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DE LAS DUDAS INFINITAS

Por primera vez desde ni lo recuerdo, he salido a cenar fuera con mi padre. Le he llamado por la tarde para decirle que ya tenía registrada y enviada mi novela y se ha emocionado tanto que me ha invitado a cenar. Bien. Y en un alarde de ordenar el caos que reina en mi cabeza, le he preguntado si a Laura le gustaría venir con nosotros. Sí, ha salido de mí. Me parece injusto mantenerla al margen solo porque yo esté chalada. Así que aquí estamos, en el restaurante, teniendo una conversación banal los tres. Laura es simpática, inteligente y amable. Me cae bien. No puedo decir nada malo de ella. Y mi padre se comporta con mucho respeto hacia mí y eso me hace gracia y me gusta. Me enternezco al pensar lo que tiene que ser para él iniciar una relación tanto tiempo después y con tantas cargas emocionales encima, y sonrío al pensar que ya está bien de que mi padre y yo estemos condenados a Cien años de soledad.

—Por cierto, Lena, ¿te acuerdas de Alfredo, el hijo de mi editor? —Asiento a la pregunta de mi padre—. Pues se ha montado una web de noticias culturales y le está yendo tan bien que se plantea contratar colaboradores de cara a septiembre. ¿Te interesaría?

—Ostras, pues… sí, supongo que sí.

—Genial. Mándale tu currículo a este sitio. —Mi padre hurga en su americana y saca una tarjetita—. Y a ver si hay suerte.

—Gracias, papá.

Asiente y sonrío.

—Lena, me ha dicho tu padre que hoy has registrado tu primera novela. ¡Enhorabuena!

Sonrío limpiándome las comisuras con la servilleta.

—Sí. Gracias. Ha sido una mañana intensa.

—¿Y nos la has mandado para echarle un ojo?

Me encojo de hombros y mi padre sonríe.

—La he registrado bajo seudónimo y la he enviado a varias editoriales, pero no voy decir más porque no quiero que mi padre, bueno, interceda.

—Oh. —Ella sonríe—. Me parece estupendo.

—Sí —interrumpe mi padre—. Ni siquiera sé el título.

—Entonces brindemos. —Sonríe Laura—. Para que tengas mucha suerte.

Brindamos con buen vino y los tres estamos a gusto. Parece que está siendo más fácil de lo que pensaba, quizá porque ahora me siento mejor. No le mentí a Daniel cuando le dije que me encontraba más tranquila. Le echo de menos a rabiar y vivo en una incertidumbre continua por saber qué va a pasar con él, pero en el resto de ámbitos de mi vida me encuentro más serena e ilusionada. Ilusionada, sí. Por ver mi novela terminada y lanzándose al vacío, por ver un sueño hecho realidad, por haber dado ese paso, por estar cenando con mi padre y su novia en un ambiente relajado, por haber estrenado mi casa. Más tranquila. Así que cuando llego a mi nueva casa y me tumbo en la cama, me enciendo un cigarrillo y le escribo. Porque sí.

Hola, Dani. ¿Qué tal?

Doy una calada y enseguida le veo escribiendo.

Ey. ¿Qué tal?

Bien. Acabo de llegar a mi casa. Para celebrar lo del registro me he ido a cenar con mi padre y con… Laura.

Wow. ¿Y cómo ha ido? ¿Estás bien?

Sonrío y me enternezco con pena.

Sí, estoy muy bien. Ha ido genial. La verdad es que es una mujer muy maja y hemos estado a gusto. Estoy… realmente bien.

Eso me alegra, Lena. Me alegra que hayáis salido los tres y que hayas estado tan bien.

Gracias. Y espero que te alegre que te lo haya querido contar.

Claro que sí. Es…, estás cambiando. Lo noto.

Bueno, supongo que hacer las cosas que no me daban igual me ha hecho más fuerte y me ha abierto a todo un mundo multicolor.

Me río cuando me pone una carita muerta de risa y un arcoíris. Y le pregunto.

¿Cómo estás tú?

Bien. Poco que contar: mucho curro, pero estoy muy contento. Es una pasada poder hacer todo lo que hago y la gente es muy maja. Salimos de cañas tras el trabajo y todo.

Me alegro muchísimo, Dani.

Gracias. ¿Qué tal la tienda?

Insoportable.

Ojalá lo petes con la novela y no tengas que volver a eso más.

Ojalá, pero de tan difícil es imposible. Por cierto, mi padre me ha dicho que el hijo de su editor se ha montado un medio digital de cultura y que en septiembre buscará gente, así que le voy a mandar mi currículo. A él y a otras publicaciones y medios. Por algo se empieza, así que…

¡Eso es genial! Me alegro, joder, Lena. ¡Menudo día!

Gracias.

¿Qué haces ahora?

Fumarme un cigarro tumbada en la cama. ¿Y tú?

Lo mismo.

Seguimos siendo tal para cual.

Sonrío al escribirlo.

Escribiendo. Borrando. Escribiendo.

Siempre seremos tal para cual.

Suspiro.

Echo de menos que estés a mi lado, Dani, fumándote ese cigarrillo conmigo.

¿Enviar?… Enviar. Calada.

Yo también lo echo de menos. Cada jodida noche.

Las noches son lo peor. Las noches eran nuestras y ahora…, desaparecieron.

Siguen siendo nuestras, Lena. Solo que de otra manera.

¿Cómo?

Tarda unos segunditos en responder.

Cada noche, cuando me tumbo en la cama a fumarme el último pitillo del día, pienso en ti, en mí y en nosotros. Lo hago todo el día, pero en ese momento es más intenso. Pienso en qué hicimos mal y por qué se torció todo. En qué pasará y si lo estamos haciendo bien.

¿Y qué crees?

Que quizá corrimos demasiado y nuestros miedos y dudas lo jodieron todo. Y que ahora lo estamos haciendo bien, aunque esté siendo jodido. Sé que ambos estamos mal y nos echamos demasiado de menos, pero también respiramos mejor y, al menos, no nos hemos perdido.

Supongo que solo necesitamos volver a confiar el uno en el otro.

Sí, eso es. Volver a susurrarnos las cosas que sumaban y no las que restaban. Al final, estas nos ahogaron y no nos dejaron ver lo demás.

¿Te acuerdas, Dani? ¿Te acuerdas de cuando me susurrabas cosas que me hacían temblar? Echo de menos mi piel de gallina al contacto de tu voz y sentir que no había nada más inmenso en el mundo que eso.

En realidad te las susurro cada noche igual, solo que tú no siempre las oyes.

¿Ah, sí? ¿Como por ejemplo?

Te susurro algo como por ejemplo: «Y yo que no dejo de quererte».

Sollozo sin poder evitarlo.

Joder, Dani. Ni yo. Ni yo.

¿Sabes? A veces también te susurro canciones que escucho; letras que merecen la pena y que parece que fueron escritas solo para nosotros.

¿Como por ejemplo?

Y me tiemblan los dedos cuando lo escribo. Porque sé lo que va a pasar. Y no me equivoco.

—Hola, Dani —respondo a su llamada con la voz temblorosa.

—Quiero susurrarte algo. ¿Te parece bien?

—Claro —suspiro.

—Y después colgaré. ¿Te parece bien?

—Adelante.

—Pégate el teléfono a la oreja, cierra los ojos e imagina que son mis labios los que rozan tu oído y mis dedos los que acarician tu espalda erizada.

Suspiro como respuesta y él carraspea. Y comienza a susurrar la canción más bonita del mundo.

—«Vengo a decirte lo mismo que tantas veces te he dicho, / eso que poco me cuesta y que tú nunca has oído: / pequeña de las dudas infinitas, aquí estaré esperando mientras viva. / Vengo a decirte que el tiempo que ya llevamos perdido, / es solo un punto pequeño en el cielo del olvido. / Que todo el daño que tengo, de lo que ya hemos sufrido, / tiene que servir de algo para que hayas aprendido / que como yo a veces sueño, nadie ha soñado contigo, / que como te echo de menos, no hay en el mundo un castigo. / Pequeña de las dudas infinitas: aquí estaré esperando mientras viva; / no dejes que todo esto quede en nada porque ahora estés asustada. / Vengo a decir que lo siento, aunque no tenga un motivo, / para que cuando estés sola sientas que a tu lado sigo. / Para que sientas que tienes siempre a tu lado un amigo, / porque no quiero perderte, no quiero ser yo el perdido».

Y con su voz quebrada, porque sé que se ha emocionado, cuelga tras cantar De las dudas infinitas, de Supersubmarina, escuchando mis lágrimas correr silenciosas por mis mejillas, plagadas de «pequeñas dudas infinitas».