27

LAS ILUSIONES DE DANIEL

Hoy es un día un poco triste. Y esta vez no es por Mara, mi abuela, mis fantasmas, el loft que me enseñó Elvira que tampoco me convenció o el grano en el culo que puedo llegar a ser. Esta vez es porque mañana al mediodía mi padre regresa a Madrid y eso significa que hoy es el último día y la última noche que Daniel y yo pasamos en mi casa. Al menos a diario. Atrás dejamos dos meses viviendo juntos, durmiendo sin apenas interrupción todas las noches en mi cama y haciendo vida común por el día, convirtiendo mi casa en un hogar de cotidianidad parejil. Así que Daniel y yo recogimos las cosas que tenía en mi casa y las llevamos de nuevo a la suya. Creo que a Darío le ha hecho gracia cero porque estaba a sus anchas con un compañero ausente que pagaba el alquiler, así que se le acabó un poco la diversión y más teniendo en cuenta que Abel y él pasaban más tiempo juntos que separados. Así es la vida, chiquitines.

Cuando salgo de la tienda para mi ratito de descanso, me siento en el banco de siempre y me como un bol de fruta cortada. Veo el letrero de la entrada y me dan ganas de quemarlo con gasolina. Me pregunto por qué no busco algo mejor. Algo más… yo. Yo quería ser crítica musical, columnista, escritora. Pero al poco de terminar la carrera, me metí en la tienda, conseguí un puesto indefinido y mi desmotivación general hizo el resto, así que me quedé aquí sin más pretensión que llegar, cumplir e irme. Cero complicaciones. Cero responsabilidades. Cero motivación. Chasqueo la lengua. Hay que joderse. Tiene razón Daniel cuando me habla de mi apatía y de que debo pararla para ser feliz. Por eso quiero independizarme, también; para mí será como un primer paso para salir de este bucle de sinsabor en el que estoy metida. Suspiro. No hemos vuelto a hablar del tema Daniel y yo, pero sé que él querría que diéramos juntos ese paso y que no insiste porque no quiere presionarme. Yo también quiero avanzar en ese sentido, ojo, pero no ya. Necesito un poco de tiempo; ver cómo me desenvuelvo yo sola en una casa sin recuerdos porque para mí salir de mi hogar va a ser doloroso y extraño; dejar que la relación siga su curso… No sé. Creo que es pronto, que sería rápido y que eso nos ahogaría.

Entro a la tienda y Daniel se prepara para tomarse su descanso, pero antes de que pueda decir nada, le suena el teléfono. Como no hay clientes ahora y Rodrigo ha salido a tomar un café, lo coge frunciendo el ceño.

—¿Dígame?… Sí, soy yo… Ah, ¿qué tal?… Bien, bien… ¡Sí, sí! ¡Claro!… Pues… tendría que hablar con mi jefe… Vale, perfecto. Os llamo esta tarde… Genial, ¡gracias! Hasta luego.

Lo miro expectante y él cuelga con una sonrisa de oreja a oreja.

—¿Quién era? —pregunto.

—Saluda al nuevo diseñador gráfico del estudio más puntero de todo Madrid. Y me incorporo ya mismo.

—¡¡Qué!!

Me río a más no poder y me lanzo a su cuello. Él me abraza y me da una vuelta entre risas contenidas.

—La hostia, Dani. ¡La hostia! Enhorabuena, joder. Sabía que lo conseguirías.

—Lo flipo, joder. —Me para—. ¡Qué fuerte! Por fin voy a salir de este puto antro.

—Por fin vas a dedicarte a lo que te gusta.

Sonríe y me da un beso. Y otro. Y otro más.

—Te quiero —le digo—. Estoy muy orgullosa de ti.

—Ídem. —Sonreímos.

—Esta noche lo celebramos.

—Nuestra última noche en tu casa.

—Así ya no será tan triste.

Sonreímos y nos damos otro beso.

Sí, por fin va a trabajar en lo que le gusta. En lo que le hace feliz. Va a ver cumplido un sueño. Y yo no puedo estar más contenta por él, aunque eso signifique que ya no voy a tenerlo en la tienda a mi lado y que le voy a ver menos. Suspiro hondo y meneo la cabeza. No quiero pensar en todos los cambios que estamos empezando a vivir.


Hay una parte de mi casa que no se suele utilizar mucho porque como los pisos tienen sus terrazas y demás, pues pasa más desapercibida. De adolescente yo iba mucho, cuando necesitaba abstraerme de todo y llorar sin que Mara, mi padre o mi abuela me vieran. Aquí tenía intimidad; aquí lloraba; aquí escribía y hasta hablaba sola fingiendo que tenía alguien que me escuchara. Y, además, por la altura se ve todo Madrid y por la noche parece que te encuentras en una ciudad desconocida llena de lucecitas. Es como estar en un mundo paralelo. Es lo que tienen las azoteas.

Daniel y yo estamos tumbados sobre una esterilla cubierta por una manta, abrazados. Hemos puesto algunos farolillos con velitas en su interior para dar ambiente y Ella Fitzgerald desde nuestro iPhone suena de fondo en una cálida noche de primavera. Miramos a la nada y escuchamos en la lejanía los sonidos de la nocturnidad de una gran ciudad, aunque se pierden en la altura, en la botella de vino que estamos compartiendo con dos copas y en el humo de los cigarrillos que nos fumamos sumergidos en una conversación sobre su nuevo trabajo, sobre los pasos adelante y sobre la cara que ha puesto Rodrigo cuando se lo ha dicho.

—Cómo le ha jodido que me cogiera las vacaciones que me correspondían para así ya no tener que volver. —Nos reímos.

—Que se joda.

—Siento dejarte ahí sola. —Sonríe.

—Te echaré de menos —le digo mirándolo.

—Lo sé. —Me besa la frente y me pega a su cuerpo—. Ahora te toca a ti salir de ahí.

—Quizá…, quizá actualice mi currículo y mire algo más de lo mío. No sé.

Vuelve a besarme la frente y apagamos los cigarrillos consumidos. Enroscamos nuestros brazos en nuestros cuellos y espaldas y entrelazamos las piernas.

—También voy a echar de menos estar así de enredados cada noche —digo cerrando los ojos y besando su pecho.

—Yo también. —Lo miro sonriendo y él hace exactamente lo mismo—. Cada noche y cada mañana, Lena.

—¿Te ha gustado estar aquí conmigo?

—Me ha hecho feliz —dice tajante—. Es lo mejor que me ha pasado en la vida.

Me incorporo un poco y apoyo mi cabeza en mi mano, doblando el codo.

—A mí también. Me ha encantado vivir contigo y me da una pena infinita que termine.

Lo beso.

—¿Por qué no miramos algo juntos entonces? —pregunta.

Suspiro apretando mis labios.

—Quiero hacerlo, Dani, pero creo que es mejor ir poco a poco. Hemos estado en una nube y ha sido genial todo, pero no debemos correr más de lo que lo hemos hecho. Las metas llegarán, pero no las forcemos.

Daniel suspira sin apartar sus ojos de mí. Yo le mantengo la mirada y noto su mano acariciar mi nuca y mi pelo, dándome tranquilidad ante mi ataque de sinceridad.

—Di algo —le digo, inquieta.

Daniel sonríe tristón. Sigue en silencio mirándome hasta que se incorpora, quedándose sentado mirando al frente.

—Dani. —Le beso el hombro incorporándome tras de él.

Se gira aún sentado y me acaricia la cara. Doy un suspiro de alivio y cierro los ojos. Los mechones de mi pelo se desperdigan de mi pequeña coleta cuando un soplo de aire se lleva la tensión de la azotea.

—Prométeme una cosa —dice.

—Claro.

—Prométeme que algún día daremos los pasos importantes juntos. Que cumpliremos tus ilusiones y las mías y crearemos nuevas juntos. Prométemelo, Lena. Prométeme que nunca dejaremos de volar como lo hemos hecho.

Inspiro hondo con un nudo en la garganta que sale por mis ojos.

—Te lo prometo.

Daniel sonríe y a mí se me escapa entre las risas una lágrima que él me seca. Nos damos un beso que sabe a muchas cosas y al pararlo nos quedamos los dos pegados, con los ojos cerrados, y sin poder decir nada más. Porque ambos sabemos la ansiedad que encierran estas promesas. Porque ambos sabemos lo difíciles que son de cumplir. Porque ambos sabemos que las promesas al viento en la primavera de Madrid son tan efímeras y fáciles de romper como de decir, por mucha vida que te den y mucha ilusión que te hagan.