52
VEINTISÉIS
Decirle adiós a mi hermana ha sido una de las cosas más liberadoras que he hecho jamás. No sabría explicar por qué, ya que nada ha cambiado en las escasas horas que han pasado desde mi despedida y sigo pensando en ella al tumbarme en la cama para irme a dormir, pero es distinto. Me siento libre. Y contenta. Con ganas de andar, de escribir; con ganas de mi padre, de Lidia, de Luis, de Darío y de Daniel. Con ganas de Daniel.
—Hola, Lena —dice muy cariñoso al responder a mi llamada.
—Hola. —Doy una calada hacia el techo.
—¿Cómo estás? ¿Cómo te sientes?
—Todavía no lo sé porque solo han pasado unas horas, pero siento alivio.
—Es lógico, Lena. No podías estar eternamente viviendo la pena de su muerte. Tienes que avanzar. Por ti y por todos, pero sobre todo por ti.
—Lo sé. Y lo he entendido. No vale de nada cerrar las puertas que se me iban abriendo solo porque algunas no volviesen a abrirse más. Y ahora tengo muchas ganas de ir cerrando puertas para abrir las demás.
—Eso me alegra.
—Voy dando pasos, Dani, pero todavía tengo algo que hacer. Todavía me queda una cosa para cerrar todas las demás y empezar lo que sea que esté por venir.
—¿Y qué es?
—El último capítulo. El último adiós.
Suspiro y él también. Nos quedamos callados unos segundos hasta que finalmente digo:
—Te llamaré cuando esté preparada, Daniel. Ahora necesito un poco de tiempo para mí y para terminar con todos mis lastres de una vez.
—Esta es la Lena que yo conozco —dice en un tono como si sintiera orgulloso—. La que siempre sabe qué hay que hacer.
Sonrío por lo mucho que me conoce y lo que confía en mí y nos despedimos hasta no sabemos cuándo. Ni dónde. Ni cómo. Pero ahora mismo eso ya no me preocupa, porque hay algo más inmediato que tengo que hacer y que sé que ha llegado a mí en el momento preciso, como toda su historia. Como toda ella. Así que dándome cuenta de que ya no me cuesta decirle adiós, abro el libro de Yayi por el último capítulo: el capítulo veintiséis.
Capítulo XXVI. Adiós
Ha llegado la hora de nuestra despedida, flor; de decir adiós a este viaje que hemos compartido y que quedará escrito para siempre. Gracias por leerme, por entenderme y por existir, mi niña bonita, mi pequeña que tan parecida eres a mí y que me has colmado de alegría desde que naciste. No creo que se pueda querer más de lo que te quiero a ti, pero ahora te suelto la mano porque tienes que volar sola, Lena. Eso sí: siempre podrás acudir a mí cuando lo necesites. Siempre. A través de tus recuerdos y de estas memorias. Espero que hayas aprendido muchas cosas con ellas. Espero que hayas aprendido a amar, a abrir tu mente, a ilusionarte con las cosas, a no vivir esperando que pase algo y a dejar que tu felicidad dependa de ello, a sobreponerte a la enfermedad y a la muerte de los seres queridos, a disfrutar de los buenos tiempos y a darte cuenta de que, en realidad, no existen capítulos finales. La vida es un baile lleno de compases armoniosos y de tropiezos; una carretera con llanos, subidas, bajadas y baches; una novela perpetua llena de giros y casualidades. No hay epílogos ni hay finales, Lena; no escribas el tuyo antes de tiempo y no te niegues a vivir algo que está por llegar solo porque estés asustada y tengas miedo. Cuando Mara murió pusiste punto y final a tu vida y solo estaba en periodo de transición y asimilación de una tragedia. Cerraste con llave la puerta de la evolución y ese punto y final no te ha dejado avanzar. Pero no hay punto y final hasta que nos morimos, Lena, así que no lo escribas nunca más. Avanza y deja que tu vida sea siempre un continuo punto y seguido.
Te querré siempre, en todas las vidas de este mundo.
Yayi
Cierro el libro y decido llorar. Sí, lo decido. Porque lo necesito y no siempre llorar es malo. Así que me permito el placer de llorar a mi abuela y decirle adiós como se merece: diciéndole en alto lo mucho que la quiero, lo mucho que su vida me ha enseñado e inspirado, lo mucho que la he necesitado y que siempre estará conmigo.
Y cuando paso mis dedos por la portada de sus memorias, sonrío. Ya sé cómo debería titularse su libro.