AGRADECIMIENTOS

No recuerdo cómo llegó esta historia a mi cabeza, eso es así. Me acuerdo de una primera idea, que mutó en otra, y en otra, hasta que terminó siendo El vuelo de Lena, pero no sé qué la originó. Quizá estaba agazapada dentro y, como le pasa a Lena, se revolvió cuando quiso salir. Escribirla fue tan duro como bonito, tan emotivo como emocionante y, durante este proceso de escritura en el que hubo momentos en los que no sabía si algún día me despegaría de esta historia, tengo que agradecer a mis «lectores cero» por escuchar cada duda infinita; por leer un primer borrador, y un segundo, y un tercero; por cada palabra, cada «esto no encaja», cada «Dios, esto sí». Y por hacerme volar con la foto con ojitos llorosos, la llamada sin poder pronunciar palabra de emoción y los «vuela» susurrados cada mañana.

Gracias a Ana Lozano, la editora con más paciencia del mundo, y a todo el equipo de Penguin Random House, por dotar de alas cada palabra de esta historia.

Gracias infinitas por todo el apoyo en redes sociales, por cada mensaje, cada mención, cada historia. Y por querer leer esta novela y hacerla así más real.

A Andrés y Martín, los reales, por ser las únicas dos personitas en el mundo cuyo solo nombre ya me hace sonreír. No os hagáis mayores demasiado pronto. Pero volad cuando llegue el momento.

A nuestra segunda familia, y en especial a «las colchonas», por todas las comidas y cenas regadas de risas, confidencias e historias que superan a la ficción.

A Los Labordinis, sí, señores.

Gracias a toda la gente de las ofis (zaragozanos, miamenses, oscenses, guatemaltecos, romanos y tokiotas) por los ánimos, las preguntas, la ilusión y el apoyo en esta locura.

A Sandra, por ser tan parte de mí que somos una sola. Indivisibles. Siempre.

A Elísabet, mi Little Twin, porque el destino no pudo ser más grande haciendo que voláramos juntas.

A Diego. Cada noche, cuando me acuesto a tu lado, te miro. Y el día termina teniendo sentido.

Y, por último, gracias más que especiales a mis padres, a mi hermana y a Josan, mis «pilares de la tierra», porque este año hemos aprendido que la fortaleza no tiene límites, que podemos cogernos de la mano con una sonrisa y que, al final, la familia es lo más importante.