28

Dunia Dávila había sido una mujer hermosa. Ya no lo era. Ahora, al filo de los cincuenta, solo perduraban en su rostro el metálico resplandor de su mirada y el vigor de sus labios carnosos. Su espectacular belleza juvenil de morena norteña se había desdibujado durante los últimos años de matrimonio.

—Disculpe la hora, pero necesito conversar unas palabritas con usted, señora, si fuera tan amable —dijo Cayetano Brulé desde el zaguán.

Había llegado hasta allí tras franquear la puerta de la reja del jardín. El poderoso foco de luz de acceso a la casa de dos pisos se proyectaba en diagonal hacia la entrada, iluminando la lluvia tupida, clareando los ojos de la mujer. Percibió de inmediato su aliento etílico.

Eran las ocho de la tarde, y ante él tenía a la sorprendida esposa del diputado apenas arropada en una bata que permitía adivinar la redondez de sus caderas y la opulencia de sus senos. Se esforzaba por mantener abiertos los párpados.

—¿Periodista? —preguntó ella. Bostezó y se llevó una mano fina a la boca—. La conferencia de prensa la brindaré en los próximos días. Por favor, discúlpeme. —Se disponía a cerrar.

Cayetano opuso resistencia suave, pero resuelta ante el avance de la hoja. Las pupilas de Dunia se agrandaron irritadas.

—Por favor —rogó—, estaba por irme a la cama.

—Me urge conversar con usted, señora. Tiene que ser ahora —insistió vehemente el detective. La súplica de la mujer lo alentó. Revelaba que su resistencia estaba minada.

Ella cruzó un brazo hacia el marco de la puerta, y el escote de su bata pareció profundizarse, dejando al descubierto el nacimiento de sus senos. Respondió:

—Ya se lo dije, esta semana conversaré con los periodistas para que el mundo conozca la verdadera historia del diputado Cástor Michea. Antes no.

—Le conviene recibirme hoy —porfió el detective acomodándose los anteojos que resbalaban por el caballete de su nariz. Lo estimulaba la confusión de que era objeto—. Es solo un ratito, podemos hablar aquí mismo, si usted quiere.

Los ojos de ella contemplaron deleitados la corbata lila, la gabardina raída y los mocasines blancuzcos de Cayetano. Al rato soltó un resoplido y agregó:

—Está bien. Diez minutos, no más.

El living era acogedor y moderno: alfombra beige, óleos naífs enmarcados en madera, sillones de cuero blanco, mesitas de cristal. Una espaciosa escalera conducía al segundo piso. En la alfombra de motivos persas, el detective vio una botella de Johnny Walker destapada, un vaso donde se derretían cubitos de hielo y más allá, volteado, un frasco de diazepam.

—Siéntese —ordenó Dunia indicando un sillón. Se acomodó en el sofá y se llevó el dorso de la mano a la frente—. No sé por qué lo dejé entrar. Lo achaco al efecto del trago. ¿De qué diario me dijo que era?

—No se preocupe, tenga confianza, señora. Nada de lo que conversemos trascenderá —aseguró el investigador peinándose los bigotazos perlados.

La mujer cruzó una pierna y la bata resbaló unos centímetros, los suficientes como para dejar al descubierto la parte inferior de su muslo. Cayetano secó con un pañuelo sus cristales. Se mantiene en forma, pensó admirando la solidez de sus piernas.

—¿Un whisky? —preguntó ella de pronto, aceptando el Lucky Strike que le ofrecía Cayetano, como si lo hubiese conocido desde siempre.

—Me vendría bien para combatir el frío.

—Entonces, traiga un vaso de la cocina y cuelgue allá su impermeable —ordenó ella y señaló hacia la puerta a sus espaldas—. La luz está a la izquierda y en el lavavajillas hay suficientes vasos. En los días sin criado me las arreglo con el lavavajillas.

Probablemente llevaba semanas sin criado. Desde un rincón, al otro lado del caos de platos y tazas sucios, murmuraba un refrigerador de dos cuerpos y hielera. Colgó la gabardina en una silla y regresó al living-comedor premunido de un vaso bajo y bastante hielo. Antes de tomar asiento, se sirvió una medida doble del Johnny Walker fiscal.

—Usted cree que el diputado Cástor Michea vive sencillamente, ¿eh? —preguntó ella, mientras lanzaba una gran bocanada hacia el techo, hacia una lámpara que no era nada más que una placa circular de opaco vidrio verde—. Ciento cuarenta metros cuadrados en Jardín del Mar, terrazas, garaje, un criado puertas afuera…

—En verdad imaginaba que al menos tendría una mansión —replicó el detective saboreando el reconfortante whisky.

—No se olvide —Dunia cerró por un instante los ojos con coquetería— que Cástor es del norte, y esta casita la tiene solo para permanecer en la ciudad durante las sesiones del Congreso. El resto del tiempo lo pasa en el norte, en Santiago o Miami.

—No está mal entonces —comentó Cayetano balanceando la cabeza y prendió los cigarrillos.

Se sentía demasiado observado. Pero ella no lo sondeaba como una mujer que enviara mensajes o aguardase reacciones, sino como la maestra indolente que imparte la clase y añora a la vez escuchar el campanazo del recreo. Bebió un sorbo largo. Era excelente el whisky predilecto del diputado.

—Pero igual es un perro —masculló la mujer con la mirada fija en la alfombra—. Después de quince años de matrimonio desea dejarme en la calle. Se niega a entregarme lo que me corresponde.

—Esas cosas siempre se pueden arreglar, señora.

—¿Y sabe por qué? —continuó ella imperturbable—. Porque le pedí la separación, pero él la rechaza, pues anhela seguir así, como estamos ahora: él con sus mujercillas, yo guardando las apariencias por el dinero que me entrega. ¿Y sabe por qué no quiere separarse? —preguntó con una mueca desconsolada—. Porque sería el fin de su carrera política. Lleva años vendiendo la imagen de padre ejemplar, excelente marido y empresario exitoso.

Cayetano asintió en silencio. Estaba seguro de que todo aquello lo tenía reservado para los periodistas, pero el whisky y el nerviosismo la distanciaban probablemente del itinerario que se había trazado.

—Y si él no acepta la separación, ¿qué piensa hacer?

—Tendrá que dármela y entregarme lo que legalmente me corresponde, o voy a formar un escándalo que acabará con él.

—¿Va a hacer declaraciones?

—Así es —agregó ella enfática—. Lo antes posible. Será su fin.

Boleros en La Habana
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