Relaciones entre civilizaciones
Encuentros: las civilizaciones antes del 1500 d.C. Las relaciones entre civilizaciones han pasado por dos fases y actualmente se encuentran en una tercera. Durante más de 3.000 años después de que nacieran por primera vez las civilizaciones, los contactos entre ellas fueron, con algunas excepciones, inexistentes, limitados o intermitentes e intensos. La naturaleza de dichos contactos queda bien expresada en la palabra que los historiadores usan para describirlos: «encuentros».21 Las civilizaciones estaban separadas por el tiempo y el espacio. Sólo un pequeño número existía en el mismo tiempo, y hay una importante distinción, como afirmaron Benjamin Schwartz y Shmuel Eisenstadt, entre civilizaciones de la era axial y de la era preaxial, distinción basada en si discriminaban o no entre los «órdenes trascendental y mundano». Las civilizaciones de la era axial, a diferencia de sus predecesoras, contaban con mitos trascendentales propagados por una clase intelectual específica: «los profetas y sacerdotes judíos, los filósofos y sofistas griegos, los eruditos chinos, los brahmanes hinduistas, los sangha budistas y los ulemas islámicos».22 Algunas regiones conocieron dos o tres generaciones de civilizaciones emparentadas, con la desaparición de una civilización y un interregno seguido por el desarrollo de otra generación sucesora. La figura 2.1 es un cuadro simplificado (tomado de. Carroll Quigley) de las relaciones entre las principales civilizaciones euroasiáticas a lo largo del tiempo.
Las civilizaciones también estaban separadas geográficamente. Hasta el 1500, las civilizaciones andina y mesoamericana no tuvieron contacto con otras civilizaciones ni entre sí. Las primeras civilizaciones de los valles del Nilo, Tigris-Éufrates, Indo y el río Amarillo tampoco interaccionaron. Finalmente, los contactos entre civilizaciones se multiplicaron en el Mediterráneo oriental, el sudoeste de Asia y el norte de la India. Sin embargo, las comunicaciones y relaciones comerciales quedaban restringidas por las distancias que separaban las civilizaciones y los limitados medios de transporte de que se disponía para superarlas. Aunque había algún comercio marítimo en el Mediterráneo y el océano Índico, «el medio de locomoción por antonomasia, mediante el que se vinculaban las separadas civilizaciones del mundo, tal y como éste era antes del 1500 d.C. -en la exigua medida en que mantenían contacto entre sí-, eran los caballos que atravesaban las estepas y los barcos veleros que surcaban los océanos».23
Figura 2.1. Civilizaciones del hemisferio oriental
[Culturas neolíticas] (no civilizaciones).
Fuente: Carroll Quingley, The Evolution of Civilizations: An Introduction to Historical Analysis, Indianapolis, Liberty Press, 2ª ed., 1979, pág. 83.
Las ideas y la tecnología pasaban de una civilización a otra, pero a menudo este proceso llevaba siglos. Quizá la difusión cultural más importante no debida a una conquista fue la del budismo en China, que tuvo lugar unos seiscientos años después de su nacimiento en el norte de la India. La imprenta fue inventada en China en el siglo viii d.C. y los tipos móviles en el siglo xi, pero esta tecnología sólo llegó a Europa en el siglo xiv. El papel fue introducido en China en el siglo ii d.C., llegó a Japón en el siglo vii y fue difundido en dirección oeste a Asia Central en el siglo viii, al norte de África en el x, a España en el xii y al norte de Europa en el xiii. Otro invento chino, la pólvora, realizado en el siglo ix, se divulgó entre los árabes unos pocos cientos de años más tarde y alcanzó Europa en el siglo xiv.24
Los contactos más palpables y significativos entre civilizaciones fueron aquellos en que gente de una civilización conquistaba y eliminaba o sometía a gente de otra. Estos contactos normalmente no eran sólo violentos, sino breves, y únicamente tenían lugar de forma intermitente. A partir del siglo vii d.C, entre el islam y Occidente y el islam y la India se produjeron contactos entre civilizaciones relativamente continuados y a veces intensos. Sin embargo, la mayoría de las interacciones comerciales, culturales y militares se realizaban dentro de las civilizaciones. Aunque la India y China, por ejemplo, fueron de vez en cuando invadidas y sometidas por otros pueblos (mogoles, mongoles), ambas civilizaciones atravesaron también períodos amplios de «Estados en guerra» dentro de su propia civilización. Así mismo, los griegos lucharon y comerciaron entre sí mucho más a menudo que con los persas o con otros pueblos no griegos.
Influencia: el ascenso de Occidente. La cristiandad europea comenzó a surgir como civilización distinta en los siglos viii y ix. Durante varios cientos de años, sin embargo, anduvo rezagada respecto a muchas otras civilizaciones en su grado de civilización. China durante las dinastías Tang, Sung y Ming, el mundo islámico de los siglos viii al xii, y Bizancio en los siglos viii al xi, superaban ampliamente a Europa en riqueza, territorios, poderío militar y logros artísticos, literarios y científicos.25 Entre los siglos xi y xiii, la cultura europea comenzó a desarrollarse, favorecida por la «ávida y sistemática apropiación de elementos idóneos procedentes de las civilizaciones superiores del islam y Bizancio, junto con la adaptación de esta herencia a las especiales circunstancias e intereses de Occidente». Durante ese mismo período, Hungría, Polonia, Escandinavia y la costa báltica fueron convertidas al cristianismo occidental, al que siguieron el derecho romano y otros aspectos de la civilización occidental, y la frontera oriental de la civilización occidental quedó estabilizada donde permanecería desde entonces sin cambios significativos. Durante los siglos xii y xiii, los occidentales lucharon para extender su control en España y establecieron un dominio efectivo del Mediterráneo. Posteriormente, sin embargo, el ascenso del poder turco acarreó el hundimiento del «primer imperio ultramarino de Europa Occidental».26 Con todo, hacia 1500, el renacimiento de la cultura europea estaba ya en marcha, y el pluralismo social, el comercio en expansión y los adelantos tecnológicos proporcionaban la base para una nueva era en la política global.
Los encuentros en múltiples direcciones, intermitentes o limitados, entre civilizaciones dieron paso a la influencia sostenida, arrolladora y unidireccional de Occidente sobre todas las demás civilizaciones. Las postrimerías del siglo xv vieron el final de la reconquista de la península Ibérica a los árabes y los inicios de la penetración portuguesa en Asia y de la penetración española en las Américas. Durante los doscientos cincuenta años siguientes, todo el hemisferio occidental y partes importantes de Asia estuvieron sometidas a la autoridad o dominación europeas. El final del siglo xviii fue testigo de un retroceso del control europeo directo, cuando, primero los Estados Unidos, luego Haití, y después la mayor parte de Latinoamérica se rebelaron contra la autoridad europea y consiguieron la independencia. En la última parte del siglo xix, sin embargo, un renovado imperialismo occidental extendió su autoridad sobre casi toda África, consolidó el control occidental en el subcontinente asiático y otros lugares de Asia; a principios del siglo xx había reducido prácticamente todo Oriente Próximo y Oriente Medio, salvo Turquía, al control occidental directo o indirecto. Los europeos o las antiguas colonias europeas (en las Américas) controlaban el 35% de la tierra firme del planeta en 1800, el 67 % en 1878 y el 84 % en 1914. En 1920, el porcentaje llegó a ser aún mayor, cuando el imperio otomano fue dividido entre Gran Bretaña, Francia e Italia. En 1800, el imperio británico constaba de 3,8 millones de kilómetros cuadrados y 20 millones de súbditos. En 1900, el imperio victoriano, en el que nunca se ponía el sol, contaba con 28,5 millones de kilómetros cuadrados y 390 millones de súbditos.27 En el curso de la expansión europea, las civilizaciones andina y mesoamericana fueron prácticamente eliminadas, las civilizaciones india e islámica quedaron sometidas lo mismo que África, y se penetró en China, que quedó subordinada a la influencia occidental. Sólo las civilizaciones rusa, japonesa y etíope, las tres regidas por autoridades imperiales sumamente centralizadas, fueron capaces de resistir el asalto de Occidente y mantener una existencia independiente significativa. Durante cuatrocientos años, las relaciones entre civilizaciones consistieron en la subordinación de las demás sociedades a la civilización occidental.
Entre las causas de este hecho único y espectacular se encontraban la estructura social y las relaciones de clases en Occidente, el crecimiento de las ciudades y el comercio, la relativa dispersión del poder en las sociedades occidentales entre Estados y monarcas y autoridades seculares y religiosas, el sentimiento emergente de conciencia nacional entre los pueblos europeos y el desarrollo de burocracias estatales. Sin embargo, la fuente inmediata de la expansión occidental fue tecnológica: la invención de los medios de navegación oceánica para llegar hasta pueblos distantes y el desarrollo del potencial militar para conquistarlos. «[E]n gran medida», como ha dicho Geoffrey Parker, «"el ascenso de Occidente" dependió del ejercicio de la fuerza, del hecho de que el equilibrio militar entre los europeos y sus adversarios allende el mar se inclinaba siempre del lado de los primeros; (…) la clave del éxito de los occidentales en la creación de los primeros imperios verdaderamente globales entre 1500 y 1750 dependió precisamente de los avances en la capacidad para hacer la guerra que se han denominado "la revolución militar".» La expansión de Occidente se vio facilitada también por la superioridad de sus tropas en organización, disciplina y entrenamiento y, más tarde, por las armas, transporte, logística y servicios médicos superiores resultantes de su liderazgo en la revolución industrial.28 Occidente conquistó el mundo, no por la superioridad de sus ideas, valores o religión (a los que se convirtieron pocos miembros de las otras civilizaciones), sino más bien por su superioridad en la aplicación de la violencia organizada. Los occidentales a menudo olvidan este hecho; los no occidentales, nunca.
En 1910, el mundo era más unitario política y económicamente que en ningún otro momento previo de la historia humana. El comercio internacional, en proporción al producto mundial bruto, ascendió a unos niveles nunca igualados antes, y no los alcanzó de nuevo hasta, aproximadamente, la década de los años setenta y ochenta. La inversión internacional, en proporción a la inversión total, era más alta entonces que en ninguna otra época.29 «Civilización» significaba «civilización occidental». El derecho internacional era el derecho internacional occidental procedente de la tradición de Grocio. El sistema internacional era el sistema westfaliano occidental de Estados nación soberanos y «civilizados», así como de los territorios coloniales que controlaban.
La aparición de este sistema internacional de corte occidental fue el segundo hecho importante en la política global de los siglos posteriores a 1500. Además de interaccionar según una modalidad de dominación-subordinación con las sociedades no occidentales, las sociedades occidentales interaccionaban también entre sí en pie de mayor igualdad. Tales interacciones entre entidades políticas dentro de una misma civilización se parecían mucho a las que habían tenido lugar dentro de las civilizaciones china, india y griega. Se basaban en una homogeneidad cultural que incluía «lengua, derecho, religión, práctica administrativa, agricultura y ganadería, sistema de tenencia de la tierra y quizá también parentesco». Los pueblos europeos «compartían una cultura común y mantenían numerosos contactos a través de una activa red comercial, un constante movimiento de personas y un enorme entrelazamiento de las familias reinantes». También luchaban entre sí prácticamente sin fin; entre los Estados europeos, la paz era la excepción, no la regla.30 Aunque durante gran parte de este período el imperio otomano controló hasta una cuarta parte de lo que solía considerarse Europa, dicho imperio no fue considerado miembro del sistema internacional europeo.
Durante 150 años, la política occidental intracivilizatoria estuvo dominada por el gran cisma religioso y por guerras religiosas y dinásticas. Tras el tratado de Westfalia, durante otro siglo y medio los conflictos del mundo occidental se dieron entre príncipes: emperadores, monarcas absolutos y monarcas constitucionales que intentaban ampliar sus burocracias, sus ejércitos, su fuerza económica mercantilista y, lo más importante, el territorio que gobernaban. En este proceso crearon Estados-nación, y, a partir de la Revolución francesa, los principales conflictos se dieron entre naciones, más que entre príncipes. En 1793, como dice R.R. Palmer, «Las guerras de reyes habían acabado; habían comenzado las guerras de pueblos».31 Esta pauta decimonónica duró hasta la primera guerra mundial
En 1917, como resultado de la Revolución rusa, el conflicto de los Estados-nación se vio complementado por el conflicto de ideologías, primero entre el fascismo, el comunismo y la democracia liberal, y después entre estas dos últimas. Durante la guerra fría, estas ideologías estuvieron encarnadas por las dos superpotencias: cada una de las cuales definió su identidad por su ideología, y ninguna fue un Estado-nación en el sentido europeo tradicional. La llegada al poder del marxismo, primero en Rusia y después en China y Vietnam, representó una fase de transición, del sistema internacional europeo a un sistema poseuropeo multicivilizacional. El marxismo era un producto de la civilización europea, pero ni echó raíces ni triunfó en el continente. En cambio, las élites modernizadoras y revolucionarias lo importaron en Rusia, China y Vietnam; Lenin, Mao y Ho Chi Minh lo adaptaron para sus propósitos y lo utilizaron para impugnar el poder de Occidente, movilizar a su pueblo y afirmar la autonomía e identidad nacional de sus países contra Occidente. El desmoronamiento de esta ideología en la Unión Soviética y su adaptación sustancial en China y Vietnam, sin embargo, no significan necesariamente que estas sociedades vayan a importar la otra ideología occidental, la democracia liberal. Los occidentales que suponen tal cosa es probable que queden sorprendidos por la creatividad, resistencia y singularidad de las culturas no occidentales.
Interacciones: un sistema multicivilizacional. Así, en el siglo xx, las relaciones entre civilizaciones han pasado, de una fase dominada por la influencia unidireccional de una civilización sobre todas las demás, a otra de interacciones intensas, sostenidas y multidireccionales entre todas las civilizaciones. Las dos características básicas de la época anterior de relaciones entre civilizaciones comenzaron a desaparecer.
En primer lugar, por decirlo con las expresiones predilectas de los historiadores, terminó «la expansión de Occidente» y comenzó «la rebelión contra Occidente». El poder occidental, de forma desigual, con pausas y marchas atrás, ha declinado con relación al poder de otras civilizaciones. El mapa del mundo de 1990 guarda pocas semejanzas con el mapa del mundo de 1920. Los equilibrios de poder militar y económico y la capacidad de influencia política cambiaron (y serán examinados con mayor detalle en un capítulo posterior). Occidente seguía teniendo una importante influencia en otras sociedades, pero las relaciones entre Occidente y las demás civilizaciones estaban cada vez más dominadas por las reacciones de Occidente ante los nuevos acontecimientos en dichas civilizaciones. Lejos de ser simplemente los objetos de una historia confeccionada en Occidente, las sociedades no occidentales se estaban convirtiendo cada vez más en los agentes y modeladores de su propia historia y de la historia occidental.
En segundo lugar, como resultado de tales circunstancias, el sistema internacional se extendió más allá de Occidente y pasó a incluir múltiples civilizaciones. Simultáneamente, el conflicto entre los Estados occidentales -que habían dominado dicho sistema durante siglos- se desvaneció. A finales del siglo xx, Occidente, en su evolución como civilización, había salido de su fase de «Estados en guerra» y avanzaba hacia su fase de «Estado universal». Al término de este siglo, dicha fase estaba todavía incompleta, ya que los Estados-nación de Occidente se agrupaban en dos Estados semiuniversales en Europa y Norteamérica. Sin embargo, estas dos entidades y las unidades que las constituyen estaban unidas por una red extraordinariamente compleja de vínculos institucionales formales e informales. Los Estados universales de las civilizaciones anteriores fueron imperios. Sin embargo, puesto que la democracia es la forma política de la civilización occidental, el naciente Estado universal de la civilización occidental no es un imperio, sino más bien un conglomerado de federaciones, confederaciones y regímenes y organizaciones internacionales.
Las grandes ideologías políticas del siglo xx son: liberalismo, socialismo, anarquismo, corporativismo, marxismo, comunismo, socialdemocracia, conservadurismo, nacionalismo, fascismo y democracia cristiana. Todas ellas tienen una cosa en común: son productos de la civilización occidental. Ninguna otra civilización ha generado una ideología política relevante. Occidente, sin embargo, nunca ha generado una religión importante. Las grandes religiones del mundo son todas producto de civilizaciones no occidentales y, en la mayoría de los casos, son anteriores a la civilización occidental. A medida que el mundo sale de su fase occidental, las ideologías que simbolizaron la civilización occidental tardía declinan y su lugar es ocupado por las religiones y otras formas de identidad basadas en la cultura. La separación westfaliana de religión y política internacional, producto idiosincrásico de la civilización occidental, está tocando a su fin, y, como indica Edward Mortimer, «cada vez es más probable que» la religión «se entrometa en los asuntos internacionales».32 El choque intracivilizatorio de las ideas políticas generadas por Occidente, está siendo sustituido por un choque de cultura y religión entre diversas civilizaciones.
La geografía política global pasó del mundo único de 1920 a los tres mundos de los años sesenta y a la media docena larga de mundos de los noventa. Juntamente con esto, los imperios mundiales occidentales de 1920 quedaron reducidos al mucho más limitado «mundo libre» de los años sesenta (que incluía muchos Estados no occidentales opuestos al comunismo) y después al todavía más restringido «Occidente» de los noventa. Este cambio quedó reflejado semánticamente entre 1988 y 1993 en el descenso del uso de la expresión ideológica «mundo libre» y en el aumento de la utilización del término «Occidente», vinculado con el ámbito civilizatorio (véase la tabla 2.1). También se percibe en que abundan más las referencias al islam como fenómeno político-cultural, a la «gran China», Rusia y su «extranjero cercano», y a la Unión Europea, expresiones todas ellas cuyo contenido remite a una civilización. Las relaciones en esta tercera fase son mucho más frecuentes e intensas de lo que eran en la primera, y mucho más equitativas y recíprocas que en la segunda. Además, a diferencia de lo que ocurría durante la guerra fría, no domina una única fractura, sino que existen múltiples fracturas entre Occidente y otras civilizaciones, y entre los muchos no-Occidentes.
Existe un sistema internacional, afirma Hedley Bull, «cuando dos o más Estados tienen suficiente contacto entre ellos, y suficiente influencia recíproca en sus respectivas decisiones, para hacer que se comporten -al menos en alguna medida- como partes de un todo». Una sociedad internacional, sin embargo, existe sólo cuando los Estados integrados en un sistema internacional tienen «intereses y valores comunes», «se conciben como vinculados por un conjunto común de reglas», «participan en el funcionamiento de instituciones comunes» y tienen «una cultura o civilización común».33 Como sus predecesores sumerio, griego, helenístico, chino, indio e islámico, el sistema internacional europeo del siglo xvii al xix fue también una sociedad internacional. Durante los siglos xix y xx, el sistema internacional europeo se amplió hasta abarcar prácticamente todas las sociedades de las restantes civilizaciones. Algunas instituciones y prácticas europeas se exportaron también a estos países. Sin embargo, estas sociedades todavía carecen de la cultura común que servía de base a la sociedad internacional europea. Así, desde el punto de vista de la teoría británica de las relaciones internacionales, el mundo es un sistema internacional bien desarrollado, pero, en el mejor de los casos, sólo una sociedad internacional muy primitiva.
Tabla 2.1. Uso de términos «mundo libre» y «Occidente».
Número de referencias | % de cambio en | ||
1998 | 1993 | referencias | |
New York Times | |||
mundo libre | 71 | 44 | -33 |
Occidente | 46 | 144 | +213 |
Washington Post | |||
mundo libre | 112 | 67 | -40 |
Occidente | 36 | 87 | +142 |
Congressional Record | |||
mundo libre | 356 | 114 | -68 |
Occidente | 7 | 10 | +43 |
Fuente: Lexis/Nexis. El número de referencias son cifras correspondientes a artículos que versan sobre el «mundo libre» u «Occidente», o que las contienen. Las referencias a «Occidente» fueron revisadas para confirmar mediante la congruencia contextual que el término aludía a «Occidente» como civilización o entidad política.
Cada civilización se considera el centro del mundo y escribe su historia como el drama central de la historia humana. Quizá esto se puede decir con más verdad incluso de Occidente que de otras culturas. Sin embargo, tales puntos de vista polarizados por una única civilización tienen una aplicabilidad y utilidad cada vez menores en un mundo multicivilizacional. Los investigadores de las civilizaciones hace tiempo que han reconocido esta perogrullada. En 1918, Spengler denunciaba la miope visión de la historia que prevalecía en Occidente, con su neta división en fases antigua, medieval y moderna sólo aplicables a Occidente. Es necesario, decía él, reemplazar esta «aproximación ptolemaica a la historia» por otra copernicana, y sustituir la «ficción vacua de una única historia lineal por el drama de varias culturas poderosas».34 Pocas décadas después, Toynbee fustigaba el «provincianismo y el absurdo» de Occidente, manifiestos en las «ilusiones egocéntricas» de que el mundo gira en torno a él, de que había un «Oriente inmutable» y de que «el progreso» era inevitable. Como Spengler, ya no podía usar el supuesto de la unidad de la historia, el supuesto de que existe «sólo un único río de civilización, el nuestro, y de que todos los demás, o son tributarios de él, o se pierden en las arenas del desierto».35 Cincuenta años después de Toynbee, Braudel insistía así mismo en la necesidad de luchar por conseguir una perspectiva más amplia y de entender «los grandes conflictos culturales del mundo, y la multiplicidad de sus civilizaciones».36 Sin embargo, los espejismos y prejuicios de los que advertían estos estudiosos perviven y han florecido a finales del siglo xx en el engreimiento generalizado y provinciano que sostiene que la civilización europea de Occidente es ahora la civilización universal del mundo.