansan las grandes civilizaciones».19 De las cinco «religiones mundiales» de que habla Weber, cuatro -cristianismo, islam, hinduismo y confucianismo- se asocian con grandes civilizaciones. La quinta, el budismo, no. ¿A qué se debe esto? Como el islam y el cristianismo, el budismo pronto se escindió en dos ramas principales y, como el cristianismo, no pervivió en su país natal. Iniciado en el siglo ii d.C., el budismo mahayana fue exportado a China y posteriormente a Corea, Vietnam y Japón. En estas sociedades, el budismo fue adaptado y asimilado diversamente a la cultura autóctona (en China, por ejemplo, al confucianismo y al taoísmo) y después suprimido. De ahí que, aun cuando el budismo sigue siendo un componente importante de sus culturas, estas sociedades no forman parte de una civilización budista, ni aceptarían identificarse como tales. Lo que se puede describir legítimamente como una civilización budista therevada, sin embargo, existe en Sri Lanka, Birmania, Tailandia, Laos y Camboya. Además, las poblaciones del Tibet, Mongolia y Bhután han suscrito históricamente la variante lamaísta del budismo mahayana, y estas sociedades constituyen una segunda zona de civilización budista. En conjunto, sin embargo, la práctica extinción del budismo en la India y su adaptación e incorporación a culturas ya existentes en China y Japón indican que el budismo, pese a ser una religión importante, no ha sido la base de una gran civilización.20 *