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PERDER EL TIEMPO

Escribir después de cenar y empalmar con la madrugada se está convirtiendo en más que una afición. Me relaja antes de irme a dormir, hace que me olvide de todo el día y además me concentro mucho mejor sin tanto ruido. Y eso que en casa de mi padre siempre reina un silencio sepulcral. Sí, sigo en casa de mi padre. Todavía no he podido ir a mi piso una semana después de la ruptura. Se ha convertido en otra casa anclada a un problema y todavía no tengo ganas de adecentarla y dar el paso. Lo haré, supongo, pero aún no.

Todavía no sé bien por qué ocurrió todo, la verdad. Esta semana he estado más ocupada llorando su ausencia que pensando. Supongo que nos dejamos llevar demasiado por nosotros mismos y no entendimos que una pareja es cosa de dos, no de uno. Sobre todo yo. Y al final las cosas que nos sobrevuelan y que ignoramos se nos caen encima casi sin avisar. Bueno, avisos hubo, sí; pero los ignoré. Nos equivocamos y ahora es tarde.

Paro de escribir porque me suena el móvil. Suspiro y pienso que hemos tardado menos de lo que pensaba. Una semana y un día.

—Hola, Dani.

—Hola, Lena.

Suspiramos los dos.

—Perdona por no haberte dicho nada estos días —continúa—. Yo…, necesitaba alejarme un poco, pensar, ya sabes.

—No pasa nada. Yo también siento lo mismo. Ambos debíamos tranquilizarnos un poco antes de hablar.

Sé que sonríe porque en el fondo nos entendemos tan bien que duele.

—¿Cómo estás? —pregunta.

—Bueno. Hecha una mierda se queda bastante corto.

—Lo siento.

—¿Cómo estás tú?

—Igual, Lena. Estoy igual que tú.

—Vaya par. —Y al decirlo nos reímos sin querer porque la complicidad no abandona a las personas de golpe y porrazo—. ¿Cómo va el trabajo? —pregunto para destensar el ambiente.

—Muy bien. Le voy cogiendo el truco poco a poco, ya sabes. Pero me gusta mucho y la gente es muy maja, hay buen ambiente así que estoy muy contento.

—Me alegro mucho, Daniel.

—Gracias. ¿Tú qué tal? ¿La tienda y eso?

—Bien, como siempre. Sin novedad. Rodrigo está buscando a alguien para cubrir tu turno y sigue igual de imbécil, pero bien.

—Bueno, espero que mejore.

—Sí.

—¿Y tu novela?

—Pues ahí voy; avanzando poco a poco.

—Me alegro.

Y aquí está: el temido silencio incómodo. El silencio entre dos personas que se lo han dicho todo y que no quieren redundar en una situación que se les va de las manos.

—Dani, yo…

—Tengo que dejarte, Lena. —Frunzo los labios.

—Daniel.

—Ya nos lo dijimos todo y no me apetece darle más vueltas a lo mismo. Todavía no. Ya hablaremos más adelante, pero necesito más tiempo.

—Tiempo. —Asiento en silencio—. Bien, pues, vamos hablando.

—Vamos hablando, Lena.

Y colgamos. No tenemos nada más que decir.