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¡EY, QUE ESTOY AQUÍ!
Nuestros amigos han quedado a la hora de siempre para tomar unas birras y echar unas risas. Sin embargo, Dani y yo hemos decidido hacer absentismo amiguil y hemos declinado la oferta porque vamos a darnos un homenaje casero y nos vamos a poner la serie Shameless en plan maratón, atiborrándonos de chuches que compramos en una tienda tras el trabajo. No es que sea el mejor plan del mundo, lo sé, pero es nuestro plan y nos apetece acoplarnos en mi cama sin nada más que hacer que disfrutar de un poco de tiempo juntos y solos.
Cuando llegamos a mi casa, nos ponemos las camisetas de dormir, nos acurrucamos abrazados encima de la cama con la cantidad ingente de dulces que hemos comprado y le doy al Play de la televisión que tengo en mi cómoda. El capítulo comienza y Daniel y yo vamos picoteando marranadas y al coger una, me doy cuenta de que tiene la forma de la Torre Eiffel. Sonrío. Me acuerdo de Yayi, pero ya no es un recuerdo triste de nostalgia y dolor por la pérdida, sino que me siento feliz y reconfortada al pensar en ella, en París, en su historia y en lo que estoy escribiendo en torno a la ciudad. Y como se activa la rueda de pensar en mi manuscrito, le doy vueltas a la cabeza y trato de poner orden a las ideas que tengo.
Poco a poco, mi cabeza se dispersa y desconecta de la televisión porque intento hilar dos partes de la trama que estoy a punto de escribir y que todavía no sé bien cómo estructurar para que tengan sentido, ritmo y coherencia. Se me ocurre una pequeña idea a desarrollar y, para no olvidarme de ella, me levanto de la cama y me encamino al escritorio para apuntarla en mi cuaderno.
—¿Qué haces? —me pregunta Daniel.
—Nada, apuntar una cosa —respondo distante.
Vuelvo a la cama y él me pasa el brazo por el cuello cuando me acurruco en su pecho. Daniel se ríe con las chorradas de la serie y va comentando las gracias, pero yo no me entero mucho porque tengo la cabeza en otro sitio.
—El Frank es la polla. —Se ríe—. Ese tío es un puto colgado.
—Mmmm —respondo ni sé a qué pregunta.
—Están muy jodidos del bolo. Y Fiona está muy buena. —Pone risa maligna.
—Mmmm.
Seguimos viendo el capítulo, pero yo ya he desconectado del todo. Daniel hace comentarios sobre lo que ve y yo apenas le sigo. Al cabo de unos minutos, me vuelvo a levantar para apuntar otra idea que necesito desarrollar y no quiero que se me olvide. Al tumbarme de nuevo en la cama, resoplo agobiada porque no logro encajar lo que necesito.
—¿Qué ocurre?
—Nada. —Sonrío.
—¿Por qué resoplas?
—Porque no me sale una cosa de la novela. —Hago un mohín.
—¿Quieres que pare la serie?
—No, no.
—Podemos verla otro día si prefieres ponerte a escribir.
—No, de verdad.
—No pasa nada, Lena. Es normal. —Sonríe.
—¿Seguro?
—Claro.
Sonrío y le doy un beso. Le susurro un gracias y me levanto para encender el ordenador.
—Lena.
—Mmmm.
—¿Qué es lo que no te sale?
—Nada, unas cosas que no encajan.
—Pero ¿qué cosas?
—Dos tramas —respondo autómata mientras apunto cosas en la libreta y abro el documento de word.
—¿Puedo ayudarte?
—No, tranquilo. Solo tengo que pensarlo un poco.
—Ah.
Daniel apaga la televisión y en silencio recoge las chuches para llevarlas a la cocina. Yo empiezo a teclear a ver si va saliendo lo que tengo pensado y me olvido un poco del mundo. Vuelve a la habitación y se tumba en la cama, encendiéndose un cigarrillo y cogiendo un libro. Abre un poco la ventana para no acumular humo antes de dormir y se acomoda la almohada en el cabecero para leer. Yo me enciendo un cigarrillo también antes de teclear cosas que van saliendo casi sin pensar, sonriendo porque hay veces en las que estás atascada y solo necesitas sentarte y dejarte llevar para deshacer el nudo que en un principio no sabes cómo resolver.
Una hora después termino el capítulo y comienzo a leerlo a ver cómo ha quedado. Daniel sigue leyendo en silencio y apenas soy consciente de que no hemos emitido un sonido durante todo este rato. Conforme voy revisando lo escrito, me voy dando cuenta de que no está bien, es muy flojito, y la historia sigue sin encajar a pesar de lo que había ideado. No, no funciona. Mi padre lo rompería y se limpiaría el culo con él. Chasqueo la lengua y niego con la cabeza. No me gusta una mierda y debería dejarlo estar.
—Joder —suspiro cabreada.
—¿Qué ocurre? —pregunta Daniel levantando la vista hacia mí.
—No funciona —digo con mal tono.
—¿Por qué?
—Pues porque no. Porque no encaja, porque no tiene sentido, porque no engancha. Es una puta mierda.
—¿Por qué no me cuentas las dudas que tienes?
—No, da igual. Lo mejor será que lo deje por hoy y me vaya a dormir —digo.
Daniel me mira mientras apago todo y me encamino hacia el baño enajenada por no poder avanzar como quisiera. Entro a la habitación de nuevo y me meto sin dilación en la cama, apagando la luz de mi mesilla.
—Buenas noches, ¿eh? —me dice Dani con tonito.
—Perdona.
Me incorporo, le doy un beso en los labios y vuelvo a tumbarme girándome hacia la ventana, como siempre, antes de escuchar a Daniel resoplar.
—¿Qué ocurre? —pregunto.
—Nada.
—Dani…
—¿Qué?
—¿Qué pasa? ¿Por qué resoplas?
Daniel se acomoda en la cama y me mira inspirando profundamente.
—Me molesta que no me cuentes estas cosas.
—¿Cómo? ¿Qué no te he contado?
—A ver, Lena, entiendo que es tu proceso y que debes hacer las cosas como te salgan de la mismísima seta. Por mí perfecto si no me quieres dejar leer nada hasta terminar o ni me quieres hablar de la trama. Es solo que, no sé, me lo digas sin más. Que me digas: «Mira, cariño mío, con un nabo de metro y medio que me vuelve loca —pongo los ojos en blanco con una sonrisa—, no quiero dejarte leer nada porque soy así de rancia». Pues lo entenderé y santas pascuas. Pero dímelo, comunícate conmigo, Lena. Solo eso. Dime las cosas que piensas y sientes, para bien o para mal, porque si no yo no las sé adivinar y no sé si no me lo quieres dejar leer porque te sientes más cómoda haciéndolo al final o si es porque me tienes al margen.
—¡Claro que no te tengo al margen! —Me sorprendo—. No estás en el margen de nada. No quiero que pienses eso, de verdad. Es solo que todavía no me encuentro del todo cómoda haciendo esto. Siento que es algo demasiado grande como para manejarlo de golpe y prefiero encontrarme primero yo escribiendo para después compartirlo contigo.
—¿Ves? Así de fácil era. —Sonríe—. Solo pido que no te tenga que preguntar varias veces por un tema que te preocupa hasta que me lo digas. Con que me lo cuentes a la primera o incluso motu proprio, me vale. —Me guiña un ojo.
—Lo siento —digo, sincera.
—Está bien. Te perdono.
Sonreímos. Acaricia con su nariz la mía y yo rodeo con los brazos su cuello. No tardamos mucho más en besarnos. En besarnos mucho. En besarnos bonito. Jadeamos en silencio y Daniel se coloca encima de mí en un movimiento ralentizado. Y siguiendo esa misma cadencia, sube mi camiseta y lo ayudo a quitármela. Sus bóxers y mis braguitas corren la misma suerte y pasean por nuestras piernas hasta que caen en algún lugar del suelo, pero no lo hacemos deprisa: nos recreamos en la lentitud, en hacerlo despacio, saboreando nuestros labios y nuestra piel hasta que no podemos más y abro mis piernas. Y cuando entra…, no es un polvo más. No es un ratito de sexo nocturno para desquitarse del día. Es… distinto. Es como una canción tocada con tan solo una guitarra y cantada por una voz lenta y áspera. Es triste y a la vez sugerente. Me embebo de esa sensación que hace que sus empujes de cadera me lleguen tan adentro que solo pueda enroscar más mis piernas en su cintura, agarrarle del pelo y besarle con toda la fuerza de la que soy capaz.
—Me siento en casa —susurra mientras hace círculos con su cintura, llevándome al Nirvana—. Aquí, dentro de tu cuerpo. No me dejes fuera, Lena.
Asiento y nos besamos entre gemidos y movimientos acompasados que culminan con sendos orgasmos. Pero Daniel no se retira de mí al terminar. No se aparta de mi cuerpo después de correrse. No quiere ir a ducharse ni que lo haga yo. Solo me abraza y se aferra a mí como si fuera única. Y yo le correspondo con toda mi fuerza porque él es la única cosa que me importa en el mundo.