Comparando mundos: realismo, parsimonia y predicciones

Cada uno de estos cuatro paradigmas ofrece una combinación algo diferente de realismo y parsimonia. Sin embargo, cada uno tiene sus deficiencias y limitaciones. Cabe pensar que éstas pudieran quedar paliadas por la combinación de paradigmas y la declaración, por ejemplo, de que el mundo está inmerso en procesos simultáneos de fragmentación e integración.15 Ambas tendencias existen, sin duda, y un modelo más complejo se aproximará a la realidad con mayor exactitud que uno más simple. Sin embargo, esto sacrifica la parsimonia en aras del realismo y, si se lleva muy lejos, conduce al rechazo de todos los paradigmas o teorías. Además, al abarcar dos tendencias simultáneas y opuestas, el modelo de fragmentación-integración es incapaz de explicar en qué circunstancias prevalecerá una tendencia y en qué circunstancias las otras. Lo difícil es elaborar un paradigma que dé razón de los sucesos más cruciales y proporcione una comprensión de las tendencias de manera más satisfactoria que otros paradigmas con un grado similar de abstracción intelectual.

Además, estos cuatro paradigmas son incompatibles entre sí. El mundo no puede a la vez ser uno y estar fundamentalmente dividido entre este y oeste o norte y sur. Ni puede el Estado nacional ser la piedra angular de los asuntos internacionales si está en proceso de fragmentación y desgarrado por la proliferación de contiendas civiles. El mundo es o 1 o 2 o 184 Estados, o un número potencialmente casi infinito de tribus, grupos étnicos y nacionalidades.

Ver el mundo desde la perspectiva de siete u ocho civilizaciones evita muchas de estas dificultades. No sacrifica la realidad a la parsimonia, como hacen los paradigmas de uno y de dos mundos; pero tampoco sacrifica la parsimonia a la realidad como hacen los paradigmas estatista y del caos. Proporciona una estructura conceptual fácilmente aprehensible e inteligible para comprender el mundo, distinguir lo importante de lo trivial entre los conflictos cada vez más numerosos, predecir acontecimientos futuros y proporcionar orientaciones a los decisores políticos. Además añade e incorpora elementos de los demás paradigmas. Es más compatible con ellos de lo que éstos son entre sí. Una aproximación desde la óptica de las civilizaciones, por ejemplo, sostiene que:

• Las fuerzas de integración presentes en el mundo son reales y son precisamente las que están generando fuerzas opuestas de afirmación cultural y conciencia civilizatoria.

• El mundo es en cierto modo dos, pero la distinción principal es la que se hace entre Occidente como civilización dominante hasta ahora y todas las demás, que, sin embargo, tienen poco en común entre ellas, por no decir nada. El mundo, dicho brevemente, se divide en un mundo occidental y muchos no occidentales.

• Los Estados eran y seguirán siendo los actores más importantes en los asuntos mundiales, pero sus intereses, asociaciones y conflictos están cada vez más configurados por factores culturales y civilizados.

• El mundo es ciertamente anárquico, está plagado de conflictos tribales y de nacionalidad, pero los conflictos que plantean mayores peligros para la estabilidad son los que surgen entre Estados o grupos procedentes de civilizaciones diferentes.

Así las cosas, una aproximación desde el punto de vista de las civilizaciones presenta un mapa relativamente simple, pero no demasiado simple, para entender lo que está pasando en el mundo. Proporciona una base para distinguir lo que es importante de lo que no lo es tanto. Algo menos de la mitad de los 48 conflictos étnicos en curso en el mundo a principios de 1993, por ejemplo, tenían como protagonistas a grupos procedentes de civilizaciones diferentes. La perspectiva civilizatoria llevaría al secretario general de la ONU y al secretario de Estado de los EE.UU. a concentrar sus esfuerzos pacificadores en aquellos conflictos que tengan muchas más posibilidades de escalar y convertirse en conflictos más amplios.

Los paradigmas, además, generan predicciones, y una prueba determinante de la validez y utilidad de un paradigma es la medida en que las predicciones derivadas de él resultan ser más exactas que las derivadas de paradigmas alternativos. Un paradigma estatista, por ejemplo, lleva a John Mearsheimer a predecir que «la situación entre Ucrania y Rusia se presta a que surja una rivalidad entre ellas en materia de seguridad. Las grandes potencias que comparten una frontera común vasta y desprotegida, como es el caso de Rusia y Ucrania, a menudo recurren a una rivalidad impulsada por temores relacionados con la seguridad. Rusia y Ucrania podrían superar esta dinámica y aprender a vivir juntas en armonía, pero sería inusitado si lo hicieran».16 Una aproximación desde la perspectiva de la civilización, en cambio, insiste en los estrechos vínculos culturales, personales e históricos entre Rusia y Ucrania y el entrecruzamiento de rusos y ucranianos en ambos países, y se centra en la línea de fractura de civilización que separa la Ucrania oriental ortodoxa de la Ucrania occidental uniata, hecho histórico fundamental ya viejo que Mearsheimer, al atenerse el concepto «realista» de los Estados como entidades unificadas e iguales, ignora totalmente. Mientras una aproximación estatista destaca la posibilidad de una guerra ruso-ucraniana, una aproximación desde el punto de vista de la civilización la minimiza y subraya, en cambio, la posibilidad de que Ucrania se divida en dos, separación que, atendiendo a los factores culturales, podríamos predecir que sería más violenta que la de Checoslovaquia, pero mucho menos sangrienta que la de Yugoslavia. Estas diferentes predicciones, a su vez, generan diferentes prioridades políticas. La predicción estatista de Mearsheimer de una posible guerra y conquista de Ucrania por parte de Rusia le lleva a apoyar que Ucrania cuente con armas nucleares. Una aproximación desde el punto de vista civilizatorio estimularía la cooperación entre Rusia y Ucrania, instaría a Ucrania a renunciar a sus armas nucleares, promovería una asistencia económica importante y otras medidas para ayudar a mantener la unidad e independencia ucraniana y patrocinaría un plan de emergencia para la posible desintegración de Ucrania.

Muchos hechos importantes ocurridos tras el final de la guerra fría eran compatibles con el paradigma civilizatorio y podrían haber sido predichos desde él. Entre ellos cabe señalar: la desintegración de la Unión Soviética y Yugoslavia, las guerras en curso en sus antiguos territorios, el aumento del fundamentalismo religioso por todo el mundo, las contiendas dentro de Rusia, Turquía y México acerca de su identidad, la intensidad de los conflictos comerciales entre los Estados Unidos y Japón, la resistencia de los Estados islámicos a la presión occidental sobre Irak y Libia, los esfuerzos de Estados islámicos y confucianos por adquirir armas nucleares y vectores de lanzamiento, el papel continuado de China como gran potencia «independiente», la consolidación de nuevos regímenes democráticos en unos países y no en otros, y la creciente carrera de armamentos en el este de Asia.

La aplicabilidad del paradigma civilizatorio al mundo que está surgiendo queda ilustrada por los acontecimientos que se ajustan a a dicho paradigma ocurridos en seis meses de 1993:

• la continuación e intensificación de la lucha entre croatas, musulmanes y serbios en la antigua Yugoslavia;

• la incapacidad de Occidente para proporcionar apoyo significativo a los musulmanes bosnios o para condenar las atrocidades croatas del mismo modo que se condenaban las atrocidades serbias;

• la renuencia de Rusia a sumarse a los demás miembros del Consejo de Seguridad de la ONU para conseguir que los serbios de Croacia firmaran la paz con el gobierno croata y la oferta de Irán y otras naciones musulmanas de proporcionar 18.000 soldados para proteger a los musulmanes bosnios;

• la intensificación de la guerra entre armenios y azerbaiyanos, las exigencias turcas e iraníes de que los armenios devolvieran sus conquistas, el despliegue de tropas turcas en la frontera azerbaiyana y de tropas iraníes dentro del país, y la advertencia de Rusia de que la acción iraní contribuye a «la escalada del conflicto» y «lo impulsa hacia límites peligrosos de internacionalización»;

• la lucha continuada en el Asia Central entre tropas rusas y guerrilleros muyahidines;

• la confrontación en la Conferencia sobre los Derechos Humanos de Viena entre Occidente (encabezado por el secretario de Estado de los EE.UU., Warren Christopher), que condenaba «el relativismo cultural», y una coalición de Estados islámicos y los confucianos que rechazaban «el universalismo occidental»;

• el nuevo planteamiento, en forma paralela, de los estrategas militares rusos y de la OTAN, concentrado en «la amenaza del Sur»;

• la votación, al parecer casi enteramente conforme a criterios de civilización, que otorgó las olimpíadas del año 2000 a Sydney y no a Pekín;

• la venta de componentes de misiles de China a Paquistán, la consiguiente imposición de sanciones por parte de los Estados Unidos a China, y la confrontación entre China y los Estados Unidos a propósito del supuesto envío de tecnología nuclear a Irán;

• la ruptura de la moratoria y la consiguiente realización de pruebas nucleares por parte de China, pese a las enérgicas protestas estadounidenses, y la negativa de Corea del norte a seguir participando en conversaciones sobre su programa de armas nucleares;

• la revelación de que el Ministerio de Asuntos Exteriores de los EE.UU. estaba siguiendo una política «de contención», dirigida tanto a Irán como a Irak;

• el anuncio por parte del Ministerio de Defensa de los EE.UU. de una nueva estrategia de preparación para dos «importantes conflictos regionales», uno contra Corea del norte, el otro contra Irán o Irak;

• el llamamiento hecho por el presidente de Irán en favor de alianzas con China e India, para que «podamos tener la última palabra en los acontecimientos internacionales»;

• la nueva legislación alemana que restringe radicalmente la admisión de refugiados;

• el acuerdo entre el presidente ruso Boris Yeltsin y el presidente ucraniano Leonid Kravchuk sobre la flota del mar Negro y otras cuestiones;

• el bombardeo de Bagdad por los Estados Unidos, el apoyo prácticamente unánime a esa acción por parte de los gobiernos occidentales y su condena por casi todos los gobiernos musulmanes como otro ejemplo del «doble rasero» de Occidente;

• la decisión de los Estados Unidos de incluir a Sudán en la lista de los Estados terroristas y de señalar a Sheik Omar Abdel Rahman y sus seguidores como conspiradores que pretenden «concitar una guerra de terrorismo urbano contra los Estados Unidos»;

• las mejores perspectivas para la admisión de Polonia, Hungría, la República Checa y Eslovaquia en la OTAN;

• las elecciones parlamentarias rusas, demostrativas de que Rusia era, en efecto, un país «desgarrado», cuya población y elites dudaban entre unirse a Occidente o enfrentarse a él.

Una lista semejante de sucesos que demostraron la pertinencia del paradigma civilizacional podría establecerse para casi cualquier otro período de seis meses de los primeros años noventa.

En los primeros años de la guerra fría, el estadista canadiense Lester Pearson anunció de forma clarividente el resurgimiento y la vitalidad de las sociedades no occidentales. «Sería absurdo», advertía, «imaginar que estas nuevas sociedades políticas que están naciendo en Oriente serán réplicas de aquellas con las que estamos familiarizados en Occidente. El renacimiento de estas antiguas civilizaciones tomará nuevas formas.» Al señalar que, «durante varios siglos», las relaciones internacionales habían sido las relaciones entre los Estados de Europa, afirmaba que «los problemas de mayor alcance ya no se plantean entre naciones situadas dentro de una misma civilización, sino entre las civilizaciones mismas».17 La prolongada bipolaridad de la guerra fría retrasó los acontecimientos que Pearson veía venir. El final de la guerra fría desencadenó las fuerzas culturales y civilizacionales que él distinguió en los años cincuenta y un amplio abanico de estudiosos y observadores han reconocido y destacado el nuevo papel de estos factores en la política mundial.18 «[E]n lo que atañe a cualquiera que esté interesado en el mundo contemporáneo», ha advertido sagazmente Fernand Braudel, «y más aún, incluso, con respecto a cualquiera que desee actuar dentro de él, "compensa" saber cómo distinguir, en el mapa del mundo, las civilizaciones hoy existentes, ser capaz de definir sus fronteras, sus centros y periferias, sus esferas de influencia y el aire que allí se respira, las "formas" generales y particulares que existen y se asocian dentro de ellas. De otro modo, ¡qué errores de perspectiva tan garrafales y catastróficos se podrían cometer!»19

El choque de civilizaciones
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