31

… SIN PENSAR

—¿Qué quieres decir con que estás enferma? Escucho ruido de fondo, Lena —grita Rodrigo al otro lado de la línea.

—He echado la pota cuatro veces antes de subir al metro, Rodrigo. Me vuelvo a casa porque no me puedo ni poner en pie.

—No me lo trago.

—Pues no sabes lo que te pierdes —digo entre risas con toda mi chulería.

—¡¿Cómo?!

—Que la cobertura se pierde. Te llevaré un justificante.

—Estás tensando la cuerda demasiado, Lena.

—Pues a ver si se rompe de una vez.

Y cuelgo.

Entro a toda prisa en la inmobiliaria porque no me quiero arrepentir.

—Hola, Lena. ¿En qué puedo ayudarte? —pregunta Elvira con cara de pocos amigos.

—Oh, pues, verás, lo he pensado mejor y sí me interesaría el último loft que me mostraste.

Hala, ya está. Voy a independizarme. Voy a hacerlo. Si lo sigo retrasando jamás saldré de esa casa y es un primer paso para todo lo demás.

—¿El loft? —Asiento—. Vaya, lo alquilé ayer.

Mi cara es un poema andante y Elvira debe pensar que el karma existe.

—Lo siento, pensé que no te interesaba.

—No pasa nada. —Niego con una sonrisa—. La culpa es mía por pensármelo tanto.

Y por creer que esto saldría bien.

—Bueno, creo que tengo algo similar que te puede gustar, aunque en otra zona.

Busca en su ordenador.

—Sí —dice—. Tengo uno que podría enseñarte ahora mismo, si quieres. No está lejos de aquí.

—Perfecto.

Cuando entro en la casa, una sonrisa se posa en mi cara y una especie de euforia me arrasa sin darme cuenta. ¡Es genial! Es un segundo piso en un edificio de renta antigua, pero bien conservado. No tiene ascensor y el patio es amplio, con ese olor característico a vida pasada. Me gusta, porque me dice muchas cosas de lo que se ha susurrado en sus rincones. El piso es muy pequeño; tan solo tiene un dormitorio, un aseo y una sala con una pequeña cocina. Pero es espacioso dentro de sus escasos metros cuadrados y da la sensación de ser uno de estos minipisos de Ikea, porque está decorado muy cuco. Sí. Creo que me gustaría vivir aquí. Me encantaría llegar a casa tras el trabajo y servirme una copa de vino mirando por las dos únicas ventanas de la sala, invitar a comer a mis amigos en esta mesa redonda tan molona o hacer el amor con Daniel en el suelo ajedrezado. Me gusta todo y una especie de euforia desconocida se apodera de mí y me hace estar ilusionada. Ilusionada con algo que será mío y que podré disfrutar cuanto me plazca. Una casa. Mi casa.

—¿Qué te parece? —me dice Elvira.

—¡Me encanta!

—Sí, es un pisito muy mono. Lleva un par de semanas sin inquilino, pero tenemos ya a varias personas interesadas. Alguna nos tiene que confirmar hoy, así que…

—Me lo quedo —digo sin pensar, temiendo que me lo quiten.

—¿Cómo? —pregunta extrañada por mi impulso.

—Que me lo quedo. Me encanta el piso, me encanta la zona y encaja con mi economía y con lo que busco. —Sonrío. Ella sonríe más aún porque el farol que se ha tirado ha surtido efecto.

—¡Perfecto! ¡Qué bien! Si te parece, voy a llamar al dueño para ir preparando todo el papeleo.

—Me parece. —Sonrío.

Así que empezamos los papeleos y me pego toda la mañana dando vueltas como una peonza, aunque merece la pena porque…

¡Sí! ¡Tengo piso! No puedo evitar exclamarlo en voz alta cuando terminamos los trámites y me alejo lo suficiente como para que la chica no piense que estoy loca. Pero es que estoy ¡eufórica! Joder, no me lo esperaba. Creí que cuando diera el paso tendría cierta congoja por todo lo que significa dejar mi casa atrás y, sin embargo, estoy que no quepo en mí de gozo. Me da mucho miedo la reacción de Daniel, pero al pensar en vivir sin todos los lastres que mi casa me ocasiona, me siento… liberada. Y me encanta que haya sido así, sin esperarlo, sin pensar, a modo de locura. Lo que sea, pero voy por la calle dando saltitos ante la mirada atónita de mis futuros vecinos justo cuando suena mi teléfono con el nombre «Lidia» parpadeando en la pantalla.

—¡Hola, Lidia! —digo emocionada.

—¡Hola, Lena! ¿Cómo estás?

—Muy bien. ¡Acabo de alquilar un piso! ¿Y tú?

—¡Hala! Pero ¡qué bien! ¡Enhorabuena!

—¡Gracias! Estoy superemocionada.

—¡Claro, normal! ¿Y cuándo te lo dan?

—Pues en tres o cuatro días. El dueño quería sacar algunas cosas y tal.

—¡Qué bien! Oye, te llamaba por si tenías libre para almorzar juntas. Me han hablado de un sitio estupendo en Malasaña.

—¡Estoy cerquita! —Sonrío—. ¿Vas ya hacia allí?

—Sí. —Ríe—. Te mando la localización del sitio y nos vemos ahí.

—Perfecto.

Colgamos y voy hacia el sitio. Mientras camino por el centro, me abstraigo como siempre hago mirando escaparates y a la gente que pasa, y termino entrando en alguna tiendecita. De hecho, para celebrar un poco mi nueva vivienda, me compro en una joyería un fino anillo de acero bañado en dorado con el símbolo del infinito para mi dedo índice. Me gusta. Y, no sé por qué, compro otro para Lidia.

—¡Hala! —exclama cuando se lo doy, ya en el restaurante—. ¡Qué chulo, Lena! ¿Y esto?

—Nah, una tontería. Me he comprado uno y he pensado que…

—¡Me encanta! ¡Muchas gracias!

Me da un abrazo que me pilla por sorpresa y que agradezco en el alma y nos sentamos a comer con una botellita de vino para celebrar que tengo una nueva vivienda. Durante la comida hablamos de todo un poco. No profundizamos en nada, pero se agradece un poco de conversación banal de esa que no va a ninguna parte. Lidia me devuelve a una realidad de la que yo llevo años alejada y quizá por eso me siento tan relajada con ella y cada vez me siento más cómplice.

Dejo a Lidia en la puerta de su curro y, ya más tranquila, saco el teléfono del bolso. Resoplo porque sé que no va a ser una conversación del todo agradable, así que me enciendo un cigarrillo como si el vicio fuera a suavizar las cosas.

—¡Ey! —responde Daniel a mi llamada.

—¡Hola! ¿Cómo va el día?

—Bien, mucho trabajo. ¿Y el tuyo?

—Pues… emocionante. No he ido a trabajar.

—¿Y eso?

—Tengo que contarte algo, pero preferiría decírtelo cara a cara.

—¿Qué ocurre?

—Nada malo, tranquilo.

—Pero…

—En persona.

—Qué miedo me das. —Nos reímos—. Bueno, pues, ¿te veo en un par de horas? ¿Te vienes a mi casa?

—Perfecto.

Dos horas después me encamino a su casa con un poco de canguelo. Sé que no le hará gracia, pero no puedo dejar de hacer las cosas que me ilusionan por eso. Precisamente es lo que él siempre me ha alentado a hacer. Suspiro justo antes de que me abra la puerta.

—¡Ey! Joder, qué rayada. ¿Qué ha pasado? ¿Por qué no has ido a trabajar?

—Hola. —Sonrío entrando en su casa.

Daniel cierra la puerta y nos encaminamos al dormitorio. No hay nadie en casa, pero es por costumbre y por crear algo de intimidad.

—¿Y bien? —pregunta.

—Me he alquilado un piso, Dani —digo.

—¿Cómo? ¿Cuándo?

—Esta mañana. Iba en el metro camino a la tienda, leyendo, y algo se ha activado en mí y he querido quitarme lastres, empezando por mi casa. Así que he vuelto a la inmobiliaria a ver si todavía tenían el loft que vi el otro día. Ya lo habían alquilado, pero Elvira me ha dicho que tenía uno similar y me lo ha enseñado. Y me ha gustado tanto, tanto que lo he cogido, sin pensar mucho más. Ya he firmado todos los papeles, he ido al banco y en cuatro días me lo dan y me independizaré. —Él me mira, contenido—. Sé que no es lo que más ilusión te hace en el mundo, pero de verdad que es un primer paso para todos los que queremos dar, Dani. Esto no te excluye para nada. Solo quiero tener la experiencia de vivir sola un tiempo y después, cuando estemos preparados, irnos a vivir juntos adonde sea.

—Entiendo —dice serio—. Será muy bueno para ti. Enhorabuena.

—Dani…

—Es cierto: mereces vivir esa experiencia y además te irá muy bien para quitarte lastres.

—Pero…

—Nada.

—Dani…, quedamos en que nos comunicaríamos.

—Bueno, no es algo que tú hayas hecho hoy.

—No te entiendo.

Me mira y suspira.

—Aún no te has enterado de que volar sola no implica no mirar alrededor nunca. Que quieras hacer cosas por ti misma es lo mejor del mundo, Lena, en serio. Yo te animaré siempre a ello, pero lo que no puedes hacer es dejarme al margen en todo. Tiene que haber parcelas para ti, parcelas para mí y parcelas para los dos. Y estas últimas, no existen.

—Pero…

—De nuevo, no cuentas conmigo.

—Dani, no es eso. No te he dejado al margen. Eres la única persona con la que cuento para todo.

—Porque yo te obligo a ello.

—Eso no es cierto.

—Sí lo es, Lena. Te cuesta contarme cualquier cosa que pasa por tu cabeza y empiezo a cansarme.

—¡Te cuento todo lo que me pasa!

—Ya lo veo —dice con sorna.

—Dani…

—Tengo trabajo que hacer, Lena. Será mejor que hablemos luego o mañana.

Lo miro y niego con la cabeza.

Y sin decir nada más me voy.

Y él se queda en su casa.

Y yo vuelvo tener la sensación de no entender nada.