28
LOS DÍAS EN LOS QUE NO SALE EL SOL
Mi camiseta gris cae por un hombro y se moja con el agua del grifo del fregadero. Ouch. Bueno, solo es agua así que sigo preparando el desayuno y lavando los utensilios que voy usando para ello. La radio que he puesto de fondo anuncia que hoy bajarán las temperaturas en toda la península y que se esperan tormentas. Los locutores bromean sobre la importancia que le damos a los cambios de tiempo y me da por pensar que en realidad es un símil de lo que nos preocupan los cambios en general. Todo lo que se sale de lo conocido, cotidiano y de nuestra zona de confort nos asusta y le damos una importancia que, en realidad, no tiene. Sonrío levemente. Y abro la ventana de par en par.
—Buenos días.
Daniel aparece por la cocina enfundado en su camiseta roída de dormir y con unos bóxers de tela con estampado de cuadritos. Sonrío ante su indumentaria, su pelo revuelto y los ojos somnolientos hinchados y con legañas. Se sienta en la mesa en la que he dejado un par de zumos de naranja y unas tostadas de aceite, sal y jamón serrano y me acerco para servir el café.
—¿Quieres leche? —le pregunto.
—No. Y gracias por el desayuno. —Me guiña un ojo.
—Nuestro último desayuno viviendo bajo el mismo techo. —Suspiro con mucha pena.
—No tendría por qué serlo —dice serio.
—Dani, ya lo hemos hablado.
—Eres tú la que ha empezado. —Pone las palmas de sus manos en alto.
Asiento sin más y seguimos desayunando en completo silencio hasta que Daniel se encamina a la ducha para prepararse.
—Suerte en el curro —le digo abrazándolo cuando ya se va y nos despedimos en la puerta—. Mantenme informada y tómalo con calma, y no te agobies que los primeros días siempre son raros.
—Hasta luego, preciosa. —Me da un beso—. Te voy contando. Y saluda a tu padre de mi parte.
Cierra la puerta y yo me quedo con una sensación muy extraña en el cuerpo. Una mezcla entre congoja, pena y sensación de cambio. De demasiados cambios. Demasiadas prisas. Demasiado todo. Me encamino a la cocina para preparar una comida de bienvenida a mi padre que le deje con la boca abierta. Me pedí la mañana libre en el trabajo para poder ir a buscarlo al aeropuerto y pasar un ratito con él. Quiero que nos sentemos a comer, que se deleite con mi guiso y que charlemos sobre su viaje, mi novela, las memorias de Yayi, Daniel… Y quiero decirle que ha estado viviendo aquí este tiempo porque no me parece justo ocultárselo. No sé si le hará gracia o no, pero ¿qué íbamos a hacer? No lo planeamos, no lo pensamos; solo nos dejamos llevar. Suspiro con pena. Eddie Vedder suena de fondo con su «Guaranteed» y me hace sentir tristona. Suspiro. Y sigo cocinando hasta que tengo que ir a buscar a mi padre al aeropuerto.
Cuando lo veo salir por la puerta, ambos sonreímos. Se acerca y me abraza muy tierno, dándome dos besos.
—¡Hija! —me dice—. Qué ganas tenía de verte.
—Yo también, papá. ¿Qué tal el vuelo?
—Muy bien. Tranquilo.
—¿Estás cansado?
—No. —Sonríe—. ¿Te has cortado el pelo?
—Ah…, sí. —Me lo toco—. En un arrebato.
—Te queda muy bien —me dice y yo sonrío forzada.
Nos montamos en el coche y me hace las preguntas típicas de carrerilla y yo me pongo nerviosa. Respondo con monosílabos a sus preguntas, pero cuando llegamos a casa y cruzamos la puerta, intento explayarme un poco más.
—Papá, por cierto —digo mientras él deshace su maleta—, estoy escribiendo una novela.
—¿Ah, sí? ¿Y qué tal? ¿De qué trata?
—Pues…, bueno, ya lo verás. —Le guiño un ojo. No quiero contarle mucho porque está siendo tan mía y me está haciendo tanta ilusión que todavía no estoy preparada para que empiece con sus correcciones. Más tarde serán bienvenidas, pero no ahora.
—Mándame lo que lleves y le voy echando un vistazo, para comentarte lo que vaya viendo, ¿sí?
—No, no —me apresuro a decir—. No te lo tomes a mal, papá; todo consejo tuyo será un honor y más que bienvenido, pero me gustaría hacer esto sola y que lo demás llegue cuando esté terminada.
Mi padre me mira sin entender, pero no me pide más explicaciones.
—Está bien, como tú quieras.
Nos quedamos un segundito callados.
—¿Qué tal las memorias de Yayi?
—Muy bien. —Sonrío—. Son geniales, me emociono mucho y me ayudan también.
Él sonríe.
—Eso es genial, hija.
—Sí.
Otro silencio.
—¿Cómo está Daniel?
—Bien. Hoy empezaba a trabajar en un estudio de márquetin y diseño.
—Qué bien. —Sonríe—. Ese chico vale.
—Sí. Bueno —carraspeo—, me gustaría que supieras que Daniel y yo hemos avanzado en nuestra amistad y… estamos saliendo juntos.
Mi padre me mira con una sonrisa contenida.
—Me alegro mucho, Lena. Daniel es buen chico.
—Gracias.
—Yo también quería contarte que Laura, de mi editorial, y yo también tenemos una relación que se ha afianzado con este viaje.
Lo dice contenido y con miedo. Y yo me enternezco.
—¡Qué bien, papá! Me alegro mucho.
—¿Seguro, hija? No querría que…
—Seguro. —Sonrío.
—Me gustaría que la conocieras.
—Claro. A mí también. Cuando quieras.
Sonreímos incómodos y seguimos hablando de nimiedades mientras él sigue con la maleta. Pero la conversación dura poco: ha de irse a la editorial para poner al día al equipo. Así que se da una ducha y se vuelve a ir, dejándome con la comida que me ha costado preparar toda la mañana sin sacar de la nevera, con la bomba de que tiene una novia, sin poder contarle mucho más de mi vida y con una extraña congoja porque nunca había estado con él a solas en esta casa. Sin mi abuela. Sin mi hermana. Y me da tal sensación de estar ante un desconocido que de lo único que tengo ganas es de salir corriendo de esa casa…
Currar en la tienda sin Dani ha sido aburrido, tedioso y odioso. Mano a mano con Rodrigo hasta que encuentre a una persona que quiera hacer esta mierda de trabajo. Y que conste que el trabajo en sí no está tan mal, es él quien lo hace insoportable. Y el sueldo ínfimo, también. El caso es que ya he pasado el primer día sin él y ha sido una mierda como una catedral. La cabeza se me iba a Laura sin parar y no por nada malo; me parece estupendo que mi padre rehaga su vida, pero supongo que enterarme de esta forma tan fría y sin más detalles me ha descolocado. Me encantaría haber podido contárselo a Yayi entre risas. Entonces las dos nos hubiéramos reído de la situación y nos hubiésemos alegrado en el alma por mi padre. Habríamos cotilleado como hienas, pero le hubiésemos apoyado en esta nueva etapa. O a Mara, que siempre le decía que tenía que casarse de nuevo. Habríamos hecho lo mismo que con Yayi. Y todo estaría bien. Todo estaría en orden. Porque yo no me sentiría sola en el mundo. Porque estarían conmigo. El triángulo equilátero.
Me iría con gusto a casa a leer el libro de Yayi, al que tengo abandonado porque con todo el ajetreo emocional no he tenido tiempo y me gusta cogerlo libre de sensaciones. Sé que esta noche la echaré de menos y necesito embeberme de ella de alguna manera. Pero también me apetece poder tumbarme en mi cama con mis lucecitas y mi música y ponerme a escribir, pues poco a poco voy avanzando con el manuscrito y necesito meterle un buen meneo para acelerar más la historia que estoy contando. O quedarme entre mis sábanas mirando por la ventana tratando de no pensar. Pero me han avisado mis amigos de que han quedado en un bar a tomar unas cervezas y cuando iba a decir que no, he caído en que quizá a Daniel sí le podría apetecer desconectar de su primer día de curro y que no sería justo para él que yo me perdiera eso. Hoy es su día y yo tengo que estar bien, contenta, a su lado y a la altura. Se lo merece, joder. No he sabido nada de Daniel en todo el día. Le he mandado un mensaje preguntando qué tal y otro para decirle que habíamos quedado, pero no me ha respondido. Supongo que estará ocupado haciéndose a todo y no podrá mirar el móvil. No lo pienso más y entro en el bar donde mis amigos están ya ronda en mano.
—¡Lena!
Lidia se levanta a saludarme y me coge de la mano para sentarme junto a ella, pero antes doy dos besos a los chicos y respondo que no sé nada ante las preguntas sobre Daniel.
—¿Cómo va todo? —le pregunto a Lidia—. Perdona que no te haya dicho nada estos días, pero han sido una locura.
—No te preocupes, yo también estoy liada. —Sonríe.
—¿Sí? ¿Con algo en especial?
—Trabajo. —Se encoge de hombros—. Voy conociendo a mi jefe y es un auténtico nazi. Me mata, en serio.
—Joder, lo siento.
—Nada, chica. Toca aguantar. —Asiento—. ¿Tú, qué tal?
—Bien. —Sonrío—. Sin novedad —miento.
Lidia asiente sonriendo y volvemos a enfrascarnos en la conversación banal de nuestros amigos. No me ha apetecido decirle que mi padre ha vuelto, que tiene novia, que Daniel se ha ido de mi casa, que me inquietan los cambios y no saber de él. No estoy de humor, no sé.
Lo siento, Lena. Se me ha hecho tardísimo y salgo ahora de currar. Me voy a casa porque estoy petado y con un montón de cosas por hacer todavía. Ha ido genial; la gente muy maja, he estado manejando las aplicaciones y ya me han encargado cositas pequeñas, pero me he querido quedar hasta tarde para entenderlo todo bien y empezar cuanto antes a rodar. ¿Te importa que nos veamos mañana? Llámame en cuanto llegues a casa y te cuento todo bien, ¿vale?
Claro, sin problema. Descansa un poco, no absorbas todo el primer día. Luego te llamo.
Dejo el móvil en el bolso y suspiro tratando de alejar la sensación de estar muy sola en medio de mi gente.