Civilizaciones y Estados centrales: alineamientos emergentes
El mundo de posguerra fría, multipolar y multicivilizacional, carece de una fractura claramente dominante, como la existente durante la guerra fría. Sin embargo, mientras las oleadas de la demografía musulmana y la economía asiática continúen, los conflictos entre Occidente y las civilizaciones rivales serán más importantes en la política global que otras líneas de fractura. Es probable que los gobiernos de los países musulmanes continúen volviéndose menos amistosos con Occidente y que se produzca violencia intermitente de baja intensidad, y quizá a veces de alta intensidad, entre grupos islámicos y sociedades occidentales. Las relaciones entre los Estados Unidos, por un lado, y China, Japón y otros países asiáticos por otro, serán muy conflictivas, y se podría producir una guerra importante si los Estados Unidos amenazan el ascenso de China como potencia hegemónica en Asia.
En estas circunstancias, la conexión confuciano-islámica continuará y quizá se ampliará y profundizará. En dicha conexión ha sido fundamental la cooperación de sociedades musulmanas y sínicas en su oposición a Occidente en materia de proliferación de armamentos, derechos humanos y otras cuestiones. El núcleo de dicha conexión han sido las estrechas relaciones entre Paquistán, Irán y China. Éstas cristalizaron a principios de los noventa con la visita del presidente Yang Shangkun a Irán y Paquistán en octubre de 1991 y del presidente Rafsanyani a Paquistán y China en septiembre de 1992, que «indicaban la aparición de una alianza embrionaria entre Paquistán, Irán y China». En camino hacia China, Rafsanyani declaró en Islamabad que existía «una alianza estratégica» entre Irán y Paquistán y que un ataque contra Paquistán se consideraría un ataque contra Irán. Reforzando esta tónica, Benazir Bhutto visitó Irán y China inmediatamente después de convertirse en Primera ministra en octubre de 1993. La cooperación entre los tres países ha supuesto intercambios regulares entre representantes políticos, militares y burocráticos, y esfuerzos conjuntos en diversos ámbitos civiles y militares, incluida la producción en el campo de la defensa, además de los envíos de armas de China a los otros Estados. El fomento de esta relación ha sido apoyado firmemente por quienes en Paquistán pertenecen a las escuelas de pensamiento «independientes» y «musulmanas» sobre política exterior, que deseaban un «eje Teherán-Islamabad-Pekín»; mientras, en Teherán se afirmaba que la «naturaleza peculiar del mundo contemporáneo» requería «una cooperación estrecha y constante» entre Irán, China, Paquistán y Kazajstán. A mediados de los años noventa, había comenzado ya a existir algo así como una alianza de facto entre los tres países, enraizada en la oposición a Occidente, las inquietudes sobre la India en materia de seguridad y el deseo de contrarrestar la influencia turca y rusa en Asia Central.43
¿Es probable que estos tres Estados se conviertan en el núcleo de un agrupamiento más amplio que incluya a otros países musulmanes y asiáticos? Una «alianza confuciano-islámica» informal, afirma Graham Fuller, «se podría materializar, no porque Mahoma y Confucio sean antioccidentales, sino porque estas culturas ofrecen un vehículo para la expresión de agravios de los que en parte se culpa a Occidente, un Occidente cuyo dominio político, militar, económico y cultural duele cada vez más en un mundo donde los Estados creen "que no tienen que aguantar a nadie"». El llamamiento más apasionado a tal cooperación vino de Gadafi, que en marzo de 1994 declaró:
El nuevo orden mundial significa que los judíos y cristianos controlan a los musulmanes y, si pueden, después dominarán el confucianismo y otras religiones de la India, China y Japón…
Lo que los cristianos y judíos están diciendo ahora es: estábamos decididos a aplastar el comunismo, y Occidente aplastará ahora el islam y el confucianismo.
Ahora bien, nosotros esperamos ver una confrontación entre China, que encabeza el bando confuciano, y los Estados Unidos, que encabezan el bando cruzado cristiano. No tenemos justificaciones sino para estar predispuestos contra los cruzados. Estamos con el confucianismo y, aliándonos con él, y luchando junto a él en un solo frente internacional, eliminaremos a nuestro adversario común.
Así, nosotros como musulmanes apoyaremos a China en su lucha contra nuestro enemigo común…
Deseamos la victoria de China…44
Sin embargo, el entusiasmo ante una estrecha alianza antioccidental de Estados confucianistas e islámicos ha sido bastante silenciado por parte china, y el presidente Kiang Zeming declaró en 1995 que China no establecería una alianza con ningún otro país. Esta postura reflejaba, presumiblemente, la clásica opinión china de que, como el reino medio, la potencia central, China no necesitaba aliados formales, y de que a otros países les parecería ventajoso para sus intereses el cooperar con China. Los conflictos de China con Occidente, por otro lado, permiten suponer que valorará la asociación con otros Estados antioccidentales, de los cuales el islam ofrece el número mayor y más influyente. Además, las crecientes necesidades que China tiene de petróleo es probable que le impulsen a estrechar sus relaciones con Irán, Irak y Arabia Saudí, así como con Kazajstán y Azerbaiyán. Un eje así, cimentado sobre el canje de armas por petróleo, decía en 1994 un experto en energía, «ya no tendrá que recibir órdenes de Londres, París o Washington».45
Las relaciones de otras civilizaciones y sus Estados núcleo con Occidente y sus rivales variarán mucho. Las civilizaciones del sur, Latinoamérica y África, carecen de Estados centrales, han sido dependientes de Occidente y son relativamente débiles militar y económicamente (aunque esto está cambiando rápidamente en el caso de Latinoamérica). En sus relaciones con Occidente, probablemente se moverán en direcciones opuestas. Latinoamérica está culturalmente cercana a Occidente. Durante los años ochenta y noventa, sus sistemas políticos y económicos llegaron a parecerse cada vez más a los occidentales. Los dos Estados latinoamericanos que una vez intentaron hacerse con armas nucleares abandonaron tales intentos. Los latinoamericanos, con los niveles más bajos de esfuerzo militar global entre todas las civilizaciones, pueden tomar a mal la dominación militar de los Estados Unidos, pero no muestran ninguna intención de cuestionarla. El rápido ascenso del protestantismo en muchas sociedades latinoamericanas está haciéndolas más semejantes a las sociedades mixtas católico-protestantes de Occidente y al mismo tiempo extiende sus vínculos religiosos latinoamericanos-occidentales más allá de los que pasan por Roma. Por el contrario, el influjo en los Estados Unidos de mexicanos, centroamericanos y caribeños, y la consiguiente huella hispana en la sociedad estadounidense también promueve la convergencia cultural. Las principales cuestiones conflictivas entre Latinoamérica y Occidente, que en la práctica significa los Estados Unidos, son la inmigración, las drogas, y el terrorismo relacionado con ellas, y la integración económica (es decir, la admisión de los Estados latinoamericanos en el NAFTA frente a la ampliación de agrupamientos latinoamericanos tales como Mercosur y el Pacto Andino). Como indican los problemas que surgieron con respecto al ingreso de México en el NAFTA, el matrimonio de las civilizaciones latinoamericana y occidental no será fácil, probablemente tomará forma lentamente a lo largo de gran parte del siglo xxi, y puede que nunca se consume. Sin embargo, las diferencias entre Occidente y Latinoamérica siguen siendo pequeñas en comparación con las existentes entre Occidente y otras civilizaciones.
Las relaciones de Occidente con África deberían de suponer niveles sólo ligeramente mayores de conflicto, principalmente porque África es muy débil. Sin embargo, existen algunos problemas importantes. Sudáfrica, a diferencia de Brasil y Argentina, no abandonó su programa para producir armas nucleares; destruyó las que ya había construido. Dichas armas fueron fabricadas por un gobierno blanco para refrenar ataques extranjeros contra el apartheid, pero dicho gobierno no quiso legarlas a un gobierno negro que pudiera usarlas con otros fines. Sin embargo, la capacidad para construir armas nucleares no se puede destruir y es posible que un gobierno postapartheid pueda crear un nuevo arsenal nuclear para asegurar su papel como Estado central de África y para disuadir a Occidente de intervenir en ese continente. Los derechos humanos, la inmigración, las cuestiones económicas y el terrorismo están también entre los temas pendientes entre África y Occidente. Pese a los esfuerzos de Francia por mantener estrechos vínculos con sus antiguas colonias, en África parece estar en marcha un proceso de desoccidentalización a largo plazo: el interés e influencia de las potencias occidentales va disminuyendo, la cultura autóctona se reafirma, y, con el tiempo, Sudáfrica va subordinando los elementos afrikaner-ingleses de su cultura a los africanos. Mientras que Latinoamérica se va haciendo más occidental, África lo es cada vez menos. Sin embargo, ambas siguen siendo, en formas distintas, dependientes de Occidente e incapaces, salvo en las votaciones de la ONU, de afectar decisivamente al equilibrio entre Occidente y sus rivales.
Está claro que éste no es el caso de las tres civilizaciones «oscilantes». Sus Estados centrales son actores principales en los asuntos mundiales y es probable que tengan relaciones mixtas, ambivalentes y fluctuantes con Occidente y sus rivales. Además tendrán relaciones variables entre sí. Japón, como hemos dicho, con el tiempo y con gran angustia e introspección es probable que se aleje de los Estados Unidos y se dirija hacia China. Como otras alianzas entre miembros de distintas civilizaciones durante la guerra fría, los vínculos en materia de seguridad de Japón con los Estados Unidos se debilitarán, aunque probablemente nunca se renunciará a ellos formalmente. Sus relaciones con Rusia seguirán siendo difíciles mientras Rusia se niegue a llegar a un compromiso sobre las islas Kuriles que ocupó en 1945. El momento en que esta cuestión se podría haber resuelto, al final de la guerra fría, pasó rápidamente con el ascenso del nacionalismo ruso, y no hay razón para que los Estados Unidos respalden la reclamación japonesa en el futuro como lo ha hecho en el pasado.
En las últimas décadas de la guerra fría, China jugó eficazmente la «baza china» contra la Unión Soviética y los Estados Unidos. En el mundo de posguerra fría, Rusia tiene una «baza rusa» que jugar. Rusia y China unidas decantarían decisivamente el equilibrio euroasiático contra Occidente y despertarían todas las inquietudes existentes acerca de la relación chino-soviética en los años cincuenta. Una Rusia que trabaje estrechamente con Occidente proporcionaría un contrapeso adicional a la conexión confuciano-islámica en cuestiones de ámbito planetario y reavivaría en China los temores de la guerra fría acerca de una invasión desde el norte. Sin embargo, también Rusia tiene problemas con estas dos civilizaciones vecinas. Con respecto a Occidente, tienden a ser más a corto plazo; consecuencia del final de la guerra fría y de una doble necesidad, de redefinición del equilibrio entre Rusia y Occidente, y de acuerdo por ambas partes sobre su igualdad básica y sus respectivas esferas de influencia. En la práctica, esto significaría:
1. la aceptación rusa de la ampliación de la Unión Europea y de la OTAN para incluir a los Estados cristianos occidentales de Europa Central y Oriental, y el compromiso occidental de no extender la OTAN más allá, a menos que Ucrania se divida en dos países;
2. un tratado de asociación entre Rusia y la OTAN en el que se comprometan a no agredirse, a mantener consultas periódicas sobre cuestiones de seguridad, a realizar esfuerzos de cooperación para evitar la competencia armamentística, y a negociar acuerdos de limitación de armamentos apropiados a sus necesidades en materia de seguridad de posguerra fría;
3. el reconocimiento occidental de Rusia como principal responsable del mantenimiento de la seguridad entre los países ortodoxos y en zonas donde predomina la ortodoxia;
4. el reconocimiento occidental de los problemas de seguridad, reales y potenciales, que afronta Rusia debidos a los pueblos musulmanes situados al sur, y la aceptación de Occidente a revisar el tratado sobre fuerzas convencionales en Europa (CFE) y a estar favorablemente dispuesto ante otros pasos que Rusia tuviera que dar eventualmente para hacer frente a tales amenazas;
5. el acuerdo mutuo entre Rusia y Occidente de cooperar como iguales a la hora de tratar cuestiones que, como la de Bosnia, afectan tanto a intereses occidentales como ortodoxos.
Si se produce un arreglo que siga estas líneas u otras parecidas, es probable que ni Rusia ni Occidente supongan ninguna amenaza para la seguridad del otro a largo plazo. Europa y Rusia son sociedades demográficamente maduras, con bajos índices de natalidad y poblaciones envejecidas; tales sociedades no tienen el vigor juvenil para ser expansionistas y tomar una orientación ofensiva.
En el período inmediatamente posterior a la guerra fría, las relaciones ruso-chinas se hicieron significativamente más cooperativas. Se resolvieron las disputas fronterizas, se redujeron las fuerzas militares a ambos lados de la frontera; el comercio aumentó; dejaron de apuntarse uno al otro con misiles nucleares; y sus ministros de Asuntos Exteriores examinaron sus intereses comunes en combatir el islam fundamentalista. Lo más importante es que Rusia encontró en China un cliente impaciente e importante de material y tecnología militar, incluidos tanques, aviones de combate, bombarderos de largo alcance y misiles tierra-aire.46 Desde el punto de vista ruso, este caldeamiento de las relaciones representaba a la vez una decisión consciente de trabajar con China como su «socio» asiático, dada la frialdad estancada de sus relaciones con Japón, y una reacción ante sus conflictos con Occidente sobre la ampliación de la OTAN, la reforma económica, el control de armamento, la asistencia económica y el ingreso en instituciones internacionales occidentales. Por su parte, China era capaz de demostrar a Occidente que no estaba sola en el mundo y podía adquirir el potencial militar necesario para llevar a la práctica su estrategia regional de proyección de poder. Para ambos países, una conexión ruso-china es, como la conexión confuciano-islámica, un medio de contrarrestar el poder y el universalismo occidentales.
Que esta conexión sobreviva a la larga, o no, en buena parte depende, en primer lugar, de la medida en que las relaciones rusas con Occidente se estabilicen sobre una base satisfactoria para ambas partes y, en segundo lugar, de la medida en que el ascenso de China a la hegemonía en el este asiático amenace los intereses rusos, económica, demográfica y militarmente. El dinamismo económico de China se ha desbordado en Siberia, y hombres de negocios chinos, junto con coreanos y japoneses, están explorando y explotando las oportunidades allí encontradas. Los rusos de Siberia ven su futuro económico cada vez más conectado con el este de Asia, y menos con la Rusia europea. Más amenazadora para Rusia es la inmigración china a Siberia: se dice que los inmigrantes chinos ilegales alcanzaron allí en 1995 una cifra de entre 3 y 5 millones, mientras que la población rusa de Siberia oriental es de unos 7 millones. «Los chinos», advertía el ministro ruso de Defensa, Pavel Grachev, «están haciendo una conquista pacífica del Lejano Oriente ruso». El máximo responsable de inmigración de Rusia se hizo eco de sus palabras, diciendo: «Debemos resistir al expansionismo chino».47 Además, las florecientes relaciones económicas de China con las antiguas repúblicas soviéticas de Asia Central pueden deteriorar las relaciones con Rusia. La expansión china también se podría convertir en militar si China decidiera que debía intentar reclamar Mongolia, país que los rusos separaron de China tras la primera guerra mundial y que durante décadas fue un satélite soviético. En cualquier momento, las «hordas amarillas» que han obsesionado la imaginación rusa desde las invasiones mongolas pueden hacerse de nuevo realidad.
Las relaciones de Rusia con el islam están configuradas por el legado histórico de siglos de expansión mediante la guerra contra los turcos, los pueblos del Cáucaso norte y los emiratos de Asia Central. Rusia colabora ahora con sus aliados ortodoxos Serbia y Grecia para contrarrestar la influencia turca en los Balcanes, y con su aliado ortodoxo Armenia para restringir dicha influencia en Transcaucasia. Ha intentado activamente mantener su influencia política, económica y militar en las repúblicas centroasiáticas, las ha incorporado a la Comunidad de Estados Independientes, y tiene destacadas fuerzas militares en todas ellas. Para los intereses rusos son fundamentales el petróleo y las reservas de gas del mar Caspio y las rutas por las que estos recursos llegarán a Occidente y al este de Asia. Rusia también ha estado librando una guerra en el Cáucaso norte contra los musulmanes de Chechenia y una segunda guerra en Tadzjikistán apoyando al gobierno contra una sublevación en la que toman parte fundamentalistas islámicos. Estas inquietudes en materia de seguridad brindan un incentivo más a la cooperación con China en contener la «amenaza islámica» en Asia Central, y son también un motivo importante de acercamiento ruso a Irán. Rusia ha vendido a Irán submarinos, ultramodernos aviones de combate, caza-bombarderos, misiles tierra-aire y material bélico electrónico y de reconocimiento. Además, Rusia aceptó construir reactores nucleares de agua ligera en Irán y proporcionar a este país equipo para enriquecer uranio. A cambio, Rusia espera, de forma totalmente explícita, que Irán restrinja la difusión del fundamentalismo en Asia Central y, de forma implícita, que coopere en contrarrestar la difusión de la influencia turca allí y en el Cáucaso. Durante las décadas venideras, las relaciones de Rusia con el islam estarán configuradas de forma decisiva por las amenazas que los rusos ven en las poblaciones musulmanas, en rápido crecimiento, asentadas en su periferia sur.
Durante la guerra fría, la India, el tercer Estado núcleo «oscilante», fue aliado de la Unión Soviética y libró una guerra con China y varias con Paquistán. Sus relaciones con Occidente, particularmente con los Estados Unidos, eran distantes, cuando no agrias. En el mundo posterior a la guerra fría, es probable que las relaciones de la India con Paquistán sigan siendo muy conflictivas a propósito de Cachemira, las armas nucleares y el equilibrio militar global en el subcontinente. En la medida en que Paquistán sea capaz de obtener apoyo de otros países musulmanes, las relaciones de la India con el islam serán en general difíciles. Para impedir esto, es probable que la India haga esfuerzos especiales, como en el pasado, para persuadir a países musulmanes concretos de que se distancien de Paquistán. Con el fin de la guerra fría, los esfuerzos de China por entablar relaciones más amistosas con sus vecinos se extendieron a la India, y las tensiones entre los dos disminuyeron. Sin embargo, es improbable que esta tendencia se prolongue por mucho tiempo. China se ha implicado activamente en la política sudasiática y presumiblemente continuará haciéndolo: mantendrá una estrecha relación con Paquistán, fortalecerá el potencial militar nuclear y convencional de este país y se mostrará amistosa con Birmania brindándole asistencia económica, inversión y ayuda militar, y al mismo tiempo es posible que construya allí instalaciones navales. El poder chino se está expandiendo en este momento; el poder de la India podría crecer sustancialmente a principios del siglo xxi. El conflicto parece muy probable. «La subyacente rivalidad entre los dos gigantes asiáticos por el poder, y las imágenes que tienen de sí mismos como grandes potencias naturales y centros de civilización y cultura», ha dicho un analista, «continuarán impulsándolos a apoyar a países y causas diferentes. India se esforzará por aparecer, no sólo como centro independiente de poder en este mundo de múltiples polos, sino como contrapeso al poder y la influencia chinos.»48
Enfrentada al menos a una alianza chino-paquistaní, si no a una conexión confucianista-islámica más amplia, está claro que a la India le interesará mantener su estrecha relación con Rusia y seguir siendo un importante comprador de material militar ruso. A mediados de los años noventa, compraba a Rusia casi todos los tipos principales de armas, incluido un portaaviones y tecnología de cohetes criogénicos, lo que provocó sanciones de los EE.UU. Además de la proliferación de armas, otras cuestiones pendientes entre la India y los Estados Unidos eran los derechos humanos, Cachemira y la liberalización económica. Con el tiempo, sin embargo, es probable que el enfriamiento de las relaciones entre los EE.UU. y Paquistán, y sus intereses comunes en contener a China, acerquen más a la India y los Estados Unidos. La expansión del poder indio en el sur de Asia no puede perjudicar los intereses estadounidenses y sí puede serles de utilidad.
Las relaciones entre las civilizaciones y sus Estados núcleo son complicadas, a menudo ambivalentes, y suelen cambiar. Por lo general, la mayoría de los países de una civilización cualquiera seguirán la guía del Estado central a la hora de moldear sus relaciones con países de otra civilización. Pero éste no será siempre el caso, y, obviamente, todos los países de una civilización no tienen las mismas relaciones con todos los países de una segunda civilización. Los intereses comunes, habitualmente un enemigo común perteneciente a una tercera civilización, pueden generar la cooperación entre países de civilizaciones diferentes. Obviamente, los conflictos pueden producirse dentro de las civilizaciones, particularmente en el islam. Además, las relaciones entre grupos situados a lo largo de líneas divisorias pueden diferir de forma significativa de las relaciones entre los Estados centrales de esas mismas civilizaciones. Sin embargo, las tendencias globales son evidentes, por lo que se pueden hacer generalizaciones plausibles acerca de lo que parecen ser los alineamientos y antagonismos que van surgiendo entre civilizaciones y Estados centrales. Éstos se sintetizan en la figura 9.1. La bipolaridad relativamente simple de la guerra fría está dando paso a las relaciones mucho más complejas de un mundo multipolar y multicivilizacional.
Figura 9.1. La política
global de las civilizaciones:
alineamientos emergentes.