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—¿Y por qué no me adelanta lo que denunciará en la conferencia de prensa? —suplicó Cayetano Brulé.
La suerte parecía acompañarlo aquella noche de lluvia cerrada. Dunia Dávila, aturdida por el alcohol y la depresión, lo confundía con un periodista, y si bien estaba decidida a revelar solo en los próximos días la vida y milagros de Cástor Michea, bien podría anticiparle algunos detalles en ese momento.
—Aguántese un par de días.
Admitió que no tenía sentido insistir. Ella podría sentirse presionada y echarlo de casa o, lo que era peor, podría comenzar a proferir gritos, con lo que aparecería Carabineros.
—¿No le parece demasiado riesgoso combinar calmantes con bebida? —preguntó al rato. Dunia vertía alcohol nuevamente en su vaso.
—No hay peligro —respondió ella restando importancia a la consulta—. Se me acabaron los Diazepam y no puedo dormir, por eso recurro al whisky.
Cayetano echó una mirada fugaz al pomo de Diazepam y comprobó que estaba vacío. Hincó su lengua en un carrillo, impaciente.
—¿Y qué es de Bobby? —preguntó al rato.
Ella alzó la vista y miró al detective.
—¡Ese! —exclamó—. ¡Ese es un fracasado, vive del padre, es un inútil y un ambicioso al igual que su madre, que en paz descanse!
—¿No administra acaso la empresa Kindergarten? —preguntó el detective jugueteando con el pomo vacío sobre su regazo.
—En el papel, pero lo hacía en realidad un tal Mancini, quien murió hace tres meses en un asalto.
—¿Y a qué se dedica Bobby?
—Desde la muerte de Mancini administra la empresa — repitió ella e intentó apoderarse del Johnny Walker, dispuesta a volver a llenar su vaso.
—Vamos, señora, vamos —dijo Cayetano alejando la botella—. Está bebiendo en exceso.
—Usted me cae bien —dijo de repente la mujer soltando una sonrisa—. Se preocupa por mí y ni me conoce. ¿No será mormón? ¿Cómo dijo que se llamaba?
—Cayetano.
—Harto raro el nombre. ¿Y de qué diario viene?
—No soy periodista, señora, soy detective.
—¡Detective y con ese nombre! —exclamó ella divertida—. Es como si una agencia de pompas fúnebres se llamara El Carnaval. ¡Vamos, Cayetano, tráigame al menos una Ginger ale, que me muero de sed! Están en el refrigerador.
Al ponerse de pie para dirigirse a la cocina, Cayetano creyó vislumbrar de refilón una sombra en el segundo piso.
—¿Quién está arriba?
—Nadie. Estoy sola —repuso ella alarmada, cubriéndose las piernas con la bata—. ¿Por qué?
—Me pareció ver a alguien arriba.
—¡Imposible! Estoy sola.
De pronto resonó un estruendo en el segundo piso. El detective colocó el vaso sobre la superficie de cristal y subió corriendo los peldaños.